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Como nueva esclava de los pies de Peach, la vida de Toadette se da un giro emocionante. |
Ir a la mansión sin vista hizo que mi cuerpo sufriera espasmos en más de una ocasión. No ayudó que un Boo no dejara de gritarme que me callara, como si se supusiera que debía actuar con calma al ser tomada como rehén. Y no tuvimos el honor de unirnos con la doña Bow como Su Alteza había ordenado. En lugar de eso, nos arrojaron a una cámara subterránea. Lo única que nos dieron fue una linterna parpadeante en el techo y una sola manzana. La bolsa de Minh, que contenía mis chanclas, no aparecía por ninguna parte. —Toadette —murmuró—, porfa, deja de estar pateando la puerta… —No veo que hagas nada para ayudarnos. —Volví a empujar la puerta sin pomo. Un escalofrío me recorrió, pero las bisagras sólo podían resistir por un tiempo. —Han pasado ya 40 minutos. Ahorra un poco de energía. —Ay —gemí—. Sigue ahí acostada. Debería haber esperado eso de ti. Justo cuando volvía para derribar la puerta, me giré al instante. Los dedos de esta Toad se hundieron en mis hombros mientras jadeaba. —¿Y eso qué significa? —No me digas que no lo sabes. «Ay, Toadette, tenemos que regresar, aunque te quedes sin chamba. Sólo me preocupo por mí, ¿no lo entiendes?». —¡Cállate! Cada vez que trato de echarte la mano, pones mala cara o me rechazas por completo. Después te preguntas por qué terminas en las situaciones en las que terminas, ¡arrastrándome en el viaje! —Pues perdóname —dije mientras la empujaba—. ¡Pero tu costumbre de rendirte casi nunca ha ayudado a nadie, y mucho menos a mí! Dios, eres inútil cuando más te necesito. —Oye. Cierra la boca antes de que haga algo. —¿Qué vas a hacer? ¿Quedarte ahí y ser linda como siempre? Idiota. —Al menos no soy tan patética como para abandonar a mi hermano. —¡Eh! —La empujé otra vez, haciéndola gritar—. ¡No acabas de ir allí! —¿Y si lo hice? —Luchen, luchen, luchen… —Nos centramos en Penélope, tumbada sobre un pesado saco polvoriento en un rincón. Antes, lo único que oíamos de ella eran toses ocasionales. Ahora quería intervenir en los asuntos de las adultas—. Si han terminado de pelear por tonterías, podrían unir sus mentes y crearnos un plan de escape. Pero el trabajo en equipo no habría resuelto nada en esta situación. Los Boos nos encerraron en una habitación sin picaporte en nuestro lado, y ninguna de nosotras tenía herramientas escondidas en la ropa. Miré la puerta marrón, apretando los dientes con tanta fuerza que podrían hacerse añicos. —Lo siento. —Minh se quedó mirando el suelo de madera—. Si de algún modo volvemos a Ciudad Toad sin tener nada en las manos, le diré a Su Alteza que todo es culpa mía. —No es necesario —intervino Penélope—. Voy a decirle que las seguí y que se perdieron tratando de llevarme de vuelta a casa. —No cambiará nada —dije—. Sé que va a encontrar una razón para arremeter contra mí. —Una pequeña golpiza tal vez sea preferible a una muerte eterna, ¿no? —Minh rozó las paredes, observando el polvo quemado en las yemas de sus dedos—. Esta mansión es más vieja que mis ancestros, pero seguro que podemos encontrar una debilidad. ¿Será que alguna de estas tablas de madera está floja? Las paredes estaban tan descoloridas que parecían mantas sucias. Sin embargo, tocarlas era como tocar un ladrillo. De ninguna manera podríamos perforarlas. Finalmente, Minh se dejó caer contra la pared. —Al menos podemos decir que lo intentamos. Incluso cuando se encontraba atrapada en la mansión de bestias que la aterrorizaban, perdió toda motivación para escapar. Pero yo me negaba a rendirme tan fácilmente. Si éramos capaces de perseguir a unos Shy Guys por todo el reino, podríamos dejar esta mansión para ver otro día. Volví a explorar la zona varias veces hasta que me di cuenta de que había olvidado algo. —Penélope, bájate del saco. —Pero es lo único cómodo que hay aquí —se quejó, bajándose de él como una roca. Me agaché y me preparé los músculos. Tirar del saco sólo unos centímetros me dejó sin aliento. Pero en ese pequeño espacio, una brisa abrasadora me rozó la piel. Nunca antes había sonreído tanto ante un oscuro agujero en la pared. —Chicas, nuestra salida nos espera —dije, sin dejar de tirar del saco. —¿Sabes adónde va eso? —Si estamos muertas de cualquier manera, prefiero caer luchando, ¿no te parece? —Me abaniqué—. Síganme. Antes de entrar en el conducto de ventilación, Minh respiró hondo varias veces. Pero el chirrido de la prisión metálica le indicó que se arrastraba. Bueno, fue menos un gateo y más un torpe contoneo. En este tubo no había espacio para los hombros. Menos mal que no tenía claustrofobia mortal. No pasaron ni dos minutos antes de que mi piel empezara a derretirse. Me salía baba por las axilas, el pelo se me pegaba a la frente y los pies me chisporroteaban como pollo asado. —¡Ay! —Mi codo casi se rompió contra la rígida pared—. Por favor, ¡no me restriegues la cara en los pies! —¡Lo siento! —Minh tosió—. ¡No hay nada de luz! —¡Cállense! Si no queremos atraer a los fantasmas, no sirve de nada gritar —susurró Penélope. Un poco grosera, pero acertada. Me deslicé en silencio, salvo por los jadeos ocasionales. Si pensaba que las Ruinas Seco Seco eran un infierno, este conducto era mil veces peor. Las paredes nos apretaban más a medida que avanzábamos, y no podíamos quitarnos el sudor de la cara. Era como estar cocidas en un horno. —Toadette —gimió Minh—, no puedo respirar. —¿Mis pies apestan? Pensé que te gustó eso. —Ahora el aroma es… es sofocante… —Su cabeza se hundió en mis plantas, provocando más gemidos de estrés. Celebraría que mis pies por fin le dieran asco, excepto por el hecho de que se estaba muriendo. Desde atrás, Penélope la animó a seguir, y yo avancé hasta divisar alguna salida. Efectivamente, había una luz al final del túnel. Entrecerré los ojos y distinguí un tenue tono violeta. No, ¡marrón! ¿Afuera? ¿O simplemente otra parte de la mansión? Sólo había una forma de saberlo. Siguiendo adelante, la superficie empezó a inclinarse hacia abajo, pero no era tan extrema como para causarnos problemas. No, el problema provenía de la propia salida. Era lo bastante grande como para que cupiera Penélope, pero ni Minh ni yo cabríamos por ella. Teníamos sombreros grandes, y este agujero no era más grande que un niño humano. —Toadette… ¿Estamos atrapadas? —No he dicho eso. Vamos a salir. —Si pudiera sacar un brazo, tal vez podría tirar de mí misma para salir. Sólo haría falta un poco de fuerza buta. Jadeando, mi retorcí contra el estrecho espacio. Mis entrañas se replegaron sobre sí mismas debido a la profunda presión. Después de gritar en silencio durante 30 dolorosos segundos, al largo chirrido siguió otro jadeo. ¡Por fin volvía el color a mi mundo! Pero… Sólo la punta de mis hombros asomaba por el agujero—. No puedo ser… —Ay, una vez vi un video así —dijo Minh, con sus palabras cansadas—. Una chica grande estaba metida en un conducto de ventilación, y la sacaron mientras se reía. —¿Se reía? —Sí, uno jalaba de ella desde afuera mientras otra le hacía cosquillas en los pies. Debo volver a encontrar ese video… —Si esto no nos estuviera empujando los brazos hacia abajo, podrías haber tenido la posibilidad de hacerme cosquillas. De repente, algo se me pegó al talón. Al girar, se me desencajó la mandíbula. Entonces sentí los dientes. En cuanto eso ocurrió, mi boca reaccionó más rápido que mi cerebro. Se retorció, sonrió y, finalmente, me hizo soltar una carcajada. Con el tiempo, esas risitas se convirtieron en carcajadas. Era como si un pez me mordisqueara los pies. La Toad deslizó su lengua entre mis dedos y su recompensa fue la carcajada más sonora que había soltado en todo el día. Con todo el ruido que hacía, crucé los dedos para que no nos encontrara un Boo. Pero ella siguió pasando la lengua por mis pies como una patinadora artística. —Espera, está funcionando… —me reí, notando que mis hombros se deslizaban lentamente por el conducto. Y así, me contoneé a la vez que Minh me lamía los pies. —Mmm… Apestan fatal, pero saben bien rico —dijo, jadeando fuertemente mientras mordisqueaba mis pies arrugados. Eso me hizo loca. El retorcimiento y el pataleo permitieron que mis brazos salieron por completo del conducto. Primero el derecho, luego el izquierdo. Sin un segundo de respiro, salí por el conducto y caí al suelo con un ruido sordo. —Vaya —rió Minh—. Funcionó de verdad… —Qué lista eres. —Me enjugué la frente—. Al menos podré sacarlas más rápido ahora. —Hay un gran problema, señorita. Las chanclas de su amiga están bloqueando sus pies. —Está bien. Supongo que tendré que sacarla de un tirón. Esta vez, mis manos agarraron los hombros de Minh. Mientras tiraba, mis ojos escrutaban la habitación cada segundo. Porque en el momento en que entrara un Boo, tendría que estar preparada para hacerle frente de alguna manera. Y salió disparada, cayendo justo encima de mí. —Jejeje… —Sacó la cabeza de mi pecho—. Me encanta cuando estás bien sudada. —¿Qué es este sitio? —preguntó Penélope, que ya se estaba sacando del conductor. Estábamos mirando los barriles impresionantes que decoraban la sala. Al igual que la última área, el suelo de madera era áspero al tacto. Pero seguíamos rodeadas de calor, no del aire frío del bosque. Por lo tanto, aún estábamos dentro de la mansión. —Me hace acordar a la bodega del castillo —dijo la niña, limpiándose el sudor—. Todos esos barriles y demás. —Sé que no nos cambiamos de piso, así que seguimos bajo tierra. Eso significaba que teníamos que buscar una manera de subir. Por eso nos separamos y recorrimos el vasto suelo durante minutos. Peor que la sensación de aislamiento era la ausencia de ruido. Aparte del trueno muy amortiguado del exterior, ni siquiera podíamos oír los pasos de las demás. Caminar de puntillas era todo lo que sabíamos hacer en esta situación. Después de todo, ¿qué tan bien podía oír Boos? —Señorita… Le di una bofetada a Penélope por instinto, asustada, pero enseguida me disculpé y le limpié el cachete. Pero ella demostró ser la madura, pues me hizo callar y me guió hasta el centro del suelo. En cuanto vi nuestro método de escape, mis nervios se calmaron. —¿Un ascensor? —Toqué el panel de madera—. No sabía que se podían encontrar de estos en los viejos tiempos. ¿Funciona? —Hicimos un poquito de magia con él —dijo Minh—. Pero por los botones veo que nomás llega hasta el sexto piso del sótano. Estamos en el 40. ¿40 plantas subterráneas? ¿Acaso estos idiotas pretendían penetrar en el núcleo del planeta cuando construyeron esta mansión? Aunque el límite nos retrasaba, ascender 34 pisos era automáticamente mejor que andar. Para ser honesta, cada paso dentro del ascensor era su propio viaje, gracias a mis pies doloridos. Las tres nos apretujamos en el aparatoso aparato. Una cuerda sucia lo izaba, pero el ascensor usaba botones modernos. Era, con diferencia, lo más moderno que habíamos visto hasta entonces. Penélope sonrió al presionar el botón más alto. Por fin, un momento para relajarnos… Puse los pies sobre el regazo de Minh, ensuciando más su pijama. Se limitó a admirarlos mientras pasábamos cada piso. Y una vez que pasamos el subnivel 27, la niña pinchó el brazo de ella. —¿Me dice por qué exactamente tiene miedo de Boos? —Tú también tienes miedo, ¿no? Ninguna de las dos entramos en las ruinas por una razón. —Pero yo tengo diez años. Usted tiene… ¿Veinte? —¿Eh? —Los ojos de Minh se abrieron de par en par—. Diecinueve. Y imagínate que estás pidiendo dulces en Halloween y tus amigos te retan a aventarte al Bosque Eterno. Y ahí estás, toda solita con nada más que una linternita, cuando de repente ves a un demonio chillando… ¡Aaah! Inmediatamente apartó mis pies de su regazo, hiperventilando. Ante nosotras, un Boo morado se rió mientras el ascensor seguía en movimiento. Dos pequeños pinchazos de luz blanca brillaban en el centro de sus ojos, y su boca volvía a parecer una calabaza tallada. —Sí, escapamos —le dije, poniéndome de pie con las manos en las caderas—. ¿Y qué vas a hacer al respecto, pendejo? —Señorita… —Toadette, por favor, no la provoques. Tenía los puños apretados y estaba dispuesta a abrir la boca de nuevo. Pero, en lugar de eso, me vi inmersa en un concurso de miradas con ese fantasma. No dejaba de reírse… No, no se reía. Cacareaba como si nos hubiera derrotado. Sabía que podía resistir el impulso. Iba a ignorarlo… —¿Se supone que eso tiene que asustarme, hongo? —preguntó con carcajadas. Me mordí el labio. Pero entonces todo el aire abandonó mis pulmones cuando di un paso adelante. —¡Fuera de mi cara, puto! —Ay. Eso no es muy educado. Espera. La boca del Boo no se movió en absoluto, y sentí la voz en otra dirección. Me volteé, gritando al ver otro Boo. Uno de color beige sacó la lengua y me lamió la cara. Luego miré hacia abajo y vi que uno blanco me babeaba los pies. —¡Aaah! —Me lancé a la habitación del subnivel diecinueve—. ¡No, no, no, no! ¿Qué había hecho? Hiciera lo que hiciera, no podía detener la cuerda ascendente. Tenía que encontrar una escalera que me llevara a los pisos superiores. Las vidas de Minh y Penélope dependían de ello. Corrí hacia un lado de la habitación, haciendo todo el ruido del mundo. ¡Rayos! Lo único que hallé en este lado fueron unos cuantos discos. Llegar a la esquina opuesta de la habitación fue como cruzar medio campo de fútbol. Sólo que esta vez encontré un sinfín de polvo pegado a mis pies como pegamento. Puaj… ¡Ay, ¿qué demonios!? Ya se me olvidó que tenía los pies mojados. Cada paso ahora me daba asco. Sólo sentir la saliva derramándose entre mis dedos… Éste sí era el peor día de mi vida. Pero en mi lloriqueo, me di cuenta. Salté del ascensor por la pared más cercana al centro de la habitación. Y efectivamente, toda la planta estaba construida como un rectángulo alargado con un cuadrado en medio. Allí estarían las escaleras, ¿no? Tras saltar una esquina, me esperaban cuatro puertas. Aunque habían visto días mejores. Cuando mi mano agarró un pomo, el metal helado detuvo mis movimientos. ¿Y si un Boo estaba ahí dentro, dispuesto a violarme de nuevo? Ese rostro horripilante volvió a parpadear en mis ojos. Me puso tan nerviosa que no me di cuenta de que ahora estaba en posición fetal. Era como una niña pequeña añorando a su querida mamá. ¿Por qué esta batalla tenía que ser tan injusta? Los Boos podían hacerme de todo, pero yo no podía hacerles daño, pasara lo que pasara. —La tenemos muerta de miedo, chicos —dijo una voz—. Mmm… Ni siquiera una lengua gigante en mis pies logró provocar más que un leve gemido. Sucedió una y otra vez. Varios Boos violaron mis pies, babeando sobre ellos como animales salvajes. Yo, por mi parte, sólo podía estremecerme. —Antes me parecía insípida. Pero ahora que está completamente aterrada, creo que es la mejor Toad que hemos probado —comentó una voz más aguda antes de que una lengua se posara en mi talón sudoroso. —Oigan, tenemos que probar a su amiga. Está bien gordita y parece un bebé. Imaginen toda la diversión que podríamos tener con ella. Si me encontrara frente a Minh, me disculparía por haberme burlado de ella todos estos años. Ahora entendía por qué temía tanto a los Boos. Los invencibles fantasmas hacían que nuestra lucha con los Shy Guys pareciera un juego de niños. —Olvídense de los pies. Voy aún más alto. En cuanto sentí que ese músculo viscoso me lamía las piernas, mi cuerpo se tensó. ¡BAM! El Boo voló unos metros hacia atrás, soltando un aullido de dolor mientras se tapaba la boca. Cuando me puse en pie, me detuve. No podía creerlo… Había dañado al fantasma. ¿Cómo? |