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Rated: 18+ · Fiction · Erotica · #2320943
Él cree que sus pies son horribles. Pero ella se enamora cuando son visibles.



Los veranos en Hyrule eran conocidos por ser extremadamente calurosos. Incluso las plantas, que disfrutaban de la luz del sol, se agobiaban con el calor intenso. Por suerte, ese día hacía lo suficientemente fresco como para que la gente pudiera disfrutar al aire libre. Sin embargo, era importante no exponerse demasiado al Sol, ya que la única salvación era cuando las nubes lo cubrían de vez en cuando.

La princesa Zelda tomó nota de eso, y mientras corría por los extensos campos con los tacones en las manos, soltó una risita por todo el camino.

—¡Vamos, Link! ¿Me estás diciendo que no puedes seguir el ritmo?

—¡Hace demasiado calor!

—Mira, las nubes van a cubrir el Sol en… Se fue. —Extendió una manta roja sobre el pasto—. Si tienes tanto calor, deberías haber usado mangas más cortas.

Esperó con mucha paciencia a que Link finalmente llegara hasta ella. No pudo evitar rodar los ojos al ver cómo se esforzaba tanto por alcanzarla, mientras ella llevaba una ropa mucho más complicada que la suya. Todas esas joyas y oro que llevaba puestos le daban un peso mucho mayor que las flechas que llevaba Link.

Mientras Link se acercaba, Zelda hacía todo lo posible para no reírse. Claramente, en algún momento de la carrera, Link decidió darse un chapuzón en el mar y luego continuó siguiéndola.

—Apuesto a que cuando lo toques, ese jabón se deshará en pedazos —se rió. Él se sentó, rebuscando en la cesta que había traído Zelda.

La chica tenía a Link en su mente con la comida que escogió. Frijoles, huevos, queso, carne, chocolates, manzanas, cualquier cosa que pudiera satisfacer a Link. Mientras Zelda comía lento y en pequeñas cantidades, el muchacho devoraba la mayor parte de la comida de su cesta. Después de treinta minutos, estaba acostado boca arriba, con el plato todavía lleno de comida.

—Ardor de estómago —le recordó Zelda, dándole una palmada en la mejilla—. Siéntate.

—Ya. —Al levantarse, soltó un suspiro, poniéndose una mano en el estómago. Los ojos azules de Zelda observaron cómo su amigo empezaba a parecer que estaba en el primer trimestre.

El lugar de comentar, algo más llamó su atención.

—Oye, ¿sabes qué? Se me había olvidado lo enormes que tienes los pies, Link. —Pasó un dedo por su bota de cuero—. Quiero decir, no los he visto de cerca ni nada, pero con estos zapatos se ven imponentes.

—Los tuyos tampoco son pequeños. —Dio otro mordisco a su manzana.

—¿Los comparamos?

—Eh… —Link tragó saliva—. Mejor no. Prefiero no quitarme los zapatos.

La sonrisa de Zelda se hizo más grande. Tan grande que apenas podía abrir los ojos, cerrados en una mueca pesada.

—¿Qué? —Link levantó una ceja. Al no recibir respuesta de Zelda, bajó la mirada hacia sus botas y luego la volvió a mirar—. ¿¡Qué!?

—Quiero verlos, no seas malo.

—Son feos.

—No. —Zelda agarró las manos del chico—. Tienes unas manos bonitas, así que tendrás unos pies bonitos. Eso es ciencia básica.

—O ciencia que te inventaste sobre la marcha —se quejó él—. No quiero quitarme los…

De inmediato, Zelda le quitó la manzana de las manos. Dio un gran mordisco antes de que Link pudiera detenerla. Con su sonrisa desvaneciéndose poco a poco, la princesa comenzó a apuntar a su cara.

—Quítate las botas ahorita.

En menos de diez segundos, los pies de Link quedaron descubiertos. Al ver la planta de sus pies por primera vez, Zelda sintió un hormigueo en las mejillas. No había ninguna barrera entre sus zapatos y los pies, ni calcetines ni nada. Y mientras ese pensamiento se grababa en su mente, su rostro cambió lento de color, pasando de un tono melocotón al rojo intenso.

—Ya los estás viendo. ¿Ya acabamos o qué?

—Vaya…

—¿Zelda?

—Quiero… —Regresó de golpe a la realidad—. Espera, vamos a juntarlos, ¿sí? Planta con planta.

—Si quieres. —Intentó sonreír—. Pero rápido, ¿entendido?

Zelda extendió las piernas y colocó lentamente las plantas de sus pies contra los de Link. Al sentir el calor que emanaba de sus pies, se mordió el labio. Por suerte, la brisa recogió su gemido agitado.

Su corazón latió más rápido. Ver la punta de sus propios pies no la impresionaba ni la afectaba. Pero verlos contra los dedos de Link, notar que los suyas eran un poco más grandes, hizo que se sonrojara aún más. Y los dedos de él no sólo eran más grandes, sino también más carnosos. Más gruesos. Eran más gruesos y un poco más cortos que los de Zelda, mientras que el resto de su pie era en general más grande. Por mucho tiempo, Zelda había creído tener un bonito talón. Pero se sintió humillada al sentir la ternura y carnosidad que ofrecían los talones de su amigo.

—¿Qué te pasa? —preguntó Link—. ¿Por qué te ves tan extraña?

Los ojos inestables y el labio tembloroso de Zelda luchaban por concentrarse en la expresión del chico o formar frases completas.

—Son tan sudorosos…

—Lo sé, y es asqueroso. Odio mis pies.

—No, Link, no entiendes… —Jugó con su cabello, incluso se lo mordió—. ¿Un minuto más, porfa?

—Las princesas deben estar limpias, ¿sabes? —dijo, encogiéndose de hombros—. Un solo minuto.

Zelda cruzó las piernas, presionando su pie izquierdo contra el derecho de Link y viceversa. Los dedos de sus propios pies ya le parecían divinos, pero cuando los apretó contra las plantas de él, la adolescente dejó escapar otro gemido.

Eran suaves como algodón. Y el sudor hacía que fuera mágico deslizar sus dedos por los largos pies de él. Aunque la apariencia tranquila de Zelda no se estaba desmoronando, su interior se resquebrajaba aún más cada segundo que pasaba. En cuanto terminara el minuto, Link se pondría las botas y probablemente las dejaría puestas por mucho tiempo. Después de dos meses de conocerlo, la princesa no podía esperar ni un día más. Su mente se estaba quebrando, y lo sabía. Tenía que actuar ahora mismo.

—¡Papá! ¿¡Qué estás haciendo aquí!?

—¿El rey? —Link volteó hacia atrás.

—¡Ja! —Zelda se abalanzó sobre Link, gruñendo. Su respiración nunca había sido tan agitada mientras lo inmovilizaba y lo miraba fijamente a los ojos. Lo puso boca arriba de un tirón y luego le cerró las piernas en un fuerte abrazo.

—¿¡Qué estás haciendo, Zelda!? —Link trató de ponerse de pie. Justo cuando pensaba que lo había logrado, dos nalgas besaron las suyas y lo empujaron más hacia abajo—. ¿Qué hice?

—¡Link! —Zelda acarició la pierna del chico, atrapada en su estado de euforia—. Es que…

Sin previo aviso, comenzó a frotar sus pies con una expresión nerviosa. Pero lo peor estaba por venir. Zelda llevó su mano derecha hacia su nariz y la inhaló profundamente. Link estaba tan asustado que ni siquiera pudo gritar su nombre, sólo atrapado en un tormento interminable de risas. Los dedos de Zelda, ahora armados con uñas más largas, se movían con precisión y sin piedad sobre los pies del muchacho.

—¿Tienes cosquillas también? —chilló, rascándose los dos pies al mismo tiempo. Los ojos de Link se abrieron de par en par cuando finalmente le apretó la parte superior de los pies—. Ah… Todo ese músculo… Qué guapo.

—¡Para, por favor! —grité Link entre risas—. ¡Por favor!

—¡Oblígame! —Zelda metió su meñique en la planta del pie de Link. Gritó cuando el chico le dio una patada en la cara. A pesar del dolor inicial, su ceño fruncido se convirtió en una sonrisa de placer.

Link golpeaba el suelo una y otra vez, tratando de quitarse a Zelda de encima. A pesar de sus esfuerzos, la retaguardia de Zelda lo mantenía atrapado en el suelo. No podía ver su rostro ni anticipar sus ataques. Lo único que alcanzaba a ver eran las plantas sucias de la princesa, muy cerca de su cabeza.

—No te preocupes —susurró Zelda, frotándose el pecho mientras miraba a su alrededor—. No tienes que adorarme los pies ni nada, Link. Hoy no.

La princesa mantuvo los ojos bien abiertos en busca de alguien que pudiera estar vigilándolos.

Con el área despejada, apretó con fuerza los pies de Link y se llevó el derecho a la nariz. Fue suficiente con un olfateo para que entrara en trance.

—Ay… Qué pies malolientes… —Fue lo único que decir mientras metía la nariz en los dedos gordos. Después levantó el pie izquierdo y olió la planta. Abanicándose y riendo bajito, Zelda frotó toda su cara con los pies acres de Link.

Debido al tamaño de los pies de Link, podrían haber servido como almohadas para que Zelda durmiera en ellas. Por lo que a ella respectaba, le estaba dando a Link un increíble masaje en los pies con la nariz y los labios, mientras el chico le daba un húmedo masaje facial con los talones y los arcos.

Poco a poco, la risa de Link se fue apagando. Sin embargo, en su lugar surgieron sonidos de incomodidad.

—Zelda, ¿qué estás haciendo ahora? —Intentó darle una patada, pero fue en vano—. Mis pies huelen mal, Zelda, para.

—Ah, sí, sigue diciendo eso… —Zelda metió su nariz entre sus dedos, resoplando como una cerdita.

Antes de que pudiera reaccionar, le lamió los pies como una cachorra lame a su dueño. Los primeros lametones fueron suaves, pero cuanto más sabor pasaba por su lengua, más hambrienta se ponía Zelda.

Link abrió los ojos horrorizado. Soltó un chillido de asco mientras Zelda le chupaba los pies. Que su lengua le pasara por los dedos ya era bastante incómodo, pero cuando ella decidió ir a por las minas de sal que había entre los dedos, Link se quedó entre el grito y la carcajada. Era como si un caracol caliente esparciera lentamente su baba por todo el pie.

El chico se quedó petrificado por la sensación en sus pies, especialmente porque Zelda ahora pasaba toda su lengua para lamerle las plantas de arriba abajo. Y ahora con los dos dedos gordos en su boca, Zelda chupó con una sonrisa de satisfacción.

—Mmm… La cochambre de tus botas le da un saborcito extra a tus pies…

—¡Puaj! ¿¡De qué estás hablando!?

—Quédate tranquilo y te lo explico cuando termine. Si es que alguna vez termino —gimió mientras le daba un beso en el suave talón. Link seguía moviéndose mientras la chica alternaba entre lamer, oler y besar sus pies.

Era difícil calcular cuánto tiempo había pasado, pero el cielo teñido de naranja indicaba a Zelda que era hora de dejar ir a Link. Eso, y el hecho de que había absorbido todo el sudor ácido de sus pies. Los pies del chico estaban más arrugados que si hubiera estado nadando. Mientras Zelda suspiraba de placer, le dio un largo beso en cada uno de los dedos gordos de los pies.

Link llevaba tanto tiempo sin moverse que Zelda tuvo que darle un buen sacudón para que reaccionara. Inmediatamente, se alejó de ella, temblando. Con la cara empapada de saliva y sudor, la dulce sonrisa de Zelda se desvaneció.

—¿Me he excedido?

—No tengo ni idea de lo que acaba de ocurrir…

—No eres estúpido —dijo, bajando la cabeza.

Link se mantuvo alejado. Pero aunque Zelda lo había puesto incómodo, verla temblar lo hizo sentirse peor. Observó sus pies, mojados de arriba abajo en su saliva. Después notó que la princesa apenas podía mirarlo a los ojos.

—¡Lo siento! —Se apuró a ponerse los zapatos, tropezando con la cesta—. Por favor, no se lo cuentes a nadie, sobre todo a… —Tomó aire con dificultad para tragar saliva—. No puedo permitir que la gente se entere de esto, Link, por favor.

Mientras recogía sus cosas, esperó ansiosa una respuesta del chico. Sus mejillas estaban más rojas de pena que de excitación. Su cuerpo temblaba de miedo y no de alegría.

Mientras tanto, el chico que tenía en sus manos la capacidad de cambiar su mondo compartía con ella esas mismas sensaciones.

—Para que quede claro, ¿te encantan mis pies?

Zelda asintió, desplomándose mientras contemplaba el atardecer.

—Bueno… —Link respiró hondo—. Es decir, me asustaste, pero no me doliste ni nada. Así que… —Apretó los dientes, cuestionándose si pudiera expresar lo que realmente pensaba—. Te daré chance de que lo vuelvas a hacer.

Todo se fue al suelo, hasta el propio Link. Cuando Zelda cayó sobre él, lo besó. Un largo reguero de saliva se interpuso entre sus labios y los de él.

—¿En serio? Y nadie se da cuenta, ¿verdad?

—No, a menos que te pillen. Lo cual probablemente… —Link gimoteó mientras Zelda le daba besos por toda la cara. Cuando ella recuperó el aliento, sonrió como si fuera el mejor día de su vida.

—¡Link! Voy a… No tienes ni idea de lo que quiero hacer. Dios mío, podría frotarte los pies y tú… ¡Ah, espera! Te limpiaría los… O quizás podría…

—¿Soltarme para que pudiéramos platicar?

—Por supuesto —dijo, guiñando un ojo.

Mientras los dos regresaban al castillo, Zelda no dejaba de mirar los pies de Link. Lo más divertido fue que pudo llevar sus botas y olerlas durante todo el trayecto.

—Mmm… Qué rico hueles…

—No te voy a mentir. Me asusta un poco lo que tienes planeado para mí, pero lo que acabas de hacer fue interesante, por decir lo menos.

—Va a ser un cambio difícil para ti, pero algún día te aseguro que me rogarás que te chupe los pies. —Se lamió los labios—. Chuparía tus dedos calientes cualquier día…

—Van a quedar bien mugrosos. ¿Quieres intentar chuparlos cuando regresemos? —Y al decir eso, Zelda le dio un fuerte golpe a Link con su cesta, saltando de alegría.

—¡Sí, sí, sí y sí!

—Como quieras, princesa Loca.

—¿Puedes ser más directo? —suplicó—. Por ejemplo, dime qué vas a hacer. Con detalles, por favor.

—Yo… —Link sonrió. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Zelda mientras él deslizaba su pie debajo de su vestido. El muchacho acarició suavemente la parte superior de sus delicados pies. Y con su mano, acarició su rostro—. Voy a dejarte que chupes mis dedos sucios, malolientes y masculinos, mi asquerosa princesa.

Quizás Zelda fue la única princesa que sonrió ante semejante honor, pero se sentía orgullosa de eso.
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