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Rated: 18+ · Book · Erotica · #2321597
Como nueva esclava de los pies de Peach, la vida de Toadette se da un giro emocionante.
#1075391 added August 17, 2024 at 11:46am
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Capítulo 39 - Una sala de juegos mala
Me cepillé los dientes, me vestí y estaba lista para salir. Había llegado el momento de hacer un cambio. En lugar de dejar que Minh me adelantara, yo la adelantaría a ella. Aunque mi método de despertar no podía ser una copia exacta de la suya. ¿Por qué no intentar algo un poco más divertido? Con sus plantas dormidas extendidas sobre mis almohadas, la chica estaba pidiendo una prueba de cosquillas.

Primero le pinché ligeramente las plantas. Entonces moví los dedos a los lados de sus pies. Después de suficientes cosquillas, empezó a agitarse. Sus ojos llenos de sueño luchaban por mantenerse cerrados mientras gemía.

—Para… Es muy pronto…

—¿Ah? —Mi uña se clavó en el centro de su pie, justo en ese delicado punto de presión.

—¡Jajajajajaja! ¡Toadette! —La forma en que se levantó casi me hizo perder el control. Inmediatamente, cargué todo mi peso sobre su espalda y fijé sus piernas en posición. Entonces comencé a subir y bajar. Cuanto más se retorcían sus pies, más le apretaba las piernas. Ver cómo se doblaban sus dedos sin control me hizo sonreír, y al mirar hacia atrás, ella golpeaba el bastidor de la cama resistiendo.

—Muy bien, aceleraré el ritmo. —Y así, rasqué cada centímetro de sus plantas.

—¡Me despierto! ¡Despierto!

—Tengo que asegurarme más —susurré. Me incliné lentamente hacia delante, sacando la lengua.

¡PUM!

…Bueno, quizá me lo merecía. Esta patada en la boca liberó a Minh, que se cayó del colchón.

—¿Qué te pasa? —me preguntó.

—Ay, casi me arrancas los dientes. Es que pensé que podríamos comenzar temprano la mañana.

—Bueno, a alguien le han pintado con el pincel de la felicidad. —La chica soñolienta se frotó los ojos—. ¿Nos ha dado Su Alteza algo que hacer?

—Me gustaría disfrutar realmente de mi estancia en Ciudad Champiñón, así que no me apresuro a averiguarlo. Dejemos que la pequeña mocosa nos informe cuando llegue el momento. De todas formas, tiene mi número.

Justo cuando ella posaba la mano en el pomo de la puerta del baño, ladeó la cabeza. ¿Qué crees que estaba mirando? No, mi pecho no. Más abajo, más abajo, más caliente… Se te da bien esto. ¿De qué estaba enamorada esta vez?

—¿No usas calcetines? —Parecía confusa porque el resto de mí estaba vestido.

—Saldré con esas sandalias negras y grandes —dije—. ¿O mejor me pongo otra cosa?

—Buena elección. Todo lo que te haga ver como pobre o de clase baja es lo que hay que llevar aquí. —Mientras se encerraba en el baño, mi cuerpo se deslizaba hacia sus sandalias. Minh hablaba y hablaba de los peligros de parecer rico en Ciudad Champiñón. Al parecer, si parece que ganas mucho dinero, estás rogando que te asalten. Y mientras me sermoneaba, inhalé el aroma de una jardinera acomodada de clase media. Mmm… Debería ser ilegal que el olor de un zapato fuera tan adictivo.

—Mírame —dijo, entrando en la habitación. Si hubiera reaccionado un segundo después, habría encontrado mi nariz contra sus zapatos.



Hablando de parecer pobre… Minh cambió su sensato y tradicional atuendo de trabajo por algo que gritaba: «Por favor, cógeme en el culo, desconocido cualquiera». De arriba abajo: su cabello estaba más despeinado; llevaba un crop top negro con un emblema de la Planta Piraña; sus jeans parecían haber sido atacados por un gato, tan ajustados que su vagina debía estar llorando; y, por último, la única parte elegante de su aspecto eran sus dedos de los pies. Con esas uñas azules y bien cuidadas.

—¿Nos vemos lo suficientes barriobajeras? —pregunté, provocando una carcajada de ella.

—Hmm… ¿Debería ir descalza o con mis chanclas? ¡Uy! —Se las lancé.

—Dijiste que pareciéramos de clase baja, no unas prostitutas sin hogar.

—Bien, bien.

Después de recuperarnos, tomamos el ascensor hasta el vestíbulo del piso 40. Después de todo, no podíamos irnos con el estómago vacío. Una parte de mí sintió una gran vergüenza por elegir un plato tan básico, pero ¿quién podía resistirse a una montaña de gofres con sirope caliente? Su rico sabor superaba al de los comparados en la tienda, y lo mejor de todo: no nos costaron nada.

—Alguien tiene mucho apetito, ¿eh? —Minh en serio se atrevió a preguntarme eso. Como si no se hubiera terminado ya una tortilla y media de queso. Incluso se levantó de la mesa otra vez—. Ahora, un tercer y último plato.

Pero era yo la que tenía mucho apetito. Je, volví a disfrutar de mi desayuno en paz.

—Buenos días, novata.

Ay, esa voz. Giré lentamente la cabeza hacia la izquierda, y allí estaba. El capitán Toad. Por extraño que parezca, su uniforme beige no estaba por ninguna parte. En su lugar, llevaba una camisa azul y pantalones negros con un cinturón utilitario. ¿Ahora era capitán o policía?

Iba a gritarle que no volvería a acercarme más a sus pies. Pero los chicos tienden a olvidar las cosas más que las chicas, así que quizá era un recuerdo lejano para él.

—¿Te importa si me siento? Me voy a sentar. —Se dejó caer en el asiento de Minh, engullendo lo que quedaba de su segunda tortilla. Vaya. Grosera y asertivo—. Como no empezamos a prepararnos hasta más tarde, he decidido que voy a salir contigo. Antes de que te opongas…

Sí, continuó. Pero me recordó indirectamente qué día era. Llegamos el viernes, así que hoy era sábado. Y por lo que sabía, el festival siempre era el martes; pero tendría que ser el martes siguiente a éste, por lo que tendríamos diez días antes.

—¿¡En serio!? —Minh chilló como un ratón y corrió tan rápido como uno. Le dio un codazo al capitán sin dudarlo, sacándolo de su silla—. ¡Me estaba comiendo eso!

—Con una basta, ¿no, gordita?

—Tú… —Tragó saliva—. Quizá es que me encanta mucho el sabor y quiero seguir lamiéndolo para disfrutarlo.

—Acabas de decir que sigues teniendo hambre. De alguna manera.

Sus mejillas se inflaron como un globo. Sabiendo la tormenta que se avecinaba, le di más de 100 palmadas en el hombro en veinte segundos. Cada segundo parecía una eternidad, pero a la cuenta de 21, suspiró y se comió su tercera tortilla. Aunque la picoteó varias veces y, en general, se mostró quisquillosa.

Miré con odio al capitán. Qué comentario insensible, incluso para alguien insensible. Todos sabían que Minh era consciente de su cuerpo. Por eso sólo pensaba palabras como «regordeta» y «fornida»; nunca las dije. Ni se me ocurriría llamarla «gordita» a menos que me hubiera enojado mucho. Lo último que queríamos era lidiar con una Minh deprimida y paranoica. Bueno, él era una excepción claramente.

—Esperaría que alguien con tu título fuera un poco más caballeroso —dije.

—Las fuerzas del Reino Champiñón solían ser así. Pero entonces me contrataron a mí y… ¡Miren! —Lanzó al aire la pesada botella de sirope—. Hice una redecoración y comencé una nueva norma en las fuerzas. Adiós a la caballerosidad, hola a…

¡PLUM!

Mientras él veía estrellas sangrantes, Minh y yo nos tapábamos la boca. Las risitas seguían filtrándose.

—¿Llevas aquí años, entonces? —le pregunté.

—Noveno año. Desde cuando tenía trece.

—¿Trece?

—Programa junior a los trece, guardia básica a los diecinueve, capitán a los dieciocho. —Se frotó el moratón enrojecido del sombrero.

¿Trabajando a los trece? Si iba a la escuela regular, ¿cómo era posible que tenía tiempo para divertirse? Por otro lado, supongo que yo también trabajé a esa edad. Nada concreto ni constante como un trabajo en el castillo, pero aun así terminé la escuela secundaria. Si este era su noveno año de trabajo, entonces debía tener al menos 22 años. Tres años mayor, pero de alguna manera más inmaduro que yo.

—Todavía no he visto que hayas demostrado tus habilidades de capitán. La última vez que lo comprobé, éramos nosotras las que manejábamos el avión.

—Quédate conmigo un rato y te mostraré unas cosas —prometió—. ¿Adónde van?

—A cualquier sitio lejos de Su Alteza. —Miré a Minh en busca de una respuesta más sólida. Al fin y al cabo, era ella la experta de Ciudad Champiñón.

—Pensé en esto anoche. —Se tragó lo que quedaba de comida y se levantó—. Voy a llevarte a un lugar de juegos al que siempre voy.

—No. Siempre pierdo en esas cosas.

—¿Tienes un lugar mejor al que ir? —Me sacó de la silla y me llevó hacia el ascensor—. Además, tienen más que sólo videojuegos.

Antes de que se cerrara la puerta, el tonto metió la mano entre los sensores.

—¿Vienes? —preguntó Minh.

—¿Te opones?

—No te vayas a poner loco. —Su tono se hizo más grave—. Por favor.

—Lo intentaré —dijo con una sonrisa infantil.

—¿Hay algo que deba saber? —pregunté a Minh. Y no respondió.

El cielo de la mañana lucía bastante cubierto, pero había suficiente sol como para que el día transcurriera sin problemas. Parecía que había un 25 % de posibilidades de lluvia. ¿Cómo demonios sabían los meteorólogos tantos sobre los patrones?

—Esto queda en la otra punta del pueblo, así que tenemos varias opciones. ¿Tren, autobús o taxi?

—Tren.

—Caminemos.

—Oye, tú puedes caminar, capitán. Nosotras no vamos a ir andando. ¿Ves lo que tenemos en los pies? —Él miró nuestros zapatos y luego sacudió la cabeza.

—¿No se les ocurrió usar botas?

—¿Y hacer que nuestros pies olieran como los tuyos? —Rodé los ojos y continué caminando—. No me hagas reír.

Vaya, Toadette, no podías evitar mencionar ese tema. Por suerte, no tuve que oír su voz, ya que los sonidos de la ciudad lo cubrían todo. El ruido de los carros tocando la bocina era odiosamente persistente, y los ventiladores de los aires acondicionados no se callaban ni, aunque se lo suplicaras. Pero al menos podía desconectarme en esta jungla de concreta y ruido. Encontrar una estación de metro nos llevó poco tiempo, y déjame decirte que bajar bajo tierra y ver gente era asombroso. Esto contrastaba mucho con las solitarias alcantarillas de Ciudad Toad.

—Me regreso —dijo Minh, dirigiéndose a una máquina mientras me dejaba con… Qué gran amiga era.

Una vez solos, este chico empezó inmediatamente a chalar conmigo.

—Como lo has mencionado, tus pies son enormes.

—Dime algo que no sepa. Ay, ¿hoy todo el mundo tiene de repente un fetiche por los pies?

—¿Qué?

Antes de soltar algo como una idiota, repasé su breve comentario en mi cabeza. Si conocía el secreto de Minh, ya habría mencionado algo al respecto. Pero quizá no lo sabía. Y no iba a delatar a mi amiga cuando era tan protectora con su extraño fetiche.

—No importa. —Le di la espalda, pero me picó la curiosidad—. Pero ¿te gustan los pies?

—¿¡Qué carajo!? —Su arrebato atrajo algunas miradas—. ¿Te crees que me voy a poner a chuparle el pie a alguien? ¡No soy ningún maricón!

—¿Maricón? Ni siquiera… ¿Pero oler el pie de alguien está bien?

—¿Te refieres a en el avión? Ni siquiera olí su pie. Fuiste tú. Aunque lo hubiera hecho, era sólo un juego. Estás mirando demasiado profundamente en un charco poco profundo, novata.

—¿Listos? —Minh apareció para darnos unos boletos.

Tras lidiar con los torniquetes y esperar en un banco por un par de minutos, finalmente aparecieron luces amarillas de un túnel. Y entonces el tren pasó velozmente a nuestro lado antes de detenerse. Cuando el estruendo del metal chirriante llegó al máximo, el vehículo resopló, chisporroteó y abrió sus puertas. Tomamos el lugar de los pasajeros que se iban.

—¿Cuánto va a durar? —le pregunté a Minh, que sostenía uno de los palos.

—Una hora, más o menos. —Entrecerró los ojos mirando el mapa que había sobre los asientos—. Está en el extremo opuesto de Ciudad Champiñón. ¿Entiendes por qué te dije que no íbamos a caminar hasta allí?

—¡Uy! —Caí directamente sobre Minh ahora que el tren había acelerado. Y riéndose de esto, el Toad arrogante se sentó en el asiento de al lado. Bueno, como esto iba a durar tanto, yo también podría haberme sentado.

Pero quedaban algunos asientos libres en el banco en el que se sentó él. Y una sonrisa traviesa se apoderó de mi cara.

—¿Qué estás haciendo? —me preguntó.

Suspirando, me senté en el último asiento y estiré las piernas hasta que mis pies descansaron en su regazo. Mis sandalias negras seguían sujetas, colgando suavemente. Mientras él intentaba apartarme los pies, yo los volvía a colocar.

—Me voy a poner cómoda durante 60 minutos. Mis pies los puedes ignorar.

Minh miró hacia allí, y luego giró rápidamente hacia las ventanas. Una buena decisión, porque el capitán Toad la miró de inmediato a la cara. ¿Hasta qué punto podría ocultar su fetiche por los pies si alguien los enseñaba deliberadamente? El capitán era afortunado de que el tren estuviera lleno. Cualquier cosa que hiciéramos se perdería en el barullo y, además, ocurrían cosas más extrañas. Como un hombre moreno disfrazando de vaca comiendo un montón de galletas o un anciano que rezumaba baba como una babosa.



—¿Crees que tengo los pies feos? —le pregunté.

—¿Cómo carajo clasificas la belleza de los pies?

—Dímelo tú.

—Estoy intentando ser simpático contigo —dijo, tratando aún de apartarlos—. Es que no los quiero así delante de mí, gracias.

—Si los piropeas, dejaré de hacerlo. Te lo prometo.

—Estupendo. Tenemos a una chica con la autoestima por el piso. —Me quitó una sandalia, observando mi planta por un segundo—. Tienes los pies suaves y limpios. ¿Satisfecha?

—¿Eso es todo? —me reí entre dientes.

—Bueno. Tus uñas son decentes. Prefería que fueran rojas en lugar de negras, pero como quieras. Supongo que, por tener los pies largos, das la impresión de ser más fuerte de lo que eres en realidad. Parece que podrías abrir una sandía a pistones. Y quizá tus pies no huelan tan mal. —Al decir eso, ahora Minh nos miraba, aún cubriéndose las mejillas.

—¿Por qué no los hueles para asegurarte?

—Cállate, imbécil.

—Huélelos, huélelos —empecé a corear. Escuchar esas afirmaciones positivas sobre mis pies realmente mejoró mi ánimo. Más que eso, era fascinante presenciarlo. Nunca había deseado que alguien mencionara siquiera mis pies, y aquí estaba, rogándole a este chico que escribiera todo un relato sobre ellos.

¡SNIF!

—Sí, están limpios —dijo con cara de asco—. ¿Ya puedes quitármelos de encima?

—Muy bien.

Las chicas nos carcajeamos por los próximos minutos, viendo cómo la cara del capitán Toad cambiaba de color de melocotón a rojo magma. Durante el resto del viaje, nos mantuvimos en silencio. Él sacó un bloc de notas y comenzó a escribir, Minh estaba perdida en su teléfono, y yo los observaba a ambos todo el tiempo. Especialmente a Minh con sus… Ya sabes.

—Oye, déjame preguntarte algo —le dije a Minh, ahora que por fin salimos del tren abarrotado—. ¿Te parece atractivo?

—¿El capitán Toad? —Miramos hacia atrás, viendo su rostro desencajado mientras avanzaba. Minh le sacó la lengua en respuesta—. Es difícil de manejar, pero sí, cruza la línea de guapo. Sobre todo cuando anda descalzo.

—Eres una enferma —murmuré.

—¿Y a ti? ¿Te gusta?

—He visto chicos más guapos. Sería una princesita linda, pero eso es lo último que busco en un hombre.

—No sé. Quizá podrán hacer el amor.

—¿Pero qué? —Sacudí la cabeza—. ¿Por qué se te ocurre eso? De todas formas, me gustan los chicos más grandes.

—Ya tengo la imagen perfecta en mi cabeza, y no puedo sacármela. Tú estás descalza, él está descalzo. Después te quita la ropa, y frotas tu cabeza contra su pecho. Y al final, te tiene doblada sobre la… —Y le di una bofetada tan fuerte que se giró—. ¡Ay! Espera, llegamos. Arcade Illepacs.

Paramos frente a las puertas de la arcada. De hecho, este edificio contaba con múltiples puertas de cristal. Empezaba a resultar incómodo lo cerca que estaba todo en Ciudad Champiñón; cada edificio era como un espacio compartido. Cuando el capitán nos alcanzó, nos acurrucó como si estuviéramos tramando un plan de juego.

—Okay, ¿quién paga?

Ni Minh ni yo teníamos una respuesta. Tras compartir unas cuantas miradas incómodas, Minh extendió la mano.

—¿Toadette?

—¿Por qué yo?

—Entonces tú pagarás, capitán.

—¿Acaso no eres tú la boba que pensaba venir acá? ¡Vacía esos bolsillos!

—Mis fondos tienen un límite —dijo, señalándonos a los dos—. No estoy en nómina de Su Alteza.

—Comportémonos como adultos y juntemos nuestro dinero, ¿qué les parece? —pregunté.

—Yo digo que la chica de los pies asquerosos sigue pagando.

—¡Basta! —Minh dio una palmada—. Si vamos a estar debatiendo sobre esto todo el día, entonces yo pagaré. Pero a cambio, ustedes van a hacer algo divertido para mí cuando volvamos al hotel.

—¿Y qué será eso? —pregunté.

—Sí, ¿qué es lo que planeas?

—Se chuparán los pies mutuamente hasta que yo esté contenta. —Sonrió con satisfacción.

—¡Qué asco! —grité, mirándola con confusión.

—T. Minh, te mato —dijo el capitán, echando mano a su cinturón multiusos.

—No me digan que vinimos para nada —siguió Minh, abriendo la puerta—. Quítense los chupones y juguemos, chicos.

Al entrar, un olor cálido me golpeó la cara. Por suerte, no era un olor corporal, sino el aroma de la canela. La sala de juegos era del tamaño de una pequeña bolera, pero tenía espacio suficiente para que nunca me sintiera atrapada. A pesar de las temidas máquinas recreativas, encontré mesas de billar, grúas de habilidad, juegos de baloncesto y otras actividades ajenas a los videojuegos.

—Buenos días, señor Illepacs —dijo Minh, dando una palmada en el mostrador.

—Ah, otra vez tú. —El cajero parecía tener unos 30 años. Si el empollón humano fuera una persona, éste sería ese tipo. Era tan largo que sus brazos parecían fideos grasientos. Tenía el pelo despeinado y pegado a la frente a mechones. Hablaba ceceando un poco. Olvídate de todo eso, mírale los ojos. Estaban hundidos como si nunca hubieran visto la luz del día. Definitivamente, me dio la impresión del tipo de hombre que mea en una botella mientras está sentado todo el día frente a la computadora.

¡Y fumaba un cigarro! La vida no le importaba nada.

Pero aun así le saludé con una sonrisa. A diferencia del capitán, que ya había vuelto a la sala de juegos, yo valoraba causar buenas impresiones.

—Estoy en la ciudad por un tiempo y mi amiga está conmigo, así que quiero mostrarle el lugar.

—Por supuesto, aquí tienes tus fichas. —Deslizó unas monedas de plata más pequeñas por el cristal—. Haz lo que quieras. Nos vemos dentro de un millón de años.

—Por favor, nunca me voy tanto tiempo —se rió—. ¿Con qué quieres empezar, Toadette?

—Este…

Tantas opciones, pero también tante gente robando esas opciones. Eran las diez de la mañana, ¿cuánta gente viene a un salón recreativo tan temprano? No importaba. Observando, mirando… ¡Ah!

—¡Skee-ball! No puedo perder en eso. —Y pasaron cinco minutos—. ¿Cómo eres tan buena en esto?

Minh se moría de risa mientras yo llegaba a mi límite. Se suponía que hacer rodar la pelota cuesta arriba sería pan comido. Pero, por alguna razón, las pelotas la querían más a ella que a mí. Siempre subían demasiado cuando los manejaba yo, pero estaban en su punto cuando las sucias manos de Minh las tocaban.

De repente, un chorro de papel salió de la máquina. ¿Boletos?

—¿Para qué son? —pregunté.

—¿Te acuerdas de esas cosas que están en la pared atrás del mostrador? Si conseguimos suficientes boletos, los podemos canjear por esos premios.

—¿Y qué quieres? Sólo vi cosas básicas.

—Tienen unos zapatos bajos por 1.000 boletos. Un objetivo bastante difícil de alcanzar, pero parecen de mi talla.

Espera. Si Minh utilizara por fin unos zapatos cerrados, la esencia de sus pies estaría aún más impregnada en ellos que en las chanclas. ¿Adónde irá a parar la esencia? A ninguna parte. Con ese conocimiento, establecí un objetivo firme para ese día.

—Entonces acumulemos entradas —dije, echando otra ficha en la máquina de skee-ball—. Supongo que se basarán en los puntos que consigamos durante la partida.

—Sí, los nuestros combinados.

Minh hizo su turno en la máquina. Cada tiro entró en el agujero 40, y había nueve bolas. Así que consiguió 320 puntos. Cuando terminó, hizo su pequeño baile de la victoria, que se me metió en la piel. Puede que ella fuera buena, pero yo podía ser mejor.

Una vez que la bola estuvo en mi mano, la hice rodar cuesta arriba. Diez. Otra más. Diez.

Ahora necesitaba cambiar de planes. Quitándome las sandalias, coloqué una bola debajo del pie.

—¿Toadette? —Minh me pinchó.

—¿Qué demonios… está haciendo? —El capitán estuvo a punto de arruinarme la concentración.

Pateé la bola cuesta arriba con la punta del pie. Rodó y rodó, yendo más alto en el aire de lo que había previsto. Joder, ¡acabé de quedar como la reina de los idiotas!

50. Aterrizó en el agujero 50. Los dos Toads parecían atónitos.

Continúe el asalto a la máquina, empujando cada bola con cuidado para que entrara en el agujero superior. Y vaya sorpresa cuando una de ellas rebotó en el agujero 100. Al final, acabé la partida con 420 puntos. ¡Guau!

—Buen hecho —dijo Minh.

—Te lo demostraré. —El capitán Toad se acercó de mí—. No necesito usar los pies, boba.

Aquí teníamos a un tipo duro. Je. Si perdía, le haría besar mis pies frente a todos para enseñarle algo de humildad.

La máquina se activó de nuevo y él lanzó las nueve veces en dirección al agujero 100 de la derecha. Seis bolas lo consiguieron y tres llegaron a diez.

—¿Qué te parece?

—No me subestimes, tonto. —Y lo intenté otra vez con mis pies desnudos—. ¡420 de nuevo!

—Es tu número de la suerte —bromeó Minh. Genial, ahora los dos se reían de mí.

Contando las entradas que teníamos, el número se acercaba a 50. Eso ni siquiera se acercaba a mi objetivo establecido. Tendríamos que jugar otro juego para llegar a 1000. Mientras miraba varias atracciones, una me llamó la atención. Un simulador de apilamiento. Era un videojuego, pero el lateral de la máquina presumía de ofrecer 9.000 boletos a quien consiguiera superar el contador.

—Chicos, ése —les dije. Los ojos de Minh se abrieron.

—Casi gané antes, pero es tan fácil como empujar un edificio colina arriba.

—No me tenías a mí para acompañarte, ¿verdad? Ahora tenemos una estrategia.

—¿Una estrategia? —El capitán se cruzó de brazos—. Sólo hay que equilibrarlo, no puede ser tan difícil. Miren bien, perras.

Nos hizo a un lado, introduciendo fichas en la máquina antes de fijar las manos en el mando, un controlador ancho que se parecía al tablero sobre el que caerían los bloques. La música del juego era de lo más alegre, con algunos elementos tecno chulos. Pero nuestro noble capitán no aguantaba después del quinto bloque.

—¡Has perdido! —gritó el juego, dejando escapar unos diez boletos.

—¡Hizo trampas! —Metió más fichas y volvió a repetir el ciclo. Esta vez, sólo alcanzó tres bloques antes de que la máquina la insultara—. ¡Maldición!

¡PUM!

Miró hacia atrás. Minh y yo le mirábamos parcialmente preocupadas. Sólo era un juego, y él estaba golpeando la máquina como si lo hubiera atacado.

—¿Qué? —preguntó en tono enfadado.

—Deja que Minh juegue de una vez. Estoy segura de que puede…

—Pero sabes que es…

—Una chica que es mejor que tú y yo en estos videojuegos. —Lo aparté a un lado—. Quítate las sandalias, Minh.

Levantó una ceja, y después su boca se abrió poco a poco como si murmurara: «Entiendo». Se quitó los zapatos, se estiró los nudillos y se acercó a la máquina. Ahora sí que teníamos un plan. Pero no podíamos hacerlo solas.

—¿Cuál es esta estrategia tuya? —preguntó él.

—Suena raro, pero vamos a lamerle los pies. —Ahora estaba visiblemente agitado.

—Pienso que eres la que tiene un fetiche con los pies.

—¡No, no la soy! —La agarré por el cuello—. Hace un rato, mientras estábamos jugando, notamos que Minh se concentra mejor cuando tiene una lengua en los pies. No te preguntas por qué, pues ya sé que no tiene nada que ver con fetichismos. Sólo tienes que lamerle el talón mientras ella se encarga del juego.

—No puedo.

—¿Por qué no? —Ya me estaba poniendo a cuatro patas—. ¿Tienes miedo?

Esperé una respuesta que no tenía intención de llegar.

—Mira, ¿viste algún premio que te interese en esa habitación con el mostrador?

—Sólo una cámara de seguridad me sería útil, ya que aquí necesitaremos más vigilancia. Pero cuesta 4.000 boletos.

—Y podemos conseguirlo si la lamemos los pies a Minh. ¿Porfa? —Sonreí.

Demostré mi descabellado plan envolviendo con mis labios el rollizo talón de Minh. En un instante, finalmente comenzó la música del juego. Mmm… Esta vez la suciedad se le había incrustado en el pie, en comparación con cuando vimos la peli. Sin embargo… ¿Por qué disfrutaba del sabor? Era arenoso y terroso, pero mi lengua se negaba a parar. Dando vueltas y vueltas, chupé su talón como si fuera un cucurucho de helado.

—Estoy a cuatro bloques —dijo Minh, dando una patada hacia atrás con el pie libre.

—¿Nos ayudas, capitán?

Cuando volví a mirarle, endureció la cara y se tiró al suelo. A diferencia de mí, tenía los ojos totalmente cerrados mientras babeaba el pie crujiente de Minh. Qué asco, no sabía que «crujiente» pudiera ser un adjetivo tan picante en este contexto. Pero pensar en lo ásperos que eran sus pies me impulsó a lamer con más fuerza.

Quería mojarle el pie todo lo que pudiera. Ella podría absorber toda la humedad de mi boca.

—Entre los deditos, Toadette. —Minh ofreció a mi lengua consuelo entre sus dedos secos. Mientras tanto, escuché que la máquina contaba hasta diez bloques.

Al mirar al capitán, su rostro adquirió un tono verdoso. Empezaba a sentirme un poco mal por él; era evidente que las maravillas de los pies de Minh no se le estaban transfiriendo como a mí. Sin embargo, el hecho de que eligiera ayudarnos me conmovió. Probablemente le compensaría de alguna manera. Por ahora, volvía a mojar los dedos de Minh.

Una vez que chupé sus dedos a fondo, me colé bajo su pie y dejé que me pisara toda la cara. A partir de ahí, mi lengua pudo darle un lavado por minutos. ¿Me importaba el gran peso que me aplastaba? No, si ese peso era el ancho pie de mi mejor amiga. Cielos, sus pies eran bonitos.

Despierta, Toadette. Has negado tener un fetiche por los pies por mucho tiempo, y ni siquiera ahora lo aceptas. Tal vez no lo tenías en el pasado, pero quizás lo has desarrollado en este momento.

Puede que sí me gustaran los pies. Los pies de las chicas. Sólo pies de chicas en particular, de hecho. Pero vale, podía vivir con esto siempre que se mantuviera en secreto. Nadie debía saber formalmente que yo, Toadette, más o menos… Al diablo, me gustaban unos pies.

Y cuando el polvo de los pies de Minh bajó por mi garganta, empezaron mis gemidos. Al igual que en el teatro, los fuertes ruidos de este lugar hacían que ella no pudiera oírme. Aunque la gente que pasaba por allí debía de parecer muy confusa.

—¿Cómo estás? —le pregunté al capitán Toad, levantando el pie de Minh.

—Miserable.

Durante dos minutos más, tratamos los carnosos pies de Minh hasta que gritó de alegría. En el proceso, nos pisoteó la cara unas veinte veces a cada uno. Mmm… Ensúciame, Minh…

—¡Lo vencí!

—¡Oye! —jadeó el chico, pasando la lengua por la camisa—. Más te vale no estar mintiéndome.

—Mira, ¡ha superado los 9.000! —Minh se zambulló en el mar de boletos que vomitaba la máquina.

Me quedé admirando las bonitas plantas de los pies de Minh, sintiéndome orgullosa del trabajo que había hecho limpiarle el pie derecho. El capitán Toad hizo un trabajo mediocre con el izquierdo, pero ¿quién podía culparlo? Hace un mes, yo habría hecho lo mismo. Me volví hacia el perturbado y le agarré del hombro.

—Buen chico.

¡Muac!

La primera vez que besé a un chico que no era mi hermanita. Fue un gesto pequeño que puso nervioso al capitán Toad. Por un solo momento, estuvo superbonito.

Durante las dos horas siguientes, decidimos limitarnos a jugar a otros juegos en la sala recreativa. Me derrotó él en el billar, le gané a Minh en el hockey de aire, ella nos dominó en un videojuego de motos, y a ninguno de los tres se nos daba bien el baloncesto.

Eran las doce de la noche. Bueno, nos habíamos divertido. Era hora de reclamar nuestros premios antes de largarnos.

—Qué lindos están esos zapatos —susurró Minh, arrastrando la pila de boletos—. Tanto deseo añadirlos a mi armario.

Cuando al mostrador regresamos, a Illepacs se le cayó el cigarrillo de la boca. Miré más allá de su cabeza para ver qué quería. Antes vi la cámara de seguridad que deseaba el capitán Toad. ¿Y los zapatos que quería Minh? Eran hermosos. Un negro precioso con plantilla de terciopelo. Cuando sus pies se calzaran esos zapatos, mejorarían nuestras vidas.

Debajo había varios caramelos. Aunque podía quedármelos y ser feliz, había otra chica con la que podía compartirlos. Penélope. La hija de Su Alteza era muy golosa, y se le caería la cara de vergüenza si viera todas aquellas delicias.

—Amigo —dijo el capitán—, estamos listos. Danos una cámara de seguridad, esos zapatos bajos, los dulces baratos, y de ahí en adelante seguimos.

—No puedes hacer eso.

—Perfecto. Mis hombres van a mejorar esta cámara, y va a ser un… ¿Qué?

—Sí, ¿qué? —Me acerqué—. Tenemos los boletos.

—¿Me están diciendo que han ganado todos esos boletos sin robar nuestras máquinas?

—Claro —dijimos al unísono.

—Jajaja. Aunque me lo creyera, no pueden conseguir nada que cueste más de 500 boletos. ¿De verdad creen que vendemos productos de tanta calidad sólo porque alguien se ha vencido unas máquinas recreativas?

—P-P-Pero… —A Minh le temblaron los labios—. Superamos los 500. Siempre me dijo que podría llegar a 1.000 si me esforzaba, ¡y mire!

—Ay, demonios —suspiró Illepacs, volviéndose hacia los premios—. Se lo digo a todos los niños que entran aquí. Eres buena compañía, Minh, pero no puedo hacer excepciones contigo. Nadie está destinado a ganar más de 500. No es lo que se espera. Los ponemos para exhibirlos, ¿sabes? Tienes diecinueve años, ¿y nunca te diste cuenta?

—Cómo… —Vimos que empezaba a hacer aguas, y la sonrisa del capitán Toad se acercó al estado neutro. Señaló su uniforme.

—Escúchame bien. Mis amigas y yo vamos a lanzar al combate en un rato, así que necesitamos tus cámaras más caras. Esto es serio.

—No puedes tener mis cámaras. Son demasiado potentes para tu culito chato, sobre todo vendiéndolas por 3.000 entradas. Ve a una tienda y compra cámaras más débiles.

—Vámonos— dije, tirándole el hombro—. Nos divertimos. Le compraré a Minh unos…

—Amigo. —Su voz se hizo más fuerte—. Soy un soldado. O un guardia, como quieras llamarme. Mis camaradas y yo hemos ganado los boletos de manera justa, así que merecemos los premios que anunciaste. Y vamos a la batalla. Sé que tienes el máximo respeto por los soldados, así que haz lo que debes hacer.

Arrugando los ojos oscurecidos, Illepacs se inclinó hacia él.

—¿Por qué respetar a los soldados… cuando mis premios pueden hacer todo lo que ustedes?

—¡Muy bien!

¡CHINCHIN!

—¡Mierda! ¿¡Ma che cazzo!?

De un solo golpe, el capitán Toad hizo destruyó la encimera de cristal con una porra. Un pedazo afiliado resbaló por mi mejilla lento mientras veía cómo él se lanzaba contra el cajero. Un fuerte PLAF resonó en toda la sala, y ambos cayeron al suelo mientras los premios se desplomaban sobre ellos. Minh me agarró del brazo, gritando.

—¡Y esto es lo que me temía!

—¡T y M! —El capitán Toad nos lanzó unas bolsas pequeñas y volvió a golpear a Illepacs en la cara—. ¡Ustedes tomen todo lo que puedan y después nos vamos!

Estábamos cometiendo un robo en toda regla. ¡Rayos! Ya había destrozado el mostrador, así que no había marcha atrás. Empujé mis bolsas en las manos de Minh, repitiendo su objetivo. Aunque me quedé con una para cubrirme la cara. Corrí a la sala de juegos para asegurarme de que, si llegaban refuerzos, quedaran paralizados. ¿Qué mejor manera de hacerlo que con unos…?

¡No! Tenía las sandalias nuevas en mis pies. ¡No apestaban nada!
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