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Como nueva esclava de los pies de Peach, la vida de Toadette se da un giro emocionante. |
¿Iba a decirle que tenía razón? ¿Decirle exactamente lo que quería ella? Lo que me decía no tenía sentido. Nadie creía seriamente que había muerto años atrás. Sería un resultado tan loco al que llegar. Aquel día, salí del apartamento, abandoné Ciudad Champiñón, hice autostop hasta Ciudad Toad y el resto fue historia. Aparte de no conocer mi ubicación exacta, no había motivos para pensar que me estaba pudriendo en algún lugar. En todo caso, deberían haber aceptado que había desaparecido o que había encontrado una vida de lujo lejos de ellos. —Nada que decir, ¿eh? —Minh esperó unas palabras que nunca llegaron. Después de dar golpecitos con el pie por una eternidad, por fin me dio un respiro—. Voy afuera. Mientras tanto, piensa en las mentiras que te has estado contando todo este tiempo. Ahora sola, me limpié las rayas de los ojos. Volví a la cama, mirando al techo mientras pasaba el tiempo. Qué suerte que Minh no pudiera verme la cara. Su compostura se resquebrajaría al ver mi expresión de tristeza transformarse lentamente en una sonrisa torcida. Y cuanto más cambiaba mi llanto por risitas, más se ponía roja. Si TD tuvo que sufrir en los últimos seis años, quizá valía la pena para que mi madre sintiera el dolor cósmico que se le debía desde hacía toda una vida. Esa tirana no merecía saber que su querida hija estaba viva y avanzando lentamente hacia el éxito en Ciudad Toad. Todos esos años de desprecio, diciéndome que nunca lograría nada por mí misma… Que lo único que podría hacer sería ganar dinero con mi cuerpo «muy anoréxico» en las calles, y sólo si un hombre quería el precio más bajo. Vaya. Ésta era una línea de tiempo que ni siquiera una bola de cristal podría predecir, y mucho menos mi horrible madre. Espera a que se entere de que he pasado de dormir en la pobreza a vivir en el castillo de nuestra princesa. Era exactamente lo que se merecía. Esa misma noche, cuando ya había paseado el hotel, bañado y bajado a comer algo, la puerta se abrió de repente. La figura oscura de Minh entró, casi cayéndose. Con sus piernas temblorosas y su falta de estabilidad, parecía que había estado tomando algo. Aunque intenté saludarla con la mano, continuó avanzando lentamente, como si fuera un zombi. Y a pesar de mis esfuerzos por mantenerme en silencio, su presencia interrumpió mi concentración una y otra vez, especialmente porque iba y venía sin dirección alguna. —¿Estás borracha? —¿Borracha yo? No. Pa’ nada. ¿Cómo e’ que dice’ que ’toy borracha? Sólo ’toy bien cansa’a. —La manera lenta en la que habló me dijo todo. Por no mencionar que olía como si hubiera salido de un club. Podría rastrear diez productos alcohólicos diferentes sólo en su aliento. Luego se subió los pantalones caídos antes de caer de espaldas al suelo. Habría sido gracioso si no fuera tan vergonzoso. Hablando de eso… —Siento haberte llamado perra antes. —Decir eso fue un golpe para mi orgullo, pero dormir a su lado después de algo así me hacía sentir muy incómoda. —E’tá bien, perra… —Levantó la mano—. Sé que sólo estás… E’ tan repentina pa’ la’ doj. Sí, era la bebida la que hablaba. Ya aspiraba sus eses, pero ahora me resultaba mucho más difícil entenderla. También tenía que llevarla al baño para asegurarme de que no vomitaba en el suelo o se golpeaba la cabeza en la ducha. Mientras la ayudaba a desvestirse, hizo un comentario más. —¿Y ver a tu familia? —Voy a hacerlo. —Bajé la cabeza—. El jueves. — MIÉRCOLES: 6 días antes del festival — —¡Despierte, señorita Toadette! ¡Es una emergencia! ¡Tiene que despertarse! Vaya, ¿qué emergencia sería? ¿Necesitaba Peach que le robáramos un esmalte de uñas caro para estar más elegante? No, quizá íbamos a escalar hasta la punta más fría de una montaña para encontrarle un cristal brillante para el festival. Y si tuviera algún grado de moderación, nos haría lamer la mugre de sus pies después de atravesar la ciudad descalza. El despertar apresurado me dejó confundida sobre qué ropa elegir. Hmm… Quizás una combinación de algo casual pero formal sería lo ideal. A ver… ¡Ah! Ese chaleco viejo que tenía. Podría ponérmelo sobre una camiseta rosa y combinarlos con unos jeans negros. En cuanto al calzado, la decisión era más difícil. Para aumentar la potencia de ataque, mis zapatos bajos serían la mejor opción. Para tener más velocidad, mis tenis me servirían bien. Y si buscaba comodidad, tendría que optar por las chanclas o las sandalias negras. —Dime qué te parece —le dije a Minh, que se aplicó una gran cantidad de bálsamo labial. —Oye, nada te impide meter un par más en mi bolsa. —Se dio la vuelta—. Hoy quisiera ver tus lindos deditos, así que ponte tus chanclas. Los otros pueden quedarse guardados por si acaso los necesitas. Muy bien. Esperaba que su bolsa no fuera robada por uno de los varios ladrones de esta sucia ciudad. —Me encantaría ir descalza hoy, pero sé que eso te molestará, así que mejor voy por mis chanclas. —No soy tu mamá —me reí entre dientes, empujándola hacia delante—. Vístete con poca ropa si quieres. Se iluminó. Yo también, sabiendo que tendría una vista de sus bonitas plantas. Aún no había desayunado, y esas bellezas cremosas ya me hacían la boca agua. Incluso ver a Minh hacer algo tan sencillo como cruzar la habitación me ponía nerviosa. Incluso su ropa de esta mañana… Era sólo un top naranja con unos shorts muy cortos, pero ver tanto de sus piernas y brazos era increíble. Era como si no tuviera nada que ocultar. Pero si dejaba que mi calentura se saliera de control, esta misión nunca se completaría. Cuando llegamos al vestíbulo, Penélope nos saludó. Un encuentro muy rápido, ya que nos condujo inmediatamente a una puerta azul. Al otro lado llegaron los gritos de una loca. —¡Completamente inaceptable! Te confié una tarea sencilla, ¡y ahora todos nuestros planes se han desvanecido! ¿Comprendes lo que has hecho? —No tengo excusa, Su Alteza. ¿El capitán Toad? Bueno, Minh había dicho que era un imán para los problemas, así que ¿en qué metió la pata esta vez? Mientras nos acercábamos a la princesa y al capitán, Peach parecía un volcán en erupción. Su cara, normalmente tranquila, fue sustituida por una reservada para los villanos de cómic más locos. Tenía los dientes apretados, un ojo crispado y un tinte rojo para rematar el efecto. Pero lo que me hacía sonreír en la ficción me incomodaba en la vida real. Peach también tenía varios Toads más en la habitación, lo que hacía que su ira fuera bastante chocante. —¿Va todo bien, alteza? —le pregunté. —No lo sé, Toadette. —Respiró hondo y cerró los ojos—. ¿Capitán? Él no se atrevía a mirarme a los ojos. Ni siquiera miró mi pecho. —Se esperaba que activara los micrófonos de las monedas que les dieron. —Levantó un control simplista con dos botones, rojo y verde—. Supongo que la leche que me trajiste me hizo olvidar que todavía no los había activado. —Entonces ¿no están grabando nada? Con un movimiento de cabeza, se acalló la algarabía de la habitación. —¡Pero si ya las entregamos! —chilló Minh—. ¿Qué pasará con el Festival de las Estrellas? —No hay de qué preocuparse. Menos mal que tenemos a nuestra heroína de sombrero rosa. ¿Verdad, Toadette? —Peach tiró de mi trenza como si fuera un juguete. —¿Eh? Le arrebató el control al capitán Toad y me lo dio con fuerza suficiente para perforarme la mano. —Acércate a menos de un metro de esas monedas para activar sus micrófonos con el botón verde. Si tienes dudas sobre si están encendidos, puedes oprimirlo varias veces. ¿Has entendido, querida? —No podemos —dije. —¿Otra vez? —Alteza, nos dijo que las entregáramos, y así lo hicimos. Ahora están en manos de los Scapelli, así que, a menos que desee que nos atrapen, no podemos acercarnos a ese estuche. —Tragué saliva—. Debería asignar esta misión al hombre que está a nuestro lado, el que causó todo este lío. Peach tardó unos segundos en reaccionar. ¿Qué? ¿Estaba asombrada de que me atreviera a hablar con algo de lógica? Perdóname por querer que Minh y yo nos relajáramos un poco en toda esta estresante semana. La pálida princesa suspiró, con el vestido doblado mientras tomaba asiento. —Ya veo. Bueno, tendremos que cancelar el festival si no podemos detener a los Scapelli. —¡No! —Minh me apartó de un empujón—. No puede, alteza. Es la tradición. —Lo sé. Lo siento mucho. Todos nosotros queremos festejarlo. Podríamos hacer una encuesta rápida, y estoy segura de que la gente nos presionará para seguir adelante. Sin embargo, tendríamos que enfrentar una cifra espantosa de miles de muertos, T. Minh. —Se secó la cara—. Ojalá no fuera así. Pero, lamentablemente, esta tarea es demasiado grande para una Toad. Cuanto más hablaba con esa actitud pasivo-agresiva, más ganas tenía de arrancarle las cuerdas vocales. Todos los ojos de la sala se clavaron en mí, incluidos los de algunos Toads más viejos. ¿Por qué era yo, Toadette, la elegida para todas estas estúpidas tareas? ¿Cuántas veces me lo habré preguntado? —¡Sé captar una maldita indirecta! —Con un impulso lleno de energía, tomé a Minh de la mano y salí de la habitación—. ¡Y no quiero escuchar ni una sola palabra de ustedes hasta mañana! Fuera, una inocente farola recibió la peor parte de mi rabia acumulada. Después del centésimo golpe, en el que me crujieron los nudillos, finalmente volví con Minh. —¿Has acabado o has terminado? —me preguntó, sonriendo. —Cosa mala tras cosa mala en este lugar —gemí, frotándome la mano—. No sólo no sabemos dónde buscar este estuche, sino que vamos a estar al borde de la muerte. —Esa preciosidad de Tina dijo que lo enviaría en un día, ¿no? Queda tiempo. —Y donde ella esté, es probable que el chico también. —¿Y bien? —Puso sus manos detrás de su espalda, rebotando de lado a lado. —Ya tengo que acabar con esto —suspiré. Caminamos hacia el edificio. Cada vez que Minh me preguntaba sobre cómo me sentía, la ignoraba. Entre el malestar estomacal y el tono verdoso de mis mejillas, corría el riesgo de desmayarme en cualquier momento. Pero no era una cobarde. Yo creí esta situación y ahora debía enfrentarla. Revelarle a mi hermanito que había estado ocultándome no era lo que más me aterraba. Aunque era un secreto grande, había otra preocupación que me pesaba durante toda esta carrera. —¡Toadette! —Minh me tiró a la acera. Si no fuera por el estruendo de un autobús, me habría aplastado. Supongo que aún no estaba lo suficientemente familiarizada con la ciudad como para desactivar mi cerebro al caminar. —Culpa mía —reí. Aquí estábamos de nuevo. Tina gritó cuando irrumpimos por la puerta, visiblemente confundida por qué Minh se arrodillaba y parloteaba incoherencias. Mientras tanto, yo me apoyaba en el escritorio, explicándole la situación de la forma más directa posible. —Lo siento, pero ya lo mandaron hace un rato. El Toad ya se lo está llevando. —¿Se encontrará con los Scapelli? —Me incliné hasta el punto de que mi espalda se curvó como un fideo—. ¿Adónde va? —No lo sé… —¡No te metas con nosotras! Tú sabes algo. Necesitamos ese paquete de inmediato. —El sitio de entrega no siempre es el mismo. ¿Crees que estoy diciendo mentiras? Piensa, Toadette. Escalar la situación podría hacerla menos cooperativa. De hecho, que ya la hubiera enviado significaba que ayer había sido fiel a su palabra. Así que… —Quiero que pienses duro. —El Circuito Musical o las Tuberías Planta Piraña son las mejores suposiciones que tengo. Las únicas que él mencionó. —¡Ah! —Los pulgares de Minh de repente se movieron a la velocidad del rayo en su teléfono—. Eso nos servirá. —¿De qué estás hablando? —le pregunté, mirando por encima de sus hombros. —Después de tu situación, tu mamá decidió ponerle un chip a tu hermanito, como si fuera un perrito. No es lo más top, porque no tenemos coordenadas precisas, pero puedo comprobar si está cerca de un sitio u otro. Vaya. Me alegra saber que mi madre se preocupaba tanto por él. ¿Por qué a mí no me había puesto un chip de pequeña? —¡Ajá! Justo a lo largo del borde. Está en las Tuberías Planta Piraña, no en la Autopista Musical. —Espera. Acaba de decir «circuito». ¿Cuál es? —Ambos —dijeron en unísono. —Ya debes saber que en el reino hay muchos sitios y razas que tienen dos nombres, y a veces hasta más —añadió Minh—. Nacida en el sur de la ciudad, siempre será para mí la Autopista Musical. —En el norte, nos gusta mantener las cosas más simples —dijo Tina—. Nosotros lo llamamos el Circuito Musical. —¡Qué aburrido! Al menos las Tuberías Planta Piraña comparten el mismo nombre. —Minh me agarró—. Como ya está en esa zona, un taxi me suena bien. Tenemos que cortarle el paso por ahí. —Es rápido. —Tina se echó hacia atrás—. Lo llamaría, pero no le dejan llevar su teléfono en estos viajes. —Hiciste suficiente. —Saludé con la mano a la humana de pelo naranja, y salí corriendo por la puerta con Minh—. Gracias. ¿Así que mi hermano pequeño competía conmigo por ser el más rápido de la familia? Menudo giro. Cuando éramos pequeños, corría como cualquier otro niño, pero era un niño de interior. Los insectos lo aterrorizaban, el Sol era su archienemigo y el fútbol le daba mucho miedo. ¿Pero ahora el niño podía correr a sus anchas por este laberinto de ciudad? Impresionante, TD. —¡Taxi! —gritó Minh. El vehículo amarillo chilló en la acera, la parte trasera rebotando en el aire antes de que las puertas sueltas se abrieran. Vacilante, me abrí paso al interior y Minh me siguió. Si este conductor conducía como un loco esta vez… —Las Tuberías Planta Piraña —le dijo Minh—. Tan rápido como pueda. —Claro, amiga. ¡Nos fuimos! E inmediatamente, este tipo resultó ser un conductor diez veces más peligroso que el último. El trayecto fue tan loco que ya estaba estrellada contra el respaldo del asiento del conductor. Su giro brusco en una curva me hizo darme cuenta de que el cinturón de seguridad era mi mejor amigo. Para Minh, mi lucha por no salir volando del carro era un espectáculo cómico. Pero después de unos minutos, las sorpresas se desvanecieron y me había adormecido ante el vaivén. Quizá llegaríamos al lugar de una pieza. Esto reflejaba mi viaje con Penélope de otra manera. No podía apartar los ojos de los pies de Minh. Y esta vez fue peor, porque mientras Penélope iba sentada como una niña cualquiera, Minh había estirado las piernas sobre el asiento. Sus talones cubiertos de polvo estaban a un centímetro de mi muslo derecho. Al no llevar chanclas, me vi obligado a mirar. Al principio, no estaba tan mal. Le echaba miraditas aquí y allá. Pero después de un rato, mis ojos se pegaron a sus carnosos dedos. Dios, lo que daría por hacerles cosquillas ahora mismo. Aunque estuvieran ligeramente sucios de la calle, hasta me hubiera gustado chupárselos. Al menos el dedo meñique, algo más pequeño. Ah… Empezaron a moverse… —¿Te molesta esto? —preguntó—. ¿O simplemente te interesa? Me miras como si fuera deliciosa. —No es nada. —Giré la cabeza hacia la ventana. Pero Minh lo tomó como una invitación a frotar sus pies en mi muslo a propósito. Aunque en el fondo sabía que ella era demasiado distante como para darse cuenta, actuaba como si ya se hubiera dado cuenta de que me gustaban sus pies. Movía los dedos muy despacio, cruzaba los pies por los tobillos… Definitivamente sabía cómo hipnotizar con sus pies. Cada vez que me doy cuenta de que estoy pensando esto, me dan ganas de darme una patada en la nuca. ¿Ves? Incluso después de mirar por la ventana, me volví para ver sus pies. ¿Esto es algo por lo que pasan todos los que tienen un fetiche? ¿Empezar siendo indiferente a la cosa, y luego ser incapaz de resistirse a sus encantos? Era como si los pies fueran tabaco y yo me hubiera vuelto adicto por fumar una vez como un idiota. Ahora mi vista se desplazaba entre los dedos de Minh y su cara. Sin duda, me estaba mirando. No era casual. Cada vez que levantaba la vista, sus ojos se arrugaban mientras su sonrisa se apoderaba de su rostro. Si no decía algo, me interrogaba con sus preguntas intrusivas y pervertidas. —¿Soy yo la rara por odiar que me ensucien los pies? —No, no eres la única que lo odia. —Curvó con fuerza los dedos, regalándome otra dulce mirada a sus uñas azules—. Deberías considerarme a mí la rara por amar la tierra en mis pies. O en los pies de todo el mundo. —Es que… Si crees que los pies son una parte hermosa del cuerpo, ¿por qué querrías que se ensucien? Especialmente si quieres lamerlos. Eso… ¿No te da al menos un poquito de asco? La hice reír, y finalmente retiró sus pies de mi pierna. Ahora se maravilló con la planta de su pie izquierdo, frotando los dedos hasta el talón. Era como si hubiera tocado un televisor polvoriento, ya que su dedo volvía cubierto de polvo y quizá algo de cemento. —Sabes, nunca había pensado en eso. —Se desabrochó el cinturón para sentarse a mi lado, susurrando mientras su mano agarraba la mía—. Pero para contestar, es que no me importa de dónde venga la suciedad. Ha estado en los pies, así que ya es una suciedad de pies sabrosa. Sabrosa, a veces crujiente, a veces cremosa, y otras veces pegajosa y viscosa y… Mmm… —No empieces a masturbarte en el carro —le supliqué. —Pero quiero. —Se lamió los labios—. Aunque la mugre provenga de una casa sucia, estoy lista para lamerla toda, siempre que sea de unos pies. Tierra, hierba, polvo, migajas de comida, papelitos, ese delicioso toe jam que te hace temblar… Todos son bienvenidos en mi cuerpo. Cuanto más sucios los pies, más me encantan. Mérito de Minh: era la única friki capaz de hacer que la mugre de los pies sonara remotamente apetitosa sólo por su forma de hablar. Sin embargo, no, yo rechazaría la mayoría de lo que enumeró. Si no lo rechazaba de plano, mi cuerpo lo haría sin falta. Polvo, migas de comida caídas y tal vez la más mínima de toe jam serían tolerables. No buenos, sino tolerables. A pesar de estremecerme con su descripción, ese cosquilleo en mi cuerpo me provocó no dejar el tema. Agarré con más fuerza su mano sudorosa y me incliné más hacia ella. —Entonces ¿debería ensuciarme más los pies para que te resulten más sabrosos? —Sí. —Soltó una risita, casi empujando sus labios contra mi cara—. Me encanta cómo hueles, así que tener un hedor y los pies sucios me haría mucho feliz, Toadette. No tuve que mirarme en los espejos del taxi para darme cuenta de que me había ruborizado. El calor y la ligereza eran tan intensos en mi cara que instintivamente retrocedí ante Minh. Respirando un poco, me limité a mirar la parte superior de mis propios pies. Aunque las chanclas habían mantenido las plantas casi limpias, ahora visualizaba a Minh debajo de ellas. La chica deslizaría su lengua por mis plantas, gimiendo… Gimiendo… Exactamente lo que yo quería escucharle hacer. Con un grito ahogado, me liberé del agarre del asiento y giré para apoyar la espalda contra la puerta. Mi pie derecho saludó a Minh con un golpecito en el muslo y un beso en los labios. Al instante, ¡le metí los dedos de los pies en la boca! Sí, justo en la parte trasera del taxi, mientras el mundo pasaba a toda velocidad a nuestro lado. Y déjame decir que su boca era una cueva llena de agua. Al instante salpicó tanta saliva entre mis dedos que pensé que los había metido en una taza. Sus ojos marrones se abrieron de par en par al observar la forma en que yo jadeaba, moviendo esos delgados deditos en su boca. —¡Llegamos! —Antes de que pudiéramos reaccionar, el taxi se detuvo de inmediato. Minh me mordió los dedos por un segundo mientras caía al suelo del carro, con mi pie saliendo de su boca. El taxista nos miró con una ceja levantada—. Oigan, tienen que ponerse los cinturones, hermanas. Podrían haber salido volando por las ventanillas como aves. —Lo siento. —Le di sus monedas y un poco más sólo por mostrar algo de preocupación. Una vez pisamos el suelo de cemento, se perdió de vista con la música festiva de la radio a todo volumen. Me alegro de que no pusiera eso mientras nos conducía. A pesar de escuchar alboroto en las calles, ese ruido procedía claramente de muy lejos. Estábamos en un campo de hormigón que no tenía más que llanuras y montones de materiales de construcción. Parecía que hacía tiempo que no se metían con él. —Perfecto, volvamos a nuestra tarea antes de que me dejes los calzones mojados. —Minh pasó la mitad de cinco minutos jugueteando con una de las rejillas del suelo, intentando aflojarla para poder infiltrarnos en este lugar. Mientras tanto, la planta de sus pies se volvía más blanca por el polvo. —¿Me dices qué son exactamente estas Tuberías Planta Piraña? —le pregunté, agachándome detrás de ella para poder oler sus gruesos talones. Ah… Ligeramente sucios o no, olían a Minh cruda. Nada de sudor, nada de asquerosidad, sólo una pura Toad jardinera en toda su esencia. —La ciudad tiene un montón de sistemas de agua. Éste de aquí es uno de ellos, principalmente conectado al lado oeste. Ayuda con los inodoros, los fregadores, y hay tuberías que incluso envían agua a otras ciudades en caso de que se necesite. —Ah, dependen de este lugar. —Continué olfateándola. —Es uno de lugares más ricos del reino, así que seguro que dependen de él. —Justo cuando terminó su frase, un crujido metálico me dijo que dejara de inhalar sus pis—. Cuando Ciudad Toad sufre un fuerte huracán como el del año pasado, ¿cómo crees que seguimos teniendo un poco de agua? —Siempre pensé que venía del castillo. —Me parece que el sistema de agua del castillo sólo sirve para el castillo. Después de todo, deben asegurarse de que Su Alteza esté bien cuidada. —Por supuesto. —Rodé los ojos. Me acerqué a la rejilla después de que ella bajara. Una vez que estuvimos adentro, Minh la cerró y examinamos el lugar. Bueno, no había mucho que mirar. Aparte de tener un tinte azul oscuro, se podía confundir sin problema con las alcantarillas de Ciudad Toad. De hecho, un pequeño detalle hacía que este sitio estuviera un peldaño por debajo de esas otras alcantarillas. —Por favor, no me digas que estamos pisando agua de alcantarilla. —Intenté con todas mis fuerzas ignorar el agua fría que me llegaba a los tobillos, pero cuanto más tiempo pasaba en ella, más difícil se volvía. —No estamos pisando agua de alcantarilla, Toadette. —¡Carajo! —Esperaba que mi voz resonara por todo el túnel recubierto de ladrillos—. ¡La princesa está poniendo a prueba hasta mi último nervio! —Estás bien. —Minh saltó a un terreno más seco, saliendo de la corriente de agua. Luego señaló una señal—. Este es el sistema de agua del océano: el agua que llega del mar, lista para ser filtrada y usada en la refrigeración y todas esas cosas. —Ah, bien. Ahora sólo tengo que preocuparme por el pis de los peces. —Piensa en positivo. Al menos no tendremos que lidiar con ningún Blooper aquí abajo. Y tú no tendrás a una princesa convirtiéndose en una estatua congelada. Y mira eso: mis pies están recibiendo una limpieza decente de la manta del océano. —Cierto. Entonces, ¿cómo íbamos a localizar exactamente TD? Aunque este lugar tenía algo de iluminación, prácticamente abarcaba toda la altura de la ciudad cuando se veía en un mapa. —T. Dani, ¡muéstrate! Estás en un buen lío cuando te vea, ¿me oyes? —No creo que eso vaya a… —¡Me vas a obligar a decirle a tu mamá para quién trabajas! Aún sin respuesta. Después de entrar en una habitación más amplia, Minh y yo nos quedamos inmóviles. En el centro de este espacio, una enorme Planta Piraña dormía sobre una plataforma donde el agua se dividía y luego se unía. Con extremo cuidado, avanzamos de puntillas junto a la criatura ciega. Minh, al ir descalza, no hacía ruido con cada paso. Por muy dóciles que fueran las Plantas Piraña salvajes cuando caminabas lejos de ellas, acercarse sigilosamente a sus valiosas tuberías las transformaba en aterradores devoradores de cerebros. —Así que las Plantas Piraña realmente viven aquí. No es sólo en el nombre. —Oye, nunca había estado aquí abajo —dijo Minh, señalando otra planta gigante—. Esto también es nuevo para mí. Mientras caminábamos al lado de esta segunda bestia, sentí las cosquillas de los dedos de Minh en la parte de atrás de mis talones. Era como esa sensación de tener un carrito de compras siempre pegado a ti en una tienda. Pero esta vez, no me molestó. Incluso con una Planta Piraña apenas detrás de nosotras, sentir sus dedos era agradable. —¡AAH! —Minh apretó sus brazos alrededor de mi cintura. —Pero si acabamos de pasarla… —Cuando la miré, jadeé. Una liana alrededor de su tobillo elevó a Minh como si estuviera en un trampolín. Por un segundo, me arrastró con ella. Por un segundo, me arrastró con ella. Ojalá hubiera aguantado más, porque la caída al suelo me dejó aturdida. Una vez estampada contra el techo, desapareció por el pasillo. Sólo oí gritos. —¡Toadette! ¡No me dejes! —Nada puede sernos fácil, ¿eh? —Le perseguí—. ¡Sigue gritando! No era que necesitara un recordatorio. Si dejaba de hacer ruido, la perdería en este oscuro e idéntico laberinto. Ay, cuanto más nos adentrábamos en este sistema, más fría se volvía el agua. Había olvidado lo implacable que puede ser el agua fría del océano. Mis empapadas chanclas no protegían mis pies de la corriente, y mis otros zapatos estaban siendo arrastrados junto con mi mejor amiga. —¡Demonios! —Y me di de bruces contra la húmeda pared azul debido a la penumbra de este subterráneo. —¡Toadette! —¡Ya voy! —Ahora acunaba a mis dos bebés rosas en mis brazos. El agua que fluía ayudaba a mis pies descalzos a acelerar. Siguiendo los gritos de Minh, tomé un giro en una esquina, y la bola de mi pie me permitió pivotar bruscamente. Habitación tras habitación, el viento contra mi cara se hacía más potente. Finalmente, la liana estaba a punto de terminar. Minh colgaba del alto techo, mareada como si un Magikoopa (Kamek) la hubiera hechizado. Pobre chica. —Ni siquiera hice nada —lloró. La liana la dejó y desapareció junto a una rejillita por la que salía el agua, dejando a Minh empapada en agua fría. Pero cuando di un paso adelante, el suelo comenzó a vibrar. No sólo eso, sino que se escuchaba el chirrido de acero contra el acero. Era un sonido muy doloroso. Y al voltear, no pude evitar gritar. Una puerta se estaba cerrando. Ésta tampoco tenía agujeros; no era más que una losa metal. Y en el otro lado de la habitación, ¡lo mismo! —¡Tenemos que irnos! —Tiré de Minh por el sombrero, dejando caer mis chanclas. Esos pocos segundos que tardé en ponérmelas fueron críticos. Una vez listas, corrimos hacia la barrera descendente—. ¡No! Se cerró… Pero había la otra. Si podíamos alcanzarla, había una oportunidad. Pivoté sobre la bola del pie, corriendo hacia la otra puerta. Sin embargo, para cuando mis manos pudieron asirla, era demasiado baja para que pasara ni una Toadette encogida. —¿Estamos atrapados? —Minh apretó los dientes. —¡Ya lo sé! Mira bien a tu alrededor, chica… No te des por vencida tan rápido. Podría haber algo útil. Las paredes no eran diferentes a las de las otras habitaciones. Había algunos bloques flotando en el aire, pero parecían vacíos. Y en lo alto del techo, había una larga tubería que se perdía en una de esas pequeñas calas. Entonces… —Dios mío… Toadette, ¡tus pies! No hacía falta mirar. Ya podía sentir el agua. Se abría camino hasta mis rodillas, cada vez más alta. Pero ¿hasta dónde iba a llegar? —Me imagino que no estás llevando el taladro en la bolsa, ¿verdad? —¡No puedo pasar eso por un aeropuerto! ¿Estás loca? —¡Estoy desesperada! ¡Me estoy congelando! Vamos a morir si no se nos ocurre algo, ¡así que unamos nuestras estúpidas cabezas! Minh se paseaba por la habitación, con su velocidad disminuyéndose gradualmente a medida que el agua conseguía empapar nuestras piernas. Entraba a una velocidad tremenda por las pequeñas rejillas del suelo, hasta el punto de que tuve que quitarme los zapatos. Otra vez. Calzada, descalza, calzada, descalza. ¿Podría elegir una condición y quedarme con ella? —Alguien está haciendo esto a propósito —dije, mirando a mi alrededor—. Me sorprendería que fuera una coincidencia. Al menos había bombillas amarillas para iluminar la zona, de lo contrario seríamos incapaces de examinar siquiera el lugar. Mis ojos se agrandaron. —Las tuberías verdes son las más débiles. —¿Y? Con esos bloques flotantes tan cerca de una tubería y una luz —que era larga, rectangular y parecía bastante pesada—, empecé a soltar una risita. Demasiado para la tranquilidad de Minh, que comenzó a retroceder. Pero salté sobre los bloques de ladrillo. —Vamos a abrir esta tubería con la luz. —Está atornillada, Toadette. —No, mira. ¿Ves cómo está sujeta a la tubería y no a la pared? Apuesto todo a que es cinta adhesiva o algún pegamento muy fuerte. Una lámpara barata a pilas. Nuestros cuerpos se estremecieron, pero ahora brillábamos más que nunca. ¡Destrocemos esta tubería! |