Poco a poco se fueron despertando. La rubita se desperezó y no pudo esperar para darle a Sir Robert un dulce e inocente ósculo en su miembro. La oriental le entregó un apasionado beso en la boca, mordisqueando su labio inferior. La morena simplemente le acarició el cabello.
La audaz joven estaba deshaciendo el cordel que sostenÃa sus pantalones y los deslizaba poco a poco hacia abajo. Si Robert no pudo evitar que su miembro se pusiera rÃgido como una roca. Cuando la joven empezó a acariciarlo con la lengua nuestro bravo caballero dejó de ser consciente de lo que le rodeaba.
Cuando finalizó el desayuno Sir Robert aún sentÃa hambre. HabÃa comido como tres hombres pero no estaba saciado. Fue entonces cuando entró en el dormitorio su anfitriona, la mujer de azul celeste.
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