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Rated: E · Short Story · Foreign · #1957771
Mama Tona, organizada como siempre, prepara su propia muerte.
"El tendejón"



Petrona era una mujer muy organizada y generosa. Desde su casa encalada en Vista Hermosa administraba un tendejón en el que vendía de todo un poco: refrescos en bolsita de plástico con popote, Sabritas de todas clases, tortillas, hilos, suelas de zapato, clavos, semillas, fertilizante, cartillas fonéticas, lápices. En fin, de todo, puesto que el ejido se encontraba a varios kilómetros del pueblo más cercano y los habitantes no tenían otro lugar en donde comprar lo necesario.

Dios la había bendecido con solo dos hijas, que ya estaban casadas, pero había criado a otras ocho a las que había enviado a la escuela mientras ellas le ayudaban en el tendejón. También esas estaban todas casadas y con hijos. Petrona solía soltar una risa melodiosa que llenaba la casa y el tendejón, especialmente cuando sus nietos y bisnietos la visitaban. Le gustaba regalarles golosinas y estampitas de animales que ellos corrían a escoger en el almacén.

Su esposo, Pedro, había muerto. Una larga convalecencia de diez años lo había llevado a vivir de la cama a la hamaca y de la hamaca a la cama hasta el momento de su último descanso. Ahora la casa y el tendejón se le hacían muy grandes a pesar de su innata laboriosidad. Fiel a su costumbre de organizarlo todo, mama Tona, como la llamaban sus nietos y bisnietos, comenzó a planificar su propia muerte.

Llamó a sus dos hijas y dividió la casa entre ellas para que no hubiese conflictos familiares luego de su partida. A una le tocó el huerto, la cocina y los cuartos nuevos que había hecho construir y a otra la casa original de adobe en donde estaba el tendejón. Apartó la vaca más gorda de todas sus reses para que se sacrificara al momento de su velorio. Le indicó al sacristán del ejido cuáles eran sus canciones favoritas para que acompañaran el duelo. Preparó hojuelas con miel para sus nietos y bisnietos que la visitaron. E invitó a comer a su casa a sus amigas entrañables, las cuales vivían en otro ejido cerca de allí.

El día que su amiga Isabelita vino a visitarla le preparó tamales de chipilín y de bola. A Isabelita le había sorprendido la invitación de Petrona. La última vez que se habían visto había sido justo antes de que el nieto de Isabelita estuviese implicado en la muerte de un muchacho de Vista Hermosa y toda la familia tuviese que empacar y huir en la noche de la justicia. Se habían instalado en Roberto Barrios después de estar escondidos por varios años y, aunque ese ejido quedaba relativamente cerca de Vista Hermosa, había transcurrido mucho tiempo desde entonces sin tener contacto.

Luego de disfrutar los tamales –ninguno era tan sabroso como los que hacía Petrona– ambas se sentaron en la sala a saborear un café. Conversaron largo y tendido de los hijos y los nietos, del consejo de ejidatarios, de la próxima cosecha, de los cambios generacionales. Varias horas más tarde, Petrona se excusó para ir al baño.

Mientras caminaba hacia el excusado sintió una punzada que le recorría del pecho hasta el brazo izquierdo. Se detuvo para ponerse la mano en el lugar en el pecho de donde emanaba el dolor y para respirar profundamente. Dio unos cuantos pasos más hacia delante. Y cuando abrió la puerta del baño, se encontró la triste mirada de la jirafa de la estampita que uno de sus nietos había pegado en la pared. Se miró al espejo y apoyó la espalda en el marco de la puerta. Debido a su intensa aflicción, se fue resbalando despacito hasta quedar tendida por todo lo largo en el suelo.

Cuando Isabelita, cansada de esperarla, salió a buscarla la encontró reposando en medio del más absoluto silencio en el suelo del baño. La triste mirada de la jirafa parecía cobijarla.

Isabelita se inclinó junto al cuerpo, llamando a su amiga por su nombre y tratando de ayudarla a incorporarse, pero todo fue en vano. De pronto, se detuvo al escuchar un sonido familiar. Era la risa melodiosa de mama Tona, que desde entonces y mucho tiempo después de que su cuerpo descansara bajo la tierra, resonó por todos los rincones de la casa y el tendejón.

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