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Rated: 18+ · Book · Erotica · #2321597
Como nueva esclava de los pies de Peach, la vida de Toadette se da un giro emocionante.
#1072344 added June 8, 2024 at 12:38pm
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Capítulo 17 - Desvío seco seco
Tomar el tren de Ciudad Toad al Monte Escarpado no nos costaría mucho tiempo. Si la suerte estaba de nuestro lado, llegaríamos en menos de una hora.

Era un tema recurrente: la suerte. Ahora nos jugábamos cuándo llegaría Minh a la cola con la hija de Su Alteza, pues se hacía cada vez más corta. ¿Qué estaba haciendo?

—¡Por fin! —La princesa chasqueó los dedos.

Sin ni siquiera un segundo para reaccionar, chillé ante el impacto que esta Toad dejó en mi sombrero. Era rosa, ¡no debería ser difícil de evitar!

—Felicidades por casi costarnos este viaje, amiga.

—Siento. Ya sabes que no viajo con pocas cosas.

¿Que no viajaba con pocas cosas? Pero esta vez llevaba la misma ropa que antes, sin cambiar nada. Bueno, detrás de ella, Penélope se contoneaba como si fuera un pingüino. Su pobre bolsa estaba a punto de reventar.

Como si las estrellas se hubieran alienado, las cuatro fuimos las últimas en subir al tren. Y con cabina individual. Una vez dentro, se encendió el estruendoso motor y el tren puso rumbo al Monte Escarpado. Por muy traqueteo que fuera el viaje, no pude evitar dormitar. Ningún vehículo resultaba más acogedor que un tren.

Aunque mi intención era dormir un poco, sentir dos cosas pesadas en mi regazo interrumpió mis sueños. Los pies en calcetín de la princesa me arañaron el muslo.

—¿Qué haces? Puedes volver a dormirte.

—No, estoy bien.

¿Qué demonios haría con mi boca si estuviera durmiendo? Como no quería averiguarlo, me pellizqué para recibir un chute de energía. Cruzar los asientos era como mirarse en un espejo. Los pies de Penélope también estaban sentados en el regazo de Minh, sólo que ella chupaba esos dedos como si fueran dulces. A este paso, los pies de la niña nunca tendrían la oportunidad de secarse.

La princesa me dio un codazo en el hombro con el dedo gordo.

—¿Cómo una chica como tú, que odia los pies, acabó con una fanática de los pies como ella?

—No sabía que era una fanática hasta hace unos días.

Minh se sacó de la boca los dedos movedizos de Penélope, burlándose de mí. Sus labios se abrieron, pero la princesa la cortó.

—Florista, ¿cuándo adquiriste tu pequeño fetiche? —Mientras Minh frotaba los pies de Penélope contra un lado de su cara, miró hacia la esquina. ¿Esta pregunta requería que pensara mucho?

—Supongo que en el cuarto grado. Me di cuenta cuando los demás niños hacían abdominales y yo tenía que sostenerles los pies. Desupés…

—Déjame adivinar —dijo la princesa—. Te sentías rara con aquellas chicas descalzas, pasaron unos años y aprendiste cuál era tu condición. Ahora, espera, eres una mujer adulta desesperada por agarrar los pies cada vez que puedes.

Los pies de Penélope cayeron sobre el asiento.

—Es lista, princesa.

—¿Eso fue alguna vez un secreto?

Empezamos a cruzar hacia las tierras desérticas. Las llanuras de hierba que rodeaban Ciudad Toad no eran más que un parpadeo en el fundo, sustituidas por cactus, plantas rodadoras y un interminable mar de arena. Por fin, la princesa sacó sus pesados pies de mi regazo. Pero, desconcertantemente, se quitó los calcetines. Luego el suéter.

—¿Usted olvidó lo que pasó la última vez que se quitó…? —Me puso un dedo de la mano en los labios.

—Esto no es una cloaca helada. Es un desierto donde caminaré descalza sobre la arena caliente y dorada.

¿Sobre esta arena hirviente? Para cuando acabemos el día, sus pies estarán rojos y cargados de ampollas. Penélope empezó a levantarse la camiseta, y tenía que gritarle.

—¡Tú no te quites nada!

—Si lo hace la señorita Daisy…

—No, no. —La princesa se arremangó la camisa por encima del ombligo—. Escúchala, Penélope. La única que tiene la suficiente experiencia soy yo, la grandiosa Daisy. Nadie más.

Bajamos del tren, con el Monte Escarpado asomando a lo lejos. Lo que a este monte le faltaba en altura lo compensaba en longitud y anchura. Esos ladrones no podían haber elegido un lugar mejor para huir. Antes de ascender por el sendero inicial, detuve a las otras tres.

—¿Qué les parece esto? Me llevo a Penélope y buscamos en el lado oeste del monte. Ustedes pueden ir por el extremo opuesto.

—Me opongo. —La princesa puso las manos en las caderas—. Necesito estar junta a alguien en quien pueda confiar mi vida.

—Además, —Minh agarró a Penélope por los hombros—, las dos nos llevamos súper bien. Estaremos bien juntas.

—Qué interesante…

Y con Penélope en la mano, eché a correr cuesta arriba y dejé atrás una tormenta de polvo. Lo siento, pero dejar a Minh a solas con Penélope me pareció la peor de las ideas. Sus tendencias cachondas estaban al final de la lista de preocupaciones. Pero antes de ir demasiado lejos, tenía que darles un mensaje.

—¡Ya conoces esta zona, Minh! Si ocurre algo, no dudes en llamarme.

Uf, ya estábamos lejos de aquellas dos. Pude respirar aliviada. Penélope parecía haber estado dando vueltas por horas.

—Muy bien, ahora estás en buenas manos, niña.

—Su novia es muy simpática.

—Ella… —¿Corregirla o no? Eh, deja eso para más tarde—. Simpática, pero no sabe luchar por nada.

Al menos dejar a Minh con la princesa significaba que una de ellas podría defenderlas un poco. Y no, no era la Toad.

Ahora empezó nuestra exploración del lado occidental del monte. Demonios, esto era un viaje en sí mismo. ¿Siempre se tardaba quince o veinte minutos en llegar al punto más occidental del Monte Escarpado? El sol bien podría haber sido el Sol Maligno intentando drenar mis energías.

—Señorita Toadette, ¿se está derritiendo?

¿Derritiéndome? Mi tiré de la cara, intentando devolverla a la normalidad. Excepto que… ya estaba normal.

Vaya, este calor me frió la mente. Penélope entornó los ojos y rebuscó en su bolsa negra. Ahora yo había caído sobre una rodilla, sacudiéndome las gotas de sudor de la cara.

¿Qué era lo que sostenía delante de mí? ¿Agua?

—Puede tomar un poco de la mía —me ofreció.

Maldición. No estaba bien que le quitara la bebida. Pero, dada mi naturaleza lenta, ¿qué otra opción tenía? Lo máximo que tomé fue un sorbo. Si nos saltábamos el Puesto Seco Seco, tendría que funcionar con eso el resto del viaje. Penélope engulló el agua como un animal y me lancé a cerrarle los labios.

—Déjala para más tarde, ¿oyes? —Por lo que sabía, la princesa o Minh podían estar en la misma situación que nosotras. Las preocupaciones de Penélope eran otras.

Se quitó un zapato, dejando escapar un suave suspiro. Sí, sí, entendí lo que quería decir. Pero si la dejaba ir en calcetines, imagínate todas las agujas afiladas de las plantas que podrían aferrarse a ella. La imagen de eso me produjo un escalofrío.

—Ve… Ve descalza si quieres.

El otro zapato me dio de lleno en la cara. Ahora sus rosáceos dedos se curvaron como si no hubiera un mañana, y una sonrisa apareció en su rostro. Quizá…



¡No! ¿Qué estaba pensando? Descalzarme estaba fuera de lugar en esas arenas. Puede que el sudor se acumulara en mis medias, pero podría burbujear allí hasta que volviéramos al castillo. Pero… Quizá airearlas aquí un poco no me vendría mal.

Cuando mi pie izquierdo cayó a la arena, la sonrisa de Penélope se transformó en una expresión de asco puro.

—¿Y ahora qué? —le pregunté.

—¡Sus pies!

¿Perdón? Localizar el olor de mis pies entre el olor de la atmósfera montañosa era imposible. Seguramente estaba exagerando

—Mis pies tienen un aroma agradable, niña. Mira.

Snif, snif…

¡Uf! Bueno, tenía razón. Mi pie olía a queso mohoso, pero podría ser peor. Lo sabía. En medio de mis ganas de vomitar, me obligué a poner cara de felicidad.

—Mmm… Huele delicioso… —Ella me miró como si fuera una payasa.

—Los pies apestosos dan asco.

—Díselo a la chica que te olió los pies, porque parece que sólo adora las cosas asquerosas.

Penélope se levantó y me empujó el tenis a la cara. La sucia plantilla, no la suela.

—Huélala y dígame que es horrible.

—¿Y si haces tú lo mismo? —Agarré mi zapato bajo y se lo metí en la nariz a la niña.

Su zapato olía, bueno, como un zapato. Definitivamente tenía un olor a gastado, pero no era tan apestoso como esperaba. Qué raro. En cuanto al mío, debía de tener un olor abrumador si mi pie servía de algo. La pobre Penélope chilló como un bebé para alejarse de él, dándome palmadas en los brazos.

Muy bien, ya era suficiente. Simultáneamente caímos hacia atrás jadeando, y su cara adquirió un tono verdoso. Eso me arrancó una fuerte risita.

—Bienvenida a mi trabajo, chiquilla.

Mi pie volvió a su prisión, con la humedad de la media volviéndose caliente y vaporosa una vez más. Si hubiera sabido que iba a escalar un monte grande, me habría puesto unas chanclas. Lo sé, lo sé, no es el mejor calzado. Pero como no tenía botas o tenis…

—Ay… —Penélope se abanicó, recuperando el equilibrio—. Si mis pies huelen mal, no me importa. Pero cuando los tiene otra persona, es demasiado repugnante para mí.

La hipocresía es algo maravilloso de valorar. Muy bien, nuestra misión fue un desastre. Era hora de comprobar si Minh y la princesa habían logrado avanzar. Llamé a Minh.

—No encontramos nada más que unas monedas por aquí. ¿Tienen algo?

—¿Estás bien, Toadette? Tu voz suena seca.

—Tenemos agua, no te preocupes. Sólo espero que cuando las alcancemos, no acabes bebiéndotela toda.

—Guau. Lo haré sólo para fastidiarte ahora —dijo con una risita.

—Bueno, ¿es sospechoso que la gente lleve abrigos negros con capucha por aquí?

—No, es cien por cien normal que la gente de aquí lleve… Por supuesto que es sospechoso.

Se oyó un crujido antes de que llegara la voz de la princesa Daisy. La calidad de la llamada empezó a bajar mucho.

—Tres de estos... Tenemos que correr… Intentando seguirlos… ¡Mierda! ¡Ven aquí inmediatamente, Toadette! —Luego colgó.

¿Con quién podríamos estar luchando ahora? ¿A los ladrones o a algún grupo que interfería?
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