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Sigue la historia de la vida de esclava de Toadette, y ya tiene el fetiche por los pies. |
La calidez que tocaba la isla Lavalava daba un gran alivio a los pies de Minh. La temperatura era de diecisiete grados, y tampoco hacía mucho viento. A la florista le era casi imposible recordar que tenían que rescatar al capitán Toad mientras paseaban por la orilla. Los pequeños granos de arena se quedaban atrapados entre sus chanclas y sus pies, y algunos incluso se metían entre los dedos. Con una sonrisa, aumentó su ritmo, dejando a Toadette mirando las huellas que dejaba atrás. Toadette suspiró. ¿Cómo era que Minh nunca tropezara con sus chanclas puestas? La playa parecía no tener fin y, tras diez minutos de andar, Minh se sentó en una roca. Se quitó una chancla y empezó a abanicarse. Por su parte, Toadette hacía todo lo posible por ocultar la parte inferior de su cara, sobre todo el temblor de su nariz. Al ver la marca en la chancla de Minh, su expresión la delató. Rápidamente miró al cielo. —¿Quieres olerla? —Minh aspiró ruidosamente su propia chancla—. Anda. —Aquí estoy, intentando no distraerme, y tú estás haciendo todo para distraerme. —Bueno, te has resistido, así que eso es bueno. Éste es uno de mis pares de chanclas más viejos, y por eso son más gastadas, así que más padres, que las rosas que normalmente uso. Toadette tragó saliva, incapaz de creerse la maldita realidad de que estuviera hablando con Minh de que le gustaba cualquier elemento de sus pies. —Adelante —dijo—. Apenas comenzamos y ya estás sentada. —Toad es un niño grande —respondió con una risita Minh, parándose de un salto—. Va a estar bien. La isla Lavalava era hogar de los Yoshis, pero no había que confundirla con la isla de Yoshi, que era mucho más amplia. La isla Lavalava era un grano en comparación. El lugar importante se cernía sobre las chicas en el fondo mientras avanzaban hacia Pueblo Yoshi. Aunque Minh se sintió tranquila entre la multitud, a Toadette le temblaban las piernas. —¿Todo bien? —preguntó Minh. —Es la primera vez que vengo aquí. —Se metió una mano en el bolsillo, sintiendo los ojos de varios Yoshis sobre ella—. Somos bienvenidas, ¿verdad? —¡Por supuesto! Toadette chilló y rodeaba la cintura de Minh. El aliento caliente que golpeó el lado de su cabeza se había unido a una voz profunda. Minh se rió, dejando que Toadette la apretara tan fuerte como quisiese. —Hola, señor. —Frotó los brazos de Toadette—. Cuidado, Toadette. Podría engullirte. —Uf, ¡no tiene gracia! —Toadette se enderezó—. Estoy acostumbrada a que los Yoshis hagan ese ruido de pavo, no a que hablen un español tan claro. —Niña, muchos de nosotros comprendemos el idioma común para que comuniquemos con los visitantes. —El gran jefe Yoshi extendió su corto brazo hacia Minh—. ¿Otro viaje de estudio sobre flores? —Hace unos días llegó un Toad a esta isla. ¿Sabe usted dónde podría estar? —Ah, sí, un chiquillo muy enérgico. —Acompañó a las chicas a su propia plataforma—. No puedo decir que lo haya visto desde que pasó por nuestra aldea. Deberían considerar pedirle ayuda a Rafi Raven. Si hay alguien que sepa dónde encontrar a ese Toad, es él. Toadette gimió. —No es tan difícil llegar a este pájaro —dijo Minh, dándole un codazo—. Muchas gracias, señor. —Un momento. —Su voz atronadora hizo retroceder a las chicas—. El día que vino, otra persona llegó a la isla. —¿Otra persona? —Toadette enarcó una ceja—. Creía que iba a explorar solo. —Pensaba que eran amigos, porque iban vestidos como si fueran a una aventura juntos. Pero si este chico tenía que comunicarse con ustedes a estas alturas… —Se frotó la barbilla—. Consulten a Rafi. Apúrense. Las chicas asintieron y Toadette empujó a Minh hacia el interior de la aldea para que pudiera lanzar un grito que llamara la atención. Antes de que Minh pudiera decir nada, Toadette pasó junto a un camino de arbustos y entró en un espacio más amplio, donde el agua separaba un montón de islas en miniatura. La Toad de sombrero rosa se tomó un momento para recuperar el aliento. —Parece que tenemos compañía. —Yo no me asustaría —dijo Minh calma. —Tal vez él ha estado en situaciones como ésta —se quejó Toadette—, pero nunca fui yo la que lo trajera de regreso. ¡Maldita sea! ¿Por qué se me ocurrió ser voluntaria? Su rabieta se interrumpió cuando vio a Minh posar sus chanclas delante de su cara. Ver el calzado vibrante de Minh la hizo estremecer. Las huellas, negras como el alquitrán, contaban relatos únicos. La más joven se encontró analizando cómo los pies de Minh habían deformado sus chanclas. Cada huella era como un pequeño cuenco, cada uno lleno de una gota de sudor. Además de la arena del reciente paseo por la playa, había algunas briznas de hierba y envoltorios adheridos a ellas. Parecían haber sido cocidos allí, tan oscuras y polvorientas que estaban las chanclas. Los ojos de Minh se abrieron de par en par. Empujó lentamente una de las chanclas contra la nariz de Toadette, dejando que el estrés se evaporara de su cuerpo. Al inhalar, la postura de Toadette pasó de rígida a blanda, aunque su cerebro seguía trabajando a un millón de kilómetros por hora. —Gracias —dijo avergonzada. —Si el jefe no vio que esa otra persona se fue, es muy probable que también esté atrapada. —Frotó su zapato contra la nariz de Toadette una vez más—. Y si nos metemos en problemas, aquí tengo mis armas. —Espero no tener que quitarme los míos. Ahora bien, ¿dónde está ese Rafiki o como sea su nombre? Una ligera brisa rozó sus caras. —No quiero que mis pies se enfríen en el agua —dijo Minh—, así que prepárate para el camino largo. Las chicas tuvieron que equilibrarse cuidadosamente sobre troncos a través de las plataformas de la isla. Los resbaladizos zapatos de Toadette casi la hicieron caer al agua, pero Minh logró aferrarse a la madera sin problemas con sus pies descalzos. Mientras no estaban equilibrándose sobre los troncos, se movían por la hierba que les llegaba hasta las rodillas. Y al adentrarse lo suficiente para que la hierba pasara de un tono azulado a un verde vibrante, Minh levantó de repente las chanclas. —Los Arbustos M. son fáciles de evitar —se rió Toadette. —No son ellos los que me preocupan. —Minh la empujó, lanzando a una criatura chillona al frío mar. Toadette apenas vio la mancha dorada—. Fuzzies de la jungla. —¡Ay, no! ¿Otra vez con estos falsos vampiros? —Chupan sangre más rápido y en mayor cantidad que los Fuzzies normales —explicó, agitando su imaginario bastón de profesora—. Que no se repita lo del Bosque Eterno, ¿okay? Que la hierba alta ocultara a los Fuzzies aumentaba la dificultad de atravesar la isla. Toadette podía pisotear todo el día, pero las piernas de Minh carecían de la fuerza y la voluntad para esforzarse tanto. A medida que se adentraban en la Jungla de Jade, la vegetación se volvía más espesa y la hierba se acortaba, mientras las enredaderas crecían sin parar. Había tantas lianas colgando que parecía que un techo se había desplomado, dejando cables por doquier. Toadette se topaba con ellas repetidamente, quejándose cada vez que se le enredaban, y Minh tenía que cortarlas con una navaja. —Un machete hubiera sido mejor —dijo Toadette, haciendo un mohín mientras una enredadera le rodeaba el cuello como un lazo floral. —Hubiera traído herramientas más lógicas si no tuviera tanta prisa. —Minh se secó la frente—. ¿Y tus herramientas? Tienes una bolsa. —No pensé que necesitaría una herramienta de corte. —Híjole, qué bueno que viniera contigo. Liberó a Toadette y dio una vuelta sobre sí misma. Sin embargo, las raíces del árbol tenían otros planes para Minh. La hicieron caer de cara en la hierba, tosiendo barro y agua de lluvia sucia. —¡Qué asco! Siempre hay tanta humedad aquí. Seguir batallando con los Fuzzies ya las estaba irritando bastante, pero en una de las curvas, las chicas se encontraron con una lanza que cayó entre sus pies. Minh soltó un grito ahogado y empujó a Toadette hacia unos arbustos mientras se lanzaba hacia el lado opuesto. «¿Guys Guerrero (Lanzguys)? ¡Ay, déjennos tranquilas! ¡No estamos molestando su tierra sagrada!». Minh se asomó entre los arbustos, con la respiración entrecortada al ver cómo se aceraban los Shy Guys tribales, cuyas lanzas relucían bajo la luz del sol. Tres de ellos habían subido al escenario: uno se dirigía hacia Toadette, otro a Minh y el último se quedaba en su puesto. La Toad de pelo castaño apretó los dientes al imaginar las innumerables puñaladas que tendría que curar. Bueno, sólo si lograba salir de esta jungla tan peligrosa. Se arrastró en silencio hacia atrás, apoyándose en un árbol. A esa distancia la lanza podría atravesarla fácilmente. Con el corazón golpeándole el pecho, usó sus sandalias como escudos improvisados. «¡Acaben de una vez!», quería gritarles. Pero en vez de eso, escuchó a los Guys Guerrero platicar rápidamente en su lengua nativa antes de lanzar una serie de gritos. De repente un rugido estruendoso atravesó la jungla, haciendo que las hojas a su alrededor se erizaran. Un grito aguado brotó de Minh mientras su cabello se erizaba; se levantó con tal fuerza que su sombrero se desapareció, dejando al descubierto el revoltijo de rizos que normalmente escondía. La intensa descarga recorrió su cuerpo de pies a cabeza, empujándola a salir corriendo de entre los arbustos. Vio a Toadette jadeando, con el brazo extendido mientras la electricidad amarilla chisporroteaba a su alrededor. Los Guys Guerrero se adentraron en la jungla y Minh se quedó boquiabierta. —¿Qué hiciste? —Dije que no había traído nada que pudiera cortar. —Toadette se quedó con la lanza que le quedaba. Después levantó el Champiñón Voltaico (o la Seta Eléctrica) que estaba medio mordida y lo echó en su bolsa. —¡Toadette! —Minh soltó una arenga mientras su pelo permanecía encrespado. Sin embargo, a su amiga no se le pasó por alto la incomodidad de tener que apretarse el sombrero contra la cabeza en ese estado. —Si me lo hubiera comido todo, te hubieras quedado totalmente paralizada, es decir, inútil. Les esperaba un gran árbol. Minh, desesperada por escapar de los choques, se apresuró a entrar y empezó a subir la escalera de madera. Toadette, aún en zapatos bajos, se esforzaba por seguirle el ritmo. Cuando había cruzado los dos primeros escalones, sus poderes del Champiñón Voltaico se habían disipado. —Más despacio —gritó—. ¡La electricidad ya no está! Su voz resonó en el árbol mientras Minh seguía adelantándola. La florista sintió que su pelo volvía a la normalidad y sonrió suavemente. «Supongo que es para mi propio bien que no vine a este lugar sola». Finalmente llegó a la copa del árbol y se arrodilló. —Oh, gran Rafi Raven —jadeó—. Venimos a solicitar su ayuda. —Cuaa. —¿Qué dijo? —gruñó Toadette, llegando por fin. —Arrodíllate —susurró Minh. —Tengo demasiada energía en mí para… ¡Ay! —Respeto. —Mientras Minh tiraba de Toadette por la trenza, mantuvo su sonrisa hacia Rafi. El gran pájaro negro esperó pacientemente a que algo cambiara entre las dos chicas. Minh miró a Toadette, arrugando la cara en señal de indirecta. Toadette rodó los ojos y sonrió amistosamente al pájaro no volador. —Ya era hora —dijo Rafi con su voz grave—. Eres más lenta que un gusano recién nacido. Me imagino que han venido a mí por los recientes visitantes. —Sí, señor —respondió Minh—. ¿Puede llevarnos hasta ellos? —Entraron en el monte Lavalava. —Señaló en dirección al volcán, que aún podía verse desde los árboles—. Y teniendo en cuenta el tiempo transcurrido, no les queda mucho tiempo. —Entonces ¿cómo diablos…? —Toadette se detuvo—. ¿Cómo podríamos entrar ahí? De repente, los pájaros agarraron a Minh y la sacaron flotando del árbol. Toadette esperó a que ocurriera algo. Cualquier cosa. Se levantó y dio unos golpecitos con el pie, mirando al gran pájaro que tenía delante. —Si no vas a ayudarme, entonces creo que esto se… ¡Aaah! —Estrelló contra la entrada rocosa del monte Lavalava. Al mismo tiempo, Minh se montó cómodamente en una tirolina, sólo para escuchar a su amiga gritar todas las palabrotas del diccionario. —Un poco de respeto hace mucho —murmuró, acariciando la espalda de Toadette. —El canalla tiene razón —tosió Toadette—. Aunque Toady tenga una bolsa de aire, no va a durar mucho en un volcán. —Sabes… —Minh se tocó nerviosamente—. Nunca he estado dentro de este lugar. —Juntas entraremos. Juntas saldremos. —Toadette sonrió con satisfacción, agarrando la mano sudorosa de Minh—. Sólo tenemos que evitar que se nos derritan los pies en la lava. Al adentrarse en el volcán, las chicas sintieron que la atmósfera cambiaba drásticamente. Pasaron de la jungla húmeda a un verdadero infierno, con humos anaranjados que se elevaban sobre sus cabezas. Toadette exclamó al ver una erupción de lava no muy lejos de ella. «No estamos en el Festival de las Estrellas. Tranquilízate». Cuando Minh fue a agarrarla, Toadette le apartó la mano. —Estamos dentro. Pero ¿dónde estará? —Toadette observó la infernal habitación. Minh se rascó la cabeza. Se limitó a pensar en la forma de un volcán, imaginando dónde estaría el tesoro escondido si fuera una buscadora de tesoros profesional. —Mientras más profundo tengamos que ir, más se me va a bajar la fe —suspiró, señalando hacia abajo. Toadette asintió. Pensó en los problemas en los que se habían metido ella y Daisy cuando perseguían a los Shy Guys en las Ruinas Seco-Seco; sus enemigos robaron la Piedra Radar, hundieron la histórica estructura en la arena y casi entierran vivas a la princesa y al champiñón. El único alivio para Toadette era que estaba segura en un noventa y nueve por ciento de que era imposible colapsar un volcán. Pero por si acaso existía ese uno por ciento de posibilidades, se propuso repetir los giros que había dado dentro del volcán. Cualquier cosa que pudiera ayudarla en una huida apresurada. Con lo naturalmente oscuras que habrían sido las habitaciones, las chicas tuvieron la bendición de tener algo de luz natural. El magma brillante hacía fácil distinguir entre las plataformas y el mar de roca fundida. Las chanclas de Minh se negaban a abandonar sus pies, y sus dedos se crispaban con cada milímetro de contacto con el suelo. —Estamos andando sobre una parrilla, Toadette. —Alguien se va a quejar del olor de mis pies esta tarde. —Mientras tanto, ya sé qué zapatos quiero junto a mi cara cuando duerma. —Minh miró los zapatos bajos de Toadette, relamiéndose. Se imaginó a sí misma lamiendo las plantillas pútridas, comiéndose toda su mugre pegajosa hasta que su cara se pusiera roja. —¡Aguas! —La voz de Toadette era chillona, pero la razón estaba justo delante de Minh. Se encontraba peligrosamente cerca de una Burbuja de Lava flotante. El enemigo de llamas lanzó instintivamente un chorro de fuego hacia ella. Si Toadette no la hubiera movido a tiempo, habría quedado frita. De repente Minh se puso seria y bloqueó de su mente cualquier idea sobre pies y sexo. —No podemos dejar que el calor nos afecte. —Bebió un sorbo de agua—. Mantente hidratada. —Claro. —No era que fuera más fácil para Toadette no pensar en los pies de Minh. Se mantenía enfocada gracias a la constante amenaza de la muerte a su alrededor. ¿Quién se iba a pensar en pies bonitos cuando había magma listo para derretir sus dedos? Más de una hora de paradas llevó a las chicas tan adentro del volcán que su tos se intensificó. Minh sabía que el aire sería malo, pero lo que respiraba era peor que cualquier desierto en el que se hubiera perdido. Tenía que hacer un esfuerzo sólo para poder inhalar, y cuando lo lograba, el aire estaba lleno de partículas tóxicas. Era como si estuviera respirando humo. Mojó una toalla pequeña y se la puso en la nariz, ofreciéndosela también a Toadette. —¿Y si vamos por el camino equivocado? —preguntó Toadette. —Entonces volvemos a la superficie —tosió Minh—. Cielos, ¿puede hacer más calor. «Por favor, Toady, no me hagas ir a la superficie y tener que volver más tarde. Mejor aún, que estés vivo cuando te encontremos». —Incluso con toda esta luz de la lava, dar con él parece casi imposible. —Toadette se ajustó los lentes—. Diría que debimos haber traído gafas térmicas, pero… —Toad, ¡estamos aquí para rescatarte! —Era la enésima vez que Minh gritaba eso, y su voz era cada vez más ronca a cada grito—. ¡Haz ruido si me escuchas! Toadette se quedó mirando el magma, tentada de caer y dormir para siempre. Pero sus oídos permanecían atentos a cualquier señal de vida. Si todo lo que oía era el silbido y el estallido de la lava, iba a tener un ataque de nervios en este volcán. Cerró los ojos y apretó los dientes. «Prefiero estar un volcán de nieve que en este infierno», se quejó. Pero en una fracción de segundo, sus ojos se abrieron. Dio un paso a la derecha, intentando averiguar si se lo estaba imaginando. Entonces oyó de nuevo ese débil gemido. —¡Minh! —Señaló a un tipo con la bolsa quitada y dos botellas de oxígeno vacías esparcidas por el suelo. —Te encontramos, alborotador —gimió Minh, logrando sonreír mientras a Toadette le lanzaba su agua. Toadette se la echó por toda la cara seca de Toad. Continuó dándole golpes, intentando despertarlo. Sus ojos permanecían cerrados. Con la desesperación apoderándose de ella, soltó un profundo suspiro y se quitó el zapato derecho. —No te atrevas. —Oh, ¡aún tienes cerebro! —Toadette se apresuró a abrazarlo—. ¿Puedes caminar? —¡Idiotas! ¿Qué hacen aquí? —gritó el capitán Toad, con voz ronca. —Hemos… ¿Qué? Estamos aquí para salvarte. —Ni siquiera están vestidas para un volcán —tosió él—. ¿Nada de manga larga? ¿De verdad están usando zapatos que dejan sus pies vulnerables? ¿Cómo pueden ser tan estúpidas? Después de haber pasado una hora bajo uno de los calores más insoportables de su vida, una lágrima silenciosa se deslizó por la mejilla de Toadette mientras intentaba decir algo. —Qué vergüenza. —Toad se bebió el resto del agua—. Peach debería haber mandado a mis chicos, no a ustedes. —¡Oye, cálmate! —exclamó Minh, apartando a Toadette de un empujón y clavando repetidamente el dedo en el pecho de Toad—. ¡Tu tripulación estaba lista para pasar media semana preparándose de salvarte, y aquí está Toadette, arriesgando todo por ti. ¡Yo debería darte un buen zapato en la cara sólo por atreverte a insultarla así! —¿Media semana? —El tiempo hasta la isla es realmente malo —murmuró Toadette—. La granizada no se detendrá pronto. —Ni siquiera has considerado que podríamos habernos perdido en el mar —gimió Minh—. Este güey, te lo juro, Toadette… Toad levantó una ceja, mirando a Toadette. Ella levantó las manos a modo de escudo. —¿Por qué estás aquí? —preguntó, recuperando algo de valor en su voz—. ¿No puedes encontrar tesoros en el mundo exterior? —No tiene sentido buscar en el exterior cuando todas las maravillas están en el interior. Toad arrastró su enorme bolsa hasta su lado, abriéndola para revelar una gema de color rubí. Tenía forma de estrella. Los ojos de Minh se agrandaron de inmediato, aunque tardó unos segundos en abrir los puños. Mientras tanto, Toadette estaba demasiado ocupada tosiendo como para ocuparse de la belleza que desprendía la estrella. —Parece una de esas Cristales Estelares —notó Minh—. Esas cosas con la leyenda del demonio. —Lo mismo pensé, pero si están ahí fuera otra vez, sería extraño. —Tal vez sea como la prima de las estrellas o algo así —sugirió Toadette—. Puedo ver a través de ella… Un rápido destello pasó junto a los tres y, de repente, la estrella desapareció. Gruñendo, Toad se fijó inmediatamente en el objetivo, pero Toadette y Minh se quedaron buscando en el oscuro entorno rojo. —Por fin has bajado la guardia —se rió una voz burlona desde la oscuridad. Una figura apareció, vestida completamente con un atuendo de motociclista que la camuflaba en el entorno rojo. Su casco sólo mostraba su nariz y su boca, que sonreía de manera juguetona—. Gracias por ayudarme, chicas. —¿Quién eres? —gritó Toadette. —Es la que… —Toad cayó sobre una rodilla, con su respiración cada vez más agitada—. Me ha estado cazando todo el tiempo por esa estrella. —¡Es cierto! —La mujer aplaudió—. Pero ahora que tus amigas me han ayudado con tanta generosidad, no hay necesidad de que recurra a la violencia. Adiós. Con sólo unos segundos para actuar, Toadette pensó rápidamente. Hurgó en su bolsa y devoró el resto de su Champiñón Voltaico. Mostró los dientes y ajustó sus hombros. Gritando, la Toadette llena de electricidad saltó hacia la figura con un pie estirado, dejando un rastro de estática a su alrededor. —¿Estás loca? —chilló Toad, sintiendo que se le erizaban los vellos. —Ya me dio antes —gruñó Minh. La patada fue tan rápida que Toadette ni siquiera notó que había vuelto al lugar donde estaba antes. Pero al volver a levantar la vista, la figura había sido derribada. Aunque se levantó más rápido de lo que Toadette había previsto, haciéndola temblar. —Buenas noticias: todavía no me has lastimado lo suficiente como para que quiera pelear. —Se crujió el cuello y siguió mirando a los champiñones a través de su visor dañado—. Y las malas: estás muy cerca de enojarme. —Seguro que sí —refunfuñó Toadette, sintiendo cómo se disipaba su electricidad—. ¡Dios mío, qué calor tan insoportable hace aquí! ¡No puedo concentrarme para nada! Toad simplemente sacudió la cabeza. Toadette no tenía ni idea de con quién estaba tratando. —¡Más vale que devuelvas esa estrella! —Ella se preparó para esprintar. —¡No lo hagas, Toadette! —gritó Minh. —Vaya, vaya, tenemos a una masoquista aquí. —La enemiga se puso una mano en el pecho—. Okay, ¡me encargaré de complacerte! |