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Como nueva esclava de los pies de Peach, la vida de Toadette se da un giro emocionante. |
Olvídate del hotel. Aunque Minh intentó convencernos de ir allá al principio, seguí el camino que mis pies elegían. Así llegamos a un lugar llamado Parque de Sol. Sólo con su nombre, se podía percibir el aroma de la hierba y el equipo viejo del parque. Sin embargo, el extenso terreno era un buen lugar para que Penélope pudiera correr libremente. Sin preocupaciones. Podía mantenerla a la vista mientras discutía estos temas importantes con Minh. El gigantesco roble garantizaba que los rayos del sol no intensificaran mi frustración. —Entonces —dije, poniendo las manos sobre el regazo—, ¿cómo te reconoció? —No sé de qué me estás hablando. —¿Crees que sólo nací ayer? —Pues eres tan linda como un bebé, Toadette. —Fingir que no sabes no te servirá de nada. ¿Por qué, y lo que es más importante, cómo te reconoció mi hermano allí? Minh jugaba con sus dedos, más contenta de mirar sus manos que mi rostro cada vez más preocupado. Pero no iba a aflojar con ella. Cualquier margen de maniobra la libraría de responder a la pregunta. —Iremos a ese apartamento el jueves, ¿verdad? Puedes decírmelo ahora o me enteraré entonces. Elige tú. —Y no la oí decir nada por segundos. Por eso la agarré fuerte de la muñeca—. ¡Caramba, nadie opta por la opción retardada en esta situación! ¿Por qué te pones tan terca si todo esto fue tu idea? —El jueves no está tan lejos —respondió, parpadeando rápidamente—. ¿Por qué estás tan enojada? —Te juro que, si no empiezas a hablar con sentido, me encargaré de que todos en Ciudad Toad se enteren de tu secreto. Por fin, un grito ahogado. La cara de Minh se suavizó, así que quizá por fin estaba aprendiendo a cooperar. Conseguir que la chica soltara secretos era como tirar los dados. A veces podías engañarla para que revelara algo, y otras veces era como la caja fuerte de un banco. Por fin abrió los labios. —Eso dolería. —Y hundió la cabeza entre las rodillas—. Me dolería mucho, Toadette. —Pues sé lista. —Tras unos segundos de silencio, suspiré—. Muy bien. Sigue siendo inútil. —¡No eres la única que está bajo presión! —Su chillado espástico me sorprendió, y ver el rojo que brotaba de su sombrero, donde se hundían sus uñas, hizo que todo se pusiera más tenso—. ¿¡Qué necesitas para dejar de creer que el mundo gira sólo a tu alrededor!? —¡Se trata de mi familia, perra estúpida! —Ahora mis respiraciones eran más rápidas—. ¡Lo menos que podrías hacer es ser sincera y no empeorar las cosas! Los únicos sonidos procedentes de Minh eran llantos mezclados con hiperventilación. Era lo bastante silencioso como para no atraer la atención de nadie más, pero vaya si me bajó el ánimo. Caray. «¿Qué necesitas para dejar de creer que el mundo gira sólo a tu alrededor?». Parece que querer comprender lo que ha ocurrido durante años cuenta cómo que el mundo gira a mi alrededor. Qué estupidez. Llegó algo de luz al parque en forma de Penélope. Sorprendentemente, se llevaba bien con los demás niños. Era como ver un recreo en la escuela, pero sin insultos ni peleas a puñetazos. La niña cruzaba las oxidadas barras más deprisa que los demás, se pasaba una eternidad haciendo girar esos objetos del tres en raya y daba a todos los toboganes una probada de su trasero. —¡Eh, a menos que tengas un Globo de Poder, no hagas eso! —Fue la única vez que le grité, justo después de que saltara del tobogán más alto. Peach me daría una paliza si su hija volviera con una pierna rota. Pero Penélope me hizo un gesto de entender. A diferencia de Minh, ella comprendía que no era necesario añadir más problemas a mi vida. —¿Lista para volver? —La agarré cuando pasó una hora—. El Sol debería haberte quitado toda la energía más rápido. Tu resistencia es sorprendente. —Lo siento. Es que no recuerdo la última vez que jugué con chicos de mi edad —se rió. Su risa me arrancó una carcajada, ya que, en lugar de simplemente cansada, sonaba como si estuviera drogada. —Está bien. —Y volviendo al terreno de la tristeza, me volví hacia Minh—. Nos vamos. Por fin había salido de su estado Koopa. Sin embargo, conseguir que dijera una palabra resultó infructuoso. ¿Realmente esperaba una respuesta? Un poquito. Su silencio arruinó todo el camino hasta el hotel. Cada vez que miraba a Penélope para oírla describir con entusiasmo su tiempo de juego, la cara de enfado de Minh me seguía de cerca. Y me cabreaba. Penélope no podía ignorarlo, sobre todo porque le apretaba la mano con tanta fuerza que se me salían las venas. —¿Qué le pasa a la señorita T. Minh? —Es demasiada tonta para contarme un secreto que ha guardado por años —dije en voz lo bastante alta para que no hubiera una sola posibilidad de que se lo perdiera. —¿Un secreto? —Se trata de mi familia. No es nada que debas saber. —Ah, ahora que lo dice… —Se acercó—. Dijo algo sobre eso cuando estábamos en la posada del desierto. Casi lo olvido. Usted nunca habla de ellos mucho. —No tenía motivos para hacerlo hasta hace poco, gracias a que tu madre me invitó a Ciudad Champiñón. —Señalé a Minh—. Ella me ha estado diciendo que vuelva a verlos. —Okay… ¿Pero no puede ignorarla? No tiene que… —Chiquilla, si quieres hablar, habla con ella. —Le solté la mano—. No estoy enfadada contigo. Es que necesito un rato a solas. —Pero… —La niña de pelo amarillo se quedó mirando un par de segundos—. Como diga. Gracias. Cada vez era más fácil moverse por esta ciudad. O tal vez era sólo que podía ver el hotel odiosamente alto junto a los demás rascacielos. Se alzaba a varias manzanas de distancia, reflejando la luz del sol como un espejo gigante, pero de todos modos era bueno que mi familiaridad con Ciudad Champiñón hubiera aumentado. Si no me hubiera marchado hacía mucho tiempo, la conocería mejor que Minh. Pero como contrapartida, nunca la habría conocido. Y no conocerla habría significado que nunca me habría quedado sin hogar en Ciudad Toad de adulta, acabando como esclava de la Princesa Peach. Todo esto porque una chica nueva al azar pasó por delante de mi puerta… ☆ Siete años: segundo grado ☆ —Estará en nuestra clase el resto del año. Hace dos años se mudó desde Ciudad Champiñón y cree que se ha acostumbrado a Ciudad Toad. ¿Quieres añadir algo, T. Minh? Oiga, señorita, la verdad es que me importaría más la chica nueva si no estuviera por esa tarea. ¿Por qué era tan importante que aprendiéramos «vosotros»? La mayoría de la gente en Ciudad Toad se comunica con «ustedes». Ya tengo que manejar tú, vos, usted, ustedes… No necesito dos pronombres adicionales. —Elige dónde quieres sentarte, pequeña —le comentó nuestra dulce maestra a la nueva. Esa sonrisa suya me estaba volviendo loca. No paraba. Y era tan amplia… Crucé los dedos para que no se dejara caer a mi lado. Por favor, no. Maldita sea, ¡deja de acercarte! …Uf. Se metió entre los demás alumnos. Así que mi isla de paz en la parte de atrás continuó imperturbable. Sí, todos los pupitres a mi alrededor estaban vacíos. Los nueve. Tres años así me acostumbraron a no tener a nadie a mi alrededor. Me gustaba así, ¿entiendes? Me daba paz no tener a nadie hablando a mi lado. Cuando terminó el día, horas más tarde, me preparé para volver a casa. Primero, los papeles… Mételos a la fuerza en la mochila, Toadette. Esas carpetas eran tan inútiles. Ahora, ciérrala y… —¡Hola! —¡Kyaa! —Cinco lápices sin punta salieron rodando de mi mochila, acompañados de las risas de los alumnos. Mientras agarraba frenéticamente mis utensilios, miré a la chica que se me había acercado sigilosamente. Uf, era la nueva. ¿Por qué no podía dejar de sonreír como una payasa asesina? De verdad, al mirar su rostro tan de cerca, me daba miedo hasta parpadear. —Hola. Eres la única que no he conocido. —Me dio la mano—. Me llamo T. Minh. La mayoría conserva la «T», pero si tú quieres dejarla, está bien. En un arrebato, le di una palmada en la mano y salí corriendo del aula. Qué bien. No sólo vio mi mochila desordenada y manchada, sino que mi respuesta me hizo quedar como una idiota ante toda la clase. Bueno, una idiota más grande. Supongo que nada era realmente nuevo, ¿eh? Ay, ay, ay… Sería el último día en que usaría esas zapatillas tan finas. Las suelas no me protegían para nada, y por eso me dolía mucho andar. Pero de alguna manera, como todos los días, logré llegar a casa a las 2:40. El aroma a incienso barato y talco de bebé aún persistía desde esta mañana. Por un segundo, pensé que el polvo que caía del marco de la puerta era sólo el exceso de talco. —Aquí estoy —anuncié, quitándome los zapatos en la puerta. —¿Cómo fue tu día? —Mamá todavía estaba en el cuarto del bebé. —Bien. Qué aburrida debía de estar para recibir esa respuesta todos los días de su único hijo que hablaba. Era mi respuesta segura para no hablar de nada de lo que ocurría en el colegio. Pero, en realidad, ¿de qué otra forma podría describirlo? Vaya, apareció una chica nueva y repasamos las mismas palabras y matemáticas estúpidas. Por no hablar de que me pasé toda la educación física corriendo en bucle, como siempre. Mi mamá estaba demasiado ocupada con TD (T. Dani) como para preocuparse por lo que estaba pasando yo, como evidenciaban las risitas y sacudidas de sonajeros que salían de aquella habitación. Por muy mezquino que fuera despreciar a un bebé, nuestro nuevo miembro de la familia estaba haciendo un trabajo demasiado bueno para hacerme sentir inútil. ¿Por qué estaba yo aquí cuando mamá prefería jugar con TD todo el día? La habitación del bebé estaba toda limpia y hermosa. En cambio, la mía tenía el mismo colchón áspero y la alfombra que olía mal. Con el tiempo, mi cuerpo se fue acostumbrando a este clima tan enfermizo, pero nunca estaría en total armonía con este horrible trabajo de pintura. Las paredes deberían haber sido blancas, pero la pintura amarilleó con el tiempo en lugares al azar. Simplemente… ¿Cómo? Cuando se me cayó la mochila, me senté en el montón de ropa sucia y saqué mi libro de texto. Más estudio para un examen. Aunque quería que los niños de fuera se callaran. ¿Acaso podían jugar más fuerte? Sus risas distraían mi intento de entender que «tenéis» significaba «ustedes tienen». Seguro que me iban a sudar los pies mañana. Con o sin zapatos, el calor en septiembre en Ciudad Toad podía hacer que cualquier desierto se sintiera como Ciudad Escalofrío en comparación. Bueno, tal vez eso no pasara todo el tiempo. Pero la verdad es que mis pies iban a arder porque el Sol estaba enfadadísimo. Al día siguiente, arranqué otra camisa del montón, tomé la falda y los calzones que había usado el día anterior y entré al baño. Me puso un poquito de dentífrico en el dedo y comencé a cepillarme los dientes. Al final, mis diez dedos intentaron peinar mi cabello rojo lo mejor que pudieron. Parecía ordenado en un minuto. ¿Qué te parece mi nivel de habilidad? Ya sé que tengo talento. Bajé las escaleras y abrí los gabinetes de la cocina, encontrándome con las mismas latas de frijoles y poco más. Te lo juro, siempre los abría aun sabiendo que no había nada nuevo. —Ya voy, mamá —le chillé, andando hacia la puerta. —Espera. No… Cuando decía eso, significaba que era la hora de la inspección. Y ahí estaba. La mujer alta corría hacia la cocina en pijama, con el mismo revoltijo de pelo rojo cubriendo sus ojos castaños. No importaba cuánto le hubiera bloqueado la visión; de alguna manera veía a través de cada centímetro de mí. Cada. —Oye, no puedes seguir usando siempre lo mismo, TT. Especialmente tus calzones. Eso es asqueroso. ¿Te gusta que te hagan bromas? ¿No te diste ni una ducha anoche? —Me olió el cabello—. Llegarás tarde a la escuela, ¿me escuchas? Arriba. —Sólo tengo tres camisas —logré decirle—. No hemos ido a la lavandería en una semana. —Claro que he ido. ¿Quieres decir que no has puesto toda tu ropa en la cesta? ¿Qué haces con esa montaña de ropa sucia en tu cuarto? Si dejaras de ser perezosa, podría haberla lavado. —O podrías comprarme más ropa. —No te hagas la lista. Podría hacer que fueras sin ropa si quisiera. Alégrate que no soy uno de esos padres. Ah, siempre con las amenazas. Nunca lograba escapar de ellas. Discutir con ella siempre era inútil porque, como cualquier adulto, ella jamás admitiría que los niños tenían puntos válidos. Así que hice lo que haría cualquier chica astuta de mi edad. Rodé los ojos y salí de la casa. —¡TT! —Adiós. —¡Ven acá! ¿Dónde están tus zapatos? —¡Consígueme un par que me dure más de un mes! ¿Y qué si apestaba? Era lo habitual, porque nuestro jabón no duraba nada. Ir descalza a la escuela era un asco, sobre todo porque la mugre se metía entre mis dedos. Pero seguía siendo mejor que usar unos tenis gastados. Mis pies estaban felices de tener un poco de alivio. En la escuela ya sabían de nuestra situación económica, así que me permitieron un poco de flexibilidad con el uniforme; normalmente, todos debían usar zapatos cerrados. Probablemente llamaría la atención, pero ya me miraban desde que me senté en medio de pupitres vacíos. —No creo que se bañe —le susurró un alumno a T. Minh. No en voz baja, ya que lo oí. —¿Por qué dices eso? —¿Hueles a alguien más aquí? Mira lo sucia que está. Tiene los pies malolientes por naturaleza. —Oye, eso no está bien. —Te reto a que los lamas por diez monedas —se rió él. —Niños, no se habla durante un examen. Así que finalmente nuestra maestra decidió intervenir, dos minutos de insultos después. Llenamos el aire de garabatos, apresurándonos a terminar este examen. Contenía 30 preguntas, pero quince eran de opción múltiple, lo que me daba ventaja. ¿Por qué nadie había declarado ilegal crear preguntas que no fueran de opción múltiple? Tal vez si enviaba una carta a Su Alteza, podría hacer realidad ese sueño. A ver… «No sé si vosotros quieran ser mis amigos» es correcto, ¿no? Espera… ¡Terminado! Mientras sacara un aprobado o más, a mi mamá no le importaría lo más mínimo. Ahora llegaba el momento que estaba esperando: educación física. A diferencia de la mayoría de las niñas, yo disfrutaba de estos momentos. Me daban la oportunidad de sentirme libre, en vez de estar atrapada todo el día en un aula pequeña. Y lo mejor era que los de segundo teníamos educación física antes del almuerzo, así que no teníamos que preocuparnos por vomitar. Casi siempre. De vez en cuando, me movía demasiado rápido para mi propio bien. —Flexiones, ¡ya! ¡Muy bien, muy bien! —decía nuestro entrenador. Uno, dos, tres… Cuanto más tiempo hacía ejercicio, más comenzaba a dolerme la falta de protección en mis pies. La cancha, llena de piedras y usada tanto para baloncesto como para correr, hacía que el Sol me asara los pies como si fueran sabrosas costillas. —Toadette —me preguntó una compañera de clase—, ¿dónde están tus zapatos? No le respondí. —Sí, esconde tus dedos. —Un chico se tapó la nariz—. ¡Son asquerosos! —¿No te arden los pies? —No sabía que tus pies eran tan grandes, Toadette. —Ten cuidado con esas uñas. Le sacarás un ojo a alguien. Seguía y seguía y seguía y seguía. No podía hacer saltos en paz, jugar un breve partido de balón prisionero en paz o simplemente respirar en paz. Alguien en algún lugar iba a burlarse de mí. Hombre, voy descalza un día, ¿y esto es lo que pasa? —¡Lávate los pies, vagabunda! —Y el que decía eso me lanzó la pelota. —¡Ella sigue dentro! —El entrenador hizo sonar su silbato—. ¡No golpear la cara! Se lo merecía. Aunque, cuando se dirigía a la sección de los eliminados, seguía lanzándome insultos. No importaba cuántas veces se rieran de mí. No podía hacer nada para defenderme. Después de todo, sólo me esperaban castigos o algo aún más grave si respondía. Por suerte, la educación física me ofrecía una forma de expulsar la ira de mi cuerpo. Una buena carrera siempre me ayudaba, y cuando nos dejaron escoger nuestra propia actividad, regresé a mi hogar. —Hola, pista —susurré, golpeando el suelo con la punta del pie—. Estoy pensando en ocho vueltas para poder hacer tres kilómetros, ¿y tú? —Hola de nuevo, Toadette. ¿Por qué? ¿Qué quería esta chica ahora? De mala gana, levanté la cabeza para ver su cara inquietantemente alegre. —Sabes hablar, ¿verdad? Asentí, cruzándome de brazos. Todo el mundo pensaba que me habían cortado las cuerdas vocales, incluidos los maestros. —Uf, qué alivio. Pensaba que se estaban riendo de una chica con discapacidad. —Se acercó un paso—. No te preocupes por tus pies, ¿me oyes? Son normales. —¿Hmm? —Déjame verlos de cerca un momento. Antes de que pudiera reaccionar, giró detrás de mí y me levantó la pierna. No te asustes, Toadette. No quieres otra razón para que tu clase se burle de ti. Pero ¿por qué me estaba limpiando el pie en medio de la pista? Después de la sexta vez que me pasó la mano por el pie, lo comprendí. Mis pies estaban más sucios que si hubieran estado caminando por un granero. No me digas. Hasta un tipo en el espacio podría verlo. Podríamos… Empecé a reír, y después la ataqué de inmediato. Bueno, ella debería haber sabido qué esperar si movía su dedo entre mis pies. Tal vez esa patada en la cara hizo que se volviera más inteligente. Cuando se levantó, una débil huella se dibujó en su rostro. Pero esa sonrisa permanecía como si estuviera firmemente estampada en ella. —Sí, no son como los pies de los muchachos. No tienes uñas feas ni nada de eso, así que pasas la prueba de pies, Toadette. ¡Felicidades! —Tomó mi expresión neutral como un pase para seguir hablando—. Pero creo que necesitas un masaje. Tienes demasiada tensión en los pies. Ladeé la cabeza. —Mi mamá trabaja en el campo de la reflexología o cómo se dice. Siempre está practicando con mi papá y conmigo. —Justo entonces, jadeó y dejó que sus iris se extendieran más allá de su esclerótica—. Le pediré que te haga un masaje. ¡No! Negué con la cabeza, pero en respuesta, la Toad con manchas rosadas asintió. Su sonrisa nunca había sido tan espeluznante como ahora. —No da miedo, te lo prometo. Te mostraré cómo se siente ahora mismo si tú quieres. Había más sacudidas de cabeza y caminar hacia atrás. —No seas tímida. Mis gruñidos se hicieron más fuertes. Sacudía tanto la cabeza que iba a rompérmela. —Mis manos mágicas salvarán el día. —¡No! —Di un salto hacia atrás, jadeando y agarrándome el sombrero. ¿No se daba cuenta de que no quería que alguien raro me tocara los pies? Sólo una chica podía tocarme los pies, y se llamaba Toadette. —¡Hablaste! —La chica me señaló, temblando como si viera un Boo—. ¡Acabas de hablar! Rayos… Si volvía a darle la callada por respuesta, no dejaría de molestarme. Esta idiota necesitaba la franqueza de una manera que la mayoría de los otros alumnos no. —No me toques los pies. —Oh… —Su sonrisa desapareció finalmente—. Sólo quería ayudar. ¿Estás segura? —Sí. —Sin estirarme, la dejé en la estacada. No me importaba de qué ciudad viniera. Esa grasa extra sólo podría ralentizarla. Espera… ¿Qué? ¿Cómo me alcanzó? Estaba saltando, ni siquiera corriendo con la forma adecuada. ¡Por supuesto! Esos tenis limpios y acolchados le dieron suerte a sus pies. Al final, después de dos minutos escuchándola presumir de una vida mucho mejor y de unos pies supuestamente más sanos, grité. —¿Qué hace falta para que me dejes en paz? —Prométeme que te pasarás por mi casa. —A mi mamá no le gusta que vaya a casas de extraños. —Pero no soy una extraña —jadeó—. Iré a tu casa, ¿está bien? —Tampoco quiere eso. —Ahora sé que me estás tomando el pelo. —De momento, se rió. En segundos, su cuerpo se rindió. Estas dos vueltas la dejaron sin aliento, así que se fue hacia las fuentes de agua. Ahora podía pensar con claridad durante el resto de la clase. Por ejemplo, tuve tiempo de adivinar qué castigo recibiría cuando cruzara esa puerta más tarde. ¿Ser quemada con la plancha? Era posible. ¿Recibir una paliza normal? Muy posible. Sin tan sólo las cosas hubieran terminado ahí. Cuando acabamos nuestra última lección (era ciencia, y aún aprendíamos cómo un Yoshi podía levitar), el diablo se acercó a mí sin ruido. Pero no fue tan sutil esta vez. Y yo también tenía un as en la manga, pues mi mochila ya estaba llena antes de que ella pudiera abrir la boca. Salí corriendo por la puerta y me dirigí a casa. Desde la escuela, estaba a veinte minutos andando. Aunque el corazón se me aceleró y el subidón de energía me hizo confiar en que lo conseguiría, la realidad se encargó de derribar mis expectativas. En menos de un minuto y medio, apareció ese dolor. Ya lo conoces. Estás corriendo muy bien, sintiendo la brisa caliente contra tu piel, y de repente esa sensación punzante se produce alrededor de tu estómago. Lado derecho, izquierdo, no importa. Estos puntos laterales pusieron fin a mi esprint. Pero sonreí mirando hacia atrás. T. Minh no estaba a la vista para molestarme. Ahora… —¿Qué demonios? Respirando como una acosadora, se secó el sudor de la frente. —Haces que una chica trabaje duro para seguirte el ritmo. Dime, ¿cómo lo haces si vas descalza? —No tienes por qué saberlo. Pasé junto a ella arrastrando los pies, pero se aferró a mi brazo. Estaba claro que no había manera de deshacerme de su presencia. Bueno, si tanto quería venir a casa conmigo, podría experimentar el infierno. Pensándolo bien, sería una sirviente perfecta para el jefe de los bajos fondos. Motivaría a cualquiera a ser una buena persona antes de que sus juegos terminen. Imagina morir y verte obligado(a) a escuchar a una loca hablar sin siquiera una pausa. —Definitivamente vienes de Ciudad Champiñón. Ustedes no saben callarse. —Tienes toda la razón. —Su orgullo me enfureció—. Mi mamá solía decir que mi lista de palabras era más larga que la de buenos que tiene Papá Noel. Esa ciudad te agrandará el cerebro de una forma u otra. Sabes, tampoco puedo negar que tus pies estarían mucho peor caminando por allá, ya que las calles están muy… —Si estás tan centrada en mis pies mugrientos, ¿por qué no los lames? —Me detuve en la acera y puse las manos en las caderas—. Ahora mismo. Límpialos. T. Minh se tapó la boca con las manos, pero vi cómo se le hinchaban las mejillas. —Qué asco —dijo—. No voy a lamer tus sucios pies, Toadette. —Parece que quieres hacerlo. Cada dos por tres hay algún comentario sobre mis pies o sobre cómo voy descalza. Como si no lo supiera. —Sólo un viejo raro querría lamerle los pies a una chica. —Tomó mi mochila, dándole un tono áspero a su voz aguda—. Vuelve aquí, señorita. No he disfrutado de una buena comida en más de 70 años, y estoy intentando chupar esos pies tuyos. Por primera vez en mucho tiempo, una compañera de clase logró hacerme reír. Y no por recibir karma. —Sigue mirando los míos y acabarás siendo ese tipo espeluznante. —Sólo quiero que te sientas mejor. Los demás sólo quieren ponerte triste. —Si alguna vez alguien me metiera la lengua en los pies, lo mataría. —Me miré las uñas sin pintar. —Qué directa. —Los ojos de T. Minh se achicaron—. ¿No les dejarías pedir perdón? —Cualquiera que lama pies no se va a arrepentir. —Di la vuelta a la manzana para llevarnos a mi casa—. Eso es obvio. Cuando llegamos a mi césped, el sudor goteaba por mi frente. No sólo mamá estaría furiosa por lo que pasó esta mañana, sino que traer a alguien sin decirle significaría un castigo seguro para mí. Pero T. Minh no iba a ninguna parte, y no sería la primera vez que tendría que lidiar con el alargador. —Mucha hierba, pero no veo las flores —comentó T. Minh mientras cruzábamos el porche. —Están ahí. No sé dónde, pero están. Abrí la puerta lentamente. —He vuelto —grité obligatoriamente. Luego agarré a T. Minh rápidamente—. Nada de zapatos en casa. Quítatelos. Se los deshizo, pero ya era demasiado tarde. En diez segundos, el olor a incienso fue sustituido por el reconocible aroma de mi mamá. Su sombra nos cubría a las dos, y sentí un nudo en la garganta al ver el cable. —¿Quién es? —preguntó. —Soy T. Minh, señora. —La chica pateó sus zapatos hasta la puerta principal—. La nueva mejor amiga de su hija. Eso nunca se dijo. —Tienes que irte a tu casa. Si Toadette no es capaz de mantener su cuarto en orden, no veo por qué necesita a otra chica allí. —Me empujó hacia la escalera y casi me caí—. Ve a limpiar tu cuarto y después hablamos. —Pero ya está aquí —dije, señalando a Minh. —No me importa. —Pero… —¿Estás sorda? ¡A tu cuarto! —¡Bien! —grité con todas mis fuerzas, golpeando la pared. Mi puño ardió por el impacto, y la placa de yeso anticuada recibió una nueva marca. —TT, te juro que si no te deshaces de esa actitud… —¿Qué harás? Tenía tantas ganas de rajarme que podía sentir su rabia vibrando en la escalera. Finalmente, su agarre del cable se tensó, y entonces… Al instante, me agarré la mejilla ardiendo, sin darme cuenta de la lágrima que me caía por la cara. Después de oírme gritar, descargó cinco golpes más por todo mi cuerpo. Cara, cuerpo, piernas, donde más me doliera. Para ser un invento tan barato, el cable siempre me dolía mucho más que la percha. Como siempre, el dolor tardó su tiempo en hacer efecto, pero una vez que me golpeó la pierna, ya no lloraba. Sollozaba. —¿Por qué te aguanto? —Tiró el cable sobre mí, entonces bajó las escaleras restantes. Pronto, el llanto de un bebé llegó desde el otro lado de la casa—. Espero que tu hermano crezca con algo de sentido común. —Señora, pare, ¡por favor! —gritó T. Minh. —Escucha, ha sido un verdadero dolor de cabeza estas últimas semanas. No es casualidad. Mejor vete a tu casa, ¿entiendes? Mientras las lágrimas seguían derramándose, Minh se puso a mi lado. —Puedo ayudarla a limpiar su cuarto. En la escuela siempre se burlan de ella; por eso estás actuando de manera extraña. —Cariño, no la conoces como yo. Siempre se comporta como una estúpida. —¿Por favor? —Su despreciable generosidad no mostraba signos de desaparecer mientras me limpiaba la cara con su camisa—. No puede arreglarlo si está triste todo el día. Mi mamá se dio una palmada en la frente. Así como yo había fallado convencer a T. Minh, ella se encontraba igual de perpleja. La determinación de la chica por ayudar a los demás era insuperable. —Buena suerte para no matarte intentando que escuche una sola palabra —suspiró antes de atender al bebé. —¿Te encuentras bien? —T. Minh me abrazó con una fuerza asfixiante. ¿Cuándo había sido la última vez que mi mamá me había abrazado, besado o expresado amor físicamente? Rompí a llorar más intentando recordar aquel momento. Mi compañera de clase continuaba diciéndome que todo saldría bien, incluso después de visitar mi habitación asquerosa. —No eres la única que tiene su cuarto desordenado. Mis primos grandes siempre dejan tirados dulces y cosas por el suelo. Cáscaras de plátano, muñecas de la princesa Peach, esas cosas de cigarros… —¿Y les pegan? —Me limpié los ojos. —A mí nunca me han pegado. —Bajó la mirada—. Lo siento, no sé qué decir. —No es culpa tuya. —Tiré mi mochila al suelo—. Pero no tenías que decirle que limpiarías mi cuarto. De verdad. —Quiero hacerlo —dijo con una sonrisa suave—. Mientras más me digas que no te ayude, más ganas tendré de hacerlo. Teníamos una tarea enorme por delante. Además de la ropa sucia, había vasos de jugo de naranja mohoso que llevaban semanas aquí. Mi colchón estaba sin funda, porque la sábana estaba en el fondo de la ropa sucia. Y si eso no era suficiente, había tanto polvo que podría llenar una serpiente. Y ni hablemos del suelo de mi armario. Sin embargo, T. Minh miró todo esto y se arremangó las mangas que ya eran cortas. De algún modo, entre mis mocos, logré soltar una pequeña risita. El gran nudo que tenía en la garganta hacía que tragar fuera todo un reto. Después de este trago, le pregunté una cosa. —Cuando acabemos, ¿podrías enseñarme un poco eso de la reflexología? —Claro. Y ni siquiera te tocaré los pies para explicártelo. —Gracias. —La volví a abrazar—. Muchas gracias… *** Y aquí estaba yo, en el presente, dándome un masaje de pies en nuestra habitación mientras Minh permanecía en otro lugar del hotel. Al recordar nuestro primer encuentro, volvieron a mi mente algunas de sus técnicas, como estirar los dedos de los pies hacia atrás y pellizcar el gordo para aliviar el dolor de cabeza. A veces pensaba que la reflexología era una tontería. Cuanto mayor me hacía, más me parecía un timo. Pero al menos parecía que hacía algo, y no costaba nada. Ya había informado a Su Alteza, y nos dijo que hiciéramos guardia mañana. En otras palabras, probablemente tendríamos otra misión. Pero eso tendría que coincidir con mi eventual reintroducción a mi madre y hermano. —Esa tonta de Minh —murmuré, frotándome los dedos con más loción—. ¿Qué estrés tuviste? Viviste la dulce vida. Tenías a tu papá, tus papás te querían, nunca te pegaron, eras feliz en cualquier ciudad donde vivieras, tenías amigos… Lo tenías todo. De hecho, ni siquiera era leal. Había actuado a mis espaldas y se relacionó claramente con mi familia durante algún tiempo después de que yo desapareciera de Ciudad Champiñón. ¿Por qué? ¿Por qué haría algo tan estúpido? ¿Les dijo que había vuelto a Ciudad Toad? Eso fue lo único que le hice prometer que no haría. Me lanzaba promesas como si fueran ilimitadas, pero rara vez puse un gran peso sobre sus hombros. Y me traicionó. ¿De qué otra forma habría reconocido a TD? Un niño pequeño no se convierte en adolescente y tiene el mismo aspecto. ¿Dónde estaba la Minh que me ayudaría alegremente en mi momento de necesidad? En un arrebato, pateé la loción por la habitación. —Deberían pensar que estoy lejos, no en un pueblo en el mismo reino. Podrían haberme sacado de Ciudad Toad en cualquier instante. —Pero no te sacaron. Jadeé, girándome para ver a Minh cerrar la puerta. Se cruzó de brazos, y su voz habitual fue sustituida por su voz más lenta, la voz de cuando no se permitía que las cosas tuvieran un poco de frivolidad. —Es cierto que fui a ver a tu familia un tiempo después de tu fuga. Pero ¿no crees que habrías vuelto a Ciudad Champiñón durante la prepa si te hubiera traicionado? —Antes de que pudiera responder, levantó la mano—. Te quiero, Toadette. Más de lo que puedes pensar. Pero eres una de las peores hermanas que he conocido. —Lo quiero… —¿En serio? No recuerdo que hayas estado en su vida en los últimos seis años. —Le tembló el labio mientras acortaba la distancia entre nosotras—. No me vengas a decir que sólo tenías miedo de volver a casa. Después de la preparatoria, tuviste tiempo suficiente para corregir tus errores. Ya eras adulta. Tu mamá no podía obligarte a quedarte bajo su techo, y T. Dani no debería vivir el resto de su vida solo, pensando que su hermana mayor ya no está. También pensando que él tuvo algo que ver en que ella quisiera huir. Rayos, Toadette, que te olvides de los demás y de las repercusiones de tus decisiones no significa que desaparezcan. —¿Cree que ya no estoy? —Y a mí me tratas como la estúpida. Por supuesto que cree que estás muerta. Lo mismo cree tu mamá, y probablemente el resto de tu familia. Me da mucha curiosidad saber qué pensabas que creían. Ellos pensaban que yo estaba en otro lugar, viviendo mi propia vida. Tenían que hacerlo. Lo mencioné en la nota que les dejé. Las palabras de Minh eran sólo palabras, nada más que eso. No tenía pruebas de que creyeran que me estaba pudriendo. —¡Mentirosa! —grité—. Sólo estás enojada por algo y quieres que me sienta como una basura. Que salga de tu boca no significa que sea verdad. TD sabe que estoy viva… —¿Por qué tengo que estar enojada, Toadette? —Dímelo tú. —¿Y cómo es posible que piensen que estás viva? No te vieron. —Dios mío, no me preguntes cómo. No quiero pensar en eso. —Porque te dijiste a ti misma que estaban bien, así es como. Querías esa fantasía perfecta en la que te escapabas de casa y todo iba bien como en un cuento. —Cierra la boca. —Sabes que te quiero desde que te conozco, así que sabes que no estoy enojada contigo por nada insignificante. Me enfada que quieras fingir que la realidad es completamente diferente. —No quiero… —Que salga de tu boca no significa que sea verdad —suspiró. |