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El segundo capÃtulo de la novela. |
Cuándo el chico llegó al orfanato, la señora Gilly, antigua conocida del lugar, estaba entregando su donación, cómo hacÃa todos los meses. La verdad es que por aquella zona todos adoraban a la madre Masozi, ya que no sólo se encargaba de los niños sin padres, sino que además se portaba divinamente con el resto de personas del vecindario. Una vez hubo entrado, la que fuera su única tutora y cuidadora estalló en un gran arrebato de alegrÃa al verle y, no pudiendo contenerse, le abrazó una y otra vez cómo si hiciera años que no le veÃa. - ¡Dani!- le dijo- ¡granuja, por fin te decides a hacernos una visita! - ¿Cómo que por fin?- contestó él, mientras abrazaba a la mujer- ¡pero si vengo todos los fines de semana! - Ains- suspiró la señora Gilly mientras daba un abrazo al chico también- seguÃs igualitos que cuándo eras un crÃo, hijo. Los tres rieron de buena gana, recordando los tiempos pasados, cuándo la señora venÃa cada dÃa a traerles la comida que, con todo su cariño, preparaba expresamente para ellos. Una vez la señora Gilly se hubo marchado a atender sus quehaceres diarios y Dani hubo terminado de repartir unas gominolas y unos juguetes que habÃa comprado de camino para los niños, la madre Masozi y él se sentaron en un banco del patio para hablar. HacÃa tanto tiempo que no le preguntaba a la mujer nada sobre su pasado que no sabÃa por dónde empezar. - No has venido sólo a vernos esta vez, ¿verdad Dani?- preguntó ella, adelantándose al chico. - ¿Cómo sabes…?- comenzó a decir él, confuso por la pregunta. - Se te nota en los ojos, muchacho- dijo ella a su vez, sonriendo- siempre fuiste un desastre escondiendo lo que piensas. - Lo sé- contestó él, un poco confuso- sé que siempre he sido un chico peleón y problemático, pero necesito saber algo, madre. - ¿Se trata de tu pasado, otra vez? - SÃ- dijo él mirando al cielo- siempre se ha tratado de eso, ¿no? - SÃ, siempre se ha tratado de eso… pero dime, Dani, ¿qué es realmente lo que te preocupa?- preguntó ella mientras pasaba suavemente su mano por el hombro del muchacho. - A veces me siento fuera de lugar, madre- comenzó a decir él- cómo si mi alma tratase de decirme que me he equivocado de sitio, cómo si… éste no fuera mi sitio. Y he pensado, bueno, más bien me ha venido a la mente, que quizá en ésa tela en la que me encontraste hubiera algo que pudiera darme alguna pista sobre ello. - Ah, muchacho- suspiró la mujer mientras se ponÃa de pie y comenzaba a entrar en el edificio- te estás haciendo un hombre, de eso no hay duda. Y tus instintos te llaman. Creo que ya es momento de decirte la verdad. - ¿La verdad?- dijo Dani, confuso, mientras seguÃa a la madre Masozi. Caminaron por todo el orfanato, mientras los niños saludaban a Dani y a la mujer la cual, muy seria, cómo el muchacho no la habÃa visto en años, le condujo hacia la que fuera su pequeña habitación en el pasado. AllÃ, retiró un cuadro de la pared y, debajo, el chico pudo ver que habÃa una tela estirada, muy fina, enmarcada en unas tablillas muy delgadas. La tela era de color rojo oscuro, muy desgastada, pero a la vez muy robusta, y tenÃa unos dibujos que el chico no logró entender, pero que, de algún modo, le evocaban una sensación conocida. - Ésta es la tela en la que te encontré aquella noche- comenzó a relatar la mujer- aunque la verdad es que no es cierto que te encontrase, más bien, te entregaron. - ¿Me entregaron?- dijo el joven, mientras en su mente se agolpaban millones de posibilidades y sentimientos contradictorios- ¿quiénes me entregaron? - No lo sé, hijo- continuó ella- eran una pareja muy extraña. ParecÃan estar heridos, y, aunque vestÃan unas ropas muy oscuras y, en las tinieblas de la noche no pude distinguir sus rostros, de alguna forma me pareció… me pareció… - ¿Qué fue lo que te pareció, madre?- preguntó él, suavemente, mientras se acercaba a ella al ver que habÃa dejado de hablar. En ése instante, el chico descubrió que ella estaba llorando. - Me pareció que no eran humanos. |