Decides que es hora de darle la vuelta a las tornas y poner a Tristán en su sitio. Aprovechando que él ha vuelto a recostarse sobre la cama y se encuentra nuevamente relajado y con los ojos cerrados te lanzas como una bala a coger algunos cinturones y bufandas que tienes desperdigados sobre los muebles y el suelo de la habitación y, un segundo después, te lanzas sobre Tristán y le inmovilizas con las piernas. Él, sorprendido y pillado totalmente por sorpresa, empieza a revolverse para quitarte de encima mientras vocifera:
-¿¡SE PUEDE SABER QUÉ DEMONIOS ESTÁS HACIENDO!?¡¡QUÍTATE DE ENCIMA!!¡ESTO NO ES LO QUE ACORDAMOS!
Tú, sin embargo, te mueves lo más rápido que puedes y vas atando los cinturones y las bufandas en sus muñecas y tobillos y, a su vez, los anudas fuertemente al cabecero y las patas de la cama, tensando en condiciones todas las extremidades de Tristán y asegurándote de que se encuentra firmemente atado. Él, rojo de ira y fuera de sí, trata de desatarse con violencia.
-¡Grrrrrr...!- gruñe como un animal salvaje enjaulado, monstrando los dientes con su mirada envenenada clavada en ti.
-Vaya, vaya- comentas tú, encantado con el giro que ha tomado la situación, sonriéndole ahora tú a él. Te quitas de encima de Tristán y te quedas de pie al lado de la cama, observándole. Con el forcejeo se ha deshecho de su chaqueta roja, que yace bajo su espalda, y varios botones de la camisa se han abierto, dejando parte del pecho y la cintura descubiertos- pensaba que aquí yo era el único perro que había...
-¡Y lo eres!- escupe Tristán, su voz cargada de ira- Eres un maldito perro traidor...
-Verás- contestas tú, posando tu mano izquierda sobre su cuello (lo notas tenso, con las venas marcadas)- resulta que estoy cansado de tener que ser siempre un perro o, como tú me dices, "tu cachorro" -continúas, bajando la mano y deslizando las yemas de tus dedos por su pecho, abdominales y ombligo- Además, hoy me siento bastante más como... un gato, por ejemplo.
Te detienes al pie de la cama y retiras la mano de su cuerpo. Tristán te sigue mirando y parece algo confundido ante tus palabras. Tú, juguetón, alzas ambas manos con el dorso hacia él, para que pueda apreciarlas bien, y agitas los dedos. Acto seguido bajas lentamente tu mano derecha hacia el pie derecho de Tristán, que depronto palidece al caer finalmente en tus intenciones.
Posas la yema de tu dedo índice sobre el pulgar y lo flexionas un poco con lo que Tristán, instantáneamente, se tensa todavía más al sentir la punta de la uña. Te relames de gusto al notarlo y, deseoso por empezar a torturarle un poco, deslizas suave y lentamente la punta del dedo a través de la planta hasta llegar al talón, dejando que tu uña trace todo el camino.