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Rated: 18+ · Fiction · Erotica · #2318839
Cream the Rabbit tiene como objetivo hacer que sus pies apesten por un enamoramiento.


Sólo en este universo podría considerarse normal la amistad entre un humano y una coneja. Pero este no era una coneja corriente que uno pudiera tener como mascota. Era una coneja de metro y medio, de color albaricoque y con la cabeza más grande que el humano con el que hablaba.

Adrián, de 18 años, conocía a Cream the Rabbit desde hacía cuatro años. Nadie que los vio en el parque de Station Square habría adivinado jamás que eran tímidos. Cuando estaban juntos, hablaban tanto que la gente tenía que taparse los oídos. Aquel día, Cream había sido la que más había hablado. Todo salía a borbotones de su boca, desde lo perfecta que era su vida hogareña hasta cómo quería probar si podía volar al espacio. Sería una tarea difícil, incluso con sus orejas enormes.

—Voy a decir que eso es imposible…

—Cuanto más dices que algo es imposible, más quiero demostrar lo contario.

—Muy bien, Cream. —El chico le dio un golpecito en el hombro—. Intenta volar al espacio, por favor.

—Como quieras. Lo peor que me voy a hacer es un moratón si aterrizo mal.

—Me contento con mantener los pies en la Tierra, ¿entiendes?

Mientras los dos reían, Adrián sintió un golpecito en la pierna. Un poco de pelusa. Levantó la vista y vio a Cream inclinándose más hacia él. Aunque él siguió sonriendo, se dio cuenta de lo que ocurría cuando su boca cambió. Ahora curvaba los labios.

—¡Vaya! —Las risas terminaron de inmediata cuando Adrián retrocedió—. ¿Qué estás haciendo?

—¿Qué pasa? —Cream se quedó paralizada.

—¿Acabas de intentar besarme?

—Eh… —Cream sonrió satisfecha—. ¿Sí?

No era la primera vez que Adrián intuía que Cream sentía por él algo que iba más allá de la amistad.

—Mira —dijo, tragando saliva—, somos amigos, pero no nos veo juntos.

Cream tardó unos segundos en entender las palabras, pero cuando lo hizo, su sonrisa se desvaneció. Parecía como si él hubiera agarrado unas tijeras y cortado su corazón en pedazos. No se le saltaron las lágrimas, pero el sonido tembloroso que infectó su voz no consiguió tranquilizar a Adrián.

—¿Por qué? —Apenas lo soltó.

—¿Puedes guardar un secreto? —Cuando ella asintió, él continuó—. Tengo un problema con los pies, Cream.

—¿Tienes verrugas? Pues quizá te pueda traer una crema.

—No —se rió entre dientes—. Es que me gustan los pies de las chicas, y resulta que a mi cuerpo le gustan cuando huelen naturalmente, y en realidad, si apestan. Necesitan un olor muy poderoso. Y Cream… He olido tus zapatos.

—¡Puaj! —Se le encogieron las pupilas—. ¿Los hueles?

—Sólo unas dos veces.

—No los he lavado este mes.

—¿Los lavas todos los meses? Bueno, eso explica la falta de olor. —Bajó la mirada—. Y puede que te haya olido los pies un par de veces, y no olían a nada. No tienes pies que apesten, Cream, seamos honestos. Si consideramos lo rápido que puedes ir, es asombroso.

—Fue hace años. —Su respiración se hizo más profunda—. Yo no soy la niña que salva el mundo con la acción. Me divertía, pero ahora estoy más tranquila. Vuelo mucho más de lo que uso los pies.

—Y me alegro por ello, pero sólo significa que debido a mi cosa… Es una lástima, ya que tienes unos pies bonitos. Pero es imposible que apesten o incluso que suden un poco.

Cream se quedó quieta. Adrián intentó una y otra vez que respondiera, pero la chica parecía estar aturdida. Si diez segundos pinchándola no conseguían que respondiera, entonces un minuto de Adrián consolándola no iba a dar ningún resultado. Al final se levantó y se despidió con la mano.

—Seguimos siendo amigos, ¿verdad?

Su cabeza subió y bajó lento.

—Escucha, llora bien esta noche y mañana todo va bien. Sabes que hay muchos hombres en el mundo, no soy lo único.

«No quiero un hombre cualquiera», pensó ella.

El vuelo a casa empezó con Cream en estado de shock. Pero cuanto más se acercaba, más se le hinchaban las mejillas.

«¿Mis pies no huelen lo bastante bien para él? Me tomo tantas molestias para que huelan bien y estén bonitos, ¿y su queja es que no los trato como basura? ¿Es esto lo que quieren los chicos? ¿Que las chicas tengamos pies asquerosos?».

Apretó los dientes.

« Hay muchos hombres en el mundo... Hay un trillón de chicas con pies mucho más malolientes que los míos. Y podrían conquistarlo en un santiamén. ¡No! Eso no puede ser. Muy bien, Adrián, ¿quieres salir con alguien a quien le apestan los pies? ¿¡Quieres sudor!?».

Aterrizó por fin en casa y miró sus zapatos impolutos.

—¡Mamá! —Su voz chillona atravesó las paredes—. ¡No me laves más los zapatos, por favor!

***


Había pasado más de un mes desde aquel día, y Cream nunca se había sentido tan bestia. En su mente, seguía siendo la dulce niñita que todos conocían. Y aunque su personalidad seguía mostrando ese lado suave, era todo lo exterior lo que había cambiado drásticamente.

Al pasar junto a las cintas de correr del Gimnasio VF, se miró largamente en el espejo de la pared.

—Es hora de intentarlo, Cream. —Empezó a grabar un mensaje de voz para Adrián en su teléfono—. Eh, sé que he estado ignorando tus mensajes, y lo siento mucho, Adrián. Pero no quiero que tu último recuerdo de mí sea esa última charla. ¿Hablamos en persona? Estoy en el Gimnasio VF, ya sabes dónde.

Cuando se dirigió al área de levantamiento de pesas, oyó un pitido.

—¡Damas y caballeros, que comience el espectáculo! —El gran número de miradas extrañas que recibió no pudo destruir la expresión de excitación de su cara—. Nunca lo pregunté, pero ¿hay algún tipo de cuarto oscuro en este lugar?

Y mientras ella se ocupaba de esa situación, Adrián ya estaba en camino.

Se preguntó por qué Cream había estado allí en primer lugar. Algo le decía que se había tomado a pecho su comentario sobre estar más sudorosa. Pero el cuerpo de una persona no podía cambiar mágicamente en un mes. Cream se había dejado llevar durante años y, por lo que él sabía, sus pies seguían oliendo a fresco incluso cuando corría en sus años mozos. No obstante, lo menos que podía hacer era visitarla y ver qué quería.

Una vez dentro, sus oídos se vieron asaltados por el fuerte sonido de canciones pop y maquinaria pesada. Haciendo un gesto de dolor, golpeó con fuerza el mostrador.

—Busco un conejo grande, por favor.

—Sí, sí, ya ha pagado para que vengas este día. —El hombre señaló hacia la parte de atrás—. Mira alrededor de las bicis.

—Gracias. —La escala del gimnasio no era demasiado grande, pero Adrián se encontró en una especie de laberinto. Tras perderse en la zona de las caminadoras, había acabado en la de levantamiento de pesas. Aquí había muchos humanos, pero seguía sin haber rastro de Cream. Mientras continuaba localizando la sección con las bicicletas, la nariz del chico se crispó. Era como si una sensación irritante le hubiera hecho cosquillas en la parte posterior de las fosas nasales.

«Es obvio que un gimnasio apesta. La mitad de esta gente parece como si acabaran de mojarse en aceite. Lástima que no haya tantas chicas. Si hubiera unas con los pies apestando, creo que me gustaría mucho».

Supo que la halló cuando vio unas piernas pedaleando. Cuando levantó la vista, allí estaba Cream the Rabbit. Aunque no estaba cerca de los humanos, sino aislada en su pequeño mundo mientras se ejercitaba.

«Ah, no sabía que tuvieran unas específicas para animales», pensó, y se dio cuenta de que las los pedales de las bicis eran mucho más grandes para acomodarlos.

Esperó a que Cream lo reconociera. Duró un buen rato, teniendo en cuenta que Cream tenía la cabeza erguida. Nunca la movía ni desviaba la mirada, actuando como si participara en un triatlón. De cerca, Adrián se esforzaba por calibrar su velocidad basándose en el desenfoque que generaban sus piernas. Los pedales podrían haberse roto en cualquier momento con la presión que Cream ejercía. Aunque la imagen borrosa no resaltara su esfuerzo, su pelaje ligeramente empapado lo hacía evidente.

¬—Ejem. —Adrián se cruzó de brazos.

—Buenas tardes a ti también —se apresuró a decir Cream. —Ojalá te haya ido bien.

—Aparte de que es extraño no oírte hablar todos los días, sí, todo va bien.

«Va a ir más que bien dentro de poco». Cream se mordió el labio y se detuvo lentamente. Dejó escapar un suspiro y se agarró el zapato derecho.

—Llevo un rato haciendo esto. Necesito dejar que respiren estas cosas.

Con la mano en el tacón del zapato, tiró suavemente de él. Todo el tiempo, sus ojos estaban fijos en la cara de Adrián. Aunque el chico no se daba cuenta, ya que su atención se centraba en el enorme pie de Cream. Sonriendo, ella empezó a subir y bajar el zapato de su pie, sin dejarlo escapar del todo. Esperó el momento oportuno para dejarlo caer, y el rebote obligó a Adrián a salir de su trance. Una vez que se quitó el zapato izquierdo, sus dos pies en calcetín descansaron sobre las asas de la bici.

—Escucha… —Tras mover los dedos de los pies, bebió un sorbito de agua—. Sobre todo lo de ignorante…

—No hay necesidad de que te disculpes.

—¿Terminé? —Cream hizo una pausa e indicó a Adrián que se sentara en otra bicicleta—. Siento no haberme puesto en contacto contigo, ni siquiera haberte enviado un mensaje para indicarte que estaba bien. Fue un acto muy egoísta por mi parte, y nunca jamás voy a volver a hacerlo.

—Estaba menos enfadado y más preocupado.

—Bueno, no tienes por qué preocuparte más. Podemos actuar como si aquel día, y por extensión el mes pasado, nunca hubieran ocurrido. Continuamos donde lo dejamos.

—A mí me parece… —La nariz de Adrián volvió a crisparse. Miró a su alrededor y, para su sorpresa, nadie más había entrado en el área. Sólo estaban él y Cream, así que reflexionó sobre lo que podría haber estado oliendo.

—A ver… —Ella llevó un dedo a la barbilla—. ¿Dónde lo dejamos exactamente?

La sonrisa de Cream creció, junto con la velocidad a la que se frotaba los pies. Quizá no fueran lo bastante fuertes como para dominar los rugidos de las máquinas, pero los oídos de Adrián captaron los sonidos rasposos. Y cuanto más se frotaban los calcetines de Cream, más pequeñas ventiscas de tela blanca cubrían la bici.

—Ah, ya me acuerdo. Fuiste muy claro al decir que no podíamos ser pareja porque mis pies estaban demasiado limpios para ti. Porque querías que apestasen.

—¿De eso se trata? —Miró entre Cream y sus pies activos.

—Tuviste que añadir la palabra «imposible», ¿eh?

—Es un bonito intento, Cream. —Se rió entre dientes—. Y diré que me gustas más cuando tienes músculos que cuando eres un fideo. Pero no creo que tus pies lleguen nunca a ese nivel que a mí me encanta.

—¿No? ¿Qué tal si los hueles un poco antes de sacar conclusiones precipitadas? —Se lamió los labios—. ¿Tienes miedo de que te demuestren todo lo contrario?

—Tengo más miedo de tu reacción cuando te diga que no huelen a nada. Pero como me has ofrecido la oportunidad… —Volvió a mirar a su alrededor. —No nos mira nadie, así que no veo nada malo en jugar. Al menos no te molesta esto de los pies.

Adrián se dirigió a su bici, sintiendo una gran mezcla de vergüenza y curiosidad. De ninguna manera los pies de Cream iban a oler como él quería, pero para levantarle el ánimo, le diría que estaban empezando a oler un poco mal. Y por primera vez, estaría oliéndole los pies con su mirada consciente y fija. Era una experiencia surrealista tener los ojos marrones de Cream fijos en el chico mientras su gigantesco pie se cernía ante su nariz.

Por fin vio la parte inferior de los calcetines. El blanco era el último color que alguien quería llevar por lo visible que podía resultar la suciedad, y los calcetines de Cream no eran una excepción. Tenían un tinte marrón negruzco extendido por toda la parte inferior, con varios mechones de pelo y restos de suciedad del calzado pegados a la pelusa.

—Estoy algo impresionado. Están un poco sucios.

—No es que sea alérgica a ensuciarme.

—Difícil saberlo cuando estás limpia todo el tiempo. —Adrián agarró su pie izquierdo. Al acercarse, su expresión cambió. Supo que comería sus propias palabras en cuanto su nariz tocó la tela. Y en cuanto olfateó por primera vez, ya era oficial.

El calcetín de Cream tenía un olor lo bastante potente como para despertarle de un coma. No era posible relacionar el olor con algo concreto, pero era lo más parecido a unos pies puros que Cream había tenido en toda su vida. Intenso alrededor de los dedos, pero más ligero a lo largo de la planta, el olor se grabó al instante en la mente de Adrián. Hasta que la risita de Cream no fue lo bastante fuerte, no se dio cuenta de que llevaba un buen rato frotándose la nariz por todo el pie.

El intenso rubor de sus rostros lo decía todo.

Cream le empujó silenciosamente el pie derecho contra la cabeza, apretando los dedos como si quisiera agarrarlo. Mientras Adrián olisqueaba ambos pies, los ojos de Cream se posaron en sus pantalones, unos jeans ajustados.

«¡Guau! Apenas tiene espacio para crecer ahí dentro, ¡pero por Dios, está luchando!», pensó. Volvió a mirarle la cara asfixiada.

Adrián se quedó sin palabras. Lo único que pudo hacer fue seguir inhalando el almizcle de Cream. Sólo cuando ella le pellizcó la nariz salió de su estado de shock.

—¡Ay!

—Lo siento. —Cream le dio un golpecito con el dedo gordo—. Es difícil mantener el olor a escondidas cuando soy tan activa aquí. Por el lado bueno, no destaco más que los demás hombres y mujeres sudorosos.

—Bueno… —Adrián se quedó helado. La sonrisa de Cream significaba que le ocultaba algo. Le devolvió la expresión—. Me gusta que por fin tengan olor, pero aún no tienes pies que me obliguen a ponerme contigo.

«Su confianza ha hecho que me tiemblen las orejas otra vez. Pero no sabe que sólo fue un calentamiento».

—No puedes estar seguro de eso cuando sólo hueles los calcetines.

—Sí que puedo. —Tiró de la punta del calcetín izquierdo de Cream—. Según mi experiencia, nueve de cada diez veces, los calcetines huelen peor que los pies. Absorben el sudor, ¿no lo sabías?

—Puede que esta es la excepción especial. Huéleme los pies si tienes tanta confianza.

Adrián negó con la cabeza y empezó a desprender el áspero calcetín del pie de Cream. Se sonrojó más al ver su planta desnuda, casi intentando imitar el rubor que ella tenía. Pero aparte de ese elemento, no había mucho que diferenciara el pie de Cream de las otras veces que Adrián lo había visto. No estaba sucio. No tenía suciedad notable en ninguna parte, sólo algún que otro trozo de pelusa blanca de calcetín.

Sin embargo, apreció el contraste del pie con el calcetín en cuanto a textura. Mientras que el calcetín de Cream era tan crujiente como pan viejo, su pie era tan suave como un pudin. Y cuando Adrián hundió el pulgar en la gruesa planta, sus ojos se abrieron de par en par.

—Te lo dije. —Cream se chasqueó los labios—. Excepción. Especial.

El pulgar de Adrián se arrastró lento por la planta. Le costó más esfuerzo impedir que el pulgar se quedara encerrado en ese beso con el pie. Era como si Cream hubiera echado pegamento en sus calcetines. Pero también era una sensación resbaladiza, y Adrián se sorprendió al ver cuánto brillaba su dedo.

—¡Espero que tengas jabón fuerte en casa!

Cream saltó en el aire, empujando con ambos pies la cara de Adrián. Sus orejas la mantenían elevado, y mientras presionaba ligeramente el pie derecho (con calcetín) contra él, tenía el pie desnudo aplastándolo.

Adrián ya había inhalado varias veces sólo de sobresaltarse. Sus ojos oscuros empezaron a dilatarse a la décima inhalación. El cuerpo del chico se tensó antes de aflojarse y caer de rodillas. Cuanto más le golpeaba Cream con los dedos, más frecuentemente inhalaba uno de los olores de pies más repugnantes del mundo. Aunque se sentía increíble, también sentía una punzada de terror. ¿Cómo era posible que los pies de Cream apestaran tanto, y más aún que estuvieran tan húmedos dentro de unos calcetines? Vio cómo su amiga le miraba con una amplia sonrisa, saludando mientras se quitaba el otro calcetín con los dedos.

—No me cierno aquí mucho tiempo. —Miró a un lado—. No queremos que todo el mundo se entere de tus sentimientos por los pies, ¿verdad?

Adrián soltó un «no» ahogado.

Cream se rió y aprovechó la oportunidad para deslizarle los pies por la cara. Dejó la cabeza del chico reluciente, como si una babosa le hubiera dejado su baba por todo su cuerpo.

—¿Quieres más? —Levantó el pie, incapaz de dejar de sonreír—. ¿Quieres tal vez lamerlo?

—¿Me dejarías?

—Hmm… —Cream se aterrizó y agarró sus zapatos malolientes—. ¿Por qué no describes primero lo que sientes ahora mismo?

Adrián suspiró. Incluso con los pies de Cream fuera de su cara, ese olor le subía por todas partes. Se tragó la vergüenza que le daba la intensidad del hedor y le susurró al oído gigante.

—Puede que tenga que casarme contigo.

Para Cream, eso decía mucho más de lo que podría decir cualquier descripción de lo asquerosos que eran sus pies. Se miró los pies y luego volvió a mirar a Adrián. Mantuvieron el contacto visual durante una eternidad antes de que ella se diera la vuelta. Había empezado a alejarse a toda velocidad de la zona de las bicis, lo que hizo que Adrián se quedara boquiabierto.

Su falta de pasos la hizo chasquear los dedos.

«No piensa en serio que ya he acabado, ¿verdad?».

Cream condujo al chico por un pasillo y dobló una esquina, llevándolo a una habitación muy distante del lugar que acababan de dejar. Era tan diferente que sus ojos necesitaron tiempo para reajustarse. La única fuente de luz aquí era la pantalla gigante situada en la parte delantera. Una docena de miembros del gimnasio estaban viendo la peli, caminando o corriendo en las robustas cintas. Y Cream había escogido una de las que estaban al fondo de la habitación. Se inclinó lo suficiente como para que Adrián sintiera su aliento en la oreja.

—Cambiemos ese «puede que» por un «por supuesto». —En lugar de activar la cinta, Cream se elevó sobre la parte de la computadora, señalando la superficie de la cinta.

Tener que tumbarse en la máquina donde habían estado corriendo un montón de sudorosos miembros hizo que a Adrián le recorriera un escalofrío por la espalda. Pero la posibilidad de estar directamente bajo los pies de Cream era demasiado bueno para resistirse. Esperó a que ella hiciera lo inevitable. Ya sabía que estos largos segundos valdrían la pena una vez que no viera nada más que la negrura, seguida del olor fuerte y la presión húmeda que pesaban sobre su cara.

Su nariz era la única parte de la cara que veía la libertad, y seguía atrapada entre los arcos de Cream. Esa bolsita de aire apenas le aportaba el oxígeno suficiente para mantenerse consciente, pero seguía inhalando en gran medida el hedor de las plantas jugosas. Cuanto más olfateaba, más presión ejercía Cream. Sus talones le presionaban la frente y los dedos le hacían cosquillas en los labios.

Esos labios eran el objetivo principal de los pies.

Cream invirtió su posición, ahora con el cuerpo de cara a la pantalla de cine. Se apartó de la cara de Adrián. Al mirarlo, sintió que su corazón se estremecía. Esa sensación pícara pero inocente aumentó cuando le puso el dedo gordo en la boca. Sin mucho esfuerzo, se deslizó en su interior, aunque Cream tuvo que taparse la boca. Si no lo hacía, todos los presentes oirían su risa aguda.

Aunque eso no molestaría lo más mínimo a Adrián. En todo caso, complementaría maravillosamente la naturaleza de los pies juguetones de Cream.

Al igual que sus pies olían mucho peor de lo que él esperaba, su pie sabía menos limpio de lo previsto. Incluso sin mugre perceptible, cada vez que el dedo salía de su boca, le quedaba un regusto agrio. A veces lo notaba cuando ella le pasaba el pie por la lengua, haciéndole aspirar todo el sudor de la planta. Sin embargo, a pesar del sabor, era lo bastante fuerte como para que volviera a por más. O tal vez fuera que los encantadores pies habían hechizado a él y ahora apreciaba cada uno de sus aspectos.

Que las plantas de Cream fueran tan largas le hacía gemir todas las veces que lamía. Lamió la planta del pie izquierdo veinte veces seguidas, y aún le quedaban muchas zonas en las que empaparse. Mientras lamía, comenzó a tocarse ligeramente. La presión en sus jeans aumentaba mucho, y algo tenía que ceder.

Cream tuvo que avivar las llamas de sus mejillas en cuanto se enteró de lo que hacía Adrián.

Además de disimular las risitas, ahora tenía que disimular sus propios gemidos. Cream no podía apenas mantenerse quieta cuando sintió que Adrián le chupaba los pies. Calificarlo de relajante para Cream sería quedarse corto. Enroscaba los dedos dentro de su boca cada vez que él se atrevía a meter la lengua entre ellos.

Esas bolsas eran paraísos para Adrián, pero para Cream eran sus regiones más sensibles. El chico le pasó la lengua entre los dedos durante 30 segundos seguidos, ignorando cómo Cream utilizaba el otro pie para indicarle suavemente que se detuviera. Adrián se limitó a mirarla, con los ojos aturdidos, y luego babeó aún más fuerte su pie.

«Pensar que Cream, de todas personas, podría tener unos pies tan buenos… Me impresiona».

Cream jadeaba. Le temblaban las piernas mientras él le chupaba el dedo gordo.

«Creo que soy yo la que necesita alivio…», pensó ella.

Pero por mucho que quisiera meter las manos en sus shorts, su cuerpo se esforzó por controlarse. Ella vigiló con atención los pantalones de Adrián y lo que había hecho. Había cambiado de técnica con más frecuencia. A veces se daba golpecitos en el bulto, a veces lo frotaba un poco, y había veces en que Cream veía cómo se le contraían los músculos de la ingle. Y si Adrián gemía, el sonido de la película se tragaba el ruido.

«¿Puedo mejorar la situación aún más?». Retiró los dedos de la boca de Adrián. Antes de que él pudiera pensar nada negativo, Cream ya se había acercado a su entrepierna.

Su enorme pie derecho pisó el bulto de los pantalones de Adrián. Primero bajó la planta, seguida del talón, donde tenía los huevos. Toda la fuerza que pudo la aplicó Cream. Al principio, parecía que le dolía. Segundos después, Cream sonrió, sabiendo que este movimiento era la clave para conseguir que Adrián se corriera.

No pudo resistirse a que su pie izquierdo se uniera a la traviesa diversión. Se deslizó por debajo de la camiseta de Adrián y tocó su cuerpo desnudo. Estaba empapado, estaba caliente y, lo más importante, los dedos eran enérgicos. Le apretaban la piel de vez en cuando, y Cream consiguió que incluso pellizcaran uno de los pezones de Adrián. Al mismo tiempo, señaló sus apestosos zapatos, que estaban cerca de la cabeza de Adrián. El chico agarró uno, metió la nariz en él y respiró hondo. Con nada más que dos pies y un zapato, Cream controlaba completamente los sentidos de Adrián.

Podía cambiar de intensidad en un instante. Por mucho que aplastara el pene de Adrián, también lo acariciaba ligeramente con sus dedos femeninos. Y cuando el gordo presionó el glande, casi se cayó hacia delante.

Su planta cubrió la entrepierna de Adrián mientras los músculos del chico se contraían. Cream soltó una risita silenciosa al verlo olisquear su maloliente zapato con tanta energía. Bajo su pie, lo que empezó seco se volvió frío y húmedo.

«Uy… Esperaba una pequeña mancha, ¡no una tan evidente!»

Esperó a que Adrián se limpiara, lo mejor que pudo, en el baño. Cuando salió con una mancha apenas menos evidente en los pantalones, Cream le agarró de la mano y le hizo salir del gimnasio. Su agarre era lo bastante fuerte como para arrancarle el brazo, pero él no opuso resistencia. Los ruidos de Station Square taparon su conversación mientras caminaban por la acera.

—Si crees que voy a dejar de ir al gimnasio ahora porque he llegado al máximo, eres loco. —Cream flexionó los músculos—. Pienso mantenerme en forma.

—Espero que por ti y no sólo por mí.

—Por supuesto que no. Pero ya que lo has mencionado…

¡Muac!

Cream sintió como si se le fuera a caer la cabeza. Se giró despacio para ver a Adrián, que seguía con los labios fruncidos. Él le acarició la oreja, sin dejar de mirarla a los ojos marrones.

—Si tus pies apestan tanto de forma habitual, dile a tu mamá que tendrá un nuevo yerno.

Su futuro pasó ante sus ojos. Pasar más tiempo con Adrián, hacer que la basara a ella y a sus pies cada mañana y cada noche… Lo vio proponiéndole matrimonio con un anillo, pero no uno destinado a un dedo. Y en su boda, caminaría descalza por el pasillo, con las plantas sudadas que le provocarían a Adrián una firme erección y le recordarían la vida en la que se había encerrado.

—Quiero decir, ya eras increíble antes, pero ahora, con lo de los pies, te has lanzado a un nuevo nivel de belleza. Así que…

A Cream no le importó que la gente la mirara haciendo su baile de celebración. Cogió a Adrián del brazo y empezó a correr hacia su casa, mientras él se esforzaba por seguir su ritmo.

—Para que lo sepas, cariño —soltó una risita—, estos que llevo en los pies no son el único par de zapatos apestosos que tengo ahora.
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