No ratings.
Como nueva esclava de los pies de Peach, la vida de Toadette se da un giro emocionante. |
Incluso en un lugar lleno de acción como Ciudad Champiñón, resultaba asombroso ver cómo los hospitales estaban desbordados de pacientes. Era tan anormal que escuché que muchos heridos permanecían sentados afuera porque no había camas suficientes. Estaba sola en mi habitación, pegada al televisor mientras las imágenes del desastre se repetían sin cesar. Al principio, se estimó que se habían perdido alrededor de 15.000 vidas. Luego, afortunadamente, la cifra se redujo a 1.000 (sólo una misericordia en comparación) antes de subir a 1.513, un número que superó la ya aterradora cifra de la explosión del Puente Champiñón de años atrás. El hedor de la carne quemada siempre iba a estar en mi mente, un recordatorio constante del interminable mar de cadáveres por el que pasé. Un final tan fantástico para mi primer Festival de las Estrellas, ¿eh? Mi cuerpo estaba cubierto de vendas pequeñas, y en mi brazo izquierdo, una gruesa escayola lo mantenía. No era la primera vez que lidiaba con un hueso roto, pero la picazón me estaba volviendo loca. Cada vez que el dolor me hacía quejarme, tenía que recordarme lo afortunada que era por poder sentirlo. Un mes de intensos dolores de cabeza me parecía una bendición en comparación con quedar inesperadamente aniquilada por una explosión. Toc, toc, toc… El enfermero entró en la habitación con una botella de agua, justo como se lo había solicitado. Le agradecí en silencio, desesperada por aliviar la irritación de mi garganta tras todos los gritos de ayer. Después de que él se sentara, entró la médica, llevando un portapapeles tradicional que, sin duda, estaba lleno de noticias preocupantes. —¿Cómo se encuentra esta mañana, Toadette? —Dolor. —Claro, ya estoy trabajando en la receta para eso. Le daré la medicación antes de que ustedes tomen su vuelo a Ciudad Toad. —¿Qué? ¿Todavía nos vamos hoy? —La princesa Peach y su equipo han decidido que no sería inteligente hacerlo hoy. Al parecer, se quedarán aquí una semana más para recuperarse. —Estupendo… —Apoyé la cabeza en las almohadas y cerré los ojos—. ¿Ya puedo hablar con T. Minh? —Todavía la están operando. —¿Y mi hermano? —Lo están estabilizando junto con su madre. —Cielos, ¿puedo recibir hoy una pizca de buenas noticias? —¿Alguien dijo «buenas noticias»? —Esa voz me hizo levantar la cabeza—. Puede recibir visitas, ¿verdad? —Espere. —La médica detuvo al intruso en la puerta—. Es mejor que siga descansando. —Ah, ya veo. —Y el capitán Toad pasó por delante de ella, saludándome con la mano—. La buena noticia es que yo salí de ese evento luciendo guapo, y tú, mi querida Toadette, sigues viéndote tan bella. Ni siquiera sabía qué decir a eso. —Médicos, un poco de espacio nos vendría bien. Apúrense, váyanse. Cuanto más tiempo estén sentados en esas sillas, más van a llorar por su peso. Gracias. —Una vez que la sala estuvo vacía, tomó una silla y se sentó junto a mí. Los primeros instantes transcurrieron en puro silencio, con nosotros mirándonos el uno al otro o a los alrededores. No es que hubiera algo más interesante que mirar en un hospital, con las paredes como pizarrones blancos. —¿Alguna vez has deseado estar muerto? —¿Qué? —Ya sabes, cuando ya no tienes más oportunidades de volver. Cuando se acaba el juego temprano. —Seguí dejando que mi visión se desvaneciera en el blanco—. Cuando era niña, admito que la muerte era un pensamiento constante en mi mente. Ser comida por unas Plantas Pirañas o unos Dino-Rinos me asustaba demasiado. Ahorcarme también me parecía demasiado duro, pero a menudo me preguntaba cómo serían todos si pudiera liberarlos de mi existencia inútil. —Este… No. —Su naturaleza relajada había desaparecido, sustituida por otra confusa y perturbada. —Si no hubiera venido a ese festival, nunca lo habrían atacado. ¿Te dijeron cuántos han muerto? Los Champiñones Vitales pueden ayudar, pero no pueden devolver a gente consumida por un gran fuego. ¿Por qué merezco estar aquí cuando ellos yo no están? —No te voy a gritar, especialmente porque percibo lo sensible que estás ahora. Pero mira, Toadette, ese ataque al festival iba a suceder, fueras tú un factor o no. Sabíamos que estaban planeando algo desde hace años. Pensamos que los habíamos detenido, y como ves, simplemente fallamos. —¡Mataron a personas que he visto en el castillo! ¡Personas completamente inocentes! ¡Intentaron acabar con Minh! Podrían haber matado a TD, ¡a mi mamá! ¡Y a ti también! ¿No estás enfadado? —Me dolía mucho respirar tan fuerte—. Yo no descanso hasta que he matado a cada Scapelli. ¿Me comprendes? —Sí, te comprendo —dijo, asintiendo con la cabeza. —No me estás tomando en serio. —Otra vez, estás sensible, y lo capto. Pero seamos sinceros, no puedes hacerlo. —Te dije que dejes de tratarme como a una… —Tenemos leyes por una razón. Eventualmente los Scapelli aparecerán en un juicio, y teniendo en cuenta que tenemos 1.500 cadáveres que son pruebas, mejor que creas que los van a encerrar para siempre. Y si vuelves a dejarte enredar en su lío, sólo estarás haciendo daño a ti y a tu familia. ¿Eso es lo que quieres, Toadette? ¡Maldita sea! Sabía que tenía razón, pero había que hacer algo. No podía aceptar que se salieran con la suya, aunque fuera por poco tiempo. —Veamos en lado bueno —continuó—. Vas a tener más tiempo con tu mamá y tu hermano antes de que nos vayamos. Y la princesa no debe tener un problema, ya que todos estamos heridos de alguna manera. —¿Estás herido? —¿Cómo dices? —Bueno, viniste aquí con una expresión como si ayer fuera un día maravilloso de principio a fin. Además, no es que tengas familiares aquí, así que nadie que te importe está herido. —Eso es… —Bajó la mirada—. Ignorando a la paciente loca en este cuarto, tengo que apoyar a mis muchachos. ¿Crees que tú te sientes mal? —Todos hicieron lo que pudieron. Oye, prometiste protegerme. —Tenemos que proteger a todos. No puedo creerlo… Ese Bill Banzai apareció de la nada. El verdadero milagro es que no se perdieran más vidas. Ahora mismo, estamos en la fase de duelo. —Se frotó los ojos—. Estemos siempre agradecidos por los que tienen una oportunidad de continuar. Si solamente siempre fuera así de dulce… —Oye, te puedo llevar en una silla de ruedas cuando estés más despierta. —Gracias —susurré, cerrando los ojos una vez más—. ¿Puedes rascarme el pie ahora? —¿Qué rayos dijiste? —Sólo la parte superior del derecho —respondí, soltando una risita lenta—. Me pica. —Ugh… Lo hago porque me siento mal por ti, no porque comparto tu extraño fetiche por los pies. Era una petición inocente, nada más. En cuanto sentí sus uñas sobre mí, solté un gemido casi silencioso, el primer positivo desde ese incidente. Prácticamente ronroneaba como una gata, sobre todo cuando empezó a rascarme los dedos. —Sí, eso es… *** Cuando dieron las 11:42, me había llevado a una gran sala de espera con muchos otros heridos que hablaban entre sí. Algunos ni siquiera estaban heridos físicamente; eran simplemente seres queridos que nos visitaban. Pero en mi exploración de la sala, no pude distinguir a nadie a quien conocía muy bien. —Hola, señorita Toadette. Penélope se acercó a mí con… ¡Dios mío! —¿Y tu ojo? —Creo que me lo corté con algo filoso —explicó, señalando el parche que le cubría el ojo derecho—. Me lo han cosido o algo así, pero parece que seré la gran pirata Penélope por unos meses. —Lo estás llevando demasiado bien —murmuré—. ¿Por lo demás, estás bien? —Me duele un poquito la cabeza, pero eso es todo. —Se puso de rodillas, apoyándose en el brazo de mi silla—. La señorita Daisy dice que usted fue una verdadera guerrera. —No, no la era. —Caray, siéntete un poco orgullosa de lo que hiciste —gimió el capitán Toad, dándome un golpecito en el hombro—. Si no hubieras corrido hacia el fuego como una tonta, no habría recordado que los dos estábamos bajo el efecto de la Esencia Roja. Considerando que yo pude bajar solo, el humo se redujo rápido y la mayoría de la gente aún sigue respirando. Tú y tu pequeño cerebro pueden crear grandes sorpresas. —Es cierto —rió Penélope, abrazándome—. Usted es increíble. —No, es que… —No me atrevía a seguir hablando, ni siquiera para darle las gracias. —Lo siento muchísimo. No puedo imaginarme cómo se siente ahora. —Y yo me pasé tanto tiempo distanciándome de ellos. —Al menos siguen estabilizados, signifique lo que signifique. Están vivos, señorita. —Genial hasta que descubra que TD está ciego o que mi madre quedará lisiada para… ¡Ay! —Tranquilízate. Es una niña —susurró el capitán, golpeándome en el cuello—. Espera, ¿qué estás haciendo? Me esforcé tratando de levantarme de la silla. Mi equilibrio estaba muy alterado por el peso extra que tenía en el lado derecho. Levanté el culo unos diez centímetros antes de volver a caer, exhalando como si hubiera nadado entre dos reinos. —Quiero ver a Peach. —Tiene que estar ocupada ahora mismo —dijo Penélope. —Dile que Toadette exige su presencia. El capitán Toad sólo pudo gemir. ¿Y qué? Había demasiadas cosas en esta situación que no me sentaban bien, y la única forma de marcharme en paz era que me lo contaran todo. Sin eludir la verdad, sin secretos, sin nada. Por supuesto, nada me garantizaba que Peach fuera a contarme todo lo que sabía, pero valía la pena intentarlo. Ya me picaban los pies bajo las sábanas, y estas pantuflas de hospital no ayudaban en absoluto. Me las quité a patadas repetidas veces mientras esperaba, sólo para que el capitán, frustrado, siguiera intentando ponérmelas de nuevo. —Por favor, sé normal, Toadette. —No quiero llevar zapatos ahora. Mis pies me están picando y ayer me pasé todo el día con tacones, así que me duelen mucho. —No te los voy a frotar. —No te lo he pedido. —Tienes una cara de póquer terrible. —¿Ni siquiera puedo recibir unos segundos de masaje? Creo que me merezco uno. —Frota tus propios pies. —¿Cómo? —No lo sé. Usa tus propios pies para hacerlo. Tienes unas piernas muy fuertes, así que no debería costarte lo más mínimo. No fue difícil, pero no fue la misma experiencia. Frotarme los pies no aliviaba mucho el dolor. Lo único que me daba era otra forma de pasar el tiempo sin aburrirme del todo. —Eres la única persona aquí cachonda después de ese festival —se burló. —¿Y no crees que me odio por eso? Uf, yo no pedí este estúpido fetiche… —Tenías más posibilidades de tenerlo con esa mejor amiga que elegiste. —¿Hablas en serio? —Sacudí con la cabeza—. Lo único que hizo cuando éramos pequeñas fue hacerme aborrecer más los pies. Siempre tocaba los míos sin consentimiento… Hmm… En realidad, hasta este momento ya no le tocaba los pies sin consentimiento. Además, por lo que a mí respecta, él consentía todo lo que yo le hiciera. Aunque había algo de verdad en lo que decía, ya que planeaba hacerle tocarme los pies cada vez más. Hasta que por fin se sintiera cómodo con la idea. —Mejor que ocultes ese fetiche, tonta. Llega la presencia real. Al otro lado de la habitación, se acercaba Peach. Se creía que la actitud de Penélope era sorprendente tras lo que había sucedido, la de Peach me dejó aún más atónita. Prácticamente estaba bailando por la sala de espera con lo caprichosos que eran sus movimientos. Era un marcado contraste con el movimiento limitado que teníamos muchos de nosotros. Al mirar al capitán Toad, incluso él mostró una expresión que parecía decir: «Esto es de muy mal gusto». —Tienes suerte, Toadette —dijo ella, alborotándose el pelo—. Me pillaste justo antes de que pudiera salir a dar una rueda de prensa. —¿Qué pasó, alteza? —¿Cómo dices? —Nos mandó en una peligrosa misión para garantizar que esas monedas con los micrófonos llegaran a los Scapelli. Pensé que los espiábamos para prevenir un ataque. ¿Me puede explicar por qué no fue así? Parecía que la había pillado desprevenida con mi pregunta directa. —Escucha, responderé al público de todo lo que… —¡Usted me lo debe! —Aparté la mano del capitán Toad antes de que pudiera taparme la boca—. He estado al borde de la muerte demasiadas veces, así que deme una respuesta o renuncio. —¿Renuncio? —Los ojos de Penélope se abrieron de par en par. Mantuve mi mirada cargada de ira sobre Peach. Los alegres movimientos de la princesa se ralentizaron hasta volverse rígidos. Entonces, de la nada, empezó a reírse. Esto hizo que arrugara mi cara y cerrara la mano en un puño. —Ah, perdóname, pero me estoy riendo de que no recuerdes tu propio contrato. ¿De qué estaba hablando? —Estás obligada a trabajar por mí durante al menos 20 años de poder irte. —¿Y cuándo fue dicho eso? —Al regresar a Ciudad Toad, me dará mucho gusto mostrarte el contrato que firmaste. ¿Acaso no les enseñan a los estudiantes de nuestras escuelas la importancia de leer cada palabra antes de firmar? Más aún cuando se trata de documentos reales. —Tras golpearme con esa revelación grande, puso cara seria—. Ahora bien, en cuanto a los Scapelli… Tenía toda mi atención, pues bloqueaba todo sonido a nuestro alrededor. —No haré públicas esas grabaciones de audio, pero puedo confirmarte que ni una sola vez se habló de un plan con un Bill Banzai. Capitán, ¿me ayudas? —Tiene razón —dijo él—. No es que usaran palabras en clave que no pudiéramos descifrar. —¿Y qué hay de…? —Me detuve. Si revelaba que sabía que ella había ordenado que hubiera menos guardias dentro del festival, tanto el capitán como yo nos meteríamos en un buen lío. —Tomamos todas las precauciones posibles —explicó ella—. Hiciste un buen trabajo, no lo dudes. De hecho, T. Minh también fue sorprendentemente útil para nuestra causa, para ser una florista débil. Asegúrate de darle las gracias de mi parte si la ves. Empezó a darse la vuelta. —¡Gracias por enviarme a buscar los fuegos artificiales que no utilizamos! —le grité. —¿Qué dijiste? —¿Los compró sólo para hacerlo? Lo único que hicieron esos fuegos artificiales fue hacer que los edificios reventaran aún más de lo que ya lo harían. Y más cadáveres, que no lo olvidemos. —Se iban a usar minutos después de que empezaran a llover los trozos de estrellas. Pero, discúlpame, no tenía idea de que una bomba gigantesca iba a caer del cielo. —Claro. —Esto se acaba ya, ¿me escuchas? —espetó, empujando su dedo enguantado contra mi nariz—. No sé qué te pasa, pero acusarme de estar metida en este ataque es muy peligroso. Lo último que necesitamos todos es desinformación y más confusión. Ni siquiera me inmuté; sólo aparté su mano de delante de mi cara y rodé los ojos. —Princesa, está lidiando con un montón de cosas. Tuvo que ver cómo atacaban a su madre y a su hermano. —Me pellizcó la espalda el capitán—. Yo también he estado en su situación, buscando a alguien a quien echarle la culpa cuanto me siento enojado. Usted también, ¿no? Peach respiró un par de veces, y luego un tono relajado volvió a su rostro. —Muy bien. Toadette, le pediré al capitán Toad que te enseñe todas las pruebas de lo que sabíamos antes de ayer, ¿te parece bien? —Sí, alteza. —Ahora, permíteme que me centre en ayudar a mi pueblo. —Una vez que salió de la sala, muchos de los ojos persistentes se clavaron en nosotros. Mi cara estaba de un rojo intenso, y el capitán Toad acercó su boca a un lado de mi cabeza. —Investigaré esto por mi cuenta, no te preocupes. Asentí. *** —Al menos no estás paralizada. —¿Paralizada? Me alegro de que no me pasara algo más extremo, como perder una pierna completa por la explosión. Minh estaba cubierta de muchas más magulladuras que yo, y con las dos piernas aplastadas, eso añadía otra complicación. Tendría que ser relegada a una silla de ruedas en lugar de recibir muletas. —Después de nueve semanas, debería estar andando de nuevo. —Al igual que Penélope (o, mejor dicho, al igual que todo el mundo), se estaba tomando las cosas muy bien—. Me quedaré con mis papás mientras tanto. Estará bien. Nueve semanas sin poder ver bien sus pies… Para mí ahora iba a ser raro, pero para ella iba a ser aún más extraño. Lo único que sobresalía de las escayolas eran las puntas de sus dedos. Noté que intentaba moverlos cuando se dio cuenta de que la estaba mirando, pero no se movieron. —Oye, sólo tengo que quitarme este esmalte de uñas, eso es todo. —Pero te queda tan bien. —Lo sé, lo sé. No sé qué color probaré después. Quizá vuelva al rosa. ¿Rosa fuerte? ¿Rosa ligera? ¿Qué te parece? —Harás que funcione, sea cual sea el tono que elijas. Soltó una risita, jugando con los dedos de sus manos. Todo el tiempo tenía un ligero sonrojo en el rostro. Seguramente aún quedaba un poco de mi sabor en sus labios, y esa imagen se repetía una y otra vez en su mente. Era grabada en la mía. La ternura de su piel, las risas llenas de felicidad y los deseos que nos rodeaban, su aroma especial… —No creo que pueda explicar por qué hice eso —dije, mirando al suelo. —¿Eh? —Salió de la nada. —Eso significa que debías de querer hacerlo de verdad —susurró, relamiéndose audiblemente. —Yo… Supongo que sí. —Volví a mirarla—. ¿Te parece extraña? —Jeje. Con todo lo que sabes de mí, ¿cómo voy a considerarte extraña? Ser extraño es normal. —No creo que esté intentando ser tu novia ni nada de eso —solté—. Pienso que simplemente estoy un poquito más abierta a ser… Ay, ni siquiera lo sé. —¿Mi amiga con derecho a roce? —Sabes, has dicho esa frase antes. —Básicamente significa un amigo con el que tienes intimidad. No llega al nivel de novio, pero estarías abierta a hacer cosas adultas con unos simples amigos. —Sonrió satisfecha—. Suena perfecto para una chica tan confusa como tú. Respiré hondo, intentando ocultar mi sonrisa avergonzada. —Así que… Veremos qué pasa, mejor amiga con derecho a roce. Casi se le cae la sonrisa de la cara. —Espero que esto signifique más tríos, porque me estoy sintiendo muy solo en esta conversación. —Ah, sí, el capitán seguía guiando mi silla de ruedas. Solté una risita, mirándolo. —¿Quién sabe? Tengo que ampliar mis horizontes. Justo entonces, entró un médico en la habitación. —¿Está aquí Toadette? —Soy yo. —Quiero hablar con usted y con su madre en su habitación, por favor. Sobre su hermano. —Nos vemos, Toadette —bostezó Minh. El capitán Toad me llevó en silla de ruedas a la habitación de mi madre, y optó por quedarse fuera para que estuviéramos solas con el médico. Mamá parecía haber visto días mejores, sobre todo por estar más pálida. Pero en cuanto me vio la cara, fue como si todo se arreglara por arte de magia. Lo primero que hizo fue intentar alcanzarme, antes de gemir de dolor y retraerse. —Estoy orgullosa de poder decir que mi hija es tan fuerte —se rió entre dientes—. Si me lo hubieran dicho cuando eras niña, no lo habría creído ni en mil años. —Je. Bueno… Gracias. —Muy bien, mamá e hija. ¿Están preparadas? —Al sentir, el doctor nos dio un momento para que nos preparásemos más para lo que iba a decir. Estaban al límite mis nervios, teniendo en cuenta la duración de la espera. Me pareció una eternidad—. Va a estar bien. —¡Gracias! —Mamá se llevó las manos al corazón—. Oh, no puedo ni imaginar… Sentí una oleada de alivio con esa noticia. —No obstante, es importante que se preparen para esto —explicó, tragándose—, no volverá a hablar. La esperanza que floreció en ese breve instante se había marchitado de inmediato. —¿Qué quiere decir? —le pregunté. Sacó una carpeta y hojeó una página marcada. —Para los Toads, nuestras cuerdas vocales deberían parecerse a… Sé que sonar un poco extraño, pero escúchenme bien. Deberían tener la forma de un útero en la parte superior, formándose en un canal en la parte inferior. —Señaló la garganta de TD—. Esa bala en la garganta ya le habría hecho daño, pero estamos descubriendo indicios de que ya había sufrido quemaduras severas allí por la explosión, como si hubiera inhalado el fuego. Puede expresarse mediante gestos y señales, pero su voz no se puede recuperar con todo ese daño. —¿No pueden usar un Champiñón Vital? —preguntó mamá. —Son sumamente raros y costosos; no tenemos ninguno. —Esa afirmación me hizo sentir una culpa inmensa—. Aunque los tuviéramos, su uso es más adecuado para tratar heridas naturales, como un agujero en el pecho. Restaurar las cuerdas vocales no es una opción. —Pero… No puedo dejar que mi hijo permanezca en silencio por el resto de su vida. Es… TT, ¿qué pasa? Me estremecí, moqueando. ¡Maldita sea! ¿Por qué no podía no haber utilizado ese champiñón cuando huimos del edificio de los Scapelli la primera vez? Aunque no pudiera salvarle la voz, seguro que estaría sufriendo mucho menos. Pero no, mi estúpido ser tuvo que engullirlo. —Son profesionales. ¡Debe haber algo que puedan hacer! —Los recursos que requerimos para ayudarle superan lo que podemos ofrecerle a través de la atención hospitalaria gratuita. —Bueno, entonces… ¿Qué tal rehabilitación o cirugía complicada? ¿Es posible? —En teoría, ya que queda algún resto. Pero sería una recuperación muy larga y costosa. —¿Cuánto costará? —Señorita, estaremos encantados en darles alternativas que estén más a su alcance económico para, al menos, poder soportarlo. Me sentí más que ofendida por la suposición de que éramos unos absolutos vagabundos. —Oiga, más vale que responda a la pregunta que le hice. —Costará un mínimo de 800.000 monedas. —Puedo… —Hice una pausa—. ¿Qué? —Lo siento mucho. —Me las apaño con unas 13.000 monedas al año —dijo mamá—. ¿TT? —No he tenido este trabajo muchos meses —dije—. Y aunque gane más que tú, no puede ser por tanto. —Joder… ¿De dónde diablos conseguimos 800.000 monedas? —Se revolvió el pelo, gritando a pleno pulmón—. ¡Mi hijo no se merece nada de esto! El médico se limitó a permanecer de pie, con una mirada que decía más que palabras. Mientras mi mamá perdía la calma, yo pensaba en todas las formas posibles de ayudarle a TD. Ya había dejado a mi hermano una vez, y no iba a hacerlo de nuevo, especialmente cuando me necesitaba. Minh estaría más que dispuesta a echar una mano, pero aunque tenía una buena situación económica, no era rica. Ese nivel medio era su hogar, probablemente en el extremo inferior con la frecuencia con que ayudaba a los demás y necesitaba mantener su propio negocio. Esto se extendía a su familia; eran bien pagados, pero tampoco tenían mucha plata. Si usara a T. Russ, lo más que conseguiría sería que organizara un atraco a un banco o algo así. No era la primera vez que me ayudaba a hacer algo ilegal. Sería posible. El problema era que no podría usar ese dinero sin que me pillaran. Naturalmente, nuestros gobernantes financieros se preguntarían de dónde demonios había sacado la pequeña Toadette 800.000 monedas. Sólo había una forma en que podría ayudarlo… Más tarde esa noche, cuando Peach regresó al hospital, fui la primera en verla. Tal vez Penélope manejaba peor mi silla de ruedas que el capitán Toad, pero su energía la hacía mucho más veloz. —¿Quieres que pague las necesidades médicas de tu hermano? —preguntó. —Por favor, alteza —supliqué, con voz más suave—. Sé que es una petición egoísta y que hay otras personas que también necesitan su apoyo financiero. Pero no puedo vivir conmigo misma si él no puede hablar nunca por… —¿Por qué? —Se lo ruego. Me dio un vaso de agua mientras paseaba por el pasillo estéril, con los tacones repiqueteando en el suelo. —Es mucho pedir, Toadette. —Lo sé. —Mamá —intervino Penélope—, somos más que capaces de ayudarle. —Es mucho más complejo que eso. —Peach bajó la cabeza—. Toadette, si hago esto, espero que estés lista para asumir más responsabilidades. —¿Más? —Es casi una tontería seguir llamándote mi esclava, pero me gusta. Aunque mantendrás ese título, te voy a necesitar más activa para mí. Habrá más misiones que no puedo confiar que ejecuten con éxito algunos de mis otros trabajadores. —Me dio la espalda—. Pueden volverse más arriesgadas. Saldrás de Ciudad Toad más de lo normal. Sin embargo, si aceptas este acenso, obtendrás un ligero incremento en tu salario, y yo me encargaré de los gastos para la recuperación de T. Dani. Era un rayo de esperanza en toda esta oscuridad. —Ahora, si aceptas… —Se dio la vuelta, quitándose los zapatos uno a uno—. Me besarás los pies. Antes de que pudiera levantar el pie, me arrojé de la silla de ruedas, un movimiento que sobresaltó a Penélope. Me arrastré hacia Peach y comencé a besar la parte superior de sus pies, llenándome de lágrimas de felicidad mientras hacía esto. Un poco de vergüenza no me importaba en absoluto mientras cuidaban de TD. Ni siquiera el ligero sudor de sus pies logró molestarme. —Muchas gracias, alteza —dije entre besos húmedos. —No, gracias a ti. Antes de irme a dormir, tenía que hacer una breve parada. Y esta vez, me esforzaría por superar el dolor y caminar. Mirar a TD me dolía. Ni siquiera me había dado cuenta durante el festival, en medio de todo el caos, pero tenía innumerables quemaduras en el cuerpo. Lo tenían conectado a un respirador y, como estaba sedado, hoy no iba a verme la cara. Pero al menos parecía algo tranquilo en su estado inconsciente. Aunque le prestara esta ayuda, no se sabía cuánto tardaríamos en volver a oírlo hablar. Lo último que dijo fue mi nombre, lanzándose delante de mí para recibir esa bala. —Me salvaste a mí —susurré, sorbiéndome los mocos. Era como si todos esos días en los que había rechazado a él y a mamá de mi vida se repitieran. Mis ojos no paraban de llorar, pero una sonrisa seguía en mi cara—. Esta vez, te prometo que te salvaré a ti. |