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Rated: 18+ · Book · Erotica · #2321597
Como nueva esclava de los pies de Peach, la vida de Toadette se da un giro emocionante.
#1072349 added June 8, 2024 at 12:55pm
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Capítulo 22 - Así se derrumban las ruinas
El suelo destrozado continuaba inclinándose hacia el foso de las ruinas. Sin una fuente de luz adecuada aparte de las llamas ocasionales, mi paso rápido se transformó en uno lento. Lento pero constante, Toadette. Pronto se presentó una sala que parecía casi sin daños. Las antorchas ardían, el aire no estaba contaminado por el polvo y los escombros eran escasos y estaban dispersos. Finalmente, un refugio seguro en este caos infernal.

Observando mi pie derecho, no había estado tan sucio desde que salí de los túneles de la Ciudad Toad. El hollín beige y negro me cubría por completo. De hecho, todo mi cuerpo estaba sucio de alguna manera, como si hubiera salido de una chimenea.

—A ver… —Aunque me doliera, tenía que asegurarme de que mis armas estuvieran funcionando. Me llevé el pie derecho a la nariz y respiré profundamente.

¡Arrepentimiento inmediato! Bien, ahora estaba confirmado que mis pies tenían el olor más desagradable que existía.

Me apresuré y corrí hacia la habitación contigua. De repente, me encontraba en un lugar familiar una vez más. Era increíble cómo esta habitación aún se mantenía en pie. Escuché a alguien toser con fuerza a los lejos y gemidos agudos resonaban en mis oídos. En ese instante, mi corazón dio un vuelco.

—¡Ya voy, Penélope! —Qué tonta fui. Debí haberle dicho a la niña que se quedara en la posada. Mis pesados pasos no le hacían ningún favor a este suelo irregular, pero mis piernas no podían detenerse. Las pocas antorchas intactas me llevaron hasta el final de esta habitación sinuosa. Sorprendentemente, su cuerpo aún se movía bien, aunque estaba cubierto de un espeso polvo negro—. ¿Estás bien?

Al tocar su cuerpo, me eché para atrás como una gata empapada. ¡No era polvo! ¡Era un abrigo negro! Uno de esos ladrones…

—¿Cómo seguís con vida? —Jadeó mientras se levantaba.

—Así que fuiste tú quien convirtió este lugar en una trampa mortal andante.



—¿Qué puedo decir? El jefe te vio como un problema, así que te necesitaba muerta. Una lástima que no sepas cuándo rajar.

Llamas brotaron de las grietas del suelo. Me acerqué sigilosamente, lista para poner fin a todo. Aunque hacía mucho que no me enfrentaba a nadie. Incluso contando al Blooper, no era alguien de mi tamaño.

—Se acabó, champiñón.

El hombre me propinó un golpe en la mejilla. Después me dio otra en el sombrero. ¡Vaya, sus golpes eran tan poco naturales! Además, eran difíciles de predecir.

Haciendo todo lo posible, esquivé un golpe y me preparé para darle una patada en la cabeza. Justo cuando pude hacerlo, me encontré girando alrededor de una columna. Y sentí mi pierna dolorida. El hombre rió entre dientes, acercándose lentamente hacia mí con los brazos extendidos.

—Tus pies detuvieron a mis amigos. No pienses que soy tan ingenuo.

Se lanzó hacia mí con el puño apretado. Después de detenerlo, intercambiamos golpes de un lado a otro. A pesar de que mis patadas no lograron lastimarlo, lo que él tenía en habilidades de lucha, yo lo tenía en resistencia.

Saltar lejos de él resultó ventajoso. Me agarré brevemente a una pared, esperando que cargara contra mí. Sin duda, cayó en la trampa.

Antes de que la gravedad me derribara, salté por encima del hombre que chocó con la estructura. Ahora que aullaba de dolor, era el momento de tomar la delantera. Un rápido codazo en la cabeza le hizo resbalar por el deteriorado suelo.

Y fue evidente que pararme de puntillas no tenía ningún efecto. Mis pies apenas se arrugaron ante el calor que emanaba desde abajo. Aunque mis plantas estaban enrojecidas, no era por ninguna lesión. Todo mi cuerpo estaba adquiriendo un tono tan cálido como mi sombrero.

Atravesando este calor, mi talón golpeó al hombre de costado. Un montón de escombros le esperaba, deshaciéndose en pedazos de polvo carbonizado tras el impacto.

—¡Guau! —Ese golpe fuerte nos alcanzó a los dos, haciéndome caer al suelo a unos tres metros de distancia. Vaya, quizás debería haber dado una patada con la bola del pie.

—¡Vas a morir, hongo! —La amenaza emergió reptando del montón, pareciendo moverse con la misma destreza. Si no temblaba lo suficiente, su voz adquirió un eco perturbador. Cada inhalación sonaba como un vacío distorsionado y rugiente. Y mi respiración superficial comenzó a asfixiarme—. ¡Nosotros no invadimos el reino de esa princesa, sólo para que una chica seta nos detuviera!

—Tampoco vine aquí para que me mate un maníaco encapuchado que suena como un bebé.

—¡Callate la boca, puta! —Chillando, echó el pie hacia atrás. Un poco más, un poquito más…

—¡Te engañé!

Le di una patada al aire mientras saltaba directamente hacia su rostro. ¡Y lo logré a la primera! Oh, sí, ambos lo hicimos.

Nos caímos juntos, con mis pies bien plantados en la capucha de este idiota. Así es como me sentí cuando Minh me restregaba la cara. ¿Quién hubiera pensado que esta postura sería una táctica efectiva para derribarme? Por supuesto, ahora que tengo al hombre atrapado bajo mis plantas malolientes, tendré que pedirle prestado algo a Daisy. Un toque de repugnancia…

—¡Mmm…! ¿Te gustan esos pies podridos?

Mis manos se llenaron de suciedad y ceniza que terminaron en su nariz, boca y tal vez hasta en sus ojos. ¡Vaya, desde aquí podía percibir el olor! Seguro que el calor del suelo junto con mis zapatos les debía de apestar. Penélope tenía razón al decir que olían a tripas de pescado.

Mientras me carcajeaba, el tipo gritaba como una niña chiquita. Se retorcía como si estuviera averiado, agitando los brazos desesperadamente para agarrarme los tobillos.

—¡No puedo respirar!

Del abrigo del hombre salieron dos cosas mientras su cuerpo se estremecía. Una era morada y tenía forma de huevo plano. La otra era, y no podía creerlo, ¡la corona de la princesa! Agarré ambos objetos, sin dejar de darle patadas en la cara con mis pies resbaladizos.

Forcé mis dedos en su boca hasta que los sonidos de asfixia superaron mis risas. Después de todo lo que me hizo pasar, taparle la boca con mi pie sudoroso fue un acto de bondad. Y más le valía no haberme chupado el esmalte de uñas.

Pronto, su cuerpo dejó de moverse por completo. Aunque sus jadeos persistían.

Me puse de pie y le propiné una serie más de patadas en la cabeza. Los gritos se hicieron más fuertes al principio y luego se desvanecieron en gemidos ahogados. Ahora, el único sonido que se escuchaba en la habitación era mi excitación. Nos costó llegar al desierto para lograrlo, pero finalmente habíamos recuperado uno de los objetos de la princesa.

Las celebraciones se detuvieron en cuanto caí en la cuenta. Seguíamos atrapados bajo las ruinas. Por lo tanto, deslicé mi pie, que estaba cubierto de saliva, sobre la capucha del hombre, moviendo los dedos.

—Si no quieres volver a ver los pies apestosos de Toadette, dime cómo salimos de aquí.

—Estas ruinas se están derrumbando —se quejó, tosiendo—. Ni vos ni yo vamos a salir nunca a este ritmo.

—Mala respuesta. —Cuando mis dedos se hundieron en su capucha, penetrando en su boca, no pude evitar reírme de lo sucios que estaban mis dedos y de los pequeños elementos desagradables que había en mis pies. Pero al mismo tiempo, me di cuenta de lo rígido que era su cuerpo. Cuando estaba caído, parecía más bien abultado, como si hubiera tecnología escondida bajo su pelaje.

Cuando mis dedos salieron a tomar aire, el hombre gritó.

—¡Me tragué esa mierda! E-El jefe y los demás ya se han ido. El lugar es demasiado profundo. No tenemos adónde ir, y ésa es la verdad. ¿Querés una respuesta mejor que esa?

Qué lástima que él no me encontrara de mejor humor. Le di un último pisotón en la cara antes de girar en otra dirección. Con o sin él, encontraría mi propia salida.

Espera... ¿Y si corrijo un error que hice en mi último encuentro con estos hombres?

—¿Qué hay bajo esa capucha?

—¡No te atrevas!

Antes de que pudiera retirarla, el hombre alcanzó una de las antorchas y se envolvió en llamas. Hubo una explosión mientras los fragmentos se esparcían por la habitación. Eso... Eso no es normal, ¿cierto? Llena de pánico, corrí de inmediato en la dirección de la que venía.

—No, piensa —dije, dándome la vuelta—. Nueva idea.

Guardé en mi bolsillo algunos fragmentos calientes del hombre. Telas, algo que parecía ser una cuerda, lo que viera.

El antiguo refugio seguro se convirtió en otro desastre. Por ambas puertas se filtraba una cantidad enloquecida de gas negro, y el olor a arena y artefactos quemados me puso de rodillas.

¡Crac!

¡Necesito un descanso! ¿El lugar se estaba derrumbando de nuevo? Cerré los ojos, lista para lo peor. De repente, una ola de calor me golpeó en la espalda. Era el comienzo de la tormenta de escombros.

—¡Toadette! ¡Por fin!

Giré la cabeza hacia la pared de donde venía el eco del ruido. De repente, apareció un agujero profundo que expulsaba aire sucio, y salió una herramienta metálica. ¡Espera un momento! Era el fuerte taladro que solía usar antes de trabajar para Su Alteza. Tras levantar la vista, me quedé boquiabierta al ver a Minh entrar corriendo en esa habitación humeante. Rápidamente me abrazó con fuerza.

—¿Cómo…?

—Qué bueno que esto no rompió su bolsa.

Por eso la bolsa de Penélope estaba tan pesada. Sólo Minh sería capaz de meter un montón de herramientas en una bolsa y hacer que las llevara una niña. Cuando me observó detenidamente, su expresión cambió de preocupación a enojo.

—¿¡Estás loca!? ¿¡Por qué has sacado la Piedra Radar!?

—¿La qué? —Ella entonces señaló el huevo morado que se asomaba por mi bolsillo.

—Si la quitas de su pedestal, este lugar se derrumba y cae a kilómetros de la Tierra. ¡Recuerda lo que aprendimos en la escuela!

Podía regañarme luego. Jale a Minh hacia la princesa, subiendo por la empinada pendiente resbaladiza. Los escombros comenzaron a caer sobre nuestras cabezas mientras los fuegos y su crepitar se intensificaban.

—En primer lugar —gruñí—, ¡yo no saqué esta estúpida piedra! ¡Fue uno de esos idiotas encapuchados! En segundo lugar, ¿dónde está Penélope?

—Asegurándose de que nuestra salida de emergencia es estable. Si esa cuerda se llega a romper de esa palmera que está ahí afuera, ¡nos van a enterrar vivas a todas!

Se oyeron más estruendos. Minh lloriqueó mientras la estructura pulverizada oscurecía la mayor parte de la luz. Aún sujetándola por el brazo, la hice callar. Sólo le repetí que no la abandonaría.

—¡Pensé que te habías muerto allí! —exclamó Daisy cuando llegamos.

—¿Acaso ninguna confía en mí? —pregunté. Tomé las cosas que me quedaban y me volví a calzar. Ah… Mis dedos pudieron volver a descansar en su acogedor hogar. Un sonido agudo indicó que finalmente se había liberado la carga que oprimía a la princesa.

Minh descendió rápido por la colina.

—¡Vamos!

Nos apresuramos hacia el agujero que había cavado mientras no llovían más escombros. Era muy estrecho, pero al final, una tenue luz brillaba desde arriba. En el centro, una cuerda larga. No había tiempo que perder. Aferrándome a la vida, subí por la cuerda hasta la superficie.

¡Por fin! ¡Aire fresco! Bueno, al menos lo más fresco que podía ser con las ruinas derrumbándose y lanzando arena al aire.

—¡Señorita! —Penélope corrió hacia mi desde un árbol, restregando su cabeza contra mi pecho. A pesar del dolor que sentía en mi cuerpo, ¿cómo podía resistirme a abrazarla? La princesa y Minh pronto se unieron, limpiándose la arena del pelo.

—¿Estamos bien? —pregunté.

En ese momento, fue como si nos invitaran a todas a mirar. Primero, la estructura crujía y gemía. Después, cuando unos de sos lados se inclinó, su velocidad aumentó y lanzó todos los escombros hacia la Tierra con un estruendoso rugido.

—¡Corran! —Tomé a la niña y huimos de la arena del desierto que se hundía.

No podía creerlo. Hacía aproximadamente diez años que las Ruinas Seco Seco habían emergido nuevamente. Y en menos de dos horas, habían desaparecido. Todo gracias a unos ladrones que querían deshacerse de nosotras.

—Esto puede causarle un poquito de dolor, señorita Toadette.



De vuelta a la posada, luché contra las lágrimas mientras Penélope me vendaba el brazo derecho. Mientras tanto, al otro lado de la habitación, Daisy posaba ante un espejo. Su corona recién pulida resaltaba su belleza, y admito que parecía mucho más una princesa con ella puesta.

—Ahora sólo necesitamos obtener mi balón y mis zapatos. —Me golpeó en el brazo izquierdo—. Buen trabajo, Toadette. La Toad más útil que tiene este reino.

—Gracias… —gemí.

Ella comenzó a masajearme los pies como la noche anterior. Aunque no había crema, sus manos suaves aliviaron mis plantas doloridas. Penélope se apresuró a agarrarme uno de los pies, clavándome los pulgares en el talón. Suspiré aliviada. ¿Podía notar la diferencia en la calidad del masaje entre las dos? Por supuesto que sí. Pero lo importante es lo que cuenta. Mientras me trataban los pies, les conté mi encuentro en el fondo de las ruinas.

—¿El maldito se incineró? —Suspiró—. Perfecto, entonces seguimos sin saber quiénes son.

—Lo sabremos. Se lo garantizo. —Me quedé boquiabierta cuando algo extraño sucedió con mi dedo gordo. Lo chupó Penélope, pasando la lengua de un lado a otro por la uña. Aunque seguía siendo asqueroso después de todo lo que había pasado (no me había bañado), sus grandes ojos parecían tan lindos haciéndolo.

—Tratamos de llamarlas cuando a los malos los vimos irse, pero no contestaron.

Entonces eso fue lo que pasó. Todo el grupo, salvo ese matón, se dio la vuelta mientras nos llevaban a una trampa. Me dio asco. Seguro que era para las cuatro. Gracias a las estrellas que el miedo a los fantasmas de Minh y Penélope les impidió entrar, aunque no hubiera ningún.

Hablando de la Toad, se quedó en el baño durante mi larga ducha. Después del incidente que sufrí, necesitaba a alguien a mi lado en caso de que perdiera el equilibrio.

—Oye, ¿es ésta la misión más peligrosa que hemos hecho? —preguntó desde atrás de las cortinas.

—No. El Palacio de Cristal aquella vez fue mucho peor.

Minh se mantuvo en silencio, aparte de su tarareo. Debía de estar cansada. No podía culparla. Éste era otro día largo y caótico, y tenía que entrar en un lugar que le temía en el último momento.

—Gracias por no viajar a la ligera —le dije.

—De nada —dijo, soltando una risita.

—Mira, mañana necesito que hagas algo muy importante.

—Mientras no esté corriendo en la oscuridad, dímelo.

Incliné la cabeza hacia atrás, suspirando mientras el agua me corría por el cuello y los pechos.

—¿Podrías hacerle una visita al sabelotodo?

Si queríamos descubrir la identidad de esos ladrones por nuestra cuenta, un viejo conocido nuestro era la clave. Y lo mejor de todo, lo haría en un instante y gratis. No era como si le debiera algo. Y si se negaba, bueno, sólo sería el comienzo de que mis pies apestosos fueran unas poderosas manipuladoras.
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