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Rated: 18+ · Fiction · Erotica · #2326227
Zelda quiere encoger a Link para divertirse. Por desgracia, la suerte no está de su lado.






—Link, ¡no te voy a esperar todo el día!

Mientras la princesa de Hyrule invocaba a su amigo, sus manos estaban ocupadas vertiendo algo de una vasija en su jarra. La bebida seleccionada era un poco de cerveza —quizá sacada a escondidas de la bodega del castillo—, pero Zelda tenía en mente algo más que sólo emborrachar a los dos. Se lamió los labios con ansias mientras el líquido azul se mezclaba en la bebida, con ambas jarras sobre un plato de cristal.

—Sabes, la última vez que bebiste eso —dijo Link, quitándose los calcetines largos y las botas al entrar en el dormitorio real—, vomitaste por todo el castillo y tuve que salvarte de caerte por una ventana.

—¿Qué quieres decir?

—Que creo que eres realmente adicta a los problemas, princesa.

—Por favor, estaré bien —se burló ella, alborotándose el pelo y volviéndose para cerrar las cortinas—. Primero, esta mañana me he saltado el desayuno, así que no tendré mucho que vomitar. Segundo, está aguado, así que mi cuerpo puede tolerar un gran… ¡Link!

Los ojos de Zelda se abrieron al máximo. Se quedó sin aliento. Mientras tanto, en el suelo, con una curiosidad inocente, Link hacía girar el plato que contenía las jarras de cerveza.

—¿¡Qué estás haciendo!?

—Es que me gusta ver cómo salpica la cerveza.

—Eres… Dios mío, Link.

El corazón de Zelda se aceleró al contemplar las dos jarras de cerveza que eran exactamente iguales. ¿Cuál de ellas contenía la poción que había usado? No pudo hacer más que ver con miedo cómo Link tomaba una de ellas. Él le lanzó una mirada, esperando que empezara a beberla.

—Es idea tuya, ¿verdad?

—Este… Yo…

—Bébetela. Ya la has robado. —Link agarró la otra jarra y la puso en las temblorosas manos de Zelda—. ¡Salud!

Después de un sonoro traqueteo, él comenzó a beberse todo de un solo golpe. Zelda, con el rostro sonrojado por el temor, tomó un sorbito. En los primeros momentos, todo parecía ir bien. Link disfrutaba y se relamía, mientras Zelda no notaba nada extraño en sí misma.

«Por favor, por favor, dime que bebió la correcta…», pensó ella.

—¡Ay! —En un instante, todo cambió. De repente, al abrir los ojos. Zelda dio un grito ahogando, al darse cuenta de que todo a su alrededor era cuatro veces más grande. Los muebles, la jarra que casi la aplastaba (y que por suerte no se hizo añicos), e incluso…—. ¿Link?

—¿Qué sucedió? —preguntó él, mirando fijamente su propia bebida.

—Esto es malo. Es muy, muy malo —exclamó Zelda, y su voz sonó como la de un pequeño roedor para el chico más grande—. Vamos a arreglarlo. Pero primero necesito que…

Fue en ese momento cuando Zelda se dio cuenta de que Link no había parpadeado ni una sola vez desde que se había encogido. Se quedó boquiabierto mientras lo empezaba a entender. Mientras la princesa inventaba mentalmente una excusa tras otra, Link tenía otras prioridades. Tras de un minuto de silencio tenso, se puso a cuatro patas y extendió su mano gorda. Zelda gritó al ser lanzada por los aires, viendo cómo él se apoyaba en el armazón de la cama.

—Ven aquí —dijo Link, soltando una risita, con una sonrisa de payaso.

—¡No es un juego, Link! Me soltarás ahora mismo, o si no…

—¿O qué? ¿Vas a contarle a tu papá cómo tú intentaste emborracharnos? —Mientras se burlaba de la princesita, ella lo vio levantar su pierna—. Eso pensaba. Ahora…

De un solo movimiento, Zelda fue arrastrada a un lugar oscuro y húmedo. Lo único que pudo distinguir fue una pizca de luz que se filtraba por una pequeña grieta. Pero cuando un olor extraño pero conocido llenó sus fosas nasales, comprendió la situación loca en la que se encontraba. Y, a pesar de su amor por esta parte del cuerpo de Link, esta circunstancia la tenía más furiosa que nunca.

—¿Qué pasa? —cantó burlonamente Link, curvando lentamente los dedos para empujarle la cabeza—. Creía que tenía pies de ángel, Zelda. Que te encantaban.

—¡A tamaño normal! —A Zelda le costaba respirar mientras inhalaba el aire húmedo y salado. Se retorció todo lo que su cuerpo pudo, pero fue inútil. Link la sostenía firmemente como si fuera un juguete. Después de una eternidad dejándola inhalar su almizcle masculino, finalmente la levantó y la colocó justo frente a su pie.

Ella jadeó al darse cuenta de que sólo era tan alta como la planta del pie de Link.

—Tu intención era hacerme pequeño para que jugara con tus pies gigantes, ¿me equivoco? —Link soltó una risa, apretando los dedos con tanta fuerza que Zelda escuchó el chapoteo ruidoso—. Pues ahora serás mi muñequita, Zelda.

La dejó en el suelo.

—Mira, te voy a dar treinta segundos para que corras y te escondas en algún sitio. Cuando esté listo, veremos cuánto tiempo puedes seguir ocultada.

—No voy a jugar…

—Uno, dos… —Ahora tenía los ojos tapados.

«Genial. ¿Y ahora qué?».

La habitación de Zelda de este tamaño era más que difícil de atravesar. Tardó siete segundos en recorrer una distancia que Link podía cerrar con un solo paso. Con sus opciones limitadas, optó por esconderse debajo de su propia cama. Era el lugar más seguro, aunque lleno de polvo.

—Lista o no, allá voy.

Link recorrió la habitación, y cada pisada sonó como un leve terremoto a los oídos de la princesa. Al principio, sus nervios se calmaron, pues Link parecía apuntar a todo menos a la cama. En su breve momento de seguridad, Zelda luchó en la oscuridad para encontrar algo más en lo que esconderse. Después de todo, para ser alguien de quien el público esperaba un alto nivel, debajo de su cama no era el lugar más limpio del reino. Estaba lleno de papeles, migas de bocadillos, telas y demás.

«Puaj… Veo que mi calcetín huele mucho mejor cuando no es lo único que puedo respirar».

Este calcetín crujiente, que quizá no había lavado en meses, le servía de cojín en miniatura cuando se subía. Nunca el aroma a papas de sus pies le había provocado tanto llanto.

—¿Dónde estará Zelda? —se preguntó Link, adoptando su voz ese tono estúpido que sabía que volvía loca a Zelda—. Es tan pequeña que podría estar en cualquier parte.

«Aléjate. Mantente lejos de mí».

El temblor de la habitación se hizo más fuerte, y Zelda sentía que el corazón se le salía del pecho cada vez. Los pisotones se hicieron tan fuertes que se aferró con fuerza a la tela que la envolvía, como un capullo que protege a una oruga vulnerable.

En un instante, se movió a toda velocidad. A través del calcetín blanco manchado, podía ver la luz natural que se filtraba en su dormitorio. Sin embargo, las cosas volvieron a ennegrecerse rápidamente. Y esta vez, la presión del aire era devastadora. Zelda sólo podía retorcerse ligeramente, pero esa pesada fuerza sobre su cuerpo la tenía inmovilizada. Lo peor de todo es que tuvo que sufrir la humillante risa de Link.

El chico tenía un dedo en los labios mientras daba golpecitos con los de los pies a su amante.

—Unos tres minutos. No está mal. —Aplicó más presión sobre ella, haciendo que Zelda soltara una mezcla de gemido y grito lívido—. No hay ningún motivo para mostrarte piedad, pero…

Dejó de presionarla. No obstante, luego usó su prisión de calcetín para transportarla fácilmente de un lado a otro de la habitación. Su sonrisa se amplió al acercarse lentamente a sus zapatos más malolientes. Las botas parecían rugir, esperando la oportunidad de succionar a Zelda. Una vez en su cercanía, Link olfateó profundamente ambas para decidir cuál sería mejor para la mente desviada de la princesa.

La izquierda tenía un aroma vil, pero fue la derecha la que lo sorprendió mucho. Con una juguetona sacudida, Link dejó caer a la chillona Zelda en la prisión de cuero.

Zelda aterrizó de cabeza, y por suerte la plantilla de la bota le dio un poco de amortiguación. Pero después de darse la vuelta, sintió que su corazón se hundía. Salir de esa bota parecía tan difícil como escalar una pared vertical. Junto con el material brillante, no había forma de escapar. Y desde el exterior, el chico cuyo olor era insoportable la miraba fijamente.

—¿Por qué estás de tan mal humor? —se burló, frunciendo los labios—. Cielos, Zelda.

—¡Ésta es tu última oportunidad para dejar de molestarme y devolverme a la normalidad!

—Hmm… No. —Link se levantó y recogió la bota—. Ahora ponte cómoda. Vamos a dar un paseo.

—¡No, no vamos! —Las protestas de Zelda fueron rápidamente ensordecidas por el enorme pie que la aplastaba. Su cabeza fue empujada hacia la punta del zapato, donde los gruesos dedos de Link la asfixiaron. Su planta acarició el resto de su cuerpo, y los pies de Zelda apenas asomaron el talón.

De inmediato notó la humedad en su ropa. El pie de Link había sido más amable con ella antes, pero ¿ahora? La estaba aplastando. ¿Y lo peor? Seguía viva. Sabía lo que había puesto en la mezcla de la poción, así que sus probabilidades de salir gravemente herida por alguien del tamaño de Link eran menores. Eso significaba que podría ver el mañana, pero el día de hoy iba a ser un auténtico infierno para la princesa rígida.

La única parte de su cuerpo que podía mover cómodamente era la cabeza, y aun así, tenía que lidiar con los dedos de Link que se enroscaban y contoneaban.

Y ahora que sentía vibraciones, sabía que estaba caminando.

«Cálmate, Zelda. Intenta aguantar».

Al principio, todo parecía manejable, hasta que Zelda se dio cuenta de algo. Aunque no podía ver nada en la oscuridad de la bota, sabía que los pies de Link se ensuciaban más si no llevaba calcetines. Por eso, sus pies no tenían nada extraño antes, salvo el sudor y tal vez alguna mancha de suciedad del dormitorio. ¿Pero ahora? Sus oídos detectaban cada sonido de ola mugre pegajosa de las botas en las que estaba recostada, y si comenzaba a pegarse a su cabello, sin duda se estaba pegando a los dedos de Link.

«¡No, no, no! Maldita sea, ¡es un día soleado también!»

Los pulmones de Zelda necesitaban ayuda para respirar aquel olor tan crudo. Sin embargo, aunque gritara, no había ninguna posibilidad de que Link respondiese u oyera sus súplicas. Las paredes de cuero las silenciarían.

Lo único que podía hacer era esperar.

Link saltaba alegremente de ciudad en ciudad en Hyrule, saludando a todo el que se cruzaba con él. Poco sabían que su actitud alegre se debía a la pequeña chica que tenía bajo los pies. Una vez que empezó a andar con normalidad, el amortiguador adicional del cuerpo de Zelda hizo que las cosas fueran más incómodas. Pero no era algo que Link no pudiera manejar, pues simplemente imaginaba la imagen de Zelda pasando la lengua entre sus enormes dedos.

Lo que no sabía era que, tras una hora caminando, saltando y corriendo por Hyrule, a Zelda le rugía el estómago.

Tal vez no haber desayunado la habría protegido de vomitar por la cerveza, pero la había hecho más inquieta e irritada. Por desgracia, parecía que el chico no tenía intención de dejarla salir pronto. Zelda resistió, tratando de dejar pasar el momento. Pero el calor la hacía incapaz de dormirse fácilmente, junto con la pequeña pero alarmante amenaza de ahogarse. Después de todo, cuando el sudor ya no podía ser absorbido por la plantilla, formaba un laguito salado.

«Ay… ¡Ojalá nunca hubiera entrado en esa bodega! ¡Ojalá hubiera etiquetado nuestras jarras!».

Desesperada no sólo por la comida, sino también por el agua, movió la cabeza hacia un lado y abrió la boca.

El líquido salobre, producido con los pies, le hizo arrugar los ojos. Un suave gemido escapó de sus labios cuando le llenó la boca. Sin embargo, una vez hubo entrado suficiente, tragó rápidamente, jadeando al sentir que recuperaba un poco de energía. El sabor del sudor de Link solía ser una de sus cosas favoritas, más querido que los alimentos más ricos que tenía el privilegio de comer. Pero nunca había probado un puñado de sudor, y mucho menos un bocado.

Ahora lo que le quedaba era comer. Aunque no podía ver nada, los dedos de Link permanecían frente a su rostro. Zelda reunió toda su fuerza para mover la parte superior de su cuerpecito hacia un lado.

«Si lo hago mientras su pie no está en el suelo, será más fácil».

Y en un abrir y cerrar de ojos, no sólo consiguió liberar una mano, sino que pudo sentir que su cabeza estaba justo entre dos de los dedos.

Mugre de los dedos… Cómo adoraba ella esta suciedad malditamente asquerosa pero misteriosamente encantadora. Al igual que el sudor de Link, en pequeñas cantidades era una comida regalada por las diosas.

Con su tamaño actual, no se trataba de una simple mugre. Era una selva de mugre. Cuando introdujo la mano entre los dedos, experimentó la sensación de adentrarse en un espeso bosque lleno de lianas pegajosas y arbustos densos. La textura era cálida y viva. Zelda sacó la mano y sintió un temblor en los labios al percibir lo elástica que era la mugre, casi como un dulce derretido.

Y a diferencia del sudor predecible, la mugre sabía radicalmente distinta en cada encuentro.

Era como el queso más apestoso del mundo. Susurrando una plegaria, Zelda le dio el primer mordisco.

Explotó en su boca. El sudor que había absorbido la mugre llovía dentro de ella como el agua de un melón. Luego comenzaron a intervenir los elementos más sucios. La combinación de la mugre de los dedos, la mugre de las botas y otros residuos se había transformado en una mezcla tan pegajosa y viscosa que Zelda aún necesitaba masticarla antes de tragarla. Era como si estuviera comiendo una masa sucia con olor a pies. A pesar de lo surrealista que resultaba masticar una mugre cruda de tal magnitud, ese primer bocado la llevó a comer más rápido. Las partes agrias abrumaron sus papilas gustativas, pero su hambre no hizo más que intensificarse, lo que la llevó a comerla mucho más frenéticamente.

Una vez lamió el resto de la mano, esperó a que Link se detuviera para disfrutar más.

«¿Qué me pasa?».

Metió la cabeza justo en la zona intermedia de los dedos, devorando la gelatina pegajosa como una loca. Incluso pudo oír que Link se reía levemente mientras ella mordisqueaba como un ratón.

Entonces, como si él quisiera ayudarla en algo, separó los dedos. Ahora ella se encontraba tomando más y más puñados de la acre suciedad, atiborrándose de la apestosa comida.

Y, para su sorpresa, sintió cómo se rozaba contra el pie de Link. Sus caderas rechinaban, y dejó escapar gemidos cuando la bola del pie presionó intensamente contra su pecho. Después de haber estado tanto tiempo en su bota, mientras el calor la molestaba, el olor se había vuelto más o menos normal. Y así, Zelda se sintió en su mejor momento, frotándose lentamente contra el gigantesco pie de Link mientras se llenaba el vientre.

—A la mierda… —Plantándolo un beso en el dedo, Zelda gimió más fuerte que nunca, pasando la lengua por todos los dedos alcanzables. El dedo gordo era casi del tamaño de su cabeza, así que fue como si realmente le estuviese dando un beso normal a Link—. Ah… Ah… Dios…

Su cuerpo se paralizó. Mantuvo los labios en contacto con el dedo sucio, gimiendo mientras su sistema femenino cumplía su función. El éxtasis la impactó como un carruaje y, una vez que el cosquilleo placentero abandonó su entrepierna, les dio a los dedos de Link unos últimos lametones antes de cerrar los ojos.

***


El Sol estaba descendiendo cuando Link regresó al castillo, empapado de sudor de pies a cabeza. Los guardias no pudieron evitar reírse de él, pues parecía que se había matado a trabajar. Pero sus burlas tuvieron poco efecto en el muchacho, que marchó alegremente hacia el estudio de magia de Zelda.

—Me encantaría hacerte quedarte en esta bota, Zelda —susurró para sí—. Pero sabemos que sería sospechoso si nadie te ve esta noche.

De un tirón, se quitó la bota derecha, y una corriente de sudor derramó por el suelo. Al ver unas piernas pequeñas, Link soltó una carcajada. Zelda no sólo estaba empapada, sino que tenía la cara negra por la mugre de sus dedos. Se levantó de un salto, haciendo una mueca y tratando de quitarse la suciedad de la cara lo mejor que pudo.

—¡Esto va a tomarme tanto tiempo para sacármelo del cabello!

—¿Era esa mugre de mis deditos deliciosa como siempre dices que es?

—¡Uf! —Su rubor era imposible de ocultar, incluso con la coloración ennegrecida.

—Contéstame, por favor.

—Por supuesto, Link, ¡ya sabes lo que voy a decir! ¡Me encantaba comer la mugre de tus apestosos pies!

—Perfecto. Ahora tenemos que devolverte a la normalidad —dijo, tirando de Zelda hacia su hombro—. Dime qué tengo que hacer, pues no entiendo nada de esto de alcohol.

—Claro, porque es alquimia.

Treinta minutos de instrucciones más tarde, y Zelda estaba sorbiendo un líquido que la devolvía a su estatura normal en un santiamén. Y dio la casualidad de que la mugre decidió crecer junto con ella, con Link esforzándose por evitar reírse del asqueroso estado de Zelda.

—Qué asco —dijo, tapándose la nariz—. Apestas igual que mis pies.

—No quería que pasara esto —se lamentó ella, retorciéndose los dedos de vergüenza.

—Ven aquí. —Link la acercó a él. Deslizó suavemente su lengua por sus labios, girándola en su boca hasta que Zelda se apartó. Pero tuvo que darle un lametón más, saboreando un lado de su cara—. Mmm… Je, sí que es deliciosa.

Link tomó a la princesa confundida y le limpió con cuidado el resto de la cara con un trapo.

—Ahora, ¿qué tal si la próxima vez me dices lo que quieres hacer en lugar de hacerlo a escondidas? Quizá las cosas salgan como tú quieres, mi princesa apestosa.

—¿Eh?

—Parece que todavía te divierte un poco ser del tamaño de una muñeca —dijo, mirándola a los ojos—. No me importa estar en esa posición para un experimento, siempre y cuando me lo digas antes de intentar engañarme.

—Sí, claro —rió ella suavemente, palpando la mancha muy húmeda en medio del vestido.

—Tengo unos pies increíbles, ¿eh? —preguntó Link, tocándola en esa zona—. Sí, los tengo.
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