Tras pensarlo mucho, Excella tomó la decisión de no usar otro virus. Por muy tentador qué fuera, la idea de qué podría mutar le daba escalofríos. No había llegado tan lejos sólo para terminar convertida en un monstruo.
Respiró hondo y se recostó contra una silla. Se llevó las manos a la cabeza. Debía pensar en lo qué haría a continuación. Ser incompatible con el Uroboros significaba qué no sobreviviría, y ella ya había visto a los sujetos de prueba qué mutaron en bestias abominables por no ser compatibles con el Uroboros. A Wesker parecía no importarle en lo absoluto sí eran compatibles o no. Excella pensaba que él sólo estaba siendo extremadamente paciente y esperaba encontrar sujetos de prueba compatibles. La paciencia era una virtud, decía el dicho.
Sería una duda la qué invadiria su mente. ¿Albert ya lo sabía?. Se congeló ante ese pensamiento. Él no sé atrevería a deshacerse de ella, pensó Excella. Ella era útil y valiosa, él no hubiera llegado tan lejos sin su ayuda; los laboratorios, los científicos y el Uroboros habían sido posibles gracias a la fortuna de Tricell. Eso de por sí debería haberle ganado el visto bueno de Wesker y demostrado que ella, y sólo ella, razonó, era digna de estar a su lado cómo una igual.
"No lo haría", dejó escapar Excella, tratando de convencer a nadie más qué sí misma. No era deshechable. No era una mujer cualquiera; era Excella Gionne, jefa de Tricell y heredera de un patrimonio de miles de millones de dólares.
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