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Rated: GC · Fiction · Erotica · #2325410
Del amor fraternal a una peligrosa obsesión, una chica tiene a su hermanito a su merced.
Nota: Esta historia no la escribí yo. Fue un encargo que hice, pero el autor prefiere mantenerse en el anonimato por las temas extremas. Sólo hice algunos correcciones y la traduje al español (versión latinoamericana). La historia trata de agresiones sexuales, así que si te sientes incómodo(a), te recomiendo que no sigas leyendo.

English Version  

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—¡No quiero dormirme todavía!

—¡Pues vas a dormir! —May suspiró e igualó el mohín de Max con el suyo propio—. No seas tan malcriado, no es bonito.

Max rodó los ojos y se recostó molesto en la cama. Un sentimiento de culpa invadió a May. Detestaba enviarlo a la cama de esa manera. Afortunadamente, siempre conocía la mejor forma de animarlo antes de acostarse.

—¿Que te bese?

Max se animó de inmediato y asintió con tanta rapidez que parecía que se le iba a caer la cabeza.

May se inclinó hacia él con una sonrisa en el rostro. Apuntó a su frente, como de costumbre, pero su incómoda posición hizo que se resbalara un poco. Lo suficiente como para caer sobre Max, no en la frente, sino en los labios. Permaneció el tiempo suficiente para que la lengua de él rozara los labios de ella. Con un chillado, ella se apartó, escupiendo y limpiándose los labios mientras sus cachetes enrojecían.

En cambio, el niño soltó una risita pícara y dijo: «¡Qué rico!», lo que hizo que May se sonrojara aún más.

—Silencio —le replicó, dándole un beso en la frente y saliendo corriendo mientras Max se acurrucaba bajo las mantas.

May se acostó y, después de un rato, su rubor empezó a desvanecerse y su corazón a latir más lentamente. Sin embargo, el recuerdo de lo sucedido se repetía una y otra vez en su mente como una película. Y apenas, sólo apenas, aún podía sentir el sabor de Max en su boca.

Y así, sin más, volvió a ruborizarse…

Dos años después


Los viajes familiares eran algo habitual en la familia, y la playa de Dewford siempre era un lugar popular. El vasto océano, la arena dorada y mucho sol. Los padres de Max y May siempre se contentaban con tomar el sol, empapándose de rayos y sorbiendo bebidas afrutadas, mientras May y Max se entretenían jugando en la arena o con los Pokémon perdidos que emergían del mar.

Pero este año todo sería diferente.

La chica esperó a que sus padres estuvieran distraídos y llevó a Max a un «lugar divertido».

Ese «lugar divertido» resultó ser una zona oculta de la playa, junto al agua, que May había descubierto el año anterior. No pasaban ni personas ni Pokémon, lo que les proporcionaba todo el aislamiento que podían pedir.

—¿Qué hacemos aquí? —preguntó Max, ladeando la cabeza de aquella forma que May encontraba adorable.

—Sólo quería estar a solas contigo —respondió May, acariciando la mejilla de su hermano—. Mi hermanito lindo.

—No soy tan lindo…

—¡Claro que lo eres! —May subió la mano para hacerle cosquillas detrás de la oreja y sonrió cuando Max se rió—. Tan lindo e inteligente, incluso cuando eres tan joven. Y… —Dejó caer los ojos, más allá de las piernas delgadas y sin vello de su hermano, hasta los tesoros que tenía bajo los tobillos—. Tienes… unos pies muy bonitos.

—¿Eh? ¿Los tengo?

—¡Sí! Son tan pequeñitos y suaves, ¡quiero comerlos! —May agarró de inmediato los pies de Max y comenzó a hacer ruidos exagerados de mordisqueo alrededor de sus dedos, lo que provocó risitas de su hermano.

—Bueno, yo también creo que eres linda —le replicó Max—. Tus chichis son adorables.

«¿Dónde habrá aprendido esa palabra?», pensó la hermana. Sacudiéndose el pensamiento de la cabeza, se arrastró sobre Max, le agarró las mejillas y plantó los labios en los suyos.

—Puaj… —exclamó él riendo, dejando traslucir su inocencia.

—Está bien, está bien —respondió May, apenas saliendo a tomar aire. Un sudor que no tenía nada que ver con el calor goteaba por su cuero mientras un brillo maníaco se reflejaba en sus ojos—. Son cosas normales entre hermanos, ¿sabes?

A pesar de su inseguridad, Max se sentía protegido junto a su hermana. Después de todo, ella era mayor y tenía más experiencia, ¿verdad? No pudo detenerse a reflexionar sobre esto cuando May volvió a besarlo, prologando el beso más allá de aquella noche fatídica, susurrando suavemente en su boca mientras se frotaba contra él.

—Max… Quiero besarte entera. De la cabeza a los pies… ¿Puedo?

Aunque Max no entendía a qué se refería May, sabía que el beso le había sentado bien. Si ella se ofrecía a hacerle sentir así por todas partes… La miró y asintió.

May casi saltó de alegría, yendo directamente a sus labios otra vez. Después de darla suficientes besos para toda la vida, bajó y le pesó el pecho desnudo. Sonrió cuando sus besos en el ombligo le hicieron soltar una risita, y se detuvo en el bulto que se estaba formando en su traje de baño antes de bajar hasta sus pies. Aunque habían crecido ligeramente con el paso de los años, seguían siendo bonitos y dulces al paladar, con dedos cortos perfectos para metérselos en la boca como si fueran caramelos. Otra parte de él crecía sin cesar, a juzgar por la tienda que tenía en el traje de baño. Enterró la cara en su ingle, sintiendo su delicado y almizclado aroma y soltando un gemido estremecedor.

Se levantó inmediatamente al escuchar las voces de otros chicos que se acercaban de ellos. El secreto debía de haberse descubierto. Rápidamente, empujó a Max al agua y lo siguió.

—¿Qué pasa? —preguntó él, justo cuando apareció un pequeño grupo de chicos que se acercaban a toda velocidad por la playa.

—Max —dijo May, con voz grave y seria. Tan seria como podía ser una niña de once años—. Escucha. Cuando hagamos cosas así, tienen que ser secretas, ¿entendido? Tienen que quedar entre tú y yo.

—¿Por qué?

—Prométeme que lo mantendrás en secreto. Incluso de mamá y papá, especialmente de mamá y papá. Si no lo haces, tendremos problemas. Y tú lo tendrás peor, ya que eres más joven. No quiero que tengas problemas.

—Sí. —Para sorpresa de May, Max tiró de ella y le rodeó la cintura con los brazos—. Gracias por cuidar de mí, May. Te quiero.

—Yo también te quiero, Max.

Dos años más tarde


Conocer a Ash y Brock había sido una experiencia increíble para los hermanos. Viajar se sentía menos solitario.

Además, otra persona era una buena barrera. Al menos, eso era lo que Max pensaba y esperaba mientras se pegaba al fuerte Brock, con los dedos cruzados en los bolsillos, aferrándose a la idea de que May le dejara en paz.

Aunque May estaba callada mientras caminaban hacia Verdanturf, se mostraba observadora, con los ojos clavados en la forma hipnótica en que el culo de Max se balanceaba al moverse. Casi como el de una chica. Y volvía a usar chanclas, lo que le permitía ver sus bonitos pies. May se preguntó si lo hacía a propósito, para seducirla. Siempre fue un niño tan travieso.

—¿Por qué te ves así? —preguntó Ash en un susurro bajo, sacando a May de su mirada.

—No lo entenderías.

Hubo un breve momento de silencio y May pensó que el asunto estaba zanjado, cuando Ash la sorprendió.

—Max es hermoso, ¿verdad?

—¿Qué? —May soltó un sonido que alguien podría haber confundido con el de un Pokémon, mirando a Ash con un gran rubor.

—Bueno, no es sólo él. —Ash sonrió ampliamente—. Tú también eres hermosa. Especialmente tus pies enormes.

—¿Enormes? —May se quedó atrapada entre la sorpresa, el halago y el insulto leve.

—Es algo bueno. Me gustan los grandes. —Al escuchar eso, una pregunta entró en la mente de May, una que no pudo evitar expresar.

—¿Y los pies de Max? ¿Piensas lo mismo?

—Están bien —respondió, encogiéndose de hombros—. Pero no, los tuyos son mejores. Los mejores.

Por un breve instante, May pensó en contárselo. El secreto más oscuro que yacía en su corazón, lo que juró que nunca revelaría. Miró a Max y luego a Ash.

«No», pensó ella solemnemente, «nunca lo entendería».

Cuando el grupo llegó a la ciudad, May se abalanzó sobre Max, prácticamente tirándole del brazo.

—Eh, escuchen, Max y yo vamos a quedarnos en el bosque. Nos vemos más tarde en el hotel, ¿está bien? Como saben, los hermanos necesitamos un poco de privacidad, así que… —Sin aguardar respuesta, se fue con Max a rastras.

—¿Soy yo, o ha hecho esto muchas veces durante nuestro viaje? Como… al menos una docena de veces. —le preguntó Ash a Brock, enarcando una ceja.

Mientras tanto, May llevó a Max a una zona apartada del bosque a las afueras de la ciudad, con una mirada obsesiva mientras lo empujaba al suelo.

—¿M-May? —chilló él.

—Realmente no tenías ni idea del efecto que me causabas con esos shorts y sandalias, ¿verdad? —suspiró—. Vamos a jugar.

May no le dio tiempo a Max a responder y le quitó las chanclas a su hermano, lamiéndole la parte superior de los pies. Gimió ante el familiar sabor salado y el ligero olor a tierra.

—Talones —le ordenó, y Max obedeció rápidamente, levantando sus talones. Chillando de alegría, May se los lamió, sintiendo escalofríos de placer por todo el cuerpo. Incluso para ser de un chico, estaban suaves como la mantequilla, a pesar de todo lo que habían caminado.

Satisfecha con su calentamiento, tomó los shorts de Max y los bajó. Admiró por un momento la ropa interior antes de bajársela también. En pocos instantes estaba sobre la entrepierna de su hermanito, llevando su miembro a la boca. Lo levantó, agarrándolo por las nalgas, y Max soltó unos gritos asustados cuando los labios y la lengua de su hermana hicieran de las suyas con él. Se esforzó por sonreír, no quería que May se enojara con él.

No tardó en venirse, y el sabor salado y dulce de su semen se abrió paso hasta la garganta de May.

«Ay, cómo extrañaba ese sabor…», pensó. Apartándose de Max, le dijo que se limpiara y volviera con el grupo.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó el niño, temblando.

—No te preocupes por mí. Estaré bien.

Como si a él le preocupara su bienestar. Una vez que Max se marchó y ella estuvo segura de que estaba sola, se tumbó en el suelo. Con impaciencia, se bajó los shorts, y sus dedos se dirigieron a su roja goteante.

Pero se sobresaltó. Miró a su alrededor una vez más y se fijó en una forma amarilla muy familiar, y en el entrenador al que pertenecía.

Ash se quedó mirando. Pikachu se quedó mirando. May se quedó mirando. Luego sonrió torpemente.

—Así que… Max es hermoso, ¿eh?

Desde muy pequeño, Max aprendió a llorar en silencio, dejando que la camisa absorbiera las lágrimas. Se convirtió en una poderosa habilidad que nadie conocía y que resultaba especialmente útil en noches como ésta.

No podía creer que May siguiera sometiéndole a esto años después. Esperaba, rezaba un poco, que acabara aburriéndose, o que se pasara a Ash o incluso a Brock, pero él parecía ser su objetivo exclusivo.

Se estremeció al escuchar la puerta abrirse, cerró los ojos y contuvo sus gritos. Deseaba que no lo hubiera oído May y que volviese a su habitación. Cada vez era más consciente de una presencia que se acercaba a él, y entonces se escuchó una voz.

—¿Max?

Suspiró aliviado. Se quitó las sábanas de encima, sonriendo a su amigo. Sólo era Ash.

—¿Duermes bien? —le preguntó Ash mientras levantaba al chico para que se sentara. Max notó que el tacto de Ash permanecía en su pecho desnudo e, incluso en la penumbra, pudo ver un fuerte sonrojo en la cara del chico mayor.

—Más o menos… —respondió. Ash alargó una mano para acariciar el cachete de Max, y otra empezó a moverse lentamente hacia su cintura. Se detuvo un momento, antes de tocarlo en serio, apretándole ligeramente la cadera.

—Está bien —susurró Ash, con voz suave y apacible en la oscuridad—. Max, sé lo que May te ha estado haciendo.

En el corazón de Max, un aleteo de esperanza surgió de repente. ¿Sería esta la salida que tanto anhelaba? ¿La escapatoria que llevaba tanto tiempo buscando?

—¡Así que tú me entiendes! —Las palabras brotaron antes de que Max pudiera contenerse—. Cada vez está peor, y tengo tanto miedo, y no sé por qué sigue haciendo esto, y sólo deseo que pare, y…

—Sabes… —Ash lo interrumpió con una sonrisa. Se inclinó hacia él hasta que sus caras casi se tocaron—. Tu hermana tiene razón. Yo también te veo lindo.

—¿Qué? —Max sintió que se le hundía el corazón, junto con el pequeño resquicio de esperanza que le quedaba.

Ash se levantó, desabrochando sus pantalones y calzoncillos, mostrando su erección palpitante ante el atónito Max. Incluso sin un marco de referencia, el niño más joven sabía que era impresionante el tamaño. Ash se le acercó y le puso una mano firme en el hombro.

—Recuerda, Max —dijo en voz baja—, soy el doble de fuerte de lo que ella podría ser. —Acercó la verga a la boca de Max—. Creo que deberías chuparla ahora.

Con la puerta fuera de su alcance y demasiado asustado para hacer otra cosa, Max obedeció. Abrió lentamente la boca, dejando que sus labios se deslizaran sobre el miembro de Ash. Sintió una leve arcada, pues el sabor salado del líquido preeyaculatorio le resultaba asqueroso, y luchó contra las lágrimas.

—Qué bien… —gimió Ash. Inclinó su espalda mientras Max lo chupaba, sintiendo los labios del pequeño como terciopelo. Un placer prohibido que pensaba que nunca llegaría a experimentar en este mundo.

Palmeó la cabeza de Max, susurrando, «Buen chico», mientras el niño seguía lamiéndolo. Dejó que él chupara unos instantes más antes de retirarse y empujarlo suavemente de nuevo sobre la cama.

Ash se arrodilló, acercando su cara a los pies de Max. Siempre había admirado su aspecto, tan suaves y regordetes. No se comparaban con los de May, pero sin duda tenían su propio encanto.

Lentamente, Ash deslizó su lengua por sus pies, soltando un gemido de placer por el sabor. Inhaló profundamente el aroma sudoroso y apestosos de los pies del joven, agradeciendo que su grupo siempre diera paseos tan largos.

—Me encanta cómo huelen tus pies, Max…

Max, completamente aturdido, permitió que Ash hiciera lo que quisiera. El chico mayor continuó lamiéndolo y oliéndolo, para luego levantarse y presionar su pene grande contra los pies empapados de saliva. Max, quien nunca antes había experimentado algo así, sólo podía temblar de pánico.

Sólo fueron unos momentos de tener sexo con los pies de Max, pero fue suficiente; Ash se tapó la boca rápidamente al frotarse contra ellos, dejando escapar un gemido gutural y ahogado al eyacular. Grandes gotas de semen pegajoso cubrieron los pies de Max, casi ocultando sus plantas y dedos. Ash, complacido, se limpió y se volvió a poner los pantalones.

—Oye, mejor que te bañes antes de que vuelva ella, amiguito —fue todo lo que dijo.

Max estuvo a punto de resbalar dos veces con los pies llenos de semen cuando se dirigía al baño. Apenas podía ver a través del vapor de lágrimas, pero logró llegar al baño y meterse en la bañera. En un abrir y cerrar de ojos, se dio un baño caliente y humeante, y sintió que sus dolores y molestias se desvanecían poco a poco.

Aprovechó el momento de paz para reflexionar, dándose cuenta de que hoy parecía un año con todo lo que le había pasado.

Suspiró, se frotó las lágrimas de los ojos y por fin soltó un fuerte grito.

Una hermana especial estaba parada detrás de la puerta, y la cerró de golpe con una mirada concentrada y una sonrisa retorcida, mientras el sudor corría por su cuerpo desnudo. Max se escurrió hacia la parte trasera de la bañera como pudo, y sus ojos se posaron en la cintura de May, donde vio algún extraño objeto adherido a ella. Tuvo el tiempo justo de reconocer que tenía forma de falo antes de que la chica se abalanzara sobre él.

—¡Eres un niño travieso, revelando nuestros secretos! —chilló. Max intentó escabullirse de la bañera, salpicando agua por todas partes en su lucha de liberarse. Pero ella lo empujó hacia atrás, metiéndose en la bañera con él.

—¡Para!

—¡No puedo creer que se lo hayas dicho! ¿Acaso ya no hay confianza entre hermanos? —Le hizo girar para que su culo quedara frente a ella—. No te resistas, Max. Oye, ¡que te calmes!

Max lloraba mientras intentaba zafarse de su hermana, sólo para gritar un segundo después cuando el dolor brotó en su trasero. Sintió cómo su agujero se dilataba cuando algo, sin duda la cosa que colgaba de la cintura de May, se introdujo en él. Le insertó el consolador con arnés hasta la empuñadura, presionándole con fuerza la próstata.

Le agarró por las caderas y, gradualmente, fue tomando el compás mientras entraba y salía de él. Mientras lo hacía, se dedicó a acariciar el culo de su hermanito entre cada embestida, riéndose cuando él gemía y le suplicaba.

—Eso es… —susurró ella, yendo más rápido—. Haz mucho ruido para mí, tu querida hermana.

Max intentó contenerse lo mejor que pudo, pero entre las embestidas cada vez más dolorosas y los susurros de May en su oído, era toda una batalla mantenerse consciente. Las lágrimas corrían por sus mejillas enrojecidas mientras May lo penetraba y, entre los espasmos de dolor, sentía un placer que no podía descubrir. Ella estaba tocando un punto que ni siquiera sabía que era una debilidad para él, y no sabía qué odiaba más: lo que le estaba haciendo o que le estaba gustando de una manera extraña.

—Tu eres mío —le susurró al oído, dándole una suave lamida y un pequeño besito—. ¿Cuántas veces tengo que recordártelo?

Max apenas tuvo tiempo de modular antes de estremecerse, liberando su semen en el agua.

—Todo esto es para ti. Lo hago por ti, Max…

Fue lo último que oyó él antes de desmayarse.

Horas después


Max, desnudo y sin luz en los ojos, se sentó a los pies de la cama. Se movía casi robóticamente mientras lamía los pies de Ash y May. Tuvo que arrodillarse; sentarse era demasiado doloroso después de lo que le hizo su hermana.

Los pies de May estaban peores, aún sudorosos y mugrientos de tanto caminar. Incluso en su estado, Max podía saborear los salados y húmedos que tenía los pies, sobre todo por la mugre gruesa entre los dedos. Aunque se había puesto el pijama, May se negaba a levarse los pies. «Necesitas una dura lección» fue su razonamiento, y Max sabía que no debía discutir.

Los pies de Ash, afortunadamente, estaban más limpios gracias a que se había lavado correctamente. Y mientras Max lamía, los dos entrenadores mayores se ocupaban de sí mismos. La mano de May estaba dentro de sus calzones, trabajando en su vagina con vigor. Ash tenía la verga fuera, bombeando con avidez, y su ritmo se aceleraba cada vez que Max se ocupaba de sus pies.

—No hay por qué preocuparte, Max —dijo May, con voz dulce, pero tono frío—. Esto es amor, amor verdadero. Ambos lo sabemos. Y nunca dejaré de amarte. Puede que creas que te duele, pero simplemente es mi amor. Y si no puedes aceptarlo, está bien. Pero si lo dices a alguien, bueno… hay otro mundo que nos aceptará a nosotros, donde nuestro amor durará eternamente. Y te llevaré allí conmigo, por la fuerza si es necesario. ¿Me entiendes?

Lentamente, entumecido, Max asintió.

Ash se detuvo, mirando a May con una expresión de sorpresa y lujuria. Las palabras de May quizá lo asustaban, pero al mismo tiempo lo excitaban.

Después de reanudar la masturbación, él repitió sus palabras en su cabeza y no tardó en llegar al clímax. May también se vino segundos después, soltando un gemido de satisfacción. Al relajarse, Ash chasqueó los dedos, señaló a Max y luego a los dos.

—Límpianos.

Asintiendo, Max se arrastró hasta la cama y se puso manos a la obra, lamiendo los jugos derramados de los dos entrenadores y tragándoselo todo. Se acurrucó entre los dos, que se aferraron a él. Ash fue el primero en dormirse, pero los hermanos seguían despiertos.

Los mocos de Max desaparecieron por completo, dejando una sonrisa rota en su rostro mientras se abrazaba a May. Sin comprender del todo sus acciones, levantó la camiseta de May y comenzó a chuparle el pezón. Le resultaban extrañamente familiares la sensación y el sabor, y no sabía si era algo bueno o malo. Se aferró con más fuerza a ella, como si temiera que desapareciera si la soltaba.

—Max… —habló, acariciándole suavemente el pelo—. ¿Me quieres?

Hubo un momento de silencio y él asintió de nuevo, lentamente y gimiendo.

—Buen chico. Yo también te quiero a ti.
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