Pequeño relato... escrito en servilletas de papel :P |
Parece mentira que no haya mirado atrás en tanto tiempo, que no me haya molestado en volver la vista hacia aquello que una vez fue todo: pasado, presente y futuro. Me gustaría saber cómo es posible que ni siquiera me preguntase qué había sido de todos vosotros durante el tiempo que duró mi vuelo. Lo cierto es que ni siquiera traté de obligarme a recordar los momentos que me convirtieron en la sombra del enano que juega con nuestros ilusos sentidos, haciéndonos creer que nos encontramos ante un gigante. Y ahora estoy aquí de nuevo, a la orilla del mismo océano oscuro que hace tanto tiempo contemplábamos todos juntos, viendo en sus aguas el reflejo de nuestros sueños, el reflejo de aquello en lo que queríamos convertirnos. Y es ahora cuando me doy cuenta de lo lejos que han quedado aquellos mágicos recuerdos que nos parecieron tan simples entonces. Quiero recordarlo todo; quiero que la arena me devuelva mi memoria; que el cielo nublado me devuelva aquello que una vez le entregué a cambio de echar a correr sin mirar atrás; deseo recuperar ese baúl rebosante de pedacitos de recuerdos que jamás debería haber perdido. ¿Dónde están? ¿Por qué no vuelven? ¿Por qué no quieren ayudarme a recuperar este lugar al que ya no pertenezco? Diana caminaba despacio, saboreando el aire del pequeño pueblo que contenía tantos de sus recuerdos. Habían pasado más de diez años desde la última vez que el azul grisáceo de sus ojos le había devuelto su siempre tímida mirada desde los oscuros escaparates de aquellas tiendas cerradas. Durante años había adorado aquella extraña soledad que era sinónimo de paz y no de tristeza, aquella tranquilidad que era capaz de mantenerla tan viva, tan consciente de cada pequeño detalle del día a día. Era difícil imaginar cómo había podido olvidar aquello, cómo podía haberlo dejado atrás tan fácilmente. Supuso que el haber olvidado su significado durante tanto tiempo había sido la causa de que ella misma, y no sólo su vida, hubiese dado un giro tan radical en unos años, transformando a la muchacha tímida que una vez fuese en una intrépida mujer que no dudaba ni un segundo a la hora de conseguir sus objetivos, tal era su ambición. Se había propuesto no dejar que los recuerdos la transformasen de nuevo en la chica que se escondía tras tímidas miradas mientras los demás hablaban. No, se había propuesto no dejar que las lágrimas empañasen el azul de sus ojos, y no estaba dispuesta a dejar que la situación le ganase en aquel pulso. Siguió caminando, mirando al frente, fijando la vista en cada rincón, en cada pequeño detalle, en cada pequeño recuerdo. Sólo al llegar al pequeño (y ahora destartalado) bar del acantilado se percató de que el sol ya había ocupado su lugar a un lado del cielo, escondido tras unas nubes… escondido como ella había estado la última vez que recorrió aquel paseo. Y sólo entonces cayó en la cuenta de que conocía bien la mirada de aquel desconocido vestido de negro que se sentaba en una de las pequeñas mesas de metal que ocupaban varios metros de la calle. ¿Y qué fue de vosotros? ¿Dónde estuvisteis? Supongo que no puedo culparos si vosotros también me olvidasteis. Supongo que no puedo obligaros a sentiros culpables si vuestras vidas han dejado atrás este lugar, si todas estas calles no son más que simples piedras carentes de un significado que yo misma he estado demasiado ciega para ver. Ahora, ya demasiado tarde, caigo en la cuenta de que tal vez subí demasiado rápido, de que debería haberme parado a pensar en aquellos momentos tranquilos en los que todos estabais junto a mí, ayudándome a pensar en las consecuencias de cada paso que daba. Me pregunto si también vosotros caeréis en la cuenta, espero que no demasiado tarde, de todo el bien que nos hicimos entonces. Espero que nunca os pase como a mí, pues me arrepiento de que esta tozudez que no es de otros, sino mía, no me dejase ver todo el mal que me causó vuestra ausencia. Recuerdo, aunque cierto y triste es que sólo de forma vaga, que un día deseé lo mejor para todos vosotros, de igual modo que vosotros lo deseasteis para mí. Siento deciros que mi final no ha sido el agradable final de cuento de hadas que siempre soñé, sino el final de uno de aquellos dramas de escritores delirantes, uno de esos finales tan humanos, tan miserables, que siempre acaban impresionando. Y es que tan solo yo soy culpable de tener que pensar ahora en todo esto, pues fue mi propia gloria la causante de mi desgracia. Y es ahora cuando me doy cuenta de que mi corazón jamás llegó a olvidaros, de que fue mi mente la pérfida artífice de mi olvido, de mi autoengaño. Y por eso quiero (y sé que siempre he querido) que vosotros no caigáis, que sigáis el camino que yo no pude acabar, que lleguéis a esos destinos que una vez os marcasteis junto a mí. Vosotros debéis conseguir aquello que yo no fui capaz de alcanzar. Alex había notado su presencia mucho antes de que ella lo viese. Al principio había sido tan solo una sombra, una vaga ilusión de otro de aquellos recuerdos. Pero no tardó en reconocer un leve rastro de la joven asustada que había conocido una vez en el andar seguro de la mujer que se acercaba por aquel paseo de piedra. Sí, definitivamente la mujer que ahora había levantado los ojos para clavarlos en su penetrante mirada de color esmeralda no podía ser otra. Parecía una persona totalmente diferente aquella que se acercaba cada vez más, con pasos seguros, como si quisiera demostrar al mundo que no estaría asustada, que no lo estaría jamás, pero aún conservaba aquellos gestos de la Diana-niña, la chiquilla asustadiza, que por alguna razón el escritor aún guardaba en su corazón; unos gestos que la delataban a cada paso. Alex esbozó una sonrisa al ver cómo ella bajaba la vista al suelo cada cierto tiempo, incapaz (como siempre había sido) de aguantar la mirada de aquellos ojos siempre curiosos. No, definitivamente no había cambiado tanto como ella quería creer. —¿Alex? —preguntó ella, con una voz que la traicionaba al mostrar su inquietud. —El mismo. —la miró durante un instante, observando cómo la chiquilla de cabello azabache que él había conocido se había transformado en una hermosa mujer de rasgos aparentemente desafiantes. —Sabía que tú vendrías… aunque pensé que ni siquiera tú te acordarías de este lugar. Ella tardó un momento en responder, saboreando aquellas palabras, aquella voz ronca que temía la hiciese llorar de nuevo. —Ni siquiera me he dado cuenta de que me dirigía hacia aquí… supongo que algo me ha ido guiando… aquí fue donde empezó todo. —Sí, supongo que por eso he llegado yo también hasta aquí. Veo que conseguiste convertirte en lo que viste en las aguas. —Alex le dedicó una de sus enigmáticas sonrisas, sonriendo también con aquellos ojos verdes que habían sido la perdición de tantos, dejando que una leve chispa amarga tiñese de un dulce desencanto aquellas palabras. —Al menos alguien lo hizo. —Pensaba que a ti te había ido bastante bien. —murmuró Diana levantando levemente las cejas. Había visto sus libros en casi todas las librerías por las que había pasado, aunque jamás se había atrevido a comprar alguno. Ahora se arrepentía. —Nunca tanto como me hubiera gustado. —contestó Alex. La verdad era que había cumplido parte de su sueño; había conseguido publicar el comienzo de una prometedora saga plagada de personajes ambiguos que no eran sino el reflejo de su propia persona. Pero aún quedaban cosas por cambiar, aún había cosas que le daban miedo, pequeños detalles que siempre lo habían hecho ir un poco a contracorriente, temeroso de las reacciones de la gente. —Aún hay cosas de las que me arrepiento cada noche al acostarme. —Hay algunas cosas que no cambiarán nunca. —dijo ella con una voz que no era más que un susurro, conocedora de todos los secretos de aquel intrigante niño eterno. Y Alex sintió cómo aquella voz lo tranquilizaba un poco, como siempre había hecho, cómo le ayudaba a dejar a un lado aquellas ideas que siempre lo habían inquietado. Diana siempre había tenido aquel don, el don de transmitir aquella tranquilidad que la caracterizaba. Durante años había sido su confidente, y ahora se daba cuenta de lo mucho que la había necesitado en aquel tiempo. El sonido de un teléfono interrumpió sus pensamientos, como siempre le ocurría. Muchas veces había pensado en librarse de aquel trasto infernal, en librarse de lo único que algunas veces lo ataba a la realidad, pero siempre se acababa echando atrás. Y ahora se alegró de no haber seguido jamás aquel impulso. Hacía años que no veía aquel número que se había negado a borrar de su agenda en un inocente gesto tan solo propio de alguien tan soñador como él. De hecho, se sorprendió al ver que el número no había dejado de existir. —Alex, soy Lía. —y aquellas palabras lo llenaron de nuevos recuerdos, de conciertos, de risas… le recordaron tantos de los momentos que había echado tantísimo de menos aquellos años. —Supongo que tú también te habrás enterado. —Pues sí… y Diana también… está aquí. —Parece mentira que el grupo vaya a reunirse después de todo. —en la voz de la mujer se podía reconocer aquel tono que aparece siempre cuando uno trata de ocultar su propia culpa. —Pero no estaremos todos… ya no. —Laura había sido siempre el espíritu de aquel grupo, y Alex sabía que la iba a echar en falta aquella vez, incluso después de haber pasado años sin verla. El grupo jamás podría ser lo mismo sin la extravagante Laura, sin la chica sin complejos a la que tanto había admirado. Continuó hablando con Lía durante unos cuantos minutos más, siempre siendo observado por la atenta mirada de Diana, que hacía lo posible por seguir el hilo de aquella conversación desde el otro lado de la mesa. —Nos esperan en el hotel. —dijo al colgar. —¿Quién? —preguntó Diana algo sorprendida. —Lía. —Has dicho “esperan”. —Lía y… Pablo. —contestó finalmente él, esbozando de nuevo aquella sonrisa desencantada que se reía de un chiste que el mundo aún no había llegado a comprender. En cuestión de minutos pagaron la cuenta y dejaron aquel lugar que al parecer sólo ellos habían recordado después de todo. Comenzaron a moverse con lentitud, volviendo a saborear cada paso. Apenas hablaron durante el camino, pues ya no hacía falta decir nada. Ambos sabían lo que el otro pensaba sin necesidad de esas palabras que estropean los momentos. Me gustaría poder volver a reír como entonces, a pensar en una vida sin final, como entonces pensé en la mía propia. Pero supongo que no todos los sueños pueden hacerse realidad. Aunque tal vez fue mejor así. Alguna vez, al principio, pensé que deberíamos haber seguido, que deberíamos habernos reunido de vez en cuando. Pero también pensé que incluso eso habría sido inútil, pues si mi vida había cambiado tanto, no podía haber esperado menos de las vuestras. “La gente cambia”, me había dicho, y supongo que después de todo tenía razón. No habría sido lo mismo, pues nosotros mismos habríamos sido personas diferentes de las que una vez fuimos. Pablo había escuchado la conversación de Lía mientras contemplaba aquel cielo gris que había querido apartar a un lado para no sentirse culpable. Le había sorprendido enterarse de que Diana había logrado encontrar a Alex, siempre tan difícil de localizar cuando se lo proponía, aunque supuso que más le habría sorprendido a Diana saber que él estaba allí también… y con Lía ni más ni menos. Y también supo que Alex habría esbozado una de sus típicas sonrisas al enterarse, sabiendo que había estado en lo cierto durante aquellos años. No los habían invitado a la boda, pues pensaban haber dejado atrás aquel tiempo de bohemios sueños, como también pensaban haber dejado atrás cada recuerdo que aquel pequeño pueblo les traía. Pero al leer aquella noticia se habían dado cuenta de lo equivocados que habían estado, aunque había sido la curiosidad, más que la culpa o la pena, lo que los había llevado de nuevo a aquel lugar. Y ahora la espera se le hacía insoportable, siendo cada vez más consciente de que deseaba comprobar si aquellos dos soñadores habían cambiado tanto como ellos. Se hicieron eternos los minutos, pero finalmente pasaron, y al bajar se encontró con dos de las personas que más habían influido en lo que ahora era. —Vaya, supongo que nos debéis una explicación. —dijo la antes tímida muchacha que una vez habían conocido como Diana, sonriendo con una calidez que no la había abandonado. —Supongo que sí. —murmuró Lía, consciente de que poco a poco iba acortándose el hilo que los había separado durante aquellos años, que los había ido alejando. —No creáis que no lo pensé… siempre supe que acabaríais juntos. —siguió acortando el hilo Alex. Y Pablo supo que era verdad. Recordó que sólo aquel muchacho de ojos verdes y pelo oscuro había sido capaz de leer sus sentimientos como un libro abierto cuando todo era tan diferente. Y supo que nunca había sido verdaderamente consciente de lo que el silencio de aquel chico había hecho por él. Y continuaron hablando de todo aquello que habían hecho durante diez años, de todo aquello que no habían podido contarle a nadie más, caminando sin darse cuenta apenas de que las calles pasaban rápidamente bajo sus pies. Y de nuevo, estando aquí sola, no puedo dejar de preguntarme si cumplisteis de verdad vuestros sueños, si de verdad pueden cumplirse los sueños de uno. Me pregunto si aquello que visteis aquel último día en las aguas llegó a hacerse realidad en algún momento. Yo seguí actuando, y llegué todo lo alto que pude antes de caer, aunque la caída ha sido dura. Diana, ¿qué fue de ti, pequeña criatura inocente? Sé que te escondías en las sombras soñando con alcanzar la luz. Sé que querías llegar alto, destacar, mostrar al mundo tu fuerza… ¿lo conseguiste? Alex, eterno joven soñador, vi tus libros en cada una de las librerías a las que fui, aunque no llegué a leerlos hasta poco antes de comenzar esta carta. Así que supongo que al menos cumpliste la parte fácil de tus sueños. Espero que algún día puedas vivir como de verdad mereces, libre de los pensamientos que siempre te han atado a una tristeza escondida. Lía, sabes que eché de menos tu sentido común, que siempre lo necesité. Pensé en llamarte cuando las cosas aún no habían ido demasiado lejos, cuando todo esto no había hecho más que empezar… supongo que ahora ya no podré. Pablo, espero que tú sí hayas encontrado el sentido común que a mí me faltó tantas veces, que hayas conseguido volar alto con alas seguras, y no meras plumas de fino cristal. Jaime, ¿dónde estuviste, dulce niño? Te busqué durante años en cada grupo que aparecía ante mí, pero jamás apareciste. Y al final simplemente te olvidé… Jaime había estado esperando en el cementerio, guardando en su corazón los últimos restos de su esperanza. Durante años había esperado en aquel pueblo; durante años había mantenido aquel pensamiento de que algún día todos volverían. Le hubiera gustado que las circunstancias hubiesen sido mejores, que hubieran sido seis los que se encontrasen de nuevo aquella tarde, pero aquel suicidio había destrozado sus esperanzas cubriéndolas de amargura; todos habían querido a Laura… pero para él lo había significado todo en algún momento. Pero, pese a todo, no pudo más que alegrarse al verlos entrar por aquellas verjas de hierro negro, reconociéndolos al instante. Todos habían cambiado, pero seguían siendo los mismos. Corrió hacia ellos, dejando a un lado el miedo que había seguido guardando durante aquellas horas, saludando de forma torpe a cada uno de ellos. Diana, la chiquita tímida que siempre los había acompañado, dirigía ahora la marcha con los pasos más seguros que había visto jamás. Lía y Pablo, la tenacidad y el viento cambiante, siempre chocando en cada discusión, caminaban ahora juntos detrás de ella, cada uno buscando en el otro la seguridad que le faltaba. Y tras ellos iba Alex, su mirada perdida en algún lugar lejano, en algún mundo que tan solo él conocía. —Os he echado de menos. —dijo finalmente, sabiendo que todo lo demás sobraba, que aquellas eran las únicas palabras necesarias. Y supo que, a pesar de los años, no los había perdido, que seguían estando allí. Y sintió el cálido abrazo de Alex, el primero en reconocer que nada había quedado tan lejos, que las viejas heridas jamás cerrarían del todo, que los viejos remedios seguían siendo efectivos. Finalmente pudo entregarles aquella triste carta que había recibido unos días antes, la carta que iba dirigida a todos ellos, sabiendo que las cosas serían diferentes a partir de entonces, que habían cambiado tanto y a la vez tan poco que no podía ser de otra manera. Me gustaría deciros esto en persona, pero ya es demasiado tarde. Sólo quiero que vosotros cumpláis aquella promesa que hicimos hace tanto tiempo, que sigáis vuestros caminos sin olvidaros de los jóvenes que os convirtieron en lo que sois. No olvidéis aquellos recuerdos tan tristes de un dulce pasado, no dejéis que se alejen tanto de vosotros como para permitiros perder el rumbo, pues eso es lo que me pasó a mí, y ahora ya no hay camino de regreso. Ahora solo puedo despedirme sin ese último abrazo que me gustaría tanto daros, y duele… duele demasiado no teneros aquí para pararme los pies. Solo espero que jamás volváis a alejaros… que acortéis ese hilo que comenzó a separarnos diez años atrás. Hasta siempre, Laura |