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Rated: 18+ · Fiction · Fanfiction · #2314912
Quiero oler los pies de cierta chica de Paldea, y hoy está a punto de hacerse realidad.
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         Yo estaba en la cima del mundo. Al menos, allí estaba llegando. Como científico en formación, me había convertido rápidamente en uno de los mejores de Paldea. Hallazgos precisos, gran habilidad para recopilar datos, ¿qué más tenía que dar? Me faltaban dos años para alcanzar el rango de profesor.

         Pero un acontecimiento cambió mi rumbo.

         Una educación excelente no significaba que fuese un robot. Una vez fuera de la sala de ciencias, era como cualquier otra persona. Era un joven adulto al que le gustaba relajarse en su tiempo libre.

         Una de mis actividades favoritas había pasado a ser flotar en la piscina local de Pueblo Marinada. ¿A quién no le gusta descansar en el agua en un día abrasador? Pero alguien estaba haciendo que mis viajes a la piscina fueran mucho más entretenidos.

         Aquel día, esta perra estaba en la zona más profunda de 2,5 metros. Para alguien que caminaba con un aparato ortopédico en el brazo, me impresionó que pudiera mantener la cabeza por encima del agua tanto tiempo. Normalmente era lo máximo que veía de ella. Su piel morena, aquel pelo negro con la mecha verde, incluso sus pecas resaltaban desde lejos. Pero todo eso no era nada comparado con lo que escondía bajo lo más profundo del agua. Ahora me moría de ganas de divertirme con ellos.

         El problema era cómo iba a hacerlo. Lo último que necesitaba era un centenar de personas mirándome con desconfianza. También sería difícil tenerla a solas.

         Había trazado unos planes mientras la observaba siempre que estaba en el oeste de Paldea.

         Lo primero que pensé fue buscar en Internet, pero me sugirió que debía decírselo directamente. ¿Cómo? ¿Se suponía que debía acercarme y pedirle que le oliera los pies?

         Mi segundo plan fue intentar escabullirme con sus chanclas antes de que se diera cuenta. Quizá me correría en ellas y le haría creer que era loción. Pero aparte de ir al baño, nunca se alejaba lo suficiente de su asiento. Si ella no me pillaba, lo haría otra persona. Y el tercer plan de sumergirme bajo el agua y tocarle los pies por casualidad ya murió. Yo no era ningún maricón. Mirar fijamente los pies es como mirar las chochas porque no puedes coger ninguno. Tocarlos tampoco sirve de nada. Quería lamer esos dedos, olerlos de alguna manera. Por fin pude poner en marcha mi nuevo gran plan.

         Nadé hacia la chica.

         —Oye. Sabes, soy fotógrafo. ¿Me dejas que te haga unas fotos de tus pies para mi sitio web? —Todo el bajo se me subió a la garganta—. Quizá no lo sepas, pero créeme, tienes unos pies dignos de una modelo.

         Mi oferta hizo que me mirara como una retrasada. Mientras esperaba la respuesta, saqué mi teléfono. No era un SmartRotom como el que tenían algunos entrenadores, pero con esta funda toda de diamantes, sin duda llamaba su atención. Podía tomarse su tiempo mientras no le importara que la mirara a esos ojos almendrados... Muac...

         —¡Claro! —Tardó doce parpadeos en darme una respuesta.

         Uf. Muy fácil.

         —Soy Nemona —continuó—. ¿Dónde piensas publicar mis pies? ¿Anuncias el pueblo? ¿Promocionas una clínica de masajes de pies? Porque debes saber que mis pies no son perfectos, pero si crees que son dignos de una modelo…

         —¿Me los enseñas de una vez, por favor? —Basta de tonterías. En cuanto llegamos al borde de la piscina, se incorporó en el suelo. La forma en que el agua bajaba por sus grandes chichis era sexy, pero presté más atención a esos pies.

         Joder. Tenía unos pies gigantescos. No eran gordos, sino largos. Largos y curvilíneos, como demostraba su arco. ¿De qué estaba hablando con lo de que sus pies no eran perfectos? No se me ocurría cómo podían estar mejor. Tenía las uñas al natural, tal y como me gustaban mis mujeres. Y siempre me han gustado las morenas, con sus plantas de los pies tan vibrantes y brillantes. Un contraste muy bonito que nosotros, los blancos, nunca tenemos. Y luego vino el rubor, las arrugas causadas por el agua, el hecho de que sus dedos fueran tan largos… No podía haber elegido a una perra más mala.

         La única mierda era que yo tenía que sacar el culo del agua. Era la única forma de poder fotografiar bien sus plantas y su cara sin que se jodiera el enfoque.

         —Aquí vamos. —Se las limpié un poco. Guau, muy suaves. Ahora empecé la sesión de fotos.

         ¡Clic! ¡Clic! ¡Clic!

         Lo que Nemona hubiera esnifado aquel día le daba a su cara el máximo poder. Cada vez que terminaba de sonreír, empezaba a reír. Nunca una mirada neutra, ni siquiera un ligero ceño fruncido con el que nacen algunas de esas chicas feas. Sólo felicidad mientras le capturaba los pies.

         —¿No quieres que haga algo especial con la pose?

         —A ver… —Me mordí la lengua antes de que pudiera salir ese gemido—. Sólo que muevas los dedos hacia delante y atrás. ¿Por qué no me hablas de tus pies mientras trabajo? —Al menos esto era algo que la mantendría preocupada.

         —Calzo más o menos la talla 44. Hace que encontrar zapatos que me queden bien sea una pesadilla. A menudo tengo que escoger zapatos masculinos, ya que tienes unos pies enormes. Y…

         Ahora estaba fotografiando la parte superior de sus pies. Esas uñas naturales me estaban matando.

         —Sigue. Y para que sepas, voy a tocarte un poco los pies. ¿Te parece bien?

         —Entiendo. No me gustan los calcetines, ¿sabes? He tenido que decirle a mi familia que deje de comprármelos porque nunca me los pongo. Cambio la mayoría de mis zapatos cada tres meses, así que no me importa lo que les pase. Dicho esto, reciben una buena paliza antes de llegar a su tumba, aunque estuviera obsesionada con los calcetines. Es que…

         —Escucha. —La detuve—. Ponte boca abajo y levanta los pies.

         —¿Así?

         —Sí, sí, me gusta, me gusta. —En ese momento, mi erección estaba a punto de desgarrarme el traje de baño. Mi pija estaría encantada de que estas plantas la empujaran. Podría masturbarme más tarde, pero por ahora tenía que continuar con las fotos—. Bonitos.

         —¡Gracias! —Flexionó los dedos antes de volver a divagar—. Es increíble que me prestes tanta atención por mis pies. No suelen atraer a la gente. Je, no puedo olvidar aquella vez que me quité las zapatillas en la clase…

         —Y sólo para hacer una encuesta, ¿dejarías alguna vez que un tipo te frotara los pies?

         —¡Por supuesto!

         —¿Y si los besara, como después de un masaje?

         —Creo que sería genial. Me encantaría que me besaran los pies después de un largo día. Pero sólo si estuviera muy bien con él. Bueno, no al nivel de un novio, pero lo bastante cerca como para que supiéramos secretos el uno del otro. Además, tendría que soportar el hecho de que mis pies no siempre…

         Volví a ignorarla. 101 fotos después, dejé el teléfono a un lado. Ahora o nunca. Qué bien que a Nemona le gustara escucharse hablar.

         La agarré por las piernas y acerqué lentamente sus pies a mi cara. Tenía las plantas tan cerca que podía distinguir todas las líneas.

         Snif…

         Ah… Ese agradable olor a pies… Tenía un poco de cloro, una triste noticia, pero seguía siendo asombroso. Puse mi nariz alrededor de la planta derecha, inspirando muy despacio. Aunque incluso cuatro inhalaciones me pusieron duro como un ladrillo. La forma en que se curvaban los dedos cuando los olía me obligó a prestarles también atención.

         Slurp…

         Vaya, esto sí que era el paraíso. Sus largos dedos se crisparon en mi boca, y respondí deslizando la lengua entre ellos. Le lamí las uñas y le chupé el dedo gordo con tanta fuerza que no tuvo más opción que mirar hacia atrás. Y cuando lo hizo, sus ojos se abrieron de par en par. Mi mano agarraba con fuerza esa pija, incluso a través de mi traje de baño.

         —¡¿Qué estás haciendo!? —Perra estúpida. ¿En serio estaba intentando echar la pierna hacia atrás?

         —Intento mostrar a la gente que tienes unas plantas sabrosas, nena.

         —¡No dije que pudieras!

         —Jeje. Pues con todo lo que hablas, deberías haberlo aclarado cuando empezamos. —Entonces olisqueé en medio de su pie, gimiendo mientras ese aire florido llenaba mis pulmones.

         Snif… Snif…

         Un momento.

         Snif… ¡SNIF!

         ¡Qué asco! Cuanto más olía el pie, más me quería saltar la nariz de la cara. Era tan rancio. Pensé que iba a vomitar sobre su pie, especialmente cuando sus dedos me atraparon la nariz. La planta ya apestaba bastante, pero entre los dedos era aún peor. Y… ¿Era viscoso?

         Por suerte, Nemona se apartó. Más tiempo y estaría muerto. Diablos, esos dedos, antes deliciosos, empezaban a saber agrio. Sentí que necesitaba lavarme los dientes.

         —¡Carajo, tus pies huelen a mierda!

         —¡Eh! —Parecía sorprendida—. Traté de decirte…

         —¿Y yo me masturbaba pensando en esas cosas? Increíble.

         Antes de poder irme, sentí una fuerte patada en la boca. Me hizo derrapar una buena distancia. De espaldas, gimiendo, se me salieron los ojos de las órbitas.

         La cara feliz que ella tenía ya no existía. Sus mejillas estaban rojas y vi cómo se tensaban sus músculos. Cada segundo era aterrador, esperando el siguiente golpe. Podría haber llegado en cualquier momento, y si ella había hecho que mi boca sintiera tanto dolor, la situación era grave.

         —Hablemos primero…

         —¡Como quieras! —Sin la menor vacilación, esta puta me puso el pie en la cara. Poco después, solté el primer grito.

         Lo que hacía su pie izquierdo ya era bastante malo, pero su pie derecho me estaba matando. ¿Ese arco curvado? Sí, significaba que la bola de su pie era mucho más sobresaliente y fuerte. Por eso, tener mis pelotas aplastadas debajo de ella me hizo gritar. Tuvo el descaro de mover sus asquerosos dedos sobre ellas, mientras me presionaba la cara con el pie derecho, tanto que empecé a olvidar a qué olía el aire fresco.

         ¿Qué? ¿Qué fue eso? Ah, pasos. Alguien venía a rescatarme, ¡alabado sea Arceus!

         —¡Atrás! —La respiración de Nemona era cada vez más pesada—. Necesita un pequeño castigo, ¿entienden? Me engaño haciéndome creer que estaba modelando mis pies, ¡y lo siguiente que hace es lamerlos y llamarlos repugnantes!

         —¡Está mintiendo! —Mierda, abrí mi boca. Ese sabor asqueroso volvió…

         —Pero no podemos dejar que haga eso, señorita —dijo un tipo, quizá un salvavidas.

         —¿O qué harás? —Me apretó más la cara—. Si es que tanto te preocupa, pararé en tres minutos. ¡Que alguien lo cronometre!

         ¿Tres minutos? ¡A la mierda con eso! Agarré el pie de Nemona con todas mis energías para quitármelo de la cara. Maldita sea… Estaba pegado a mí, y apenas lo estaba intentando mantenerlo allí. Aquí estaba yo, luchando para liberarme de esta prisión maloliente, y ella se quedaba de pie sin moverse. Incluso volvió a deslizar mi nariz entre sus dedos, lo que me hizo toser por toda su planta.

         —Oye, ¿continuamos? —Levantó el pie izquierdo y me lo clavó en el pecho. Su sonrisa se hizo más amplia cuando sus dedos me agarraron el pezón. Con una risita, lo retorció. Lo retorció como si fuera una especie de dial. Y su pie derecho seguía sobre mi pija, con el talón evitando a duras penas aplastarme los huevos.

         —¡Eres una psicópata! —Miré a la multitud, que estaba formada por todo el mundo. Hombres, mujeres, niños, niñas y Pokémon—. Eh, que alguien aparte a esta chica… ¡Aaaah! ¿¡Me intentas a arrancar el puto pezón!?

         —Ah, culpa mía. Te ayudaré. —Con los dedos rodeando mi pezón, los enroscó tan fuerte que sus uñas sin recortar me pellizcaban la piel.

         —¡A por él, Nemona!

         —¡Jódete! —grité a quienquiera que lo dijo.

         La maníaca aprovechó la oportunidad y me metió los dedos grasientos en la boca. Uf, ¡y eran demasiado largos! Juraría que se clavaban en mis muelas. Acabamos de estar en el agua, así que ¿cómo podía tener los pies tan infernales?

         —Eh, ¿alguien me puede tirar mis chanclas? Sí, esa silla, justo ahí.

         ¿Pero qué…? ¡No! Por favor, ¡todo menos eso! Si estaba planeando lo que creía…

         Algún cabrón le dio esas chanclas blancas, se rio de mí y se fue a la mierda. La puta aquí me apretó las pelotas con su talón antes de ponerse de rodillas, inmovilizándome con su cuerpo. Cuando pasó su chancla por encima de mi cara, quería escupirla.

         La chancla hacía que sus pies parecieran de lo más limpios. Y tampoco estaba mirando la suela, sino la plantilla. Ya tenía una huella enorme. Pero además, estaba cubierta de arriba debajo de la mugre más pegajosa y repugnante que jamás había visto. Había visto a algunas zorras que no sabían cuidar de sus zapatos. Pero Nemona superaba con creces lo asquerosa que podía ser. ¡Era una chancla blanca! Se veía toda la suciedad, y mucha de ella estaba alrededor de la zona de los dedos y la del talón.

         —Sabes —empezó, inclinándose más hacia mí—, nunca me diste la oportunidad de decirte que mis pies tienen una sudoración intensa.

         —Eso es muy obvio porque huelen a podrido.

         —Huelen deliciosos. —Empujó rápido la chancla contra mi cara—. Si quieres salir de aquí con dos pelotas, entonces vas a lamer mi chancla.. Quiero que este momento se te grabe en la mente.

         Sacudí la cabeza, intentando huir del zapato. Pero su velocidad y fuerza eran muy superiores a las mías, por no hablar de los pequeños pinchazos que me daba en la entrepierna. Su dedo gordo saltó entre la bola izquierdo y la derecha, diciendo cuál iba a hacer explotar.

         —No puedes faltarme al respeto a mí y a mis pies sin consecuencias, estúpido. Usa esa lengua para algo bueno.

         Cuando levanté la vista, varias personas tenían sus teléfonos sacados. Maldita Nemona…

         Comencé por la zona de los dedos. Guau. Era mucho más amargo de lo que esperaba, y sentí un cosquilleo en la lengua. Aunque el sabor no era nada comparado con la pesadilla que era toda aquella mugre. Joder, esto haría que quisieras matarte. El grosor de la mugre cuando mi lengua la atravesó era inconcebible, como una negra mantequilla de maní. Añádele un poquito de mermelada también, porque estaba tan pegajosa que Nemona tuvo que estirar la chancla más medio metro para que mi lengua se liberara de una sección.

         Por las risas y vítores de la multitud, junto con la expresión curiosa de Nemona, supe que esa sucia mezcla bajó por mi garganta. Y ahora me esperaba más, ya que aún me quedaba la zona donde su planta manchó el zapato. Puaj...

         —¿Y recuerdas que te dije que me deshacía de la mayoría de mis zapatos viejos? —Habló en voz baja y despacio mientras yo lamía—. Estas las tengo desde que cumplí trece años… —Lo empujó con más fuerza contra mi lengua, haciéndome callar como una madre—. Este año cumplen seis años, así que tienen toneladas de delicias que lamer. Mi sudor, la suciedad, mi cremosa mugre que vive entre mis deditos, mmm, y los diversos alimentos que he aplastado bajo mis pies…

         Me estaba tomando el pelo, intentando que me rompiera en todo momento. Con su explicación, no era de extrañar que una parte de su chancla supiera a naranjas agrias. Naranjas agrias empapadas en sudor.

         Los teléfonos de la gente estaban tan cerca de nosotros que algunos enfocaban exclusivamente mi lengua. Después de lamer sólo la mitad de la chancla, estaba tan negra como la mugre que producían sus apestosos pies.

         —Y ahora la sección donde descansa mi talón. —Nemona soltó una risita cuando mi lengua tocó esa parte.

         Esta era la sección más salada. También la más pesada en cuanto a esta mugre. Para entender lo malo que era, también hay que mencionar el olor. Toda la chancla era nociva, pero la zona del talón apestaba como el más asqueroso de los vinagres. Admito que empecé a llorar como una perra, tomando trago tras trago de esta mugre rancia.

         —Caramba, y si hubiera traído mis zapatillas… —Nemona y la multitud se rieron. Me acercó tanto el zapato a la boca que ahora tenía que chuparlo. Sorbí la suciedad fibrosa que colgaba del tacón, suplicando la muerte mientras el hedor me destrozaba la nariz.

         Entonces se oyó un pitido, seguido de un agudo silbido.

         —Han acabado los tres minutos. Ya terminen.

         —¡Una cosa más! —Nemona retrocedió, colocando los pies delante de mi cara—. Discúlpate delante de todos. Pídeme disculpas a mí. Y pídeles disculpas a mis pies.

         —Hazme… —Gemí.

         —Tus pelotitas no vivirán —empezó a cantar.

         Me quitó todo el orgullo. Rápidamente le di una larga lamida en ambas plantas, por si me pedía aún más. Asco… Sabía que tenía los pies mojados, pero ese olor me mareaba ahora. Y a ella le encantaba.

         Cuando besaba cada planta, dejaba una marca negra de mis labios.

         —Lo siento, Nemona. Lo siento, pies. Y lo siento por interrumpirlo todo en la piscina, gente.

         —No, ¡dilo como si fuera en serio! —gritó un imbécil.

         —¡Lo siento, Nemona! —Desesperado, volví a besarlos, aún sollozando—. ¡Me encantan tus pies! Te chuparía los dedos siempre que me lo pidieras, ¡aunque huelan como si tuvieran hongos! Tienes los pies más bonitos del mundo. Te chuparé el dedo gordo si quieres otra vez.

         Sin previo aviso, me metió el dedo en la boca. Cuando presionó mi lengua, lloré más.

         Me puso la mano en los huevos. Los apretó y tiró de ellos una eternidad. Pero cuando el salvavidas se acercó, por fin se levantó y se puso las chanclas. Me miró y suspiró. Ya no sonreía ni parecía tan deprimida como yo.

         —Lamento que tenga que ser así. —Su voz era llana—. Suerte con… cualquier futuro que tengas.

         Y allí me quedé el resto de la tarde, recordando aquella expresión de decepción en su cara.

***


         Desde aquel incidente, he tenido que mudarme de Paldea. Demasiados reconocen mi cara, sobre todo desde que el incidente salió en las noticias. Yo era el asqueroso local que asaltó los pies de una chica y me dio una paliza por ello. Para mi desgracia, alguien nos había estado grabando antes de que se produjera la pelea, y por eso captaron mi comentario sobre masturbarme constantemente pensando en los pies de Nemona.

         Han pasado dos años, y en Internet aún encontrarás historias publicadas sobre el «Follador de Pies de Paldea».

         He tenido que cambiar mi aspecto para tener algo de una vida normal. Me he bronceado, tengo la cabeza rapada y ahora estoy acostumbrado a llevar camisas tropicales. Integrarme en la sociedad de Alola es ahora el mayor cambio de mi vida, después de vivir en Paldea desde mi nacimiento.

         Sigo siendo científico Pokémon, pero con este traslado intempestivo, tardaré más en alcanzar el título de profesor. Seis años más.

         No todo es pesimismo. Las chicas de Alola tienen los pies más expuestos que las de allende los mares. Y no he tocado a ninguna de ellas de forma inapropiada. Miro sus pies como cualquier tipo miraría a una chica. Unos segundos y me doy la vuelta. Si necesito tiempo para masturbarme, lo hago en privado, en mi casita.

         En los últimos dos meses, me había familiarizado con una de los capitanes de prueba de la isla de Akala. Se llama Lana.

         Se ve linda con su pelo azul y cuerpo pequeño, y casi siempre anda en estas sandalias negras que… Mmm… Admito que me da un poco de envidia que todos los chicos puedan ver lo que tiene, pero al mismo tiempo es una ventaja para mí. No es que ninguno de nosotros sea su dueño, y se apresurará a recordártelo si lo insinúas.

         En este momento, está aquí en mi casa, en esa misma isla. No es un lugar espectacular, como se entera al intentar cocinarme algo de pescado.

         —Cuando acabe con esto, tú y yo vamos a tener una charlita sobre el desorden. —Se burla, tomando un vaso de plástico—. ¿Qué es eso? ¿Polvo en el vaso?

         —Lo siento, no he tenido mucho tiempo para relajarme como quisiera— digo, sentándome a la mesa y mostrándole unas carpetas gruesas—. Tu región debe de tener los mejores profesores del planeta con lo duro que tienen que trabajar.

         —Si no puedes trabajar duro, no puedes vivir en Alola.

         —Me imagino que tú trabajas duro con todo eso de ser capitana, ¿no?

         —Lo más duro es estar de pie todo el tiempo. Siempre tengo que estar alerta, asegurándome de que los niños que participan no acaban ahogándose. —Se inclina sobre la parrilla y las plantas de sus pies brillan contra la cálida luz—. Me encanta el trabajo, pero me mata los pies.

         Sus plantas hacen que mi corazón quiera salirse del pecho. Esta reacción me la han provocado desde que estoy en Alola. ¿Qué voy a hacer…? Sus pies son tan bellos. Tal vez pueda olerlos cuando no esté mirando. O, como va a pasar la noche aquí, puedo chuparlos mientras duerme. Infinitas son las posibilidades.

         —Tienes unos pies muy bonitos, Lana.

         —¿Eh? —Me mira confundida—. ¿Dijiste mis pies?

         —Yo… Yo tengo buen ojo para los pies. Si los tuyos están doloridos, no lo parecen. Quiero decir que tu arco es increíble, y la forma en que mantienes los dedos al natural es fantástica. Siempre lo he pensado y… quiero que lo sepas.

         Lana se mira ahora los pies, boquiabierta. Sí, yo sabía que ser demasiado directo sería una apuesta grande. Se está sonrojando, pero eso podría significar todo. Sin embargo, sigo mirándola directamente, rebotando entre sus pies lechosos y sus ojos de agua.

         —Muchas gracias. —Cierra la parrilla y se limpia las manos—. Pero apestan. Jaja, así es como sabes si han tenido un día duro, cuando hueles ese queso.

         —¿Te importa que los huela?

         —¿¡Que los hueles!? ¿En serio? ¿Quieres oler mis pies?

         —Sólo si tú quieres. A mí me da igual.

         —Te… Te vas a arrepentir. Ven.

         Es sorprendente lo receptiva que se muestra a esta idea. Me tumbo en el suelo mientras se encarga de la comida. Lo siguiente que sé es que sus anchos pies están sobre mi cara, sus dedos curvándose en mi barbilla. Ah… Son tan duros y a la vez tan dulces, como si fuera a exfoliarme la cara.

         Snif… Snif… Snif…

         No se equivoca. Sus pies huelen mal. Pero no es tan malo. Preferiría que sus pies olieran mejor, pero tal y como están, es como si trotara por el barrio un poco. No me molesta y, al fin y al cabo, es su olor único. Permitirme inhalarlo así es un regalo, peste o no. Aunque fueran superapestosos, sonreiría y bromearía con ella. Le diría que se lavara los pies inmediatamente, de forma graciosa, para que los dos nos riéramos.

         —Al menos no huelen a pescado apestoso —le digo, con la voz apagada—. ¿Me dejas probarlos?

         —Te gustan mucho mis pies, ¿eh?

         —¿Tú qué crees?

         —Loco. —Se levanta los talones jugosos—. ¿Qué tal si te dejo probarlos hasta que acabe o me hagas demasiadas cosquillas?

         —Suena perfecto. Gracias. —En cuanto beso su carnosa planta del pie, suelta una risita.

         No puedo decirte qué ha sido lo mejor de este día. Lamer los pies salados de Lana, comer pescado directamente de sus pies, el hecho de que me hiciera una paja mientras olía sus sandalias. Al final me hizo venirme en ellas, y luego las lamió (pero para satisfacerla más, no fue la única que comió el semen). Como estamos compartiendo la cama, su cuello bajo mi cabeza, me pregunto cómo habría cambiado la situación dos años atrás si hubiera seguido el mismo planteamiento. Nada de esas fotos. Nada de ese comportamiento grosero.

         Es muy fácil hacer predicciones cuando ya sabes lo que pasó. No puedo deshacer lo que pasó con Nemona, pero ¿sabes qué? Espero que sea feliz dondequiera que esté, y espero que un hombre al que le gusten los pies más malolientes y mugrientos le esté chupando los pies, dándole la atención que yo no pude.

         Sale el sol. Mientras me preparo para el nuevo día, no veo a Lana por ninguna parte. Su trabajo, sin duda. Sin embargo, sus chanclas están junto a mi cama y sus huellas huelen exactamente como sus pies. Mmm… No demasiado apestosos, sino un poquito.

         Puede que haya echado a perder mi oportunidad con Nemona, pero con Lana, puede ser el principio de una gran relación.
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