El bravo Sir Robert avanzaba dócilmente por el interior de la torre. Toda su fuerza no servÃa para detener a la impetuosa joven que le condujo hasta un dormitorio ricamente decorado. Cortinas de alegres colores, cómodos cojines, una gran cama con sabanas de satin y tapices con escenas procaces decoraban la habitación. Tres hermosas doncellas, tan hermosas y de pechos casi tan grandes como los de la anfitriona, empezaron a desmontar la armadura del valiente caballero.
La mediana, una asiática de ojos rasgados y pelo color cuervo, se situó a su espalda y empezó a acariciarle el pecho, pellizcándole los pezones con malicia.
-Pareceis de acero, Sir Robert. Vuestro músculos deberÃan servir de modelo a los escultores de todo el reino.
La mayor, una morena deslumbrante de mirada tranquila y cariñosa y piel oscura, le cogió con ternura la cabeza y la obligó a apoyarla contra su muy generoso pecho.
-Descansad, mi fornido caballero, que un duro combate os aguarda.
Sir Robert estaba paralizado por el placer. No sabÃa a dónde dirigir su atención. Todo se volvió borroso. Antes de darse cuenta estaba desnudo en la gran cama de la habitación acompañado por el trÃo de adorables ninfas. Estaba completamente en su poder y ellas le sometÃan a toda clase de juegos eróticos. Tras varias horas de embate amoroso, cayó rendido.
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