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El primer capÃtulo de la novela. |
Los canallas que habÃan robado la moto huÃan de la policÃa a toda velocidad, sorteando con gran habilidad los coches y semáforos que se cruzaban en su paso, hasta tal punto que el coche patrulla que los perseguÃa les perdió de vista en poco tiempo. Al volver una esquina, de pronto, un chico vestido con pantalones de chándal y sudadera se cruzó en medio de la calle. Los dos ladrones no tuvieron tiempo, aunque lo hubieran querido, de esquivar al peatón. Lo que ocurrió entonces fue totalmente inesperado para ellos. El chico levantó el pie izquierdo tranquilamente, apoyándolo sobre la rueda delantera y, sin moverse ni siquiera un milÃmetro del lugar dónde estaba, detuvo la moto en seco. Los dos ladrones salieron disparados por los aires y el vehÃculo dio dos vueltas de campana por encima del muchacho, para caer justo a sus espaldas, con gran estrépito. Al caer, los delincuentes lo hicieron sobre unos sacos de patatas almacenados en las puertas de un supermercado. Milagrosamente ilesos, los ladrones miraron al sujeto muy sorprendidos. Se trataba de un joven de unos veinte años de edad, de complexión y estatura medias. TenÃa el pelo castaño oscuro, muy corto y un poco alborotado. Llevaba la barba de varios dÃas y en su cara habÃa una expresión somnolienta. Pero lo que más llamó la atención de los criminales fueron sus ojos. Unos profundos ojos verdes que parecÃan estar diciéndoles que aquello sólo habÃa sido el principio. Los tipos se preguntaron cómo diablos habÃa conseguido hacer eso y si habÃa usado alguna especie de truco ó cepo para parar la moto, pero por más que miraron el suelo, no descubrieron nada fuera de lo normal. Aunque algo debÃa haber, ya que detener la moto a esa velocidad sólo con el pie era totalmente imposible. Al poco tiempo, el muchacho se movió hacia ellos, con paso lento y cansado. Los delincuentes se pusieron en pie y se giraron, dispuestos a darse a la fuga, pero algo les retuvo en el lugar. Su mirada. De alguna forma, notaban sus ojos clavados en su espalda, impidiéndoles moverse ni siquiera un ápice, por mucho que forzasen los músculos. - Me parece que hoy no es vuestro dÃa de suerte, chicos- les dijo el chaval cuándo llegó cerca de ellos- estaréis asà hasta que la policÃa llegue a por vosotros, asà que no intentéis moveros siquiera, porque no conseguiréis nada. Dicho esto, el chico siguió andando hasta doblar la esquina de la avenida, por dónde, justamente en ése momento, asomaba el coche patrulla que estaba persiguiendo a los maleantes. Ya en el gimnasio que tenÃa por casa, el muchacho se preparó algo para almorzar y, mientras comÃa, consultaba en internet los emparejamientos del próximo torneo internacional de lucha mixta. Casi sin interés, entraba y salÃa de los perfiles de los diversos luchadores, comprobando los estilos que cada uno dominaba. Judo. Karate. Kickboxing. Kempo. Capoeira. Para alguien como él, que dominaba la lucha desde nacimiento, sin necesidad de aprendizaje, y que habÃa desarrollado su propio estilo de combate con el paso de los años, todos aquellos estilos eran predecibles y lentos. HabÃa luchado con gente de todo tipo y en todo tipo de situaciones, desde luchas deportivas hasta peleas a muerte en callejones sucios y rodeado de matones armados, pero el resultado siempre habÃa sido el mismo. Aburrimiento. Él era una persona tranquila, que respetaba a los demás y, no sólo eso, velaba por ellos en forma de justiciero nocturno… pero también amaba el combate. En sus venas latÃa el pulso de la batalla, y el impacto de los golpes le hacÃa sentir más vivo de lo que jamás podrÃa sentirse cualquier criatura en el universo. Pero, por desgracia, los contrincantes en condiciones comenzaban a escasear. Lentamente, su pensamiento comenzó a divagar. No recordaba nada de sus padres. Cuándo tuvo uso de razón, ya estaba en el orfanato dónde se crió, bajo la atenta mirada de la estricta pero cariñosa madre Masozi, una inmigrante africana que habÃa conseguido la nacionalidad y montado una casa de acogida para niños desamparados. Sin embargo, ni siquiera ella sabÃa quién fueron sus padres, ya que según su versión de la historia, le encontró liado en una manta, a las afueras de la ciudad, un dÃa de invierno, sin nada que le diese siquiera una pista sobre su procedencia. Con ése pensamiento, el muchacho se levantó de la mesa, y, sin recogerla ni nada, salió a la calle. De repente habÃa tenido una inspiración… y puede que una pista sobre su origen. |