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La introducción de una novela fantástica que estoy escribiendo ^^ |
Aquella noche lluviosa y oscura, Ana habÃa salido de fiesta y habÃa conocido a un montón de gente interesante, incluidos varios chicos que no estaban nada mal, para su gusto. HabÃa comido, bebido y bailado maravillosamente bien, pero algo habÃa fallado en el plan. DebÃa ser eso, porque si no, difÃcil serÃa explicar el por qué se hallaba en un callejón, sin fuerzas en el cuerpo y sujetada por dos tipos, los cuales se frotaban contra ella, lascivamente. Lentamente, mientras uno de los tipos le iba desabrochando el cinturón, ella comenzó a recordar. La bebida… la habÃan invitado a beber y, en su estado de ebriedad, seguro que habÃan drogado la copa que le dieron. Vagamente, Ana notó cómo su pantalón caÃa al suelo embarrado, y cómo el tipo que tenÃa en frente pasaba la mano por su vientre, lentamente, disfrutando el momento. De pronto, algo llamó la atención de la chica. Fugazmente, creyó ver una sombra deslizarse por la cornisa de un tejado cercano. DebÃa estar delirando, pensó ella. El momento y la droga habÃan confundido su mente hasta el extremo de ver cosas extrañas en las sombras. Muy despacio, la mano del acosador iba bajando por el cuerpo de la chica y, cuándo ésta notó que tocaba sus partes Ãntimas, la sacudió el miedo. Por primera vez desde que la sacasen de la discoteca casi a rastras, entre el barullo de gente, fue plenamente consciente de lo que estaba ocurriendo. Instintivamente, su boca comenzó a abrirse para emitir un grito de auxilio, pero una mano morena la tapó de repente, ahogando el grito en un casi insonoro gemido lastimero. - Creo que nuestra gatita ha despertado, Joe- dijo uno de los tipos, el más alto y musculoso. - No pasa nada, amigo, ya ves en el estado en que se encuentra dudo mucho que pueda hacer nada por escapar de nosotros- contestó el otro, más bajito, pero igualmente musculado. Ana intentaba, sin éxito, pedir auxilio y zafarse del agarre de los tipos. Entorpecida por los efectos de la droga y desesperada, dio patadas al aire, sin percatarse de que, nuevamente, algo se movÃa en la oscuridad. Una figura oscura se habÃa dejado caer silenciosamente desde el tejado dónde antes la chica creyese ver algo, para ir a parar a escasos metros de sus captores. Éstos mismos, entretenidos cómo estaban, no pudieron darse cuenta de nada, y, para cuándo un escalofrÃo instintivo recorrió el espinazo de uno de ellos, ya era tarde. Una mano enguantada agarró al tipo por la muñeca derecha y retorció el brazo hacia atrás, haciendo a éste aullar de dolor. O, al menos, eso hubiera hecho, si no fuese porque recibió un poderoso codazo en la cara, que ahogó todo posible sonido, más allá de un suave quejido amortiguado. Instantáneamente, el musculoso hombre cayó de espaldas al suelo, inconsciente. El otro tipo dio un brinco, sorprendido al ver al extraño que habÃa tumbado a su compañero con tanta facilidad, y la chica se le escurrió de las manos, cayendo directa hacia el barro del suelo. Cómo impulsado por un resorte de fuerza asombrosa, el desconocido avanzó unos pocos pasos, agarró a la chica que caÃa y, en un alarde de asombrosa agilidad, golpeó con el puño que le quedaba libre al tipo, acertándole en plena cara, y haciendo que éste cayese al lodo, inconsciente, cómo su compañero. Segundos después, la chica se encontraba sentada sobre unas cajas que habÃa en el callejón, intentando recobrar la compostura mientras era observada por su misterioso salvador. Ana estudió con la mirada al extraño, viendo que se hallaba completamente vestido de negro, de la cabeza a los pies, en los cuales llevaba tan sólo unas sandalias de estilo oriental. Su cabeza, a su vez, estaba cubierta por una capucha de tela, negra también, que le ocultaba casi toda la cara, a excepción de los ojos. Unos profundos y melancólicos ojos verdes, que a la chica le parecieron preciosos y, en cierto modo, muy tristes. - ¿Quién eres?- preguntó ella, al ver que el otro hacÃa ademán de marcharse- ¿por qué me has ayudado? - No hay quién ni porqué- contestó él, con voz grave- esto es a lo que me dedico. - Dime al menos un nombre para poder agradecerte lo que has hecho hoy por mÃ- le insistió ella, mientras miraba cómo él se encaminaba hacia la parte más oscura del callejón. - La gente me llama… el diablo de ojos verdes- respondió él, mientras desaparecÃa completamente entre las sombras. Fuera del callejón, la ciudad seguÃa su curso normalmente, como si nada de aquello hubiese sucedido. Momentáneamente, un intenso trueno alumbró una figura saltando entre los tejados de los edificios más altos de la ciudad, y, por un segundo, Ana se preguntó si alguna vez volverÃa a ver a aquel hombre… el diablo de ojos verdes. |