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Rated: 18+ · Book · Erotica · #2321597
Como nueva esclava de los pies de Peach, la vida de Toadette se da un giro emocionante.
#1072788 added June 17, 2024 at 11:42am
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Capítulo 28 - El General
El General saltó de su silla, dejando que su largo abrigo se elevara en el aire. Y, para mi sorpresa, dejó su rifle platino en el suelo. Sin embargo, su respiración lenta e intensa me indicó que no bajara la guardia. Cuando cerró el puño, di un paso adelante.

—¿Una pelea a puñetazos? —me burlé—. Qué tontería, ¿vas a retarnos a eso?

—No. Me está retando a mí. —Daisy se rozó los hombros mientras marchaba delante de nosotras. Antes de que pudiera hacerla retroceder, Penélope me dio un tirón de la pierna.

—Interrumpirla cuando está enfadada es muy mala idea.

—Pelear con este monstruo sola es muy mala idea.

—No te preocupes. —Minh se arrodilló, suspirando—. Parece muy fuerte.

Con todos estos Shy Guys heridos en el suelo, el espacio se redujo diez veces. Así que, por precaución, decidí empujar a las chicas unos pasos hacia atrás.

—Testaruda hasta el final. Pobre princesa. Su desesperada necesidad de poder le ha dañado el cerebro.

—Acabamos con tu pequeño ejército con unos pies sudorosos, tonto. Así que, aunque tengas algún as en la manga, no me subestimes.

—Teniendo en cuenta su insensata aventura, sería prudente que siguiera su propio consejo.

Daisy lanzó la pierna al aire, mostrando la sucia planta al líder.

—Por favor, sabes que te ganaré. A diferencia de estos imbéciles rojos y de esas chicas, yo soy capaz de levantar cientos de kilos desde que era una niña.

—Ah… —El hombre se crujió los nudillos—. Generar historias ficticias de eventos que nunca sucedieron es una manera maravillosa de aumentar la confianza en uno mismo. Dígame, ¿es eso lo que le permite conciliar el sueño por las noches? ¿En lugar de que los Shy Guys sean maltratados en las ricas calles de Sarasaland, se imagina que están bailando en paz?

Golpeando al General en el pecho, Daisy comenzó la batalla.

El General se defendió del puñetazo y luego la empujo a corta distancia. Pero ella le respondió con una patada en picado que no alcanzó al hombre, quien apenas se movía. Por cada ataque que ella lanzaba, él sólo se agitaba para esquivarlo.

—Es como un bicho revoloteando alrededor de una estatua —dijo Minh.

—¿Ves la razón por la que su fuerza no me importaba?

—Todavía hay una oportunidad de que gane. A ver.

En la estrategia de la princesa se veían muchos saltos mortales, pero el General sabía cómo aprovechar cada oportunidad. Hubo un puñetazo aquí, una patada fuerte allá y un revés que la hizo caer.

—Anda —se mofó el hombre—. ¿Puede levantar cientos de kilos, pero no puede atrapar a un general inmóvil?

—¡No te burles!

Con una explosión de vigor, Daisy volvió a saltar en el aire. Y esta vez, clavó la pierna justo en la capucha del General. Al menos, ahora tendría que soportar el olor de sus pies.

—¡Lo logró, señorita Daisy! —Penélope saltó de alegría.

Pero algo en la boca del estómago me decía que esto estaba lejos de acabar.

En tan sólo un par de segundos él se recuperó de su colapso y tomó a Daisy por el tobillo. Ya no salían grandes alardes de su boca. La atmósfera cambió por completo cuando con su otra mano comenzó a hacerle cosquillas en la planta del pie.

—¡Jajajajaja! ¡Sal de ahí, imbécil! —gritó Daisy, cuya risa empezaba a sonar como un llanto—. ¡Suéltame!

¡BUM!

El ruido fue tan fuerte que automáticamente cubrí los ojos de Penélope. La ilusión de que Daisy ganara desapareció al chocar su cabeza contra el suelo.

—Como quiera. —Como si hubiera heredado la velocidad de un Bill Bala, clavó su pie en el pecho de Daisy. Le dio dos puñetazos hasta que ella patinó ante nosotras. Tosió a mares, gimiendo.

Aunque se me hundió el corazón, la idea de cómo trataba la princesa a los Shy Guys en su propio país me causó aún más repulsión. Aunque lo había negado, Minh tenía razón. No todos los Shy Guys eran malas personas. Así pues, esta brutal golpiza podría considerarse como consecuencia de Daisy. No obstante, hablé alto y claro.

—¿Quiere detenerse? Parece como si la hubieran sacado de un derbi de demolición.

—Estoy… —Sus brazos se tambalearon hasta que volvió a ponerse en pie, pero incluso sus piernas temblaban como gelatina—. Estoy defendiendo mi hogar. Ése es mi trabajo.

—¡Ya no lo será si sigue luchando así! ¡Use la cabeza!

—¡Cierra la boca, Toadette!

Me costó mucho contenerme para no pegarle un puñetazo a la princesa en ese momento. Ella me resopló y acabó dándose la vuelta para enfrentarse al hombre dispuesto a matarla. Penélope susurró el nombre de la princesa en un débil intento de persuadirla, pero, por desgracia, ya se había ido. La realeza clavó su pie en la sección media del General. Entonces él voló hacia atrás, sorprendentemente incapaz de mantener el equilibrio.

¡BAM!

Bueno… La princesa estaba tirada en el suelo boca abajo ahora, con el General sobre ella. Al ver que él no se había desmayado por su intento anterior de asfixiarlo, supe que debía de estar resistiéndose a sus pies. Rayos. Así que, aunque ella tuviera otra oportunidad, sería en vano.

—¿Comienza a entender el dolor que hizo pasar a mis camaradas en su país? Le aseguro que esto es sólo un pequeño ejemplo de ello.

¡CRAC!

El grito de dolor de Daisy reverberó contra las paredes, y sólo se hizo más agudo cuando el General le taladró la espalda.

—No importa si estamos en el Reino Champiñón o en Sarasaland. Las clases privilegiadas nos tratan como si fuéramos basura. ¡Y aquí tienen el descaro de enojarse cundo finalmente reaccionamos!

¡CRAC!

—¡Señorita Toadette, ayúdela, por favor! —Ni una sola vez pudo parpadear ni apartar la cabeza de esa pelea.

Mis pies no se movían. ¿Cómo iban a hacerlo cuando Daisy volvía a mostrar sus verdaderos colores? No importaban las quejas que tuviera contra esos monstruos, si abusaban de inocentes en Sarasaland… Los relatos del General no sonaban diferentes de cómo me trató la princesa cuando vino a este lugar. Si yo tuviera el poder de ordenar a un montón de Toads que la mataran, ¿lo habría hecho antes?

—¿Qué pasa, Toadette?

—Tú debes saberlo… Apenas se diferencia de este tipo.

—A ver, Toadette. La princesa Daisy tiene dos opciones: o se esfuerza por ser una persona mejor, o desaparece y nunca enmienda sus errores. —Me miró a los ojos, acercándome su voz tranquilizadora—. ¿Qué harás?

—Y sigues haciéndome a mí decidir —suspiré.

—No olvides lo que ese monstruo le dijo a sus seguidores que nos hicieran. Si ella es un supuesto demonio, él no es mejor. —Sonrió—. Y tú sabes qué debes hacer.

Con un gesto de cabeza, me levanté y golpeé el pecho del General. Así dio inicio a esta nueva fase de la batalla, con Toadette en el centro del escenario. Mi inesperada entrada lo hizo respirar con más fuerza dentro de su abrigo. Lo único que Daisy dejó soltar fue un gemido enfermizo, tumbada como un cadáver bajo el General y yo.

—A ella no le gustan las setas más de lo que le gusta mi gente —expresó, abalanzándose hacia atrás—. ¿Por qué se une a una amenaza compartida, señorita?

Arrugué las cejas.

—El adversario de mi adversario es mi aliado —continuó—. Por ende, resolvamos aquí nuestras discrepancias y acabemos con esta dictadora para lograr el mejor resultado.

—No te hagas el simpático conmigo después de que tuve que sacar mi trasero del desierto dos veces gracias a tus matones.

—Valió la pena intentarlo…

—¡Ya lo tienes, Toadette! ¡Derrótalo! —exclamó Minh, saludando desde lejos. A su lado se encontraba Penélope, con los ojos bien abiertos y sin moverse.

Los dos intercambiamos golpes antes de que yo golpeara al General en el cráneo. Por primera vez, gimió de auténtico dolor. Pero sólo duró un rato. Pronto, me tiró del cuello y golpeé una columna con fuerza suficiente para romperla. De inmediato me alcanzó, agarrándome del pie antes de clavarme la rodilla en el suelo.

La pierna derecha me ardía como una loca. Sin embargo…

—¿Eso es todo lo que tienes? — gruñí, frotándome el costado. Me miré los pies.

—No lo intente —dijo—. Si entrenamos a muchas de nuestras élites para resistir su olor tóxico, ¿qué la hace pensar que yo sería susceptible?

—Bueno —me reí entre dientes—, no eres el líder invencible que te crees. —El aire se me escapó de los pulmones mientras corría por el perímetro de la habitación. La mirada del General me siguió de cerca, inquebrantable como la de un Albatoss.

—¿Se está cansado? Sus tácticas son tan vergonzosas que no puedo ni reírme.

¡Perfecto! Justo cuando hablaba, me empujé desde la pared e introduje el pie derecho en esa abertura encapuchada.

—¡Tengo mucha más energía de donde salió eso, estúpido! —Mi pie se aseguró de apestarle la cara. Al principio, su risa resonante continuó. No hubo gritos, ni nada. Mi expresión pasó de arrogante a preocupada cuando no sucedió nada. Pero en cuanto flexioné mis sucios dedos, algo en él se quebró.

Soltó un grito tan salvaje que su voz se rompía en pedazos. Entonces, con sus defensas rotas, luchó por quitarse a esta Toad sudorosa de la cara.

—¡Chicas! ¡Ayúdenme! —Pisé con todas mis fuerzas, tratando de meter el otro pie. Cuando él volvió a gritar, mis cinco dedos consiguieron entrar en su asquerosa boca—. ¡Cómelos, cómelos, cómelos, cómelos! —Grité eso para siempre, asqueándonos a los dos en el proceso.

¡No! ¡No pudo ser! Justo cuando estaba a punto de ganar… El General me dio un puñetazo que me dejó caer y se deslizó hasta su rifle como si tuviera patines. Aunque demostré que era débil bajo unos pies malolientes, me tenía dominado gracias a un estúpido fusil.

—Ha vencido a mi infantería, pero eso es todo lo que logrará. —¿Qué debía hacer yo? ¿Levantar las manos con temor? ¿Ponerme de rodillas? Tenía velocidad, pero ni siquiera el Toad más rápido podía escapar de una bala de un rifle. Sin darme cuenta, ya había aceptado mi destino. Arrodillada y con las manos en alto, me despedí de mi vida—. Respeto sus habilidades para pelear. Pero adiós, Toadette.

—¡Guaaaa!

¡BRUM!

Llovían cristales del techo mientras el General lanzaba un grito atronador. Para mi sorpresa y terror, Penélope estaba a su lado. Mientras una luz parpadeaba, la niña pataleaba y arañaba su capa. A pesar de tener los pies babeados y sudorosos, un poco de esperanza volvió. El enemigo saltó hacia atrás mientras su agarre del rifle empezaba a resbalar.

En el momento justo, choqué a este idiota contra una columna. Y cuando se desplomó, Penélope y yo le dimos pistones fuertes.

—¿Estamos ganando? —preguntó la niña, sin aliento—. ¿Estamos…?

¡SMACK!

La culata del rifle me golpeó en la frente, sacándome toda la energía del cuerpo. Como una muñeca de trapo, caí de rodillas y acabé tumbada.

—¡Cómo te atreves! ¡Humana irrespetuosa!

En un instante, Penélope chocó su cabeza contra la mía. Su saliva caliente me salpicó la gorra, pero no me quejé. Si hubiera tenido fuerzas, le habría agradecido su valentía. Aunque fuera un intento tonto, la muchacha estaba dispuesta a arriesgar su vida por mí.

Con la poca energía que tenía, lancé uno de mis zapatos hacia el hombre. No lo alcanzó.

—Ninguna de ustedes sabe cuándo darse por vencida —dijo, recargando su arma—. Mario tuvo la suerte de derrotarme una vez, e incluso él rompió las reglas de la guerra. Todas carecen de la experiencia necesaria para enfrentarse a los mejores Shy Guys.

—Lo siento, señorita —dijo una Penélope herida. Abrazándolo lo mejor que pude, cerré los ojos.

¡CLINK!

Escuché el estruendo del arma cayendo, una bala saliendo de la recámara y un fuerte sonido metálico rebotando contra las paredes. Cuando abrí los ojos, vi una esfera amarilla moviéndose rápidamente de un lado a otro como un proyectil. El General se movía presa del pánico.

—¡De verdad debería haber participada más en gimnasia!

¿¡Minh!? ¿Con el balón de fútbol de Daisy rodando bajo sus pies? ¿Cómo rayos logró esta Toad patear un balón dorado sin calzado? Las leyes de la física deberían haberlo considerado ilegal. O mi amiga era secretamente la persona más fuerte de la sala, o era la más tonta.

Aún la animé mentalmente. La princesa también la animó a volver a patear el balón. Pero en medio de toda nuestra emoción, el General recuperó su fusil. Al instante, otra bala se cargó en la recámara.

—Por eso lo siento, señorita. —Penélope se levantó cojeando hacia el imponente enemigo. Tenía la camisa rota, la cara arañada y los pies cubiertos de saliva. Sin embargo, allí estaba, avanzando como una soldado.

—Ay. La terquedad debe ser una virtud en la realeza. —Apuntó su arma directamente a su cara.

—Detente, Penélope… —dije entre dientes.

—¡Juro que te arrancaré la cabeza si le hagas daño! —gritó la princesa, apoyándose en un codo.

—¡No la toques! —Todos nos quedamos helados cuando las cuerdas vocales de Minh se rompieron—. ¡Toca esto, cabrón!

Nuestros ojos registraron cada detalle preciso como si el tiempo se hubiera ralentizado. El balón de fútbol dorado penetró en el pecho del General, y entonces algo brilló. Justo después del impacto, la capa se partió en millones de trozos de tela mientras salía humo. De ese humo salieron volando unos veinte Shy Guys normales, metralla metálica, un fragmento de brazo metálico y un Shy Guy único. Sus rasgos definitorios eran su gorra militar y su atuendo plateado.

Así que el gran hombre no era tan grande. Incluso en mi estado casi muerto, tenía que reírme.

—¿Está viva? —preguntó Minh, chillando como un ratón.

—¡Buen trabajo, florista! El idiota explotó como una piñata antes de que le funcionara el dedo del gatillo. —La amplia sonrisa de Daisy volvió por primera vez desde que empezó esta batalla. Se levantó con toda la energía del mundo, a pesar de parecer salida de la Arena Dojo.

Las mujeres inmovilizaron al General bajo sus pies mientras yo cojeaba como una momia. Mi brazo estaba tan rojo que se diría que había perdido sangre a cada segundo.

—Escuchen, ¿alguna de ustedes quiere hacerme unas sugerencias sobre cómo castigarlo?

—Eso puede esperar —dije lento—. Concéntrese en sus zapatos.

—Claro. ¿Dónde están todos mis zapatos, enano? —A través de su máscara sin emoción y manchada, el General resolló.

—Tengo una oferta…

—Para ahí, tonto —gritó Minh, aplastando con fuerza su pie polvoriento sobre el derrotado Shy Guy—. Quisiste matarnos, ¿y ahora quieres negociar con nosotras?

—¿Qué es lo que propones? —Daisy se cruzó de brazos.

—Que le devolveremos sus zapatos a cambio de que no nos persigan o capturen tanto el Reino Champiñón como el gobierno de…

Penélope le metió los dedos del pie en la boca en ese mismo instante. Ahora tenía la boca llena de sudor, suciedad y la saliva de al menos otras tres personas.

—Podemos… —Intentó ocultar las lágrimas, pero no tuvo éxito—. ¡Podemos buscar por todo este lugar y encontrar las cosas de la señorita Daisy sin tu ayuda! ¿Por qué no te arrestaría mi mamá a ti y a tus amigos? ¿Eh? ¿¡Eh!? —Le arrancó los dedos de la boca.

—Porque le entregaremos a la princesa Daisy su colección de zapatos y le ofreceremos nuestros servicios militares. A cambio, sólo le pedimos que trate a los respetados Shy Guys de Sarasaland de la misma manera que a cualquier hombre común.

¿Servicios militares? Que broma. Claro, estos tipos eran fuertes y coordinados. Pero eso era todo lo que tenían. ¿Y quién iba a decir que no volverían a robar dentro de Sarasaland? Cuatro reinos en un país significaba un montón de lugares de donde robar.

—Florista, fuerza tu pie en su garganta.

—¡A su orden! —Minh se puso de rodillas e invirtió su pie en la máscara del General. Si los dedos de Penélope le parecían asquerosos, los de Minh iban a drenarle la vida.

Y lo hicieron. Sus gritos se hicieron cada vez más fuertes hasta el punto de que Daisy se tapó los oídos. No creas que Minh se detuvo en los dedos. Llegó hasta la mitad de la planta. Después de eso, tuvo que sumergir su otro pie en la boca. Más mugre caliente, saliva y sudor para él.

—¿En serio, por qué últimamente sólo los malos se meten con mis pies?

—Toadette se merece desahogarse un poco, ¿no? —Daisy me agarró del hombro.

Por desgracia, mi poder era tan bajo que mover los dedos de los pies era un ejercicio. Sin embargo, no era tan estúpida como para desperdiciar una oportunidad. Golpeé con mi talón el cuerpo del General antes de caer. Simple, pero efectivo.

—Perfecto —se rió Daisy—. Ahora, tráeme mi colección de zapatos y tenemos un trato.

—¿¡Qué!? —Nuestras bocas se movían más rápido que nuestros cerebros.

—Eh, estoy enfadada como todas ustedes. Pero si tengo a estos enanos trabajando para mí, por una buena causa, entonces ¿por qué encerrarlos? Además… —Suspiró, metiendo las manos en los bolsillos—. Está claro que la princesa Daisy no es la mejor gobernante del mundo. Mi nuevo objetivo será convertirme en la mejor princesa que el mundo haya conocido y para eso, tengo que ayudar a estos Shy Guys. ¿No suena bueno?

—¡A la cárcel con ellos! —Penélope negó con la cabeza.

—Me gusta la vía de la misericordia, pero querían asesinar a una niña de diez años.

—Ella toma la decisión correcta, chicas.

Penélope y Minh me miraron boquiabiertas. La Toad con manchas rosas extendió su mano confundida. Incluso alguien tan adorable hasta la médula como ella no podía quitarse de la cabeza el hecho de que podrían haberla matado. A lo largo de todos sus años de vida, ésa era la única constante que no se atrevía a perdonar.

—Toadette —dijo suavemente—, al menos tenemos que hacer algo con él. Casi te… Casi nos…

—Y Daisy abusó de mí en mi primer día de trabajo con ella. —Me enfrenté a la princesa, cuya postura permanecía rígida—. Todavía tiene algunos prejuicios en este momento, y los Shy Guys tiene objetivos asesinos. Pero si vamos a dejar que ella mejore, lo correcto es que dejemos que ellos mejoren. —Pisé al General una vez más—. Después de todo, ya no van a hacernos daño. ¿Verdad?

—Sería un gran… conflicto de intereses —gimió el líder.

La princesa tiró al General para ponerlo en pie. Respirando hondo, se dieron la mano.

Mientras veíamos como grupos de Shy Guys empujaban apresuradamente carros de calzado hacia la sala, atendía el cuerpo de Penélope. Aunque había sufrido menos daño que yo, aún tenía un feo chichón en la frente. Además, la niña le dolía de pies a cabeza, así que nos necesitó a las dos Toads para llevarla por toda la caja de juguetes. Paramos en un conjunto de grandes bloques y por fin pudimos relajarnos.

Minh le dio una palmadita en la cabeza con una risita.

—Apuesto a que te mueres de ganas que te laman bien los pies, ¿eh?

—Puaj… Creo que he tenido suficientes lenguas en mis pies por un día —dijo Penélope.

—Eres cuerda —dije—. Tu madre me contrató como esclava de pies. Me perdí el memorándum en el que tendría que tener los pies tocados a diario.

—Jeje, esta era la semana perfecta para que te enteraras de mi secreto. —Me hurgó en el estómago Minh.

Levanté la cabeza contra las brillantes luces que nos iluminaban. A pesar de saber que mi futuro requeriría pasar más tiempo con Su Alteza y que el fetichismo por los pies de Minh me perseguiría para siempre, me reí.

No importaba cuántas veces hubiera estado a punto de morir o cuántas veces me hubieran hecho cosquillas contra mi voluntad, ésta había sido una parte emocionante de mi vida. Siempre dicen que hay que apreciar las cosas buenas para aprovechar al máximo tu corta existencia. Aunque estas no fueron exactamente buenas, sí que fueron memorables. ¿Cómo podría olvidar quemarle la nariz a un tipo con los dedos de los pies en el desierto o ver a la princesa dominar a una familia en un autobús?

Levantando los pies hacia la luz, suspiré aliviada, optimista para los días siguientes.
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