Cuento corto de suspenso. La vida cotidiana nos nutre de historias permanentemente... |
Escucho todo el tiempo un piano y nunca he podido verlo. No se cuál es su tamaño ni sus proporciones, lo único que sé es que me irritan profundamente cada una de sus agudas teclas y me golpean en el pecho todos sus más graves sonidos. PodrÃa ser eléctrico o de cola, no lo sé y me da igual, el tema es que tiene suficiente potencia como para traspasar varias barreras de paredes y aun asà alcanzar mis oÃdos con una fuerza descomunal. Está sobre mi techo, justo arriba de mi habitación. Sé que lo han cambiado de lugar en estos dÃas. Lo que no sé es hacia dónde lo llevaron, supongo que no muy lejos. Mi padecimiento lleva un tiempo ya, pero hace algunos dÃas el hartazgo hizo hervir mi sangre y por propulsión llegué al piso de arriba. Toqué timbre y esperé paciente, sonriendo (por si alguien mi miraba desde la mirilla). Mi vecino abrió por fin la puerta. Ahà estaba, algo encorvado y con cara de inocente, él es el autor de esos ruidos enloquecedores, el sujeto que cada noche le da vida al insufrible aparato. Y allà habitaba junto a la tÃpica banqueta y un mar de partituras tachadas flotando por el piso. No era dÃa de ensayo, la tarea en ese momento era solamente afinar. Nadie me habÃa invitado a pasar pero yo igual entré. Quise acercarme al infernal aparato, cuando apareció de pronto un tipo y me detuvo. No se quién era pero enseguida los tres tenÃamos una tensión insostenible en nuestras miradas. Como si de pronto hubieran leÃdo mi pensamiento. Como si la furia de mis ojos hubiera develado mi plan. Rápidamente mi vecino cubrió el piano con una funda y luego caminó hacia mÃ. Entre los dos me forzaron a bajar las escaleras. No tuve tiempo siquiera de asustarme, todo pasó muy rápido. Muy hábilmente me llevaban, ¿lo tenÃan planeado? ¿acaso sabÃa que yo iba a subir esa mañana? ¿cómo pudieron haber leÃdo tan fácilmente mi mente?. No pude poner resistencia… “¿Te gusta el silencio, nena?” me preguntaban, “te vamos a llevar a un lugar donde no vas a escuchar nada de nada”… y bajando hasta el subsuelo abrieron la puerta del cuartito que nunca se usa para nada y me obligaron a entrar. Oscuridad total. Permanecimos allà unos minutos… quizás fueron solo segundos, pero el silencio habÃa comenzado a incomodarme más de lo que creÃa. De repente soltaron uno de mis brazos, noté que uno de ellos se alejada y vi a contraluz cómo salÃa de lugar. Solo quedamos mi vecino y yo. El silencio era insostenible, interrumpido sólo por mi nerviosa tos. Estábamos frene a frente, o espalda con espalda, no lo sabÃa… Nunca pensé que una lucha a ciegas podÃa ser tan apasionante. Cada golpe de mis nudillos era una melodÃa sobre su cara. Por fin logré lo que querÃa, el edificio está en paz. |