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Rated: E · Draft · Personal · #2225693
Un jueves feriado en Buenos Aires.
Solo había una pregunta en su cabeza -¿Qué podría hacer esta noche que le generara satisfacción en el presente y en el futuro?-. Y con esa pregunta decidió salir a buscar aquello que necesitaba encontrar. Se duchó y cambió su atuendo de domingo en casa por uno más acorde a su salida nocturna. Agarró un pantalón de jean, ajustado en las piernas pero suelto en la cintura, azul por supuesto, no concebía otro color para un Jean. Se ajustó la camisa negra que le había regalado el padre, traída de Estados Unidos, una de las tantas veces que participó de un congreso de medicina en ese país, -“donde la ciencia se valora”- pensó Tom. Dejo tres botones sueltos arriba, para él era importante mantener la parte superior de la camisa abierta, no quería quedar como un “ñoño”, como cuando era pequeño. Consideró ponerse un abrigo, pero no soportaba el calor y la temperatura actual no generaba preocupación, además el clima no amenazaba con refrescar mucho más. La noche estaba demasiado quieta, no corría viento y al no estar nublado las estrellas se mostraban en toda la envergadura del cielo. Esto le hizo poner en pausa su salida y lo obligó a salir al balcón y observar el cielo estrellado, como tantos clichés de películas depresivas. Mientras observaba la noche no pudo evitar recordar su infancia en la granja, específicamente cuando había que descolgar, de noche, la ropa colgada afuera. Se inmiscuyo en el recuerdo y se dejó llevar, le encantaba recordar su infancia. Estaba recordándolo todo, él saliendo rápido afuera luego de la orden de su mamá que, como tantas veces, se había olvidado que ya era hora de descolgar la ropa luego de una jornada entera bajo el sol. Sintiendo el miedo y la adrenalina, Tom corría en plena oscuridad, solo iluminado por la luna, atravesando 50 metros de pasto alto y sonidos de grillos, chicharras y cuanto animal hubiera, que le demostraban a la noche que había vida en esos lares. Una vez llegado a la soga, atada a dos árboles de tamaño solo superado por edificios de más de cinco pisos, comenzaba la tarea de descolgar, que podía efectuar en solo medio minuto si estaba apurado, y en esos momentos definitivamente lo estaba. Antes de volver a toda prisa a la casa, atiborrado de prendas y sábanas, se tomaba un segundo para mirar la noche estrellada y pensar en el futuro Tom mirando la misma noche. Una vez pasado ese segundo, volvía a la realidad y el miedo y la adrenalina se volvían a sentir, lo que generaba que salga corriendo de vuelta a la casa con una sonrisa de juego en la cara.
Una vez terminado el recuerdo, cual cortometraje, volvió a su Yo actual en proceso de salir a la realidad de la noche, pero en una situación diferente. Tom solo tenía un par de zapatillas, así que la elección de calzado no le generó ningún contratiempo. Se sentó en el sillón blanco de tres cuerpos, que solo era usado por el para recostarse aunque siempre semi-erguido porque, aunque sea de tres cuerpos, no alcanzaba a saciar su metro noventa de altura. Se colocó un par de zoquetes azules y procedió a atarse los cordones. Se levantó de un salto con los brazos abiertos, como si le estuviera mostrando a alguien su espectacular atuendo, y se miró en el espejo notando todas sus fallas corporales que, en realidad, solo el notaba, y luego de un okey a sí mismo aprobó la ropa que tenía puesta. Desenchufó su computadora, apagó el termo-tanque eléctrico, agarró su billetera, el celular y el “puf”, un objeto pequeño que controlaba el asma en momentos de bronco-espasmo, objeto que lo había acompañado toda su vida. Apagó las luces cerró con llave y bajo las escaleras a toda velocidad, aflorando el niño interior que todavía conservaba. Vivía en un cuarto piso y, seguramente, era el único que usaba las escaleras de forma usual, la mayoría prefería el ascensor. Abrió la puerta del edificio y con el olor alcalino a noche de ciudad salió a la calle. Su niño interior desapareció por completo y volvió su yo serio y melancólico, caracterizado por una mirada fija y la falta de sonrisa en su cara.

-¿A dónde podría ir primero?- Pensaba mientras caminaba despacio con la vista al frente pero con la mirada perdida. Caminó dos cuadras hacia la avenida Callao, y de ahí dobló hacia la avenida Las Heras. La calle estaba vacía, autos solo habían estacionados y en poca cantidad. Cada cierto tiempo se podía observar a alguien caminando, siendo jueves feriado tenía sentido que no hubiera nadie, la gente aprovechaba para descansar y disfrutar de su hogar, que por el trabajo pocas veces se puede. Las luces amarillas iluminaban una vereda vacía y considerando la falta de autos Tom aprovechó para caminar por el medio de la avenida, que era lo suficientemente ancha como para no generarle preocupación sobre la eventual aparición de un auto circulando. Desde el centro de la avenida se podía observar a lo lejos y la vista era hermosa, se divisaba un corredor de árboles iluminados por faroles cálidos que terminaba en un horizonte de edificios, al mismo tiempo que el pavimento reflejaba las escasas luces de la ciudad. No dudó en sacar el celular y tomar una foto, era digno de ser guardado en el recuerdo. Si bien caminar por el medio de una avenida tenía su encanto, a una parte de él no le hacía mucha gracia, le resultaba incómodo y ganó la idea de seguir el recorrido caminando sobre la vereda, había demasiada norma en su cabeza y, si bien no le gustaba, siempre terminaba complaciéndola. Mientras caminaba observaba cada detalle de la noche en la ciudad con crítica y estudio, quería determinar que detalles de esa noche valían la pena conservar, además de intentar descifrar que sentido tenía cada cosa y el porqué de su existencia en esa noche, generándose discusiones en su cabeza. Se detuvo en un edificio y observó que sobre una de las paredes había una lagartija blanca trepando que, al detectar la presencia de alguien extraño, se detuvo para analizar si era amigo o enemigo. Tom se quedó observándola, su Biólogo interno no lo dejó soltarle la vista a ese pequeño animal, que ningún sentido tenía en esta ciudad. Tenía el tamaño de una mano y su pequeño cuerpo con solo mirarlo generaba la sensación táctil de piel escamosa. Al acercarse un poco más a ella, la lagartija determinó que era mejor no arriesgarse a descifrar las próximas intenciones y decidió trepar a toda velocidad refugiándose en un hueco de la pared. Durante la cuadra siguiente Tom solo pudo pensar en ese hermoso ejemplar de lagartija que había visto, y el porqué de su avistaje.
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