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Rated: 18+ · Fiction · Fanfiction · #2336797
Ve cómo viven el colchón, el cepillo de dientes, las chanclas y el jabón de Adeleine.
Un día en la vida de los objetos de Adeleine



El primer testigo: el colchón

Un día de estos, esta amenaza humana se lanzará sobre mí con tanta fuerza que me aplastará hasta convertirme en un panqueque.

No me malinterpreten; soy un colchón. Mi propósito es que se sienten y se recuesten sobre mí. Pero cuando me compraron en la tienda, esperaba que un montón de suaves Noddies descansaran sobre mí durante veintitrés horas al día. Lo último que imaginé fue tener que soportar el peso de este monstruo.

Ella tiene un nombre: Adeleine. Detesto decirlo.

La chica no tiene ni idea de lo que es la piedad. A menudo viene aquí y se sienta sobre mí sin preocuparse en lo más mínimo por lavarse, incluso en verano. Me veo obligado a absorber el sudor de su trasero —sí, tengo varias manchas e impresiones con forma de culo— y a veces empeora las cosas al hundirse aún más en mi superficie.

Mujer, ¡todo el mundo sabe que soy tu colchón! ¡No necesito que me marques!

Es aún más espantoso cuando se mueve en medio de la noche. Su ojete prácticamente me besa mientras deja escapar un susurro ocasional de gas: un hedor que recuerda a huevos caducados.

Si ustedes pensaban que su trasero era lo peor, esperen a que les hable de sus pies. Esas malditas extremidades con sus diez dedos disfrutan de estar sobre mí. La única suerte que tengo es que las almohadas se llevan gran parte del sudor, el olor y otras cosas desagradables.

Pero, aunque mi ama sea pequeña, sus pies tienen un poder impresionante. Cada vez que se va a acostar, se lanza sobre mí como si fuera un trampolín. Sus pies se hunden en mis bobinas con el peso de dos yunques, y a ella le encanta. Mueve los dedos y me presiona hasta que ya no puedo más.

Después de una eternidad de sufrimiento, se deja caer sobre mí. Durante horas, aguanto sus giros constantes, sus talones y dedos hincándose en mi espuma tan delicada.

Por suerte, hoy los colores de la habitación están más vivos. La brujita se levanta de su letargo, frotándose los ojos y dejando que la corteza caiga sobre mí. Por muy asqueroso que sea, al menos mi trabajo ha terminado hasta esta noche.

Ahora se está limpiando los pies, relamiéndose y dirigiéndose al baño.

El segundo testigo: el cepillo de dientes

¡Se encienden las luces! ¡Ha vuelto!

—Tengo que beber menos café —dice ella, bostezando y lanzándome su aliento.

Si hay algo que puedo afirmar de Adeleine es que no es de las que mienten. Olvídate de bajar el café. Esta chica lo que necesita es reducir la comida en general.

Vaya… ¿Así se siente la gente atrapada en el desierto? Un calor que parece no acabar. Si sigue bostezando, me va a quemar las cerdas.

—Saca del tubo ya. —Está apretando el tubo de pasta de dientes con todas sus fuerzas. Ya estoy listo para esto, no se preocupen. No hay forma de que ella pueda…

¡No! Cada vez que intento darle una oportunidad, la chica encuentra una forma de arruinarlo. Ahora estoy nadando en pasta de dientes cuando todos saben que sólo se debe usar una cantidad del tamaño de un guisante. Sólo un guisante chiquitito. ¿Adeleine? Me cubre toda la cabeza.

Abre mucho la boca… Dios mío… Esta chica se alimenta de café. Sus dientes son del color del caramelo y el olor es tan…

¡Gah! Aquí voy, atrapado en su boca llena de baba. Me siento tan mareado yendo de un lado a otra a esta velocidad. No ayuda que esté sujetando mi mango tan firmemente. Vivo para mantener brillantes los dientes. Todos los cepillos viven por eso. Pero los dientes pegajosos de Adeleine, mezclados con ese aliento ácido, me hacen querer ser tirado de inmediato.

De hecho, ¿por qué no usó hilo dental?

Ahora estoy recogiendo el azúcar que está por toda su boca. Desde los dientes hasta las encías y el paladar, no hay un solo rincón sin azúcar. Y el tormento continúa mientras me sumerge en su saliva. Hay tanta saliva en su boca que apenas puedo respirar.

De repente se hace la luz. Me deja salir temporalmente mientras escupe en el lavabo.

Y regreso a besar sus dientes. Las muelas en particular requieren una limpieza profunda. Aunque me duela hacerlo, vale la pena. Temo el momento en que le aparezca una caries y tenga que enfrentar una verdadera putrefacción.

¡Ay! ¡Dios, chica, no me raspes tan fuerte con tu lengua! ¿Quieres que sangre?

Si ustedes necesitan una prueba de que no es una señorita común, aquí la tienen. No sólo roza su lengua. No, me trata como si fuera una paleta. Hace giros con su lengua alrededor de mi cabeza; me chupa, a veces dejando escapar un suspiro; incluso ha intentado besarme con la lengua metiéndola entre mis cerdas. Miren, son unas cerdas hermosas, pero no me interesa salir con una mujer cuyo aliento huele a muerte.

Vuelve a escupir, esta vez mostrando que había aún más suciedad entre sus dientes. No puedo soportarlo, ¡sobre todo porque sigue lamiéndome! Ahora sólo lame la parte trasera de la cabeza.

—La pasta de dientes con sabor a chicle sabe mejor…

Ah. Aún así, si le gusta el sabor de la pasta, debería chupársela de los dedos. No tratarme como si fuera una cuchara.

Está bien, se acabó el sufrimiento. Adeleine no es de las que desechan los cepillos de dientes rápidamente, para que lo sepas. Mi vida seguirá por otros seis meses. Al menos sé cuándo llegará mi final. Esa pobre ropa, por otro lado…

Las terceres testigos: las chanclas

Ahí viene…

Sus pasos retumban como un trueno, haciendo vibrar el suelo. Cada pisotón nos provoca escalofríos en las plantas de los pies, y nos estremece la idea de que volveremos a deslizarnos sobre sus pies.

Después de tantos años, ya sabemos lo que nos espera. Nuestras superficies son un reflejo de nuestra larga historia con Adeleine. Las manchas de pintura nos han transformado en una obra de arte caleidoscópica, mientras que los dedos de sus pies han creado pequeños surcos donde ahora se acumulan sus líquidos tras un chaparrón de sudor.

Es un destino demasiado vergonzoso para unos zapatos que le han sido tan útiles.

Se detiene frente a nosotras, tarareando. Sin previo aviso, levanta el pie izquierdo. Vaya… Aún no ha salido a la calle y ya tiene un par de motitas de polvo.

—¿Listas? —nos pregunta, como si tuviéramos algo que decirle. Cuando su pie se desliza sobre nuestra mitad derecha, soltamos un grito agudo. El primer contacto es húmedo y sorprendentemente cálido.

—Hmm… Algún día me acordaré de lavarlas. Creo. —Toma nuestra mitad izquierda y la aprieta como si fuera un trapo, sacando todas nuestras lágrimas saladas.

Con una sonrisa picara, mueve el pie y nos aplasta como si fuéramos dos esponjas. Al fin y al cabo, eso es lo que somos para Adeleine: dos esponjas listas para absorber el lodo tóxico de sus pies.

Siempre ha parecido tener la intención de hacernos llorar. Su sudor nos amenaza con ahogarnos en cuanto comienza su paseo despreocupado hacia Dream Land. ¿Adónde va? Seguramente a Float Islands. A Adeleine le fascina dar largas caminatas para contemplar la naturaleza, ya que eso la conecta más con su creatividad artística. Por más que admiramos su talento, sus paseos nos impiden respirar.

El calor nos envuelve como una manta pesada, y el sudor convierte nuestra superficie en un suelo pegajoso y húmedo. Hay tanto sudor que cae como cascadas sobre el sendero de arena que lleva a Float Islands.

Sí, eso se suma a la lista de incomodidades. No estamos tan preparadas para enfrentar los elementos como unas sandalias comunes, así que la arena se queda atrapada entre nosotras y las plantas de Adeleine. Se siente una picazón, por decirlo de manera amable.

Como no se lavó los pies anoche, también tiene, alarmantemente, un toque de mugre entre los dedos. A ver cómo se pone ésa al final del día.

—¿Quién sabe? —se ríe, acelerando el paso—. Para cuando lleguemos, puede que esté nublado.

Ojalá tuviéramos tanta suerte.

La presión ya era bastante, pero las bolas de sus pies nos deformaban tanto como sus dedos. Y el olor, ¡híjole! Era mortal. Ella siempre bromeaba diciendo que sus pies parecían dos bloques de queso añejo, y aunque era chiste, se basaba en una verdad.

Sin embargo, lo describiríamos más exactamente como vinagre mezclado con la esencia cremosa y ácida del queso viejo.

Los constantes ruidos viscosos al arrastrar los pies contra nuestra superficie eran repugnantes. Cada vez que nos levantaban, resonaba un chirrido nauseabundo, al que seguía el sonido de nuestras superficies chocando con sus plantas.

Ahora que ha llegado a Float Islands, nos tiene colgando sobre el océano.

No sólo disfruta torturarnos con sus paseos, sino que se emociona cada vez que puede meternos entre sus dedos. Lo que hace es colocar la correa de una de nuestras mitades entre sus dedos babosos y sacudirnos como una loca.

Créenos: no hay riesgo de caer al océano. Por muy hermosa que sea la muerte, Adeleine es demasiado hábil en este juego de colgar.

—Ah, ahí vienen esas nubes —suspira, abriendo los dedos—. Sí… un poquito de fresco, por fin.

Mientras a ella le sienta bien, somos nosotras las que estamos completamente empapadas de sudor mugriento. Por eso estamos temblando de frío, y nos tomará un buen rato antes de que logremos estar tan tranquilas y serenas como ella. Incluso en ese momento, todavía tenemos que aguantar los muros de hedor que nos rodean. Al fin de cuentas, en esta vida infernal, hay que valorar los pocos momentos buenos que se presentan.

Una vez que estamos a los pies de Adeleine, casi nunca nos movemos de ahí. Ella no anda descalza, como la mayoría de los que habiten Dream Land, sino que confía en nosotras para protegerla de ramas e insectos.

Es el atardecer, y estamos tan mojadas que nuestras entrañas están flexibles. Pero Adeleine vuelve a casa como si no nos hubiera agotado. Al cruzar la puerta, nos patea y nos acerca a su nariz.

—¡Qué apestosas están! —se ríe. Y nos deja caer de nuevo, sin duda planeando hacernos aún más malolientes mañana.

El cuarto testigo: el jabón

¿Será hoy? ¿Será que por fin me van a desenvolver?

¡Sí! Vaya que he estado esperando meses para que me usen. Y ahora que estoy viendo a mi dueña, no me pudo haber comprado una persona mejor. Miren esas nalguitas firmes… Esos ojos… ¡Esas chichis! ¿Y tengo el honor de limpiarla a la perfección yo?

Tiene un poquito de sudor, pero eso es natural. No puedo esperar para frotarme contra su piel y…

¡Uy, cosquillas! Será mejor que afloje el agarre antes de que me parta a la mitad. El agua está corriendo, las cortinas están jaladas, y yo estoy listo para…

¡Ay! ¡Epa, epa, epa!

Éste no es el hedor ligero que espero de las axilas. Es algo tan intenso que no existen palabras para describirlo. Yo no firmé para esto. Exijo que me deje en paz y que otro jabón la limpie.

Un momento. ¿Qué puedo hacer? No puedo controlar mis movimientos. Lo único que puedo hacer es gritar en silencio mientras me arrastra por el pantano que es el sudor de sus axilas. Siento la mugre aferrándose a mi superficie lisa. ¡Qué asco! ¿Acabo de tocar un vello? ¿Será que no se ha depilado esto?

Me ha bajado, y ahora está restregándome por su pecho y estómago. Bueno, sus tetas no están tan mal.

Pero ahora me lleva a un lugar donde no pertenezco: dentro de su trasero. Sí, soy un jabón cuya tarea es limpiar. Pero cualquier persona racional se enjabonaría las manos y las usaría para refrescarse el trasero. ¿Por qué tiene que meterme en su culo sudoroso? Y para colmo, sus paredes se contraen cada tres segundos.

—Me pregunto qué tan profundo puede entrar.

¡Más le vale que no lo haga!

Yo lo está haciendo, por supuesto. La mitad de mi cuerpo ahora se sumerge y sale de su trasero, ahogándome en mis propias burbujas.

¡Libre estoy! ¿Ahora qué? ¿Qué podría ser peor que todo lo que ha hecho hasta ahora?

—Bueno, vamos a lavar estos pies.

Pies… No puede estar hablando en serio.

Oh, claro que lo está. Ha levantado su pie derecho, y me dirijo hacia él. Recen por mí.

El olor… Es más potente de lo que había previsto. La chica me restriega tan fuerte contra su planta que parece que se ha olvidado de que soy un jabón, no una piedra pómez. Lo normal es que el habón elimine el mal olor de una persona, no que se cubra de él. Mi fabuloso aroma a calabaza está desapareciendo por el calor de sus pies. ¡Y aún así tiene el descaro de reírse!

Por desgracia, la planta no es la única parte del pie que tengo que limpiar. Quedan los dedos. No pueden estar tan mal como… ¡Dios mío!

—Caramba, ¡tengo que restregar muy fuerte para sacar toda esa mugre!

Su pie ha consumido tanto de mí que puede arrastrarme de un lado a otro por una grieta de suciedad. Mientras más se separan sus dedos sucios, más se amplifica el olor. Ahora estoy goteando más espuma de lo normal, llorando por el espantoso hedor.

¡Me quema tanto! ¡Que termine esto!

Si tan sólo alguien pudiera escuchar mi ruego. Como nadie viene a rescatarme, no me queda más remedio que aferrarme a la vida. O mejor aún, rendirme y aceptar el abrazo de la muerte.

Y quizás llegue. Soy una fracción del tamaño que tenía al principio de esta ducha. Ahora estoy en el suelo de la tina, y puedo verme pasando junto a sus dedos gordos. Los sorbidos indican que me dirijo hacia el gran desagüe. Si no me quedo atascado, eso será todo. ¡Estoy a salvo! ¡Llévame lejos!

—¡Te tengo!

¡No! Estoy de vuelta entre estos dedos. Ahora me está poniendo en una plataforma.

—Tengo que hacer que me dures hasta mañana, jaboncito —dice, guiñándome un ojo—. Te va a encantar limpiar toda la tierra y la pintura de mis pies.

Mi vida no puede acabar antes. Han pasado unos minutos, así que salió de la ducha y me ha dejado en la oscuridad, donde seguiré sollozando hasta que llegue la mañana.
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