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El cuarto capítulo de la novela. |
Un rato después, ya en casa, Dani se encontraba un poco mejor. El dolor de los golpes que le diera el misterioso ser empezaba a remitir y ya podía mantenerse en pie al menos. Después de llevarle a su casa, sin preguntar siquiera dónde vivía, el tipo dijo que se llamaba Frank, y que, si quería saber la verdad de todo el asunto de sus padres, se reuniera con él al día siguiente en la escuela de artes marciales de Kenjiro, la cual se encontraba a tan sólo unas manzanas de distancia de allí. Una vez recostado en su cama, el muchacho pensaba. Estaba claro que aquel hombre, por llamarlo de alguna manera, no era humano. Ésas orejas, ésa piel atigrada, le hacían sentirse extraño e inferior. Pero sobre todo eran sus ojos. En el momento en que le miró a los ojos sintió que no era más que una mosca comparado con él, mientras que el tal Frank más bien parecía un depredador urbano… casi cómo una extraña especie de diablo. Lo que sí estaba claro es que se había confundido y que no era a él a quién llamaban el diablo de ojos verdes. Una lástima. En realidad le gustaba el nombre. A la mañana siguiente, Dani no acudió a su trabajo habitual. Achacando un mal de estómago, el chico se dispuso a ir a la escuela de artes marciales, ansioso por descubrir qué tenía que contarle aquel sujeto tan sorprendente. En su mente se agolparon todo tipo de posibilidades, y no descartó que se tratase de una trampa, pero ¿qué sentido tenía? El extraño le tuvo a su merced la noche anterior y, sin embargo, no le provocó ningún daño permanente. Demonios, incluso sabía dónde vivía. Una vez llegó al lugar, preguntó a la recepcionista por Frank, y la amable chica oriental, después de sonreírle cordialmente, le indicó que se encontraba en el tatami central, dando clases a unos muchachos. Dani fue conducido al tatami central por un estudiante de su misma edad aproximadamente que, según intuyó, pertenecía a algún grado avanzado de la escuela. Cuando llegaron al tatami, el sujeto de la noche anterior se encontraba realizando una lucha de entrenamiento, él sólo contra seis estudiantes. Lo que más le llamó la atención fue que se hallaba totalmente descubierto, sin encapuchar, con sus rasgos sobrenaturales expuestos a la vista de todos. La verdad es que, visto ahora, de día y en un ambiente más cálido, no parecía tan peligroso. De hecho, parecía más bien amistoso. El muchacho estudió sus movimientos con atención, dándose cuenta de que, a pesar de la insistencia y buena condición física de los estudiantes, no suponían reto alguno para su profesor. Frank esquivaba fácilmente a sus pupilos, los cuales no se movían mal, y era innegable que tenían talento, pero el otro tenía un estilo tan natural… cómo si hubiera nacido para la lucha. Súbitamente, en un poderoso pero a la vez elegante barrido de piernas, Frank derribó a todos los alumnos a la vez, girando sobre sí mismo y golpeando a los seis contrincantes en los gemelos con el mismo movimiento. - Habéis mejorado mucho, chicos, pero necesitáis más saco de boxeo y más entrenamiento de velocidad- oyó que les decía a los estudiantes, mientras abandonaba el tatami, dando la lucha por terminada, y se dirigía hacia él. - Tienes una bonita escuela- dijo Dani, a modo de saludo, una vez el otro hubo llegado dónde él estaba. - Gracias, pero no es mía, yo sólo soy un maestro más- contestó el otro, amablemente- y perdona por lo de ayer, pero tenía que asegurarme de que no eras de los malos… supongo que puedes entenderlo. - Depende. Me pareció que no te esforzabas para nada. - Lo siento, pero no quería matarte, sólo ponerte a prueba- le confesó Frank- tienes potencial, muchacho, pero no el entrenamiento ni los conocimientos adecuados para exprimir ése potencial. - ¿Y por eso he salvado la vida y me has citado hoy aquí?- preguntó Dani, impaciente. - No, la vida la salvaste en el momento en que te vi de cerca y supe que no eras mal chico- explicó el otro- pero de todas formas, de momento, no te he hecho venir por eso ¿Quieres saber más acerca de tus padres y tu origen, no es así? - Claro que quiero saberlo- exclamó el chico, impacientándose aún más ¿Porqué no iba a querer saberlo? - Bien, sígueme y te enseñaré algo. |