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Rated: 13+ · Preface · Comedy · #1306436
Cosas fabulosas se dicen de un humilde puerto. Tal vez no todas sean ciertas o fabulosas.
Prólogo


Se dice que, hace ya algún tiempo, un hombre de negocios que venía de una incómoda visita a un cliente en su rancho de playa, decidió hacer escala en un pequeño puerto que encontró buscando alguna tienda de conveniencia. No la encontró, pero la tranquilidad y la paz de aquel lugar lo cautivaron. Hablando con los lugareños, oyó varias de las leyendas locales, como la roca donde a veces se logra ver a una sirena, o la del día en que miles de florecitas blancas llovieron del cielo. Fascinado por la experiencia, el hombre volvió, sólo para proponer al alcalde un ambicioso proyecto turístico, el cual no tardó en ser aprobado. Fue así, gracias a alguien que la había visitado durante poco más de una hora, como Puerto de Gloria dejó de ser un rincón olvidado de Dios.


Capítulo 1


Lastimosamente, para los habitantes del poblado, no había magia en sus vidas que los salvara de su aburrido y rutinario existir. Mucho menos a Elena. Cada día significaba para ella aseo de la casa, por lo menos cinco idas a la tienda de Doña Sara, uno al molino para comprar tortillas (y otro para moler “bien” los frijoles), y esquivar los regaños del Padre Genaro, al igual que los infructuosos intentos de varios chiquillos por conquistarla. Al final del día, fuera de los asuntos escolares, le quedaba su soledad. Podía vérsele bajo un cocotero, contemplando el atardecer frente al océano, pensativa como un girasol, ajena a los colores que rodeaban el paisaje.
Quienes pasaban por ese solitario paraje lograban distinguir que existía solamente un ser capaz de invadir su ascético rincón, y ése era su primo Álvaro. Un muchachito dos años menor que ella, quien normalmente lucía vivaracho y enérgico, pero que al estar sentado junto a ella parecía cambiar. La suya era una presencia leve… Tan leve, que podía fundirse con el silencio, la brisa y el perenne sonido del mar, sin perturbar una mente tan absorta como la de Elena frente a la costa. Álvaro acudía religiosamente a la palmera cada tarde; sabía que Elena siempre estaría ahí, y aún mejor, que aunque no turbara su meditación, ella lo estaría escuchando. Así que le platicaba de su día de clases y de cuanta habladuría acerca de ella hubiera escuchado de los vecinos y compañeros, por supuesto, sin olvidar llevarle algo como obsequio.

—Lucía estaba hablando de ti durante el recreo. Decía que andabas en drogas.
—Al parecer ya se le acabaron los temas de conversación —contestó Elena con tranquilidad, mientras tomaba uno de los churritos directo de la bolsa que Álvaro tenía en la mano—. Hablar de mí no es algo por lo cual jactarse.
—Si hubiera escuchado eso de boca de un varón, lo habría golpeado. De verdad.
—Pues yo no lo haría. Estoy lejos de sentirme molesta.

Álvaro la miró sorprendido, y a la vez, ansioso por oír lo que siguiera.

—Es el precio de la fama. Se debe aprender a vivir con eso, ¿no te parece?

El chiquillo rió mientras ella le sonreía.

—Hablando de fama —continuó él— Rogelio no deja de hablar de su padre, con todo eso del hotel que van a construir cerca del estero. Dice que su papá le vendió el terreno a alguien de la capital.
—El hotel…
— ¿Te parece que eso cambie el puerto? ¿Que sea bueno?
—Ya veremos.
—Tú ya has estado en un hotel, ¿verdad?
—Así es —dijo, haciendo obvio un desdén casi ofensivo, a la vez que estiraba sus largas piernas. — Lo mejor es que no hay arena, ni tierra adentro. Sólo alfombra.

Álvaro intentó imaginar una alfombra tan extensa que cubriera todo el piso de un gran edificio, pero no lo logró. Su prima tomó otro churro. Eso le hizo reaccionar.

— ¿Así de grandes son las alfombras de ahí? Deben ser impresionantes.
—Sí, pero aunque te pares encima, se te olvida que estás sobre una. Hay cosas mejores en los hoteles.

Una voz maternal llamó con severidad. La hora de preparara la cena aplastó todos los hoteles alzados sobre esa plática. Elena se paró con serenidad, sacudiéndose la arena en sus muslos, y en sus shorts. Una oportuna ráfaga de viento hizo travesuras con su cabello, el cual ella arregló con paciencia. Mientras giraba lentamente sus caderas en dirección hacia su casa, lograba imaginar el rostro de embeleso de su primo, el único de sus adoradores al que ella le autorizaba contemplar un espectáculo tan fascinante como ése.

—Elena…
—Ahí nos vemos. Mañana vengo una hora antes.
—Qué bien.

Y corrió con toda prisa hacia su casa, sólo para saludar de lejos a Álvaro, con toda la seguridad de haberle dibujado una sonrisa para el resto de la noche.
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