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Rated: 18+ · Book · Erotica · #2321597
Como nueva esclava de los pies de Peach, la vida de Toadette se da un giro emocionante.
#1072302 added June 7, 2024 at 1:13pm
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Capítulo 12 - Un masaje merecido
Después de estar cubierta de saliva, empapada en el agua sucia del túnel y tener que volver hasta aquí descalza, respiré aliviada, lavándome estos gérmenes. Para un trabajo con una descripción básica, me estaban enviando a un montón de situaciones caóticas. ¿Qué sería lo siguiente? ¿Arrojarme a un volcán?

Terminé de bañarme. Me vestí con unos simples pantalones de pijama y una camiseta blanca.

Mientras me frotaba el estómago, me di cuenta del apetito que tenía. ¿Quién podría culparlo después de haber gastado toda esa energía en derrotar al calamar?

Tras una fría bajada a la cocina (gracias, suelos de baldosas), un buen tazón de sopa picante me hizo entrar en calor. Sentada con las piernas cruzadas, tomé una cucharada del líquido rojo y dejé que bajara por mi garganta. Y una vez que llegó el primer trago, mis ojos se abrieron de par en par.

Mis labios se posaron en el borde del bol, bebiendo ahora la sopa como si fuera una bebida. Y con esos deliciosos y suaves trozos de papa derritiéndose en mi boca, no se movieron mis dientes ni un milímetro. Incluso para una comida tan cotidiana, no podía recordar la última vez que había probado una sopa picante tan increíble.

—¡Bu!

Tardé un momento en bajar el bol de mi cara. Para sorpresa de nadie, era la cría de Su Alteza. Genial, ¿qué quería ahora?

—Se suponía que tenía que gritar usted —se quejó.

—Tu voz es lo último que llamaría intimidante, niña.

Se dejó caer, extendiendo sus piernas para encontrarse con las mías. Vaya. Seguía siendo extraño que fuera mucho más joven y que, sin embargo, no fuéramos tan diferentes en estatura. Aunque, por supuesto, yo era más alta. Sería vergonzoso si no lo fuera. Pero aun así, ¿dónde estaría dentro de cuatro o cinco años? Suponiendo que incluso esté trabajando en el castillo en ese momento.

—¿Es cierto que usted ha derrotado a un Blooper?

—Ella te lo dijo, ¿eh? ¬—Me lamí los restos de sopa de los labios.

—La señorita Daisy me lo cuenta todo. Es la mejor no tía del universo.

—¿En serio? —Me agarré los dedos de los pies, estirando el cuerpo—. Niña, tu Daisy estuvo a punto de morir dos veces. Menos mal que llegué a este castillo cuando…

¿Qué estaba haciendo ella? Penélope imitó mi estiramiento. O debería decir, lo intentó. La pobre niña no parecía comprender la importancia de la flexibilidad. Sin embargo, incluso en esa posición poco entusiasta, siguió hablando.

—¿Siempre ha tenido los pies tan grandes, señorita Toadette?

—Son normales.

—Creo que no. —Reajustándose, metió uno de sus pies entre los míos—. ¡Son gigantescos!

Ojalá fuera su madre para poder callarla a la fuerza. No estaba equivocaba, y eso odiaba. Mis pies eran más altos que los suyos. Pero la diferencia era menos de tamaño y más de forma. Los pies de Penélope eran muy, cómo decir… regordetes. Muy, muy regordetes. ¿Recuerdas que pensaba que eran como dos enormes malvaviscos?

En contraste, mis pies eran delgados. No elegí eso. Así es como crecieron.

—No tienen el tamaño de la señorita Daisy o de mamá, pero ¡vaya! —Comenzó a frotar la planta de sus pies contra la parte superior de los míos. Me tapé la boca, tratando de no reírme. Y ella no aflojaba, manteniendo el ritmo—. Sabe, me encantaría hacerle cosquillas con su novia en otra ocasión.

No, no, no. No volveríamos a pasar por cosquillas tortuosas. Me levanté, más que dispuesta a poner fin a esta charlita.

—Tengo que acostarme, ¿entendido?

—Antes de lo que haga… —Por supuesto, mi noche no podía ser sencilla. Me quitó el bol vacío de las manos—. Mañana saldré con usted y la señorita Daisy.

—Qué bonito —dije, soltando una risita—. Pero no saldrás.

—Bueno, mamá dijo que podía, y la señorita Daisy dijo lo mismo. Voy con ustedes.

Ah, hablaba en serio. ¿Así que todas tienen voz en esto menos yo? Perfecto. Y todo el tiempo, esta mocosa tenía una gran sonrisa que ocupaba la mayor parte de su cara blanca.

Si iba a ser parte de esta búsqueda, tendría dos miembros de la realeza que proteger: una adulta que apenas podía cuidar de sí misma, y una mocosa que definitivamente no podía cuidar de sí misma. La única pregunta era cómo iba a mantenerlas a ambas fuera de peligro. Era más fácil decirlo que hacerlo.

De vuelta en mi dormitorio, el cansancio se apoderó de mí. Me llamaba la cama, y sólo podía suspirar aliviada.

—Por fin termino por hoy.

—Aún no.

Unos pasos adelante, y allí estaba, la princesa Daisy en mi cama. ¡En mi propia cama! Pero no tenía fuerzas ni para quejarme. Al menos, parecía haberse bañado. Ya no tenía el pelo caído ni la ropa empapada. Y su piel había recuperado un poco de color.

Para mi sorpresa, sus pies estaban bastante limpios. Definitivamente eran los más limpios que había visto en todo el día. Se bajó de la cama.

—Siéntate.

No me lo tenía que decir dos veces. En cuanto llegué a mi cama, mi cuerpo se desplomó sobre el firme colchón. Todos esos movimientos que el Blooper me hizo hacer debió haber puesto en mis músculos una tensión seria.

—Debería haber sabido que el día no podía acabar bien. —Me incliné sobre mi costado—. ¿Qué necesita?

—Sólo cumplo mi parte del trato. Pero si quieres ser desagradecida…

Había olvidado por completo que habíamos apostado a que me daría un masaje si ganaba. Tiendes a olvidar esas cosas cuando estás concentrado en salvar la vida de alguien. Al mismo tiempo, guau… Recibir un masaje de una princesa… Eso sería una fantasía de poder para un niño, nunca una realidad.



La princesa tenía en las manos una botella que agitaba de arriba abajo. Era un poco más grande que el tamaño de una botella de agua. Una sustancia anaranjada salió de ella como pasta de dientes, formando una masa en las manos desnudas de la princesa.

—Exclusiva de Sarasaland —dijo.

Levanté la cabeza y miré al techo. La princesa se frotaba la sustancia en sus manos y bastante fuerza. Diez segundos después, me agarró el pie izquierdo, en algún lugar en el medio. Luego presionó sus pulgares en mi planta.

Dejé escapar otro suspiro y sentí que toda la tensión acumulada en mi interior empezaba a desvanecerse.

La extraña loción que usaba estaba muy caliente. Y la textura me dejó perpleja. Esperaba una sensación suave y sedosa, no algo grumoso. Pero, contra todo pronóstico, estaba en el cielo. Sentía el pie como bañado en avena.

—¿Con qué frecuencia recibes masajes?

—Siempre los rechazo.

El hecho de que quisiera que me frotara los pies en primer lugar sorprendería a todos que me conocieran. Hasta ahora, la princesa Daisy era la única excepción a mi pequeña regla de no tener contacto con mis pies.

Metió sus dedos entre mis dedos y me frotó el dedo gordo en círculos con el pulgar libre.

—Je, alégrate de no haber rechazado éste.

Otra carga de crema cubrió la mano de la princesa antes de salpicar contra mi pie derecho. Me mordí el labio mientras suspiraba internamente. Mientras sus pulgares presionaban mi arco, dando vueltas y vueltas, mis dedos se clavaban en las sábanas. ¿De verdad debería estar disfrutando con esto? Me estaba tocando los pies. ¡Mis pies! Era asqueroso, pero tampoco me parecía asqueroso. No tenía ganas de procesar todo esto. Lo mejor era dejarse llevar.

Incliné la cabeza para mirar a la princesa Daisy. Sus ojos azules se centraron en mis pies, sin intentar mirarme a los ojos. Si no la conociera, diría que parecía furiosa.

Pasaron dos minutos cuando empezó a darme tirones en todos los dedos. Y cuando lo hacía, ejercía una presión satisfactoria en la zona debajo de ellos. Todo el dolor que había sentido al caminar hasta aquí. Desapareció.

Cuando terminó el masaje, sentía los pies muy mentolados. Calientes, pero frescos. Al fondo, la princesa aplaudía.

—¿Qué te parece tu primer masaje sarasalandés?

Le levanté el pulgar, suspirando lento.

—Sabía que te encantaría. A Peach le gusta llamarnos anticuados, pero yo digo que no hay que arreglar lo que no está roto.

—Espera —intervine—, iba a hablarme de usted y de ella, ¿verdad?

Se puso la mano en la barbilla, manteniendo la vista en mis pies y no en mi cara.

—No sé. Veo que se te cierran los ojos del cansancio, así que…

—Sólo… —Si tan sólo un bostezo no me impidiera terminar la frase. La princesa empezó a saludar y a caminar hacia la puerta.

Luego, en un instante, volvió corriendo. Saltó sobre la cama y casi chocó conmigo. Me golpeé la cabeza contra el bastidor para apartarme de ella.

—Bueno, no todos los días alguien quiere oírme hablar.
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