Sir Robert ató su caballo y se acercó a la herrerÃa. Ahora que estaba cerca oÃa el ruido familiar de un poderoso martillo golpeando un yunque. El ruido se encontraba amortiguado por la sólida puerta de roble del edificio, que Sir Robert tuvo mucha dificultad en mover.
En el interior del edificio el calor era muy intenso. La única luz de la estancia era la desprendida por las brasas del rugiente fuego de la forja. El calor era agobiante. Sir Robert empezó a sudar enormemente y notaba como su armadura pesaba más y más.
Junto al fuego, se encontraba la imponente figura del herrero. Para sorpresa del valiente caballero, no se encontró con un herrero sino con una herrera.
La hercúlea mujer realizó un alto en su dura tarea y mientras se limpiaba las manos en un trapo reparó en el caballero de aspecto cómico que habÃa entrado en su lugar de trabajo y que llevaba puesta una armadura, a todas luces, mucho más grande de lo que le correspondÃa.
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