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Rated: 18+ · Fiction · Fanfiction · #2299051
Entre Lynn, Luna y Luan, Lincoln debe aprender qué hermana tiene los pies sucios mejores.


         —¿Me vas a decir por qué me despiertas?

         Lincoln dejó escapar un bostezo, intentando frotarse los ojos llenos de costras. El tranquilo sueño del chico terminó por culpa de su cariñosa hermana. A elle le encaba tanto tocarlo que le tapó los ojos mientras bajaban las escalaras.

         —No mires —le susurró Lynn Jr. al oído—. No quieres arruinar la sorpresa.

         Aunque su cerebro aún salía del modo sueño, la vida que Lincoln llevaba en esta casa le permitía saber perfectamente adónde lo llevaba Lynn. En cuanto llegaron a la planta baja, se dirigieron hacia la derecha. Sin duda, era el salón.

         Con una risita, Lynn destapó los ojos de su hermano.

         —Y aquí estamos. Mira.

         —¿Estás despierto, hermano?

         —Oye, si necesitas una descarga, te la daré.

         A la izquierda del sofá azul estaba sentada Luna, la tercera hermana mayor de la familia. Justo a su lado estaba Luan, la cuarta mayor, sólo un año más que Lynn. Ambas iban en pijama; Luna llevaba un camisón morado, mientras que Luan tenía un pijama amarillo más tradicional.

         Sin embargo, lo más notable de esta noche era la falta de pantuflas. La mayoría de los Loud rara vez recorrían la casa descalza, y Luan y Luna no eran diferentes. Pero Lincoln se encontró ante cuatro pies sobre la mesa de centro.

         De hecho, una mirada al suelo reveló que los calcetines de Lynn habían desaparecido.

         La valiente hermana le puso una mano en la espalda.

         —Hace un par de horas, empezamos a discutir sobre quién tiene los mejores pies.

         —Tú empezaste comparando nuestros pies —dijo Luna, frotándose los gigantescos pies.

         —¿Y? Como ellas no confían en que sea una juez justa, decidí que elegir a nuestro hermanito sería lo mejor. —Lentamente, la mano de Lynn descendió hasta el trasero de Lincoln, haciéndolo estremecerse—. Puede que un chico vea algunas cosas que las chicas no vemos, ¿no?

         Luan señaló al suelo.

         —Siéntate, Lincoln. No te quedes de pie. Jajaja, ¿entiendes? Pero en serio, no será una gran competencia si ya sabemos quién va a ser la ganadora.

         —¡YO! —Lynn saltó entre sus hermanas, encajando sus pies entre los de ellas.

         Lincoln necesitaba una toalla.

         La sonrisa taimada y el guiño de Lynn lo hicieron enamorarse de ella diez veces más. Antes de que su erección pudiera crecer hasta el tamaño de una pistola de agua, Lincoln cayó de rodillas. Ante seis pies visiblemente sucios, ¿qué iba a hacer? Estaba acostumbrado a que Lynn tocara todo su cuerpo, pero nunca había tenido un primer plano tan intenso de los de Luan o Luna.

         —Entonces, ¿qué hago?

         —La primera categoría es pan comido —respondió Lynn, separando los dedos de los pies—. ¿Quién tiene aquí los pies más hermosos?

         Inmediatamente, Lincoln empezó a ponerse como un tomate. Aunque la perspectiva de tocar todos estos pies era encantadora, tener que elegir a una hermana favorita lo hizo sudar.

         Los pies de las chicas crecían en el orden de sus edades; Lynn era mediana, Luan era grande y Luna era extragrande. Si tan sólo las diferencias acabaran con las tallas. Ninguno era plano, pero los pies de Luna eran los menos profundos; para sorpresa de nadie, la constante actividad deportiva de Lynn le daba el mejor arco. Evidentemente, se había desarrollado cuidadosamente para ser lo más curvilíneo posible. Luan, de nuevo, se encontraba cómodamente en el medio.

         —Um… —Lincoln no podía ignorar los pequeños detalles de los dedos. Descendían en el orden correcto, pero sus formas eran únicas. La atleta tenía los dedos más regordetes, los de la bromista eran más planos pero más delgados, y los de la melómana se curvaban hacia dentro.

         Además, la suciedad de sus pies complicaba las cosas.

         Luna parecía tener los pies menos sucios. Al extender y curvar los dedos, Lincoln no vio salir mucha mugre. En cambio, los pies de Lynn eran una ciudad perfecta para la mugre. Montañas de mugre se le incrustaban entre los deditos y la mugre de sus zapatos se le pegaba a las plantas. Luan, como era de esperar, estaba en medio. Pero todas tenían los pies sonrojados, sin duda un indicio de sudor.

         Lincoln se fijó en los pies de Luna un poco más. Al estar menos sucios, era más fácil centrarse en los detalles propios de los pies. Y la suciedad que había hacía que delinear sus enormes pies fuera más divertido.

         Se oyeron risitas y carcajadas por todo el sofá.

         —Linc nos mira los pies como si le diéramos un problema de cálculo. —Luna movió los dedos.

         —Ooh, un momento. —Luan apoyó las plantas en la superficie de la mesita—. Enséñenle los dedos. Eso hará que escoja.

         Si solamente supiera Luan que esto tenía el efecto contrario. La parte superior de los pies de cada una de ellas hizo que a Lincoln se le cayera la baba. ¿Cómo podía elegir entre las preciosas uñas carmesí de Lynn, las uñas de ébano de Luna y las uñas puramente naturales de Luan?

         Mordiéndose el labio, se dejó llevar por su instinto.

         —¡Elijo a Luna!

         Mientras que la mayor de la sala aplaudió, las otras se limitaron a gemir. Una con frustración, la otra con decepción.

         —¿Me estás diciendo que tengo que pintarme las uñas de negro para mejorar mis pies? —dijo Lynn, fingiendo que aplastaba la cara de Lincoln con los dedos—. Lucy no soy.

         —Prefiero tener los dedos al natural, pero quizás debería experimentar con el negro. —Luan se llevó el pie a la cara para examinarlo mejor—. Hmm…

         —Gracias por el cumplido, hermano. Pero quiero saber qué te hizo elegir los míos —dijo Luna—. ¿Te enseñó Leni a concentrarte sólo en las uñas?

         Lincoln estaba ahora cara a cara con Luna, luchando por encontrar las palabras justas.

         —Es que hay más de ellos que apreciar. Y la forma en que tus dedos se curvan hacia dentro es impresionante. —Le pasó el dedo por el pie, hipnotizado por la sensación de aspereza de la planta.

         Esto desencadenó otra serie de carcajadas. Lynn hizo callar rápido a sus hermanas, señalando hacia arriba para recordarles lo que les esperaba si no se callaban.

         —Supongo que ha llegado la hora de la segunda categoría —dijo Luna, acercándose un poco más—. ¿Quién de nosotras tiene los pies que huelen mejor?

         —Crucen los dedos para tener suerte. Pues todo depende de si Lincoln quiere los pies menos olorosos o un viaje a la fábrica de queso.

         Lincoln tragó saliva. Al menos, elegir una ganadora esta vez no podía ser demasiado difícil. Al fin y al cabo, la hermana con los pies más malolientes estaba destinada a conquistarle el corazón.

         —Creo que yo tendría los pies más buenos. —La sonrisa de Luan se vio respaldada por un impulso de confianza en su voz—. Ven a olerme, Lincoln.

         En cuanto los pies arrugados de Luan se acercaron lo suficiente como para que Lincoln pudiera percibir su aroma, su instinto se puso en marcha. Agarró los pies y se los empujó contra la cara, haciendo que Luan chillara de asombro.

         Empezó a olerlos como un perro. Cualquier otra reacción de las chicas había caído en saco roto, pues lo único que Lincoln oía era su respiración y el frotamiento de los pies. El olor de Luan era potente y...

         Lynn no bromeaba cuando dijo que él visitaría la fábrica de queso.

         ¿Cómo describir los pies de Luan? Era como si hubiera pasado las últimas 24 horas nadando por un océano de basura. Espolvorea un poco de vinagre sobre el montón de porquería, y así nació su olor. A pesar de la vileza, este olor único hizo que Lincoln sonriera de oreja a oreja. Inhalación tras inhalación, su cerebro se empañó. La suavidad de los pies de Luan complementaba ese olor embriagador. Y maravillosamente se mezclaba la mugre con un río de sudor. En conjunto, creaban dos almohadas cálidas, húmedas y apestosas sobre las que Lincoln podía dormir.

         —Vaya, vaya —se rió Luan, mirando a uno y otro lado de sus hermanos mientras el aire le hacía cosquillas en las plantas—. ¿Cómo están, Lincoln?

         —Huelen muy bien para ser pies.

         —¿EH? Pero sabes que ninguna de nosotras se ha bañado, ¿verdad?

         —No importa —gimió, aspirando profundamente entre el dedo gordo y el segundo. Sonó como una aspiradora y provocó un ataque de risa más profundo en su hermana.

         Pero por increíbles que fueran sus pies, al muchacho le esperaban dos pares más. Pasó a Lynn. Ya sabía qué esperar de ella gracias a sus encuentros anteriores. De verdad, todos en la casa sabían ya a qué olía Lynn.

         Ella, relamiéndose, pellizcó la nariz de Lincoln con los dedos. Luego le frotó la cara con el otro pie, dejando un rastro mugriento de polvo sobre su hermanito. Y para sorpresa de las hermanas, la sonrisa de Lincoln persistió.

         —¿Te gusta? —preguntó Luna, tapándose la boca—. Debes de ser muy valiente, hermano.

         En cuanto al olor, Lynn le daba mil vueltas a Luan. Los dentistas no necesitaban recurrir a la medicación para dejar inconscientes a los pacientes. Sólo necesitaban el olor natural de los pies de Lynn, y el paciente se dormiría en diez segundos. No sólo la fuerza del olor era mayor, sino que tenía un toque de amargura. Gracias a esta cualidad, la nariz de Lincoln no dejaba de cosquillear, sobre todo cuando olfateaba entre los deditos de Lynn.

         —No me resoples el queso de mis dedos, Lincoln —se rió ella.

         —Cómo digas. —Aunque la obedeció, se mantuvo barriendo la zona de los dedos. Esa cálida mezcla de suciedad y sudor era donde se manifestaba el hedor. Lincoln no se iría hasta que estuviera completamente satisfecho, lo que le llevó unas 20 largas olfateadas.

         Finalmente, los pies de Luna eclipsaron la cabeza de Lincoln cuando aterrizaron sobre él. Los talones colgaban por debajo de su barbilla, y los dedos sobresalían por encima del esponjoso pelo del chico.

         —Mejor que saque un sobresaliente aquí.

         Debido a la mínima mugre, sus pies eran los más suaves del grupo. Era como si Lincoln estuviera besando una nube. Pero las apariencias engañan. A pesar de tener los pies más limpios, su hedor no intentaba ocultarse. Más que a queso o vinagre, los pies de Luna eran demasiado extraños para relacionarlos con cualquier alimento. Simplemente olían como si hubieran estado marinándose en sudor durante horas. Dada la falta de baños, una exageración no era.

         Aunque el olor era fuerte, de algún modo se quedó estancado en el nivel de Luan. Lincoln no supo por qué hasta que empezó a olerle los talones. Había una pizca de loción, la más leve, mezclada con sus pies. Olía a coco. Ciertamente interesante, pero no conseguía producir la magia de la bomba fétida de Lynn. Y aunque superaba al olor de Luan en potencia, le faltaba en hedor.

         Al retroceder, Lincoln se rió al sentir los tres olores en su cara. Las chicas se tensaron con anticipación.

         —Lynn es la mejor —dijo fácilmente.

         —¡Ya lo sabía! —En un santiamén, ella frotó los dedos mugrientos de los pies contra las piernas de cada hermana—. Mmm, y tienen el descaro de odiar mis pies malolientes. Sabía que no te habías vuelto completamente loco, Lincoln.

         —Los de Luan y Luna también huelen bien. Los tuyos son sólo… Son muy específicos de Lynn Loud, déjame decirte eso.

         Luna se encogió de hombres.

         —Con todos esos gemidos que hacías, pensé que seguramente ibas a elegirme a mí.

         —Lo siento. ¿Qué sigue ahora?

         —Bueno —Luan se estiró hacia atrás, bostezando—, ahora tenemos que descubrir quién tiene los pies más sabrosos.

         —M… ¿Los más sabrosos?

         Lincoln puso las manos sobre su erección. En respuesta, Lynn acercó los pies a su cara. La belleza pecosa los agitó de un lado a otro, esperando a que la lengua del chico hiciera contacto.

         —Veamos… Para jugar limpio, deberías lamer cada uno de nuestros pies por un minuto.

         —No creo que tengas suerte por segunda vez, hermanita —intervino Luna.

         —Mírenme. Ustedes dos. —Lynn se crujió los nudillos.

         Lentamente, Lincoln masajeó con la lengua el talón izquierdo de Lynn. Cuando llegó a la mitad del asqueroso pie, los otros hermanos empezaron a señalar y reírse de nuevo. Pero al chico ya le daba igual. Sin previo aviso, dobló la velocidad y se metió en la boca muchos de los flacos dedos de Lynn. Mientras tanto, bailaba rítmicamente su pene contra su ropa interior, enviando un torrente de placer sucio a su cerebro.

         Cubrir los dedos con su saliva era siempre un honor de la máxima magnitud. Y Lincoln nunca deseó decepcionar a Lynn, sobre todo ahora que todas le miraban. Chupó los dedos con un gemido. A diferencia de ocasiones anteriores, ésta no fue una fuerza suave. En lugar de eso, sorbió excitado los dedos hasta que la presión le produjo un escalofrío.

         —¡Guau! —Se tapó la boca—. ¿Intentas comerte mi esmalte?

         —Sí que está lamiendo profundamente —observó Luan, asombrado ante el espectáculo descuidado.

         Ríos de toe jam fluyeron hacia la boca de Lincoln. Al pasar la lengua entre los dedos, desprendió más suciedad como si fuera la crema de una galleta. Finalmente, comenzó a lamer por los lados del pie, recogiendo más mugre. Eso describía muy bien el pie: mugriento. Allá donde Lincoln viajaba, le esperaba alguna forma de vil toe jam. Por supuesto, su cerebro enfermo hacía que la sustancia supiera como el aditivo más picante y asombroso jamás visto, pero aun así dificultaba la tarea de lamerle la planta del pie.

         Pero ésa era la recompensa. Por hacer un buen trabajo, comiéndose esa mugre del pie, Lincoln recibió una planta más limpia. Bueno, parcialmente limpia. Incluso después de tragarse una cucharada, esos dedos seguían estando muy limosos.

         Ahora se centró en el pie derecho, esta vez centrándose más en la planta que en los dedos. La suciedad era más áspera en los pies de Lynn en general. Pero el sabor seguía siendo magnífico, ya la mugre absorbía mucha jugosidad para que Lincoln la disfrutara.

         —Ya basta. —Lynn usó los pies para guiar a Lincoln hasta Luna.

         —Estos dedos no se van a chupar solos, hermano.

         Como si la ropa interior de Lincoln no estuviera ya manchada, la voz ronca de Luna lo puso en el séptimo cielo.

         Sin dudarlo, le dio dos largos lametones en ambos pies. Ahora su grandeza lo bendecía de verdad, pues llegar a los dedos era una aventura muy larga. A través de las vastas planicies de las plantas había un sabor menos picante que el de Lynn, pero también más salado.

         Los pies sucios de Luna también eran un poco agrios. Nada extremo, desde luego no como los de Lynn en un día muy malo. Pero era como si se hubiera frotado caramelos de limón por las plantas antes de esta pequeña competición. A Lincoln le hacía fruncir los labios de vez en cuando, pero su dulzor le hacía volver a por más. Y se mezclaba bien con el sabor natural de sus pies.

         Explorar entre los apestosos dedos era un sueño hecho realidad. La mugre menos abundante le permitía deslizar la lengua por esos dedos suaves como mantequilla.

         Antes de chuparle el dedo gordo, flexionó los músculos de la ingle con más esfuerzo. Por repugnante que fuera hacer esto delante de tres de sus hermanas, dos de las cuales nunca habían hecho algo sucio con él, necesitaba alivio. Quería hacer un desastre viscoso delante de ellas, y que sólo Lynn supiera lo que realmente pasaba en sus pantalones.

         Luna soltó una risita cuando Lincoln le metió en la boca los dedos enroscados de los pies.

         —Si no te conociera mejor, supondría que te gustan mucho los pies, hermano. Como si los estudiaras todo el día en vez de leer cómics.

         —Bueno, sólo me interesan los pies de mis diez hermanas favoritas…

         Mientras se reían a carcajadas, Lincoln empezó a frotar los pies de Luan y Lynn. Un poco descuidadamente, ya que sólo podía usar una mano, pero Luan suspiró por las cosquillas.

         —Qué sensación tan interesante —comentó, cruzando sus pies entre los de Lynn para que todos estuvieran más cerca del muchacho. El pie derecho de Luan estaba justo al lado del de Lynn, y el izquierdo también junto al de la atleta.

         Hizo que la transición fuera perfecta, ya que Lincoln presionó inmediatamente sus labios contra la bola del pie derecho de Luan.

         —¡Lincoln! —Apretó el puño—. ¡Eso hace cosquillas!

         El chico siguió chupando la bola por unos segundos. Pero en cuanto su lengua rozó la planta del pie de Luan, soltó un gemido.

         Su sabor destacaba de las otras dos de forma significativa. Al estar en medio en la escala de suciedad, todas las cualidades de un pie asqueroso habían aparecido en perfecto equilibrio. En primer lugar, Lincoln podía saborear el sudor más fácilmente que con Luna o Lynn. Era frío, casi como sorber de un bebedero. En segundo lugar, su lengua recibía una cantidad menor de toe jam que Lynn. Pero como había más que Luna, simplemente había más para mezclar con el sudor, lo que hacía un postre divino.

         Sacó ahora toda la lengua Lincoln, arrastrándola del talón a la punta mientras Luan soltaba risitas. Si Lynn no hubiera estado allí para contenerla, probablemente habría dejado una huella maloliente por toda la cara de su hermano.

         Los ojos de Luna se abrieron de par en par al ver el nuevo truco de Lincoln

         —Oye, oye, no te atragantes con los pies de Luan, Linc.

         ¿Un reto? Lincoln no tenía miedo. Quería meterse en la boca tantos dedos avinagrados de Luan como fuera posible. Uno, dos, tres… ¡Nueve! Con los pies apilados uno encima de otro, era lo máximo que podía conseguir. Aunque un meñique estaba solo, los otros nueve gusanos babosos tenían una fiesta en su boquita. Y como las uñas de Luan eran más afiladas que las de sus hermanas, ejercían una presión mágicamente profunda cada vez que se enroscaban en la lengua.

         Luan sonó como un globo reventado en cuanto perdió la compostura. Sus carcajadas se hicieron tan fuertes que asustaron un poco a Lincoln. Pero cuando él se sobresaltó, su lengua consiguió atraparse entre los dedos salados de Luan.

         Gimiendo suavemente, Lincoln saboreó el sabor del cremoso queso de los deditos de Luan… Con qué facilidad se deslizó por su garganta la mezcla negra y marrón… Todo el tiempo, el hedo se elevó hasta sus fosas nasales, sólo ligeramente debilitado por la saliva. Mientras miraba a su hermano mayor a los ojos, ella tenía ahora un dedo en los labios. Su pecho subía y bajaba lentamente al flexionar los dedos sudorosos de los pies en la boca de Lincoln.

         Incluso en el oscuro salón, sus hermosos frenillos brillaban mientras se reía. Y cuanto más miraba a Lincoln, más apretaba sus asquerosos pies y más se tensaban los músculos de Lincoln…

         Lynn, observando lo que estaba pasando, susurró en el oído de Luan. Y en cuestión de segundos, Luan empezó a fruncir los labios. Haciendo sonidos de besos a su hermanito mientras miraba por el rabillo del ojo.

         Y los pies sólo se adentraron más en su garganta, quizá seis centímetros. Los dedos habían llegado tan lejos que le hacían cosquillas en la parte posterior de la garganta, moviéndose arriba y abajo. Lo mejor de todo era que la deliciosa y cálida mugre seguía derritiéndose.

         Con el olor a queso llenándole los pulmones, Lincoln gimió. Su cuerpo iba a reaccionar con naturalidad. Espasmo tras espasmo, llenó de semen una cuarta parte de su ropa interior, todo ello sin dejar de mirar a sus tres hermanas. Por muy mal que le sentara hacer algo así ante la inocente Luan, su cara bonita y dedos sudorosos habían podido con Lincoln. Nueve chorros calientes después, le soltó los dedos babosos de la boca, jadeando.

         —Mis pies… —gimió Luan, temblando.

         —¿Y quién gana esta ronda, Linc? —preguntó Luna.

         El muchacho se secó la frente, poniéndose en pie para recuperar el equilibrio y la energía. Aunque los pies de cada hermana eran increíbles, una chica tenía un par mejor que el resto en cuanto a gusto.

         —Luan…

         La chica más delgada se abanicó con las manos.

         —No, te enseñé contar mejores chistes que ése.

         —Pero los tuyos saben muy bien. Casi mejor que la comida de Papá.

         Lynn se miró los pies.

         —Estaba segura de que iba a ganar esta ronda. Hoy no me puse calcetines ni nada. Entonces, ¿quién gana en general si todas hemos ganado una categoría?

         —Quizá necesitemos otra ronda o algo así —sugirió Luna—. Como quién tiene menos cosquillas o quién tiene los pies más fuertes.

         —O quién tiene los pies que te llevan más rápido a la cama.

         Todos los ojos estaban puestos ahora en la señora de la casa. La aparición de Rita Loud asustó a las chicas, pero horrorizó absolutamente a Lincoln. Torció el cuerpo para evitar que ella viera la tenue mancha que se filtraba hasta los pantalones de su pijama.

         —Hola, Mamá —dijo Lynn, poniéndose en pie de un salto—. Lincoln nos dice que todos nuestros pies son iguales. Así que hemos zanjado aquella discusión de antes.

         —Qué bien. Ahora a la cama, todos. Mañana tienen escuela. —Se dio la vuelta—. No, ¿qué estoy diciendo? Ya báñese. Podemos olerlos desde arriba.

         Antes de subir, Lincoln detuvo a las chicas. Primero besó la parte superior de los pies de Lynn, y luego le dio las buenas noches. Ella sonrió con satisfacción. Ahora Lincoln le dio a Luna un tratamiento similar. Luna le frotó el pelo, y ahora sólo quedaba Luan.

         Mientras él le besaba los pies apestosos, ella seguía intentando quitarse el rubor de la cara.

         —Me aseguraré de que mis pies sepan lo mejor a partir de ahora, Lincoln.

         —No es necesario que lo intentes —dijo él, dándole una larga lamida en la parte superior de los pies—. Te es natural.

         Ella lo abrazó y él se lo devolvió. Pero a diferencia de con Lynn y Luna, esta vez Lincoln decidió besarla en la cara. No sólo en la cara, sino en los labios. Los ojos de Luan estaban más abiertos que en toda la noche. Sin embargo, no lo detuvo hasta que pasaron diez segundos. Entonces frotó su pie contra el de su hermano durante un segundo.

         En las escaleras, le dio otro beso de buenas noches.

         —Tus pies son increíbles —susurró Lincoln antes de salir del salón.
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